Fútbol, S.A. (Sin Abuelos)



Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 0 ; Intercity, 1

1. Mi abuelo César nació en Alicante, pero ese cúmulo de pequeñas y grandes circunstancias y decisiones que conforman una vida le llevaron a establecerse en Murcia, a vivir la mitad de sus días muy cerca de La Condomina. Mi abuelo paterno nació en Alicante, aunque podía haber nacido en cualquier otro sitio, porque a mi bisabuelo, empleado de Correos, parece que no le importaba cambiar de ciudad de vez en cuando, incluso propiciarlo, pero siempre pasando por Jumilla, eso sí, donde había conocido a su mujer, mi bisabuela. Allí, en Jumilla, fue donde mi abuelo se casó con mi abuela María, y donde nació su primera hija. Pero poco después se marchó a Barcelona, la tierra prometida para las gentes del sur, quizá animado por ese espíritu mudable de su padre. En Barcelona, en 1933, puso una peluquería en la calle Entenza, y allí nació su segunda hija y, aunque el negocio no le iba mal, al estallar la guerra vio la cosa regular y su padre le aconsejó que se vinieran todos a Murcia, donde estaba la cosa tranquila. Aquí nació su tercera hija, en plena guerra, que él vivió en primera persona en los meses finales de la contienda; y aquí, en Murcia, terminó por instalarse: puso una peluquería en la calle Vara de Rey y, finalmente, otra en la calle San Antonio, donde nació mi padre, a unos 200 metros de La Condomina, el viejo estadio que entonces apenas tenía 20 años. A mi abuelo le gustaba el fútbol, o al menos ir al fútbol, dentro del ritual que tenía todos los domingos, según cuenta mi padre. Iba a misa temprano, impecablemente vestido, y luego al Círculo Mercantil, en el bajo donde después estuvo el Restaurante Hispano varias décadas, a jugar al dominó. Recuerda mi padre cómo le costaba encontrarlo en ese enorme salón, entre las mesas de mármol y la neblina que flotaba del humo de tantos cigarrillos diarios. De allí lo recogía, comían en casa arroz (de pollo o de conejo) y se iban pronto a La Condomina, cuando el fútbol era incluso antes de las 4, con su traje de los domingos y su puro. Yo apenas tengo recuerdos de él, salvo su imagen inmóvil en un sillón, ya enfermo, pero me gusta imaginarlo en La Condomina con su puro, junto a mi padre, con una expresión en la cara de cierta satisfacción, arraigado finalmente en Murcia, donde las pequeñas y grandes circunstancias y decisiones que conforman una vida le habían llevado.

2. Mi abuelo Vicente nació en El Palmar, en una casa de la huerta que ya no existe; ni la casa, ni la huerta. Era el sexto de nueve hermanos, y el único que pudo estudiar, gracias a que un cura le dio la oportunidad de entrar en el Seminario y él, según parece, hizo un buen control y no la dejó pasar: pronto se dio cuenta de que, entre libros, estaba sorprendentemente cómodo, tenía gol. Luego pasó la Guerra en la Marina, y al regresar a El Palmar quiso seguir estudiando, acaso espoleado por la penuria de la posguerra, que en el sureste de España, en plena huerta y con ocho hermanos, sería fina. Así, terminó Magisterio, empezó a trabajar y, ya colocado, como se decía entonces, se casó con mi abuela Paquita. Más tarde se licenció en Filosofía, ya en unas condiciones más propicias que las padecidas bajo aquella higuera en la que, alumbrado por una vela, había sacado adelante sus primeros estudios. Después de tener a sus dos primeros hijos en El Palmar (mi madre, la primera), se mudaron a Murcia, donde trabajó en varios colegios e institutos de la ciudad, en una larga carrera docente. Vivían en la calle Ricardo Gil y empezó a ser fijo de La Condomina, así lo recuerda mi madre, siempre yendo al fútbol. Me acuerdo de ir tres o cuatro veces con él al estadio, a partidos importantes (el Sporting, creo que el Valencia), cuando el campo estaba tan lleno que mi padre prefería que mi hermano y yo nos sentáramos por separado. Mi abuelo se sentaba más arriba, tribuna baja pero casi en la última fila, y pegado al Fondo Sur. (Mi padre en la fila 6, y más cerca del Fondo Norte). A mi abuelo Vicente lo recuerdo con claridad, con la claridad de vivir más de 16 años a su lado (veranos enteros en Punta Brava, meriendas con chocolatina Lingotín, tardes de Copa de Europa). Murió rápido y dolió de esa manera que ya duele para siempre. Aquellas veces que lo acompañé al fútbol se tomaba un carajillo en la barra del Bar Jiménez, donde quedaba con su cuadrilla futbolera. Me gusta recordarlo siempre que salgo a correr y paso por donde estaba el Jiménez. Y me gusta creer que, como en una novela de Auster o en una película francesa, mis abuelos se cruzaron un día en la grada de La Condomina, quizá a principios de los 50; un leve roce entre dos señores trajeados de domingo, uno con puro y otro con Ducados, y se pidieron disculpas y se miraron un segundo; me gusta creer que, como en una novela de Auster, ese momento determinó que mi hermano y yo, y Martín y quién sabe si sus hijos, seamos del Murcia para siempre. 

3. El Murcia perdió el domingo contra un no-equipo de fútbol, un no-club de fútbol, uno de esos casos que el fútbol español ve surgir y crecer con una indiferencia cómplice, como si no fuera la cosa con él, o contra él, en este caso. No tengo nada personal contra el Intercity, por cierto, sólo contra su concepto de fútbol, que es completamente opuesto a todo aquello que nos mantiene unidos al fútbol. El Intercity no es fútbol pero, sea lo que sea, eso sí hay que reconocerle, hace muy bien lo suyo; en eso que sean, sea lo que sea, son buenos, los tíos. Y lo hacen con una coherencia admirable, consiguen ser el villano perfecto: desde su nombre, por supuesto, hasta el negro de su camiseta o su escudo infame, todo como sacado de una inteligencia artificial pero aún en fase inicial o tonta; desde su salida a bolsa hasta su desprecio por las aficiones, pasando por sus intentos de compra de plazas, o las dudas en cuanto a la ética de su negocio; todo es mezquino, incluso su pésimo terreno de juego y su fútbol ramplón, que reúne todas las consignas del antifútbol, del no-juego, del exprimir la marrullería a un extremo casi indecente. Y lo hacen de manera impecable, además, como asegurándose de que ningún niño haya dicho o vaya a decir jamás “me enamoré del Intercity”. El fútbol negocio a la perfección, sin concesiones a nada cercano al fútbol auténtico; el negocio por el negocio, alejado de cualquier vínculo sentimental; el fútbol arrastrado por el capitalismo salvaje hacia otra cosa que se llamará fútbol, pero ya no será fútbol. Dinero, mucho dinero, que ha terminado por dejarnos un fútbol millonario pero empobrecido, lleno de equipos saneados sin hinchada, de hinchadas con equipos arruinados, con horarios absurdos confeccionados para el sofá, mundiales manchados de sangre y países que humillan a las mujeres, aparte de torturar, lapidar y decapitar, dirigiendo el cotarro. Algunos partidos hay que verlos sin volumen, con la nariz tapada y mirando casi de reojo, porque es una vergüenza haber vendido así nuestro fútbol. El dinero lo ha comprado todo, o casi. Ha comprado tanto que en algún momento pensó que lo podía comprar todo. Pero sigue sin poder comprar lo que nos mantiene unidos al fútbol, lo que nunca se podrá comprar.

4. Esa misma mañana, pocas horas antes de recibir en Nueva Condomina a un no-equipo de fútbol, unos 75 kilómetros al norte, el Hércules de Alicante perdía contra la Penya Independent, equipo ibicenco de la localidad de San Miguel de Balasant, por dos goles a tres, con un gol decisivo en el minuto 100. Me gusta pensar que, entre las 7.200 personas que asistieron al Rico Pérez, había un chaval que se fue a casa medio llorando por algo que no tiene muy claro qué es, pero que le mantendrá unido al fútbol para siempre. Me gusta pensar que ese chaval, dentro de 50 años, le contará a su nieto cómo resistieron. Cómo vivió esos años en Segunda Federación, de la mano de su abuelo, que, sin dejar de ir jamás al Rico Pérez, le hablaba del gran Hércules de los 70, que tanto disfrutó con su abuelo. Y cómo ese nieto del futuro le contará todo a su nieto. Y me gusta pensar en cómo ese chaval alicantino le contará también a su nieto este partido trabado e imposible que estamos jugando ahora mismo, lleno de trampas y de juego sucio, en el que el fútbol sin abuelos fue derrotado, en una remontada increíble, por el fútbol con memoria. 


Real Murcia: Gianni; José Ruiz (Enol Coto, 61’), Alberto González, Marcos Mauro (Víctor Rofino, 82’), Marc Baró; Sabit, Martin Svidersky (Amin, 61’), Isi Gómez; Loren Burón (Mariano Carmona, 82’), Dani Vega y Carrillo.

De sobra


Oliva B (@beandtuit)
Alcoyano, 2 ; Real Murcia, 3

En septiembre de 2022, al volver a sus clases de tenis después del verano, Martín se encontró con que tenía nuevo monitor, Rubén, uno de esos tipos de apariencia dura, sonrisa difícil y aire severo; un modelo clásico de instructor, vamos, de corteza arisca a primera vista. No fue fácil esa adaptación para mi hijo, con 9 años, el más pequeño de su clase, y poco acostumbrado a ese estilo rígido, tan en desuso en estos tiempos míster wonderful. O no creí yo que fuera fácil esa adaptación para mi hijo, más bien, porque en realidad se adaptó bastante rápido, en pocas semanas. Martín se amoldó sin problema a esa manera de llevar las clases sin juegos ni tonterías, a un estilo grave y disciplinado, pero que con el paso del tiempo va revelando una seriedad irónica, con un punto socarrón. Martín incluso se adaptó tan bien que, un año después, lo que empezó a preocuparle era no continuar con Rubén a la vuelta del verano. Pero ahí siguen este curso, también para deleite del grupo de padres que disfrutamos en la distancia de su manera de corregir infatigable, y de un humor con retranca que termina por ganarse el cariño de los niños. Entre sus ocurrencias, la que más nos llamó la atención desde el principio fue su costumbre, entre la gracieta y la extravagancia, de decirle siempre a los chiquillos que van a llegar, en ese momento crítico del tenis en el que el jugador no sabe si arrancar o no, si merece la pena luchar por llegar. “Llegas de sobra”, dice siempre, a todos, ante cualquier dejada o bola corta, ante cualquier bola, ya sea cómoda o imposible. Lo dice siempre. “Llegas, llegas, llegas”. “Llegas sobrao”. O “llegas de sobra, campeón”. Siempre, a todos, en todo ese tipo de bolas. Da igual que el chaval que tenga que llegar esté bien metido en la pista, o en la línea de fondo, o en el otro extremo, fuerísima. “Llegas de sobra, de sobra”. Da igual que el chaval sea rápido o que le cueste más arrancar; da igual, en realidad, que el chaval pueda llegar o no, que siempre habrá un “llegas de sobra” de Rubén, lo que provoca el cachondeo general de la grada, y la incredulidad de algún padre novato: "¿En serio le está diciendo al chiquillo que llega de sobra a esa bola?". Parecía su chiste estrella, pero una tarde, de pronto, lo vi. Fue en un “llegas de sobra” cualquiera, una tarde tonta de noviembre. Qué cojones cachondeo, pensé, qué cojones chiste. Qué bonito es tener a un tío diciéndote siempre que vas a llegar. Y de sobra. Qué mensaje más sano reciben estos zagales un par de veces a la semana, cuánto que aprender hay detrás de una aparente tontería. No he leído ‘Sapiens’, ni he profundizado demasiado en paleoantropología, pero detrás del progreso de nuestra especie debió haber un mensaje así que nos hizo triunfar frente al resto de homínidos. “Llegas de sobra” a escapar de ese león. “Llegas de sobra” a ese manjar de la copa del árbol, o a salvar ese precipicio imposible. Quizá fuera aquel un primer míster wonderful, el primigenio, uno serio, de apariencia dura y sonrisa difícil, que no te decía eso de que lo único imposible es aquello que no intentas; sino que llegabas de sobra, sin más. Y me parece una gran actitud ante la vida, la verdad, más allá de que a veces sea imposible llegar. Siempre hay que arrancar como si fuéramos a llegar. Y de sobra, claro.

El Murcia confirmó en Alcoy las buenas sensaciones que viene ofreciendo en las últimas semanas; sensaciones que, afortunadamente, han venido acompañadas de resultados, aunque ya sabemos bien que eso no siempre coincida. Pero el cambio entre lo que hace muy poco (principios de enero, por ejemplo) era el Murcia de Alfaro a lo que actualmente es el Murcia de Alfaro no es que sea importante o enorme, es que es absoluto: el Murcia de antes no era un equipo de fútbol y el de ahora lo es. Ser o no ser. (Nota del cronista: quizá esta temporada sería buena para valorar que no es fácil llegar a ser un equipo de fútbol, sobre todo para no volver a destruirlo, como hicimos este verano). Ahora, en su condición de equipo de fútbol, el Murcia puede por fin mirarse al espejo y empezar a preguntarse cosas. Sabe lo que es, ha empezado a tener una identidad. Antes no era y ahora es. No hay grises en esto, ya digo, es un cambio radical, y por eso nos ha cambiado todo de un día para otro. Ha cambiado nuestras caras, nuestros sueños, nuestras miradas, el tono de nuestra voz. Ahora preparamos el desayuno con más cariño. Ahora queremos incluso hablar del Murcia, que nos pregunten, cruzarnos con murcianistas, palpar otras ilusiones. Y, como estamos en racha, ocurre, todo sale; ahora los goles entran después de rechazar en varios rivales y ahora nos cruzamos con murcianistas con los que queremos cruzarnos. El lunes, dos días después de Alcoy, me abordó un clásico por la calle Correos, en uno de esos cruces apresurados de dos palabras, pero que terminó con la pregunta que empieza a flotar en el ambiente con este resurgir. “¿Llegaremos, Oliva? ¿Llegaremos?” Y, aunque respondí con prudencia y tirando de tópicos y de dudas (esto es muy largo, amigo; nunca se sabe; partido a partido y ya veremos en abril), en cuanto nos despedimos no pude dejar de acordarme de Rubén, de tantas tardes viendo a esos zagales entrenar, de tantas tardes escuchando a ese tío y su mensaje claro, sano, directo. No hay otra respuesta posible, pensé, con una sonrisa tonta en la cara. De sobra, hombre. Llegamos de sobra.

Real Murcia: Gianni Cassaro; José Ruiz, Marcos Mauro, Alberto González, Marc Baró; Sabit, Martin Svidersky, Isi Gómez (Amin, 77'); Loren Burón (Víctor Rofino, 87'), Dani Vega (Juanmi Carrión, 66') y Carrillo.

Goles: Todos tras uno o varios rechaces y/o rebotes varios. De sobra.

Óscar Sánchez: "Me apasiona más entrenar que jugar"


Óscar Sánchez Fuentes (Murcia, 19 de diciembre de 1979) es uno de los 50 jugadores con más partidos en la historia del Real Murcia. Fueron 131 en total, uno por delante de los 130 de Chuchi García y Del Barrio. Ya tenía 29 años cuando volvió a casa, pero le dio tiempo a muchas cosas desde su rincón izquierdo del campo. Le dio tiempo a la tarde lluviosa y triste de Girona, pero también a la soleada y feliz de Lugo, por ejemplo. Y le dio tiempo a hacerse amigo de Richi, que quizás es más importante que todo lo demás. Así que la primera pregunta se la hago a alguien que le conoce bien.



¿Cómo era Óscar como jugador, Richi? 
Él jugaba de interior izquierdo en el Atleti B, donde coincidí con él por primera vez en la 2000/2001. Eso ya te da una idea de que no era un lateral defensivo. Acabó jugando ahí, pero él tenía alma de centrocampista, porque tenía mucha calidad. No era el lateral tradicional y aguerrido: era más parecido a lo que se puede ver hoy en día. Jugaba bien el balón, tenía tranquilidad, le gustaba tenerla y participar del juego. Luego en el Murcia coincidimos cuando volví en Segunda B, con Iñaki Alonso. Y tuvo un papel muy importante en ese ascenso. Él tenía nivel muy por encima de esa categoría. En Segunda, al año siguiente, metió 7 goles jugando de lateral, y algunos de ellos fueron fundamentales para conseguir la salvación. A nivel personal tengo muy buen recuerdo de la etapa del Atleti B: conectamos enseguida. Y en esas dos temporadas de Iñaki Alonso éramos dos jugadores de un perfil similar: estábamos en la última etapa de nuestras carreras. Habíamos tenido experiencias similares, con varias temporadas en Primera División, y eso nos acercaba aún más. Nos hicimos amigos, hablábamos mucho. Además, Óscar tiene un gran sentido del humor. Recuerdo con mucho cariño esos viajes interminables en autobús. Me acercaba a su asiento, y nos tirábamos mil horas hablando y riéndonos de cualquier cosa. Seguimos viéndonos mucho hoy día. En esos años yo no sabía a ciencia cierta si Óscar se iba a convertir en entrenador. Pero le gustaba mucho el fútbol, tiene personalidad y es inteligente. Ése es el punto de partida inicial para ser entrenador. Si eres inteligente y sabes conectar con las personas, tienes la base sobre la que construir todo lo demás. Y Óscar lo tiene. He visto partidos de sus equipos, y tienen ese gusto por ser protagonista y tener el balón, que es lo que él transmitía como jugador. Ojalá le vaya muy bien en esta etapa.


¿Cuál es tu situación actual, Óscar? ¿Estás viendo mucho fútbol?

Tras finalizar mi etapa en el Orihuela hace un mes y medio, no puedo entrenar en España hasta la próxima temporada. Estoy viendo mucho fútbol, y durante la semana analizo diferentes cosas. Por ejemplo, ahora estoy analizando cómo se originan los goles, es decir, desde qué situaciones concretas se producen, en mayor medida. Eso es algo que luego resulta muy útil en los entrenamientos. Además, la semana que viene me voy a ver el Aston Villa-Newcastle, porque Unai Emery es un entrenador referente. Pero también me apetece ir a ver cómo entrena el Cartagena B de Pepe Aguilar, porque es un modelo de juego que me interesa. Y quiero ir a ver a Marcelino en el Villarreal. Aparte de eso, voy a seguir viendo todos los partidos que pueda por la zona, desde Valencia, Almería, Murcia, e incluso más arriba de Madrid, por el norte. Y sobre todo, voy a hablar mucho con entrenadores. Hay un técnico que me parece extraordinario, el del Marbella (Fran Beltrán), con el que hablo mucho, porque ve el juego como yo. Debatimos, nos mandamos vídeos… Al final se trata de estar activos y ver lo que hace el resto, porque de eso se aprende muchísimo. No me refiero a tareas de entrenamiento, porque eso puedes encontrarlo en Internet, sino a la gestión de grupo, a la solución de problemas o el manejo de un vestuario en una derrota. Me gusta ver cómo actúan los demás entrenadores en esas situaciones.


Ahora es muy habitual que los entrenadores que están libres vayan a ver partidos de fútbol y suban a sus redes sociales una foto para dejar constancia de que han estado allí. Imagino que también para que los clubes a los que ha ido a ver sepan que él está siguiéndoles y que no les importaría aceptar una oferta suya, si cambian de entrenador.

Sé que es habitual, pero la verdad es que no lo estoy haciendo. Es algo así como demostrar que estás trabajando, que estás en el mercado. También te digo: hoy día, a muchas de las cosas de tu trabajo hay que darles repercusión, y entiendo que una manera de llegar sea a través de las redes sociales. Yo llevo semanas yendo a diferentes campos a ver partidos y de momento no he subido ninguna foto ni ninguna ‘story’ en Instagram.

 

Vas a un estadio, te dejas ver, hablas con uno en el palco, hablas con otro… Supongo que en el fútbol, como todo, importan mucho las relaciones

Hay dos propósitos a la hora de ir a ver fútbol: la primera es ir para intentar meterte en cualquier sitio, ofrecerte o ver si el entrenador que está en ese momento en la picota cae definitivamente. Y la segunda manera, que es como me lo tomo yo, es ir a ver fútbol porque te apasiona este deporte, para ver otras maneras de trabajar, conocer el mercado, conocer los jugadores para cuando te toque trabajar… A eso voy yo a los estadios. Pero es verdad que hoy día esto también se mueve por contactos. Hay muchas agencias de representación metidas en equipos. Y son pocos los directores deportivos que se dediquen a ir a ver cómo trabaja un entrenador, para quizás firmarte el día de mañana. Realmente, te firman por los resultados que hayas tenido en los últimos dos o tres años. Pero a veces esos resultados no llegan y hay entrenadores muy buenos que, si no les han acompañado los últimos resultados, lo tienen difícil.

 

Me llamó la atención que el día que te despidieron del Orihuela, un entrenador ya veterano y respetado como Vicente Mir respondió al tuit del club anunciando tu marcha, y lo hizo con estas palabras: “El año pasado campeón de liga y ascenso con el mejor futbol de todos. Eso queda para la historia del Orihuela. No lo pueden decir todos”. También he escuchado a José María Cases poner por las nubes el fútbol que hicisteis esa temporada 2022/2023 en la que subías a Segunda Federación.

El primer año, la 2021/2022, también fue muy bueno. Cogí el equipo en noviembre casi en descenso, y sólo nos quedamos fuera del playoff de ascenso a Segunda Federación en la última jornada. Y ya la temporada pasada fuimos 25 jornadas líderes y terminamos campeones, ascendiendo directos. Quedar campeón en cualquier categoría es muy difícil, y más en el grupo valenciano. Y en cuanto a mi idea de juego: creo mucho en los procesos, no creo en el resultado inmediato. Puedes ganar de cualquier manera, pero siempre les digo a los jugadores que esto es un espectáculo, además de una profesión. Tienes que intentar enganchar a la gente con una propuesta que sea reconocible. No vale sólo con ganar, porque eso sólo lo sostienen los resultados. Y cuando dejas de ganar, ¿qué lo sostiene?

 

Esta temporada llegaste a estar en puestos de playoff de ascenso a Primera Federación, pero en cuanto llegó una racha mala y os metisteis abajo, te destituyeron

En el último mes y medio el Orihuela no ganaba. He terminado estando fuera de allí porque la vida del entrenador es así, y estar más de dos años en un banquillo es muy complicado. En cuanto tienes el mínimo bache, lo normal es que vayas fuera. Lo entiendo. Pero lo que queda es la forma de la que has hecho las cosas. Y por ejemplo, ese mensaje que escribió Vicente Mir demuestra que hay un proceso, un reconocimiento, un trabajo que se valora. Al final, es lo que queda.

 

Subisteis a Segunda Federación arriesgando y jugando muy bien al fútbol. ¿Eso se puede hacer, en una categoría así?

Perfectamente. El primer año, cuando nos quedamos fuera del playoff en la última jornada, la gente me decía que para ascender teníamos que jugar de otra manera. Y claro que se puede ganar con juego directo y segunda jugada, por supuesto, yo no estoy en contra de esa forma de jugar. De hecho, hay campos en esa división donde te tienes que adaptar y optar puntualmente por ese estilo. Pero yo creo en otra forma de llegar al resultado, y es la que yo sé transmitir. Yo no sabría transmitir otra. Es la forma de jugar en la que creo, y no por romanticismo, ni porque sea más bonito, ni por modas, ni por el guardiolismo: es porque entiendo que lo que te acerca más a ganar es tener la pelota. Es por lo que jugamos desde pequeños.

 


¿Tuviste siempre en tu cabeza apostar por ese estilo o fue algo progresivo?

Fue progresivo. En mi época de futbolista, todo era muy básico: balón al lateral, que pegaba balón largo al extremo, y segunda jugada. Pero después vas hablando con entrenadores, vas conociendo diferentes metodologías, en los últimos años de carrera futbolística vas definiendo un poco cómo quieres enfocar tu camino… Y después, José Manuel Aira tuvo también mucho que ver. Me ayudó mucho. Es un entrenador que a nivel metódico es impresionante. Todo eso me ayudó a plasmar mi idea de juego. Además, me di cuenta de que era la forma de jugar que yo sabía transmitir. Quizás con otros estilos se gana igual, pero yo no sé transmitirlos, y si no sabes transmitirlo y no llegas al jugador, al final la plantilla no va a creer en ti.

 

¿Podrías resumir esa idea de juego?

Línea adelantada, presionar en campo contrario, ser muy proactivo, porque el fútbol tiende a eso: a ser muy físico, muy fuerte. A través de la pelota hay que atacar, no pasarla por pasarla. Y dominar muchos aspectos del juego, como las transiciones. Pero la idea es ésa: defender muy alto, en campo contrario, y sobre todo, desajustar al rival a través del balón.

 

¿Hay que ser siempre fiel a ese estilo?

Uno va aprendiendo con el ensayo-error y la experiencia. Y este año me ha venido muy bien para saber que a veces hay que adaptarse a las circunstancias. Tras el partido de Copa en Los Arcos contra el Girona, hablé con Míchel, al que por cierto, han destituido un par de veces y mira dónde está ahora. Y me dijo que analizando a nuestro equipo, teníamos problemas a la espalda de nuestros centrales. Y que él también jugaba de esa forma, pero que se había ido fijando cada vez más en el perfil de los centrales con los que él jugaba. Porque si tenía dos centrales lentos, era una temeridad llevar su idea de juego al extremo. Ese aprendizaje me lo ha dado mucho este año.

 

Cada vez se arriesga más en el fútbol de toda Europa.

Así es. También el jugador es cada vez más rápido y mucho más fuerte, y eso te da para jugar con líneas muy altas. Cualquier equipo trata ya de jugar así. Por ejemplo, el Leicester de Maresca en la segunda división inglesa está practicando ese juego, que no era nada típico en ese club, y van líderes destacados. En la Premier han llegado entrenadores de fuera, se han abierto a otras ideas y han ido cambiando su filosofía de juego. En Inglaterra ya tienes a muchos equipos que intentan defenderse y atacar a través del balón.

 

El físico está pasando a ser cada vez más importante, también para jugar así. Difícilmente un central lento puede jugar así de adelantado, con 50 metros a su espalda.

Sí. Primero, la presión tras pérdida tiene que ser muy agresiva, para que ese primer pase no te coja la espalda cuando tú tienes la defensa adelantada. Y luego hay una cosa muy importante: avanzar con el balón te permite tener las líneas juntas. Y entonces esa presión tras pérdida, estando juntos, es más sencilla. A la vez, asociarte también es más fácil. Pero hoy día, si no tienes defensas que sean rápidos al espacio, es muy difícil esa forma de jugar. Ahora los físicos de los jugadores parecen hechos por ordenador. Yo estoy convencido de que no podría jugar en este fútbol. Juegas contra un filial que tiene críos de 17 años, y ya son bestias. Son animales que yendo al choque tiran a jugadores de 30 años.

 

Un puesto específico que tú conoces bien: el de lateral. No se le da mucha importancia.

El otro día leí a un entrenador que decía que el fútbol va a tender a jugarse con cuatro centrales atrás. O sea, que vamos a acabar jugando con dos laterales que sean centrales. Para ganar duelos, ser muy fuertes en defensa y ya luego jugar ‘alegres’ a partir del centro del campo. También hay muchos entrenadores que optan por que uno de los laterales sea central, y que la salida del balón sea con tres. Pero es verdad que cuando yo jugaba, el lateral sólo se dedicaba a subir y bajar la banda. Y ahora, los entrenadores les exigimos a nuestros laterales que se metan por dentro, que incluso se coloquen de pivote en algunas situaciones, o que se pongan de mediapuntas, como hace el Girona con su lateral izquierdo, Miguel Gutiérrez. El fútbol ha evolucionado mucho, y uno de los puestos donde más ha evolucionado es el de lateral. De hecho, yo me recuerdo de lateral y pienso: mis funciones eran muy básicas.

 

No me digas nombres, pero seguro que cuando eras jugador y llegaba un entrenador nuevo, te desmoralizabas a veces en cuanto os contaba a lo que ibais a jugar

Seguro. Hay entrenadores que me han servido para forjarme, pero otros me han servido para saber lo que no hay que hacer, que también es importante. Cuando eres jugador, tu juicio sobre el entrenador es un poco sesgado. El egoísmo del futbolista hace que el entrenador sea mejor o peor en función de si juegas los domingos o no. Y no lo ves con los mismos ojos si no te pone. En perspectiva, hay entrenadores que me llamaban mucho la atención entonces, y ahora veo que eran más básicos. Y al revés: algunos que no me gustaban, ahora sí los valoro. Por ejemplo, Fernando Vázquez, al que tuve en el Valladolid en la 2003/2004. Yo con él no jugaba, y mi impresión sobre él no era buena en aquel momento. Pero en perspectiva, recuerdo que hacíamos trabajos propios de un evolucionado a su tiempo. Eso lo ves con los años. En el momento, te ciega tu situación personal.

 

Hablabas antes de José Manuel Aira, del que fuiste su segundo entrenador tanto en el Murcia como en otros equipos. Probablemente, con los datos en la mano, es el mejor entrenador del Murcia desde el descenso administrativo.

Aira no está todo lo valorado que merece, porque su perfil es bajo. Es un hombre humilde, tranquilo, no escribe en redes sociales. Hoy día, si no pones tuits a favor de la afición, vendes menos. Él vende con su trabajo, con su implicación, con su dedicación. Es un tío super preparado. Salvo alguna temporada donde no salieron las cosas, como en Marbella, generalmente ha hecho muy buenos años. Ahora está muy bien valorado en el Alavés B. Es de esos entrenadores con los que da gusto trabajar. A nivel del día a día, es con quien más he aprendido. Es una pena, porque el fútbol va a veces de venderse y no de verdadera capacidad, cuando él es un entrenador super capaz.

 

Háblame de dos jugadores con los que has coincidido como futbolista: Baraja en el Atlético B y Víctor en el Valladolid.

Justo cuando yo subo al Atlético B, Rubén Baraja estaba ya alternando el filial con el primer equipo. Es el jugador que más me ha acojonado en un entrenamiento. Yo venía del Atlético C, y el B estaba en Segunda División. Era un salto de nivel. En una posesión, perdí el balón, y él era tan competitivo que me echó una bronca impresionante. En el Atleti C, si perdías un balón no pasaba nada. Pero él me hizo darme cuenta de que el B ya era fútbol profesional. Era un tío con mucho carácter. Y en cuanto a Víctor, era talento. Él era el Valladolid. Un jugador de calle, de esos que ya no quedan. Salía a jugar y no sentía presión absolutamente por nada. El día antes del partido, algunos nos quedábamos tirando faltas en el entrenamiento, pero él se iba a la banda y nunca tiraba. Desde allí nos gritaba riéndose: “Tirad faltas, tirad, que mañana en el partido las voy a tirar todas yo”.

 


El mejor entrenador que has tenido

Mendilíbar ha sido muy bueno. Sobre todo en gestión de grupo. Apostaba por la simplicidad, sacando el máximo rendimiento de lo que tenía. Es un tío muy llano, que va de frente, nunca engañará a nadie. Es de esa gente con la que da gusto compartir vestuario. Tiene una idea de fútbol que comparto en muchos aspectos: la línea muy alta, ser agresivos, ir a campo contrario, robar lejos. Le daba igual que jugáramos contra el Madrid, siempre hacíamos lo mismo. Él decía que prefería perder un día 7-0 contra el Barcelona pero no perder la identidad, antes que perder siete partidos por 1-0 perdiendo tu sello. Entonces, como él tenía muy claro que cuando jugabas contra el Madrid o el Barcelona lo normal era perder, pues decía: muero con mi idea.

 

¿Es verdad que Mendilíbar es un obsesionado de los centros al área?

Todo eran centros. Al final Mendilíbar era: presión alta, saltar como locos a por el rival a recuperar el balón, y entonces centrar, ya fuera desde tres cuartos, desde el córner, desde el banquillo, desde donde fuera. El balón tenía que acabar en el área. Y un balón en el área siempre es un problema para el rival.

 

La temporada 2006/2007 que nosotros ascendimos a Primera con Lucas Alcaraz, ese Valladolid de Mendilíbar acaba campeón destacado con una racha increíble de partidos sin perder

Fueron 27 partidos seguidos sin perder, y de esos, ganamos 22. En plena racha, hubo un partido en El Ejido en que íbamos perdiendo 2-0, jugando una primera parte horrible. Y acabamos ganando 2-3 porque estábamos en esa inercia de que ya daba igual lo que hiciéramos. Sabíamos que íbamos a ganar. Ascendimos en Tenerife en abril, y estuvimos toda la semana de fiesta. Entonces en la jornada siguiente vino el Murcia de Lucas Alcaraz a Zorrilla, jugándose ellos el ascenso, y empatamos 1-1 después de que esa semana prácticamente ni habíamos entrenado. Era inercia.

 

Descríbele cómo eras como jugador a un aficionado del Murcia muy joven que no te haya conocido

A nivel defensivo, me costaba. No era excesivamente rápido. Muchos duelos los ganaba por listo y por la experiencia de los años de chocar trayectorias, más que por velocidad. Yo intentaba defender, subir, llegar y centrar. Lo que sí tenía, y eso sí me lo valoraron, es que no me pesaba la responsabilidad en momentos difíciles. Con Mendilíbar a veces jugaba y a veces no, pero en dos temporadas consecutivas nos jugamos el descenso en la última jornada, una en el Villamarín y otra en Huelva, y en esos dos partidos me puso de titular porque decía que en esos días no me pesaba la presión.

 

Eras muy listo para colocarte en el balón parado, sin ser muy alto

Eso se lo digo mucho a los jugadores ahora: no es tan importante la altura como el ‘timing’ de cuándo se produce el golpeo, cuándo moverte y la intuición. Víctor Fernández no medía más de 1,70. Pues no he visto un jugador que ganara más segundas jugadas que él, porque tenía intuición. El fútbol va a veces de eso.

 

¿Notas que el tratamiento del fútbol es cada vez más superficial? La Liga, el marketing, incluso los medios de comunicación. Las noticias que nos venden, las tonterías en las que quieren que pinchemos. No les gusta el fútbol.

Es lo que vende hoy día: mucha salsa rosa, mucha pérdida de tiempo en hablar de los árbitros, en vez de hablar del juego. De las preguntas que nos hacen a los entrenadores, ninguna es de fútbol. Y ni siquiera sé si a la gente le llega a interesar que se hable de fútbol. Les hemos vendido un producto en el que lo único que importa es que ganes, y ya está.

 

¿Qué entrenador actual te gusta?

El Tottenham de Postecoglou me gusta mucho. Lo que hacen sus laterales es increíble: se meten por dentro, por fuera, de mediapuntas… miras atrás y sólo hay dos jugadores, los centrales. Pero actualmente, si me tengo que quedar con uno, es con Roberto De Zerbi, del Brighton. Es un pedazo de entrenador. Hay muy buenos entrenadores, también en España. Por ejemplo, Éder Sarabia, en el Andorra. Este año está abajo, pero no por eso es peor entrenador. Tiene una idea de juego muy buena. Me gusta mucho cómo sus centrales se paran y pisan el balón esperando a que salte el delantero a la presión. En el estilo opuesto, el Cholo Simeone también me parece una bendición para el fútbol. Ese tipo de entrenadores, que llevan tantos años sacando rendimiento a unos jugadores, son la leche. No hay que hacer buenos o malos a los entrenadores sólo porque te guste un tipo de fútbol. Marcelino, que ahora no está ganando, me parece un gran entrenador. También Unai Emery. En España tenemos de los mejores entrenadores del mundo.

 


¿Crees que la pasión es fundamental para persuadir al futbolista?

Es uno de los mensajes que transmito a mis jugadores: la pasión es lo que mueve todo. Si no tienes pasión, es mejor que te quedes en casa. Los años de jugador, de entrenador o de cualquier profesión, pasan, y luego te arrepientes de lo que no has hecho con pasión. De hecho, yo me arrepiento de alguna situación que he tenido siendo jugador. Podrás tener una idea de fútbol u otra, pero si la transmites con pasión, es más fácil que llegue al jugador y crea en ti. La pasión se contagia y es algo positivo. Si estás decaído y no lo vives con ilusión, al final no consigues transmitir nada.

 

¿No crees que Nueva Condomina se adapta precisamente a que el Murcia se actualice un poco y apueste por ese juego ya más valiente? Aunque se corran más riesgos.

Claro. Además, el Murcia ya está en una división en la que todos los campos son grandes, de hierba natural. Se habla mucho de que Nueva Condomina está maldita, pero para mí es una bendición tener ese campo. Somos la envidia de muchos equipos. Aunque ese estadio también motiva mucho más a los rivales, es verdad. Y a veces no sientes esa cercanía de los aficionados, porque las gradas están lejos, y es un campo demasiado grande. Aunque tengamos 9.000-10.000 espectadores, da la sensación de estar simplemente medio lleno. Pero no creo que el estadio sea excusa o haya tenido que ver en las temporadas de malos resultados.

 

¿Cuál es la solución para el Murcia?

Generar un proyecto en el que no nos pueda la inmediatez. Y es difícil hacerlo, porque la inmediatez es importante para todos. Cuando económicamente no estás bien, tu manera de ingresar dinero es llegar al fútbol profesional y pasar a cobrar mucho más por derechos de televisión. Entiendo que es una necesidad. Pero si se consigue estabilizar la situación económica, como parece que está sucediendo, y a nivel deportivo se da tranquilidad, el Murcia estará ahí. Es difícil ascender en cualquier categoría. El Murcia ha sido históricamente de los importantes para ascender, pero hoy es muy difícil: hay mucha igualdad, todos los equipos tienen medios, tienen dinero, tienen gente preparada. El dinero ayuda a generar plantillas buenas, y así es más fácil que asciendas. Pero las urgencias y la necesidad de inmediatez hacen que a veces sea mucho más difícil. Estoy convencido de que el Murcia va a llegar al fútbol profesional, antes o después. Habrá un año que se dé todo para que ascienda.

 

¿Te parece casualidad que la mayoría de equipos del sureste tengan un mismo patrón? Murcia, Elche, Hércules, incluso Cartagena. Todos chocando y rebotando durante la mayor parte de su historia. Siempre muy por detrás de sus ambiciones.

Tiene que ver mucho con los dueños que se hacen cargo de los clubes de esta zona. El poder llama. El sentarse en un palco llama. Y estoy convencido de que en el norte también. Pero allí es diferente, son lugares donde el arraigo del equipo en la tierra es muy profundo. Allí los presidentes no entran para sacar barriga, cosa que sí se ha visto más por el sur. En el norte hay mayor respeto por el profesional. Aunque también se está perdiendo eso, a nivel general. En Inglaterra pasas diez años en un club y te hacen una estatua. En España, si un jugador está diez años en un mismo club, la gente dice: “¿Qué hace este tío tanto tiempo aquí, chupando del bote? Que se vaya ya”. Ese es el comentario que hacemos muchas veces en este país. Si un año las cosas van mal, hay que cambiarlo todo. Pero es necesario entender que en el deporte, y especialmente en el fútbol, hay años que no son buenos, porque por muy bien que hagas las cosas, a veces no salen.

 

¿Te hace ilusión llegar a entrenar el Murcia?

Yo soy entrenador, y estoy abierto a todo. Evidentemente, entrenar al Murcia sería para mí increíble. Pero uno no se tiene que ir planteando que quiere ser entrenador para llegar a un equipo concreto. Cada uno tiene su camino: si se dan las circunstancias en algún momento, encantado, y si no, que nos vaya bien a los dos. A mí me apasiona mi profesión. De hecho, me apasiona más entrenar que jugar. Es raro. Yo quiero ser feliz y quiero sentir pasión entrenando, ya sea en un equipo de niños, de juveniles, en un Tercera Federación, en Primera División o donde sea. Quiero estar a gusto. Lógicamente, el Murcia es un caramelo y sería un sitio muy bonito para entrenar, sobre todo si consigues éxitos. Si no consigues éxitos, es un sitio duro.

 

¿En algún momento llegaste a estar cerca del banquillo del Murcia?

No. En su día hablaron conmigo para ser director deportivo, hace algunos años. Pero ahora mismo quiero entrenar y es lo que me gusta.

 

¿Notas todo el potencial que tiene hoy día el Murcia?

Lo del Murcia es una barbaridad. Es un transatlántico. La afición se ha rejuvenecido mucho, se engancha muy fácilmente. Los que son murcianistas desde hace tiempo recordarán que ir en mitad de la tabla en Segunda División era un infierno para los jugadores del Murcia. Y hoy día el nivel de exigencia no es el mismo. Me parece algo necesario, porque con la situación económica que ha atravesado el Murcia, haber generado mucha exigencia desde fuera habría hecho mucho daño. Hemos generado un murcianismo sano, muy bonito, y con un potencial por delante de la leche. Es algo increíble: a veces, cuanto peor va el equipo, más gente va al campo.

 

Las dos ciudades de tu vida son Murcia y Valladolid. ¿Hay muchas diferencias entre ambas?

Las hay. La temperatura ya hace que tu carácter sea diferente, ni mejor ni peor, pero diferente. Valladolid es más pequeña, y aunque es una de las ciudades más elitistas de Castilla y León, es muy cercana, muy campechana. En cuanto al público, allí son muy exigentes. Han estado muchos años en Primera División. Pero en el día a día, iba por la calle y era como si no me conocieran. Eran muy respetuosos para hablarte. En Murcia para eso somos más dicharacheros. Aquí somos más pasionales, más extremistas, para lo bueno y para lo malo. No sé si será una cuestión de carácter, de temperatura, o vete a saber.

 

Tu recuerdo más feliz como entrenador

El día del ascenso ves un premio a todo el trabajo que has realizado. Pero también es muy satisfactorio el día a día, ver cómo los jugadores creían en ese modelo de juego. Que futbolistas que nunca habían jugado a eso se abrieran a hacerlo; que los laterales no entendiesen cómo se podían meter por dentro y que luego lo hicieran; notar cómo te miraban cuando dabas una charla.

Malo


Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 1; Atlético de Madrid B, 1

Qué malo es el calvo. Qué malo es Sierra. Qué malo es Ferrer. Qué malo es Tocornal. Qué malo es Ibeas. Qué malo es el negrico. Qué malo es Carlos. Qué malo es Brasi. Qué malo es Botella. Qué malo es Eugenio. Qué malo es Costa. Qué malo es Clos. Qué malo es Virgilio. Qué malo es Sierra (otro). Qué malo es Amarillo. Qué malo es Naixes. Qué malo es Soto, qué malo es Mentxaka, qué malo es Roura. Qué malo es Balaguer. Qué malo es Rosagro. Qué malo es el Chato. Qué malo es Etxarri y qué malo es Gallastegi. 

Qué malo es Sigüenza. Qué malo es el zagal. Qué malo es Ramos. Qué malo es Carlos Simón. Qué malo es Matito. Qué malo es Cuxart. Qué malo es Juanma. Qué malo es Ciani. Qué malos son los argentinos. Qué malo es el Chato (otra vez). Qué malo es Tito y qué malo es Ismael y qué malo es Pedro Largo. Qué malo es Richi. Qué malo es Roteta. Qué malo es Fredi. Qué malo es ese portero. Qué malo es Husillos. Qué malo es Marañón. Qué malo es Aureliano. Qué malo es Pulido. Qué malo es Lucas Alcaraz. Qué malo es Ochoa. Qué malo es el negro. Qué malo es Pablo García. Qué malo es Íñigo. Qué malo es De Lucas, qué malo es Movilla. Qué malo es el pelirrojo. Qué malo es Capdevila. Qué malo es Montoro. Qué malo es Xisco Campos. Qué malo es Natalio. Qué malo es José González. 

Qué malo es Kike García, ¿eh?. Qué malo es Borja Bastón. Qué malo es Tagliafico. Qué malo es Saúl Berjón. Qué malo es Mauro dos Santos. Qué malo es Fernando. Qué malo es Gerard Oliva. Qué malo es Isi. Qué malo es Aira. Qué malo es José Ruiz. Qué malo es Paris Adot. Qué malo es Sanlúcar. Qué malo es Fran Carnicer. Qué malo es Manel. Qué malo es Jeisson. Y qué malo es Algar. Qué malo es Edu Luna. Qué malo es Dorrio. Qué malo es Andy. Qué malo es Adrián. Qué malo es Marcos Mendes. 

Qué malo es Saura. Qué malo es Mario Simón. Qué malo es Boris. Qué malo es Arnau Solà. Qué malo es Miku. Qué malo es Aguza. Qué malo es Alfon. Qué malo es Munúa. Qué malo es el portero este. Qué malo es Marc Baró. Qué malo es Montoro (otra vez). Qué malo es Rojas. Qué malo es Recio. Qué malo es Pablo Alfaro. Qué malo.

Qué malo es. Qué malo. Qué malo. Qué malo. Qué malo.

Qué malo.


Real Murcia: Manu García; José Ruiz, Alberto González, Víctor Rofino, Marc Baro; Larrea, Imanol Alonso (Dani Vega, 75'); Pedro León (Rodri Ríos, 75'), Álex Rubio (Isi Gómez, 46' (Tomas Pina, 60')), Carlos Rojas (Carmona, 90'), y Carrillo.

Gol: De su autor -Carrillo, 81'- se ha opinado que es malo.


Ansiedad

Manolo Molina Reinaldos, en una imagen de archivo.


Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 1; Málaga CF, 4

Parece un chiste, pero no lo es. Están tres murcianos, un asturiano y un vitoriano en una sidrería y uno de ellos se pide un tercio de cerveza entre culín y culín de sidra. ¿Cuál de los tres murcianos ha sido? El chiste, que no lo es, sucedió en Oviedo, a principios de este siglo, cuando viajar a Asturias a ver al Murcia era una de esas cosas tan habituales que llegas a pensar que sucederá siempre. Asturias es el copón, en todos los sentidos. Cuando veo el VAR se me quitan las ganas de ascender al fútbol profesional, pero con qué fuerza regresan las ganas cuando pienso en volver a ver al Murcia en Asturias. El chiste, que no lo es, continúa, aunque siga sin tener gracia: cuando le trajeron el tercio al murciano, un tercio bien fresco, brillante, casi sonriente, los otros dos murcianos se pidieron otro, CLARO. Es lo que hay, supongo. No sé bien si el fútbol es así, pero nosotros sí somos así: ansiosos, impacientes, alterados incluso con el vaso medio lleno, por si en algún segundo en la barra de un bar nos quedamos sin cerveza y el camarero está liado. Somos ansia viva, yo el primero. Y el problema, lo enfermizo, no es la preocupación cuando la cerveza se está acabando, sino la inquietud por que se acabe incluso cuando tienes el vaso lleno. ¿Quién no se ha pedido a veces dos o tres cañas de una simplemente por miedo a querer otra y no poder tenerla en sus manos? El síndrome del folio en blanco del escritor se convierte en síndrome del vaso vacío para el murciano. ¿Podemos controlar nuestra ansiedad? ¿Podemos intentar al menos moderar eso que culturalmente somos? Pinta mal. Al contrario, los nuevos tiempos creo que están empujando al resto del mundo a la ansiedad murciana; los nuevos tiempos conllevan que la impaciencia y el ansia se instalen en nosotros como una app. El chiste, por cierto, acaba con cierta gracia: el tercio estaba espantoso, claro, entre sidra y sidra, y la sidra casi peor, amarga y acervezada. La vida avanza rápido, cada vez más rápido, y tal vez por eso nos precipitamos detrás de ella, nerviosos, siempre con prisa, por si se nos escapa del todo. Pero quizá por eso la única manera de pararla sea frenando nosotros. Pisar el balón en el centro del campo, hacer esa pausa para que todo tenga un poco de sentido. Disfrutar del tiempo entre culín y culín de sidra.

La selección de Brasil ha tenido el mejor equipo del mundo en los últimos diez años, al menos uno de los dos mejores, y probablemente los mejores jugadores, pero sólo hay que ver la cara de sus jugadores mientras suena el himno nacional para saber que así es muy difícil ganar. O su cara cuando saltan al campo, o cuando esperan el pitido inicial: lloran, rezan, invocan a sus dioses, sienten la presión de 200 millones de brasileños que, desde casa, lloran, rezan e invocan a sus dioses, en un grado de histeria tan increíble que incapacita para ganar un Mundial. Así es muy difícil jugar. El Real Zaragoza ha tenido equipos mejores y peores, algunos no muy buenos, la verdad, pero en estos diez años en Segunda apenas se ha podido acercar al ascenso dos o tres veces. Necesitan subir más que nadie, y tienen más ganas de subir que nadie. Pero todo argumento futbolístico queda relegado ante esa presión de la quinta ciudad de España por subir. Cualquier jugador de Segunda será peor en Zaragoza; cualquier portero parará algo menos en Zaragoza que en otro sitio. Son tiempos de ansiedad y por eso son tiempos de equipos mierdas (con perdón), de getafes, gironas y villarreales, de equipos que ni sienten ni padecen (con perdón), por los que apenas nadie reza o llora. Qué tranquilos juegan, los cabrones. Qué fácil se pone el balón en la escuadra en Girona. Y qué jodida es la ansiedad.

El Murcia recibía al Málaga en otro ambiente espléndido, y cada vez más sorprendente: el murcianismo ya no necesita que le regalen entradas para meter más de 20.000 tíos en tercera categoría en mitad de temporada. El Murcia lleva camino de derrotar pronto a su peor enemigo, esa deuda que lo tumbó varias veces y casi lo mata. Pero aún le queda otro fantasma clásico e infatigable, su compañero del alma, tal vez su esencia: la ansiedad. Y ese enemigo no se cura con inyecciones de millones de euros, al contrario, eso parece reforzarlo. No se puede querer subir tanto, es malo querer subir tanto. No se puede querer subir en verano, ni se puede querer subir a Primera antes de subir a Segunda. La ansiedad de Murcia, la de sus simpatizantes y el entorno mediático (“ya está bien de estar en el pozo”, “somos la séptima ciudad de España”, “esta afición merece mucho más”) no ayudará jamás a lo que pretende, al contrario. No es extraño que el equipo se contagie de esa ansiedad en los partidos más decisivos, en casa, cuando más gente transmite esa presión añadida. No se puede jugar así al fútbol, es algo que ya sentimos en aquellos primeros playoff tras el destierro a la B. Sólo una vez dominamos esa ansiedad: precisamente cuando se dejó trabajar a Manolo Molina y a Mario Simón el año del ascenso. Y se dejó trabajar un poco de milagro, entre andanadas continuas desde dentro del club y gruñidos de la grada. Al año siguiente, a pesar de ser recién ascendidos, la ansiedad creció: había que seguir subiendo. Entonces las cuchilladas internas hastiaron a Molina (ay, Manolo, no te imaginas lo que te echamos de menos) y Simón volvió a ser crucificado en cada derrota. Se puso el listón en el ascenso directo, en generarnos esa presión absurda, y el resultado fue que el extraordinario sexto puesto fue juzgado con severidad y terminó sentenciando a Simón. Y este año, con dinero por fin, estábamos condenados a la ansiedad. Lo sabíamos. Lo teníamos claro. Pero hemos ido incluso más allá de lo esperado.

Este año el Murcia lleva camino de encontrar un lugar destacado en algún manual de psicología, acaso en algún caso práctico de la Universidad de Wisconsin. Este año, lejos de apostar por un proyecto serio que consolidara la trayectoria ascendente, se volvía a la senda del suenaflautismo (genial concepto creado y desarrollado por Gavin Pearce), del aficionado metido a manager de PC fútbol, de garantizar ascensos, de creernos los mejores, de meternos presión a nosotros mismos. Error. Nadie gana así en el fútbol actual. Y mira que el tipo que se ha hecho con el club invitaba a soñar con todo lo contrario. Un cordobés sereno, del norte de Córdoba además, casi manchego, con un aire frío que recuerda a Tommy Lee Jones persiguiendo a Harrison Ford; un tipo moderado y tranquilo, que en Leganés parecía llevar al club con templanza budista, y declara apostar por el camino tranquilo, el único que funciona en fútbol, el que concibe que la pelota no es seguro que entre en la portería. Pero ni así. El cordobés más sereno, el Buda de Leganés, ha llegado a Murcia y en unas semanas parece haberse contagiado hasta las cejas por la ansiedad murciana, por el ruido más tóxico del murcianismo. Primero, armando una plantilla completamente nueva, algo rocambolesco en un equipo que había funcionado bien, e incluso muy bien, hasta el mes de mayo. Error. Y segundo, y quizá más sorprendente en Felipe, despidiendo a un entrenador que, a pesar de tener que hacer un equipo desde cero, comenzó en pocas jornadas a conseguir resultados con una eficacia impresionante. ¿Alguien en la historia del fútbol ha despedido a un entrenador después de ganar por 1-0 cuatro de sus seis últimos partidos? Ojo con eso. Hay que ser muy valiente para largar a un entrenador que estaba a dos puntos del cuarto, para largar a un entrenador más por sensaciones que por puntos. Y a ver quién baja ahora el listón de los ansiosos, volviendo a pretemporada en el mes de diciembre, y con seis o siete sanluqueños rugiendo como diablos por abajo, sabiendo que bajan cinco. A ver quién rebaja esta espiral, en un clima tan adverso, que ya no sabe adónde disparar, con la ansiedad de copiloto y el entorno exigiendo otros diez fichajes en invierno, como si el problema fuera ese, como si el problema fuera de jugadores, de entrenador, de fútbol. Error. El problema vuelve a ser el de siempre: la ansiedad. Y quizá la única solución sea la opuesta. Tener confianza en los que hay, dejar crecer al equipo con Pablo Alfaro, arropar a los nuestros, e intentar alcanzar la senda de aquel año del ascenso, con un vestuario tranquilo, unido, comprometido y que salga a jugar al fútbol con la presión justa. Jugar tranquilos, rebajar esta absurda presión autoimpuesta y disfrutar un poco de la vida sin deuda, sin cortoplacismos, sin ansiedades.

Creo que he empezado esto con algo que parecía un chiste malo y lo voy a terminar con algo que parece un sueño imposible. Están Felipe Moreno y Manolo Molina en una sidrería tomando culines. Y, entre culín y culín, se ponen a armar el mejor Murcia de la historia. Sin tiempos, sin presión. Sin un tercio de cerveza, por supuesto. No tienen prisa. Ni siquiera hablan de ascensos. Sólo hablan de llegar a ser lo que nunca hemos sido, un equipo admirable, con identidad propia, con futuro. 


Real Murcia: Manu García; Sergio Santos (Zalaya, 68'), Alberto González, Marcos Mauro, Andrés López; Imanol, Isi Gómez (Tomás Pina, 45'); Arturo (Rodri Ríos, 58'), Guarrotxena, Dani Vega (Pedro León, 58'); y Carrillo.
Gol: Guarrotxena (1' sin ansiedad, qué bárbaro, cómo tira los penaltis el tío).

Hola, hola


Oliva B (@beandtuit)
Ibiza - ; Real Murcia -

1.     Amanecía el domingo algo confuso, con un hola, hola que tenía un aire de adiós, o tal vez era con un adiós que recordaba demasiado a un hola, hola, no estaba claro; todo depende siempre de quién te lo cuente. Había muerto Pepe Domingo y con él de repente se marchaba casi una época, una manera de hacer radio; quizá con él se empezaba a marchar definitivamente la radio, al menos aquella que conocimos. [Qué mal ha sonado siempre cualquier intento de hacer la función de Pepe Domingo Castaño, qué manera de reinventar algo para lo que será insustituible]. Se marchaba Pepe Domingo, la persona y también el personaje, el de los goles, el de la emoción, el del espectáculo; el que conseguía que una motosierra pudiera sentirse especial, el que celebraba cada minuto del domingo como si no existieran los lunes, sin necesidad de opinar de todo (ni de nada), ni de criticar, ni de despreciar a nadie. La cara amable, la manera afectuosa de ver las cosas, tan necesaria siempre en un mundo en el que las hostias ya llegan solas. Cuánto buen rollo le debemos a esa persona que había detrás del personaje, cuántas sonrisas tontas en tardes de soledad o de resaca o de desesperanza o de todo eso junto. Si nuestra vida se resumiera concentrada en 24 horas, en algún momento sonaría una cuña cantada por Pepe Domingo. No lo volveremos a escuchar, pero lo seguiremos escuchando. Ante lo inevitable del adiós, no se me ocurre una mejor manera de tomarse la vida que con ese hola, hola constante, cariñoso, acogedor.

2.    En el penúltimo capítulo de la primera temporada de la serie documental ‘Welcome to Wrexham’, la autora canadiense Liz Plank cuenta que durante la pandemia preguntó a muchos hombres, como experimento social, qué era lo que más echaban de menos del deporte en aquellos meses en los que desapareció por completo. No tardó en averiguar la respuesta: el primero al que se lo preguntó, dice, derramó una lágrima mientras respondía “hablar de ello con mi padre”. Lo que más echamos de menos, concluye Plank, no tenía nada que ver con el deporte en sí, sino con las relaciones que se establecen gracias al deporte. La pandemia nos desvelaba el gran secreto del hincha, lo que siempre hemos sospechado casi sin saberlo: el fútbol es una excusa. La serie, aparentemente sobre fútbol, trata sobre la pasión y el amor, sobre la tristeza, sobre la ambición, sobre los tropiezos y la desilusión, sobre los sueños de una gloria menor, sobre el compañerismo y la amistad que despierta y desata el Wrexham, el sexto club más antiguo del mundo, y cómo viven sus hinchas esa pasión en esta pequeña ciudad del norte de Gales tras la (sorprendente) compra del club por parte de los actores estadounidenses Rob McElhenney y Ryan Reynolds. La serie también muestra el proceso que viven los actores, americanos de pura cepa algo ajenos al fútbol y más aún a la manera británica de vivirlo, para convertirse en hinchas, ese enamoramiento, esa manera de atrapar y de comenzar a sentir algo diferente, ese cosquilleo, que normalmente suele heredarse y explicarse desde las raíces, pero que también puede atravesarte en cualquier momento y sin más explicación, como el amor. La serie, aparentemente sobre fútbol, termina reconciliándote con el fútbol, incluso con ese fútbol actual hundido en el fango del dinero sucio procedente de estados sin derechos humanos y en la mierda de tantos Rubiales sin destapar; en esa mierda que permite que un personaje tan canalla y zafio como Luis Rubiales pueda haber alcanzado una responsabilidad así. Ese fútbol actual hundido en el fango, pero en el que el dinero de McElhenney y Reynolds, el mismo dinero que hará posible el éxito deportivo del Wrexham, hace posible también, al menos, una serie para recordarnos que hay cosas mucho más importantes que el dinero.

3.   De modo que durante la pandemia nadie echaba de menos ganar, según el estudio de la autora canadiense, y nosotros lo volvimos a recordar este domingo, en el no-partido de Ibiza: lo peor de la vida no es perder, sino dejar de jugar. Para el murcianismo, dejar de jugar para siempre ha sido una amenaza durante demasiados años, y quizá por eso cualquier suspensión nos desconcierta aún más. Y así amaneció este domingo, como en silencio, apagado, confuso, sin la ilusión de que el Murcia jugara a las 12, aunque perdiera, pijo. Durante la pandemia, cuenta Plank, nadie echaba de menos ganar, y eso que creíamos que el deporte se trataba de ganar. Pero ahora parece que lo hemos olvidado, como casi todo lo que vivimos en la pandemia, al menos en Murcia. La sed de ganar ha vuelto a sacudir a la ciudad perdedora. De ganar a cualquier precio, de ganar como sea, aunque haya que vender el alma que salvó al equipo; de ganar, de ascender cuanto antes, que ya está bien, de garantizar (sic) el ascenso, y si para eso hay que fichar a 24, se ficha a 24. Como si tienen que ser 54. En el primer partido en casa frente al Córdoba, nuestro exjugador Alberto Toril, ahora en las filas del rival, saltó al césped poco antes del partido y buscó con la mirada a algún excompañero a quien saludar: no tuvo esa suerte. Fue como si hubiera saltado al campo del AEK de Atenas y no del equipo en el que jugó hace apenas tres meses. Por suerte, pudo saludar a los empleados del club, a Morote, a Pereñíguez; por suerte hay un vínculo, un alma que no peligra, o no de momento, mientras ningún lumbreras le diga al presidente que hay un Pereñíguez nuevo, acaso en el Algeciras, que nos garantizará el ascenso desde la banda. Fichar a 24 jugadores es un sinsentido, se consiga el ascenso o no, ojo. Tiene sentido recuperar a Arturo y a Carrillo, todo el sentido del mundo; tiene sentido que vuelva José Ruiz, o reforzar con un buen central y un mediocentro con oficio, o apostar por un goleador. Pero no tiene ningún sentido que Toril no pudiera abrazar a Armando, a Casado o a Julio Gracia. Aunque ganemos todos los partidos. (Que puede que no sea el caso). Ganar es sólo lo más importante de las cosas que no son importantes. El próximo año, o en algún momento, deberíamos mirar por una vez algo más a lo importante.

4.   No perdimos en Ibiza, ni ganamos. No jugó el domingo el Murcia, fue un domingo que se quedó silencioso y confuso, el domingo en el que un hola, hola parecía un adiós. El domingo en el que un adiós recordó mucho a un hola, hola. En el final de ese mismo capítulo de ‘Welcome to Wrexham’, en el que se indaga en esos vínculos personales que nos empujan a querer tanto el deporte, uno de los nuevos dueños del Wrexham, Rob McElhenney, recuerda los días en los que, al volver del instituto, jugaba al baloncesto con su padre. Cuenta el actor cómo intentaba vencer a su padre, que nunca le dejaba ganar porque es lo normal, a lo que nos impulsa el instinto, jugamos para competir, para ganar. Es mucho más tarde, años después, dice el actor, cuando te cuestionas todo eso, cuando te preguntas a quién cojones le importa quién gana un partido. “No recuerdo ningún partido en especial”, dice después McElhenney, y agacha un momento la mirada, emocionado, antes de volver a hablar a la cámara. “Sólo recuerdo jugar con mi padre”.


Cases, el cromo dorado de la Vega Baja


Luis María Valero

A lo tonto, Oliver y Benji nos enseñó a querer a las figuras de equipos que pasaban por ahí ocasionalmente. Oliver jugaba contra no se sabe qué equipo, y todo en ese rival era una planicie de jugadores robóticos con el mismo peinado, entrenados por algún Bordalás que se empeñaba en joder el episodio con un 5-4-1 asfixiante. Pero no bastaba un equipo-ejército para ganarle a Oliver o al menos estar muy cerca, se necesitaba también un líder, un genio, alguien que marcase la diferencia de verdad. En esos equipos difusos de extrarradios japoneses brotaba entonces el milagro: un todocampista taquicárdico que llevaba loco al 112, unos gemelos fugados del circo de Ángel Cristo, un mediapunta lector de Verlaine, o un carnicero recién salido del orfanato, al que los árbitros respetaban profundamente. Alguien especial a quien se amarraban compañeros, aficionados e incluso el Bordalás de turno. ¿O es que creéis que Valerón no jugaría con Bordalás? Durante muchos años, José María Cases Hernández (Orihuela, 23 de noviembre de 1986) ha sido el cromo dorado del Orihuela y por tanto de la Vega Baja, esa figura especial como de dibujos animados, porque también su fútbol era así. Sus compañeros eran todos morenos con el mismo peinado, parapetados tras el diferente, el rubio, el bueno. Cualquier Orihuela era un buen Orihuela si Cases jugaba ahí arriba. Entonces el fútbol se hacía simple: consistía en darle el balón y esperar a ver lo que se le ocurría. Para el Murcia era un clásico redescubrirle en cada amistoso de pretemporada en Los Arcos: “Otra vez ese Cases, el mismo de siempre, ése que no terminamos de fichar ningún año”. Hay muchos Cases en Orihuela, pero a éste se le distinguía fácil. Allí donde estuvo siempre desempeñó el mismo papel: el que encaraba y se iba. El que desequilibraba lo equilibrado. El diferente. El rubio. El bueno.


¿Cómo es Orihuela?

Para mí es una ciudad increíble para vivir, muy cómoda. Puedes ir andando a cualquier lado. Conoces a casi todo el mundo. Tiene un muy buen clima, aunque ahora haga más calor de la cuenta. Tenemos muy cerca Alicante, Murcia y Elche, tenemos el mar a un paso. El único problema que tiene Orihuela es que si estuviste allí hace 30 años y vuelves ahora, piensas que no ha pasado el tiempo. Pero bueno… Eso son cosas que no dependen de la gente, sino de los que dirigen.

 

¿Cómo son los oriolanos?

Somos muy orgullosos. Nos encantan nuestros Moros y Cristianos, nuestra Semana Santa, y nunca dejamos que venga alguien de fuera a criticar nuestra tierra. Ya la criticaremos nosotros, pero tú no vengas de fuera a criticarla.

 

Hay gente que dice que Orihuela es murciana. Yo digo que la Vega Baja tiene su personalidad propia

Estoy contigo. Ni nos sentimos murcianos ni nos sentimos alicantinos. Somos de la Vega Baja, que tiene sus propias particularidades y una idiosincrasia especial (risas). Somos gente en tierra de nadie. Algunos tiran más hacia Alicante y otros tiran más hacia Murcia, pero somos simplemente de la Vega Baja.



En tiempos de reguetón, tú eres de Calamaro

Escucho mucha música indie, y sobre todo en castellano. Me encanta Leiva. Pero si tengo que elegir un cantante favorito a lo largo de los años es Andrés Calamaro. Mis hermanos escuchaban Los Rodríguez en casa, y yo siendo pequeño ya me he criado con su música. A partir de ahí, he ido a sus conciertos siempre que he podido. Recuerdo un concierto impresionante en la plaza de toros de Murcia. Son muchos años y muchas canciones, me gustan especialmente ‘Crímenes perfectos’ y ‘Te quiero igual’. Otra de mis favoritas es un tema que canta Calamaro con Coque Malla, de Los Ronaldos: ‘Tú sólo piensa en ti’. La solía escuchar antes de jugar los partidos.


¿Qué opinas de la moda de hacerse foto en el vestuario tras cada victoria?

Ni me gusta eso ni me gusta el tuit de cada jugador después del partido dando las gracias a la afición tanto si han ganado como si han perdido. Todas esas tonterías no me gustan mucho. Ha cambiado un poco el fútbol, y te lo tienes que comer. Cuando volví a jugar a España ya estaba instaurado lo de la foto en el vestuario después de cada victoria, y al principio yo no me ponía, porque no me gustaba. Pero bueno, supongo que es una forma de hacer ver que el equipo está unido, y si no sales en la foto, se te mira mal. En fin, que haga cada uno lo que quiera, y que se intente vender el menor humo posible. 


¿Te habría gustado jugar en el Murcia?

Me habría encantado, pero nunca tuve la más mínima opción. Estuve cerca del UCAM, pero ese equipo sí que no me decía nada (risas).




¿Qué campo, qué patio o qué calle es la sede del fútbol de tu infancia?

La pista de futbito del Colegio Desamparados de Orihuela. Yo iba a ese colegio porque mi madre era maestra allí. Cuando llegábamos por la mañana, ya bajaba del coche con el balón en los pies. Siempre que no estaba en clase, jugaba al fútbol. Nos quedábamos a mediodía en el comedor, así que después del turno de clases de la mañana y antes de que empezaran las clases de la tarde, jugábamos en esa pista. Pero claro, jugábamos siempre que nos dejaran los mayores, porque había una pista y jugaban los mejores. Lo que pasa es que ya desde pequeño, los mayores querían que jugara con ellos. Recuerdo que, tras el comedor, cuando sonaba la campana a las 15:30 para entrar de nuevo a clase, yo subía chorreando de sudor. Los maestros se enfadaban, pero jugar al fútbol era lo primero.

 

Cuando en esa pista del colegio había que pedir a los integrantes del equipo, ¿Siempre te solían elegir el primero? ¿Te ponías de delantero en esos partidos?

Al principio, cuando era pequeño, pedían primero a los más mayores. No me pedían el último, pero es que era mucho más pequeño que todos los demás. Ahí jugabas sin posiciones definidas, eras todoterreno. Me gustaba más jugar de delantero, pero jugaba por todo el campo. Era una pista de fútbol sala pero parecía el Bernabéu. Corrías como si fuera el último partido de tu vida.

 

¿Ya de niño había alguna jugada concreta que era algo así como tu ‘especialidad’?

Nunca he sido mucho de regates y filigranas… aunque sí más de taconazos. Yo era de conducir rápido el balón e ir pasando a los contrarios. Si tengo que decir un regate, diría la ruleta que solía hacer Zidane. O sea, la pisas con una pierna, te giras y la pisas con la otra. Ese ha sido siempre mi regate favorito, y lo hice bastantes veces en el fútbol profesional. Es un recurso muy bueno cuando estás entre dos jugadores. Pero nunca he sido de hacer regates muy espectaculares.

 

Hazme una arqueología de los Cases y el fútbol: lo que significa el fútbol en tu familia, y quiénes habéis jugado al fútbol

Desde que tengo memoria, el fútbol ha estado en mi casa. A mi padre incluso le llaman Kubala en Orihuela, y la verdad que no sé por qué. Será por el parecido físico, porque no jugó al fútbol más allá de juveniles. Desde pequeños, mi padre nos llevó al fútbol y nos lo inculcó mucho. Mis hermanos y yo íbamos a jugar a Bigastro, porque no había escuela de fútbol en Orihuela. Mi hermano mayor, Manolo, que era delantero, se fue al Juvenil de División de Honor del Valencia con 17 años. Ese mismo verano, mi padre fue a verle en pretemporada, y Javier Subirats, director de las categorías inferiores del Valencia, le preguntó si mi hermano Roberto, portero, podía ir al día siguiente a jugar un partido con el Valencia cadete, porque se les había lesionado el titular. Mi padre cogió el coche, se vino a Orihuela, recogió a Roberto y lo llevó a Valencia a jugar ese partido. A Roberto le salió el partido de su vida, con unos paradones impresionantes. Así que el Valencia lo firma también ese verano. En casa me quedé yo solo con mis padres. Ahí empieza la saga. Manolo jugó en muchos equipos de Tercera División murciana cuando esa división era muy fuerte: Mar Menor, Águilas… también en el Orihuela o el Hércules, en Segunda B. Luego estuvo en el Jaén, pero ahí se rompe el ligamento cruzado, y muy pronto, con 26 años, deja el fútbol. En cuanto a Roberto, estuvo en el Valencia hasta juveniles, luego firma en el Murcia de División de Honor, Murcia B, y tiene la suerte de ser el tercer portero del Murcia el año del ascenso a Segunda División en Granada, en el año 2000. Luego estuvo en diferentes equipos de Tercera División, como el Abarán, el Orihuela… y también lo dejó pronto. Aunque Roberto es a quien más le gusta el fútbol, es también a quien menos le gustaba jugar. Y ya luego estoy yo. Ah, y también la generación que viene detrás, los hijos de los tres, que ya han empezado y vienen pisando fuerte. Esperemos que continúen la saga.

 

Imagino que de más pequeño sólo jugabas al fútbol por diversión, pero ¿Cuándo empiezas a darte cuenta de que tienes mucho nivel y de que quizás puedes llegar a profesional?

Cuando voy al Villarreal es cuando me doy cuenta de que puedo ser futbolista profesional. Ficho por el Villarreal con 14 años, siendo cadete de primer año. Vinieron a vernos dos ojeadores, y nos ficharon de la Escuela Municipal de Orihuela a tres chicos: a Verza, a un chico de Jacarilla llamado Darío, y a mí. Nos fichan de cara a la temporada siguiente, pero antes, en Semana Santa nos invitan a un torneo para que conozcamos las instalaciones, la ciudad deportiva y la residencia. Y ahí es cuando empiezo a pensar que puedo llegar a ser futbolista. Al final, tú eres bueno en el equipo de tu pueblo, pero no sabes exactamente cuál es tu nivel. Al llegar a Villarreal, me di cuenta de que allí no había nadie mejor que yo. De hecho, tras el primer entrenamiento llamé a mis padres y les dije: aquí soy el mejor.

 



¿Recuerdas ese cambio de irte a Villarreal como muy brusco? ¿Se te hizo duro dejar a tu familia?

Cuando vas unos días allí a entrenar, a jugar un torneo y te vuelves a casa, pues dices: qué chulo, qué guay la residencia, todo lleno de campos de fútbol… Pero eso no es lo real. Lo real llega cuando haces las maletas después de ese verano, pasas dos noches allí, y después de esas dos noches te das cuenta de que eso ya es para siempre. Me fui con Verza y con Darío, pero fue muy complicado. Al final, éramos críos, aunque ni siquiera éramos los más jóvenes. Había niños incluso más pequeños. Te separas de tu familia, ya no está tu madre para cualquier problema. Tenía 14 años, así que el cambio fue duro.

 

¿Qué hace un chico de 14 años por Villarreal? ¿Vivíais en el mismo pueblo?

Vivíamos en la ciudad deportiva, porque allí tienen una residencia rodeada de campos de fútbol. Está a las afueras de Villarreal, con un instituto al lado. Mi vida era ir al instituto por la mañana, comer, entrenar, cenar y a dormir. La calle la pisábamos lo justo. Sólo para ir al pueblo ya teníamos que andar veinte minutos, y a los más niños no nos dejaban ir solos. Se hacía duro.


¿Cómo fue tu evolución en Villarreal?

La primera temporada, la 2001/2002, la disputo con el Juvenil B, en Liga Nacional, aunque alterno algunos partidos con el Cadete, para jugar el Campeonato de España. Y ya la segunda temporada, la 2002/2003, la empiezo con el Juvenil de División de Honor, me suben enseguida al filial, y en enero de 2003 ya empiezo a entrenar habitualmente con el primer equipo. El Villarreal se queda sólo con 18 futbolistas profesionales y con cuatro jugadores de la cantera que hacemos dinámica del primer equipo.

 

Creo que ya debutas en la última jornada de Primera División

En aquel Villarreal que entrenaba Benito Floro había un equipazo. Los jugadores que más me impresionaron fueron Jorge López, Farinós, Víctor y Marcos Senna. Floro nos hizo debutar a Verza y a mí en la última jornada, contra el Betis en casa. Era un lujo entrenar cada día con esa gente. Aprendes mucho cada día, coges un ritmo de entrenamiento espectacular. Fue una experiencia increíble. Al año siguiente llegan Riquelme, Forlán…

 

Por curiosidad: ¿qué fue de ese Darío que se fue al Villarreal con Verza y contigo? Imagino que habrás coincidido con jugadorazos que luego no te has explicado cómo no han llegado a jugar al fútbol. ¿Recuerdas algún caso concreto?

Darío se volvió muy pronto de Villarreal. La primera temporada jugó, pero en juveniles le costó más. Era un fenómeno, un delantero pequeño, muy rápido y muy goleador. Pero se quedó muy pequeño, en cuanto mejoraron los físicos ya no tenía esa velocidad con la que destacaba tanto antes. Estuvo jugando después en Preferente. Está en Jacarilla, donde tiene un negocio familiar. Recuerdo muchos jugadores que apuntaban a jugar en Primera, y luego, por un motivo u otro, no han llegado. Uno que recuerdo especialmente y que iba conmigo a la Selección Española era Oskitz, de la Real Sociedad. Era la perla de esa cantera, todos aseguraban que iba a llegar seguro, y era incluso famoso para esas edades. Era el típico que cogía el balón en medio campo, regateaba a todos y marcaba. Lo veías y pensabas: va a jugar en Primera seguro. Pero luego hay muchos factores que se tienen que alinear para llegar.

 




¿Qué recuerdas de ese partido en el que debutas en Primera? ¿Pudiste dormir la noche de antes? ¿Tocaste muchos balones en esa media hora que jugaste?

Lo recuerdo perfectamente. El día antes, Benito Floro me comunica que voy a debutar. Era la última jornada, el Villarreal ya no se jugaba nada, y como premio a toda la temporada en la que había estado entrenando con el primer equipo, me iba a hacer debutar. La noche anterior costó mucho dormir. Floro me mandó calentar cuando empieza la segunda parte, y jugué media hora más o menos. No tuve mucha incidencia en el juego. Jugué en banda izquierda, y alguna jugada intenté, pero tampoco toqué demasiados balones. Recuerdo las sensaciones de haber cumplido un sueño, de haber llegado a algo por lo que has trabajado mucho. Fue un día muy feliz. Mi familia y mis amigos estaban en la grada, así que fue un recuerdo para toda la vida.

 

¿Qué te dijeron tras esa 02-03? ¿Que contaban contigo y harías la pretemporada con el primer equipo? En esa 2003-04 creo que vas convocado a algunos partidos de la primera vuelta, pero no llegas a debutar.

Esa 01/02 subimos con el Villarreal B de Preferente a Tercera. En la 02/03 hago la pretemporada con el primer equipo, y luego sólo juego un partido de Copa del Rey, la vuelta contra el Sevilla. En la ida habíamos perdido 1-3 en Villarreal, y al Sánchez Pizjuán nos llevaron a varios canteranos para dejar descansando a las estrellas del equipo. Jugué toda la segunda parte. Íbamos 0-1, hice la jugada del segundo gol, y luego con 0-2 tuvimos un poste para remontar la eliminatoria y ponernos 0-3. Recuerdo que estaba Dani Alves en el Sevilla, casi recién llegado, y que tuve que correr varias veces detrás de él. Ese año voy convocado algunos partidos de Liga, pero no jugué ningún minuto.

 

Imagínate que eres tu propio entrenador. O sea, que José María Cases entrena a José María Cases. ¿Qué harías como entrenador para sacar el máximo del Cases jugador? ¿Por dónde le pondrías, qué indicaciones le darías?

La posición no sería tan importante. De segundo delantero, de mediapunta, de extremo derecho, de extremo izquierdo… Da igual. Pero le habría dicho que jugara con libertad, que hiciera lo que le saliera en cada momento. Que recibiera entre líneas, que la pidiera, que encarara… Y sobre todo le habría dicho que no se preocupara, porque al partido siguiente iba a volver a ser titular. Desde que salí del Villarreal y hasta los 24-25 años, jugué cada partido como si fuera un examen. Cada partido necesitaba hacer un partido de diez para jugar el domingo siguiente. A jugadores como yo siempre se les exigía mucho más que al resto. Para el resto, con defender y hacer lo normal, era suficiente. Siempre he sentido que se me ha mirado con una lupa diferente, porque se esperaba mucho más de mí. Siempre he notado que se me ha exigido mucho más para ser titular. Defensivamente, siempre se me ha tachado de que no defendía. Así que los entrenadores siempre han buscado una alternativa cuando yo no estaba en mi tope de forma. Pero con el tiempo lo fui cambiando: empecé a jugar más tranquilo, a tener más confianza en mí mismo. Si fuese mi propio entrenador, eso es lo más importante que haría: darme confianza de que al domingo siguiente también jugaría.

 

Y para redondear esa labor imaginaria de entrenador... ¿Cómo jugaría un equipo tuyo? ¿4-4-2? ¿A tenerla? ¿Al contraataque?

Ahora estoy entrenando con mi hermano al Benferri, el filial del Orihuela. Yo a mis jugadores siempre les digo que yo quiero tener la pelota para atacar. No me gusta nada rifar la pelota. Me da mucha rabia cuando mis jugadores la rifan. Quiero que mis jugadores sean valientes, que quieran la pelota, que la pidan. Les digo que van a perder balones, que van a fallar, pero que no importa. Que tienen que intentarlo. Me gusta que mi equipo sea protagonista, y apretar alto para robar y volver a tener el balón. Pero no para tenerla por tenerla, sino para atacar. En cuanto al esquema, te tienes que adaptar a los jugadores que tienes. Pero sobre todo: un equipo que sea protagonista, que no la rife y que tenga el balón para atacar.

 


Háblame de tus convocatorias con la selección. ¿Qué recuerdos tienes? ¿Con qué jugadores coincidiste?

Fui principalmente a la Selección sub’17. A principio de temporada, antes de los torneos, hacían entrenamientos y llamaban a muchos chavales. La primera vez que me convocaron fue para un torneo en Portugal, pero tuve la mala suerte de que me lesioné y no pude ir. Al final fue buena suerte, porque hicieron una ruina de torneo, y muchos de los que fueron convocados ya no volvieron. Luego empecé a ir convocado habitualmente, y me llamaron para el pre Europeo. Ese pre Europeo se juega en la Comunidad Valenciana, y en el primer partido en Valencia tuve unas 6-7 ocasiones clarísimas de gol en la primera parte, y las fallé todas. Nos fuimos 0-0 al descanso, y recuerdo que nuestro seleccionador, Juan Santiesteban, me decía: “Pero Cases, ¿Cómo se puede fallar tanto?”. Al comienzo de la segunda parte, en la primera que me cayó metí un golazo con la izquierda. Ganamos ese pre Europeo, y en el Europeo de Portugal jugué todos los partidos. Fui el segundo máximo goleador del torneo, y quedamos subcampeones, lo que nos clasificó para el Mundial de Finlandia.

 

¿Cómo fue ese Mundial sub'17 de Finlandia en 2003?

Participé menos, porque llegó Javi García, de la cantera del Madrid. Fue el que me quitó el puesto. Ese torneo fue una muy buena experiencia, y fuimos también subcampeones tras perder la final contra Brasil. Coincidí con Cesc, Jurado, David Silva, César Arzo, el portero Roberto... una generación muy buena. Que suene el himno de España antes de jugar un partido es un sueño cumplido. La pena es que no tuvimos la suerte de ganar al menos uno de los dos torneos, el Europeo o el Mundial. Con la selección sub’19 llegué a ir a algunos entrenamientos, pero no debuté en partido oficial.

 

¿Qué recuerdas de Cesc o Silva?

Silva era el mejor jugador de nuestra generación, y se veía desde que tenía 14 años. Fábregas sí fue más sorpresa. Era un año menor. Tras jugar el Europeo, vino con nosotros a la preselección del Mundial, y aunque se le veía bueno antes del campeonato, no destacaba tanto. Parecía el típico centrocampista del corte del Barcelona: de tocar en corto, no arriesgar mucho… Sin embargo, en el Mundial fue el mejor jugador y el máximo goleador, jugando de mediocentro. Fue un espectáculo, ahí se destapó. Pero antes de ese Mundial no se hablaba tanto de él como de Silva o Jurado.

 

¿Cómo concluye tu etapa en el Villarreal? ¿Y cómo acabas en Terrassa?

El filial del Villarreal estaba en Tercera, y se quedó en la 2004-05 a un gol de subir a Segunda B. Y claro, al año siguiente, la 2005-06, el equipo iba a seguir en Tercera, y tanto el club como yo decidimos buscar una cesión para no jugar otro año en esa categoría. No sale ninguna opción de Segunda División, y se me plantean dos opciones de Segunda B: por un lado ir cedido al Terrassa, que acababa de bajar de Segunda, y donde estaba de entrenador Vinyals, con quien ya había coincidido en el filial del Villarreal. Y por otro lado, también me salió la posibilidad de ir al Cartagena, donde estaba de entrenador Juan Ignacio. Me decido por el Terrassa, pero era muy joven, y se trataba de un equipo con mucha presión por subir. No jugué tanto como me hubiera gustado, y fue un año difícil. Era la primera vez que salía realmente para vivir yo solo, en un piso, tras varios años en Villarreal.

 

Luego, el Orihuela

El Orihuela sube a Segunda B, y aunque el Villarreal me ofrece ir cedido allí para la 2006-07, yo decido rescindir mi contrato con ellos. Fue un error como una catedral, porque de los clubes grandes te tienen que echar, no te tienes que ir tú. Pero bueno, son decisiones que se toman un poco en caliente tras pasar un año malo y estar fuera de casa mucho tiempo. Además, el Orihuela iba a hacer un equipo fuerte, y no salió mal del todo.

 

Tu primera etapa en el Orihuela: dos muy buenas temporadas, en las que destacas mucho. ¿Comienzas a tener ofertas de Segunda?

En las dos temporadas estuvimos cerca de meternos en el playoff de ascenso a Segunda. En la primera, la 2006/07, firmo un precontrato con el Salamanca a falta de unos tres meses de Liga. Ellos estaban arriba en Segunda División, entrenados por Juan Ignacio. Yo pensaba que era libre a final de temporada para irme a un club de superior categoría, pero el Orihuela interpretó esa cláusula de mi contrato de otra forma y no me pude ir. Yo ya sabía que me iba a quedar una temporada más, pero que si hacía las cosas bien, iba a tener opciones de jugar en Segunda al año siguiente.

 

¿Cómo se forja después tu fichaje por el Éibar?

Cuando acaba la 2007/08 se da la opción del Éibar, al que entrenaba Carlos Pouso. Realmente fue la única oferta interesante que tuve de Segunda. Ellos venían de hacer buenas temporadas, con gente como David Silva. Empecé jugando bastante, hasta que llegó la segunda lesión grave que tuve en el menisco, y prácticamente no volví a pillar la forma después. La recuperación fue más lenta de lo esperado. Sólo jugué algún partido hacia el final de temporada, cuando el entrenador ya era Josu Uribe. Fue una pena, porque aunque los resultados no eran buenos del todo, yo estaba jugando bien y disfrutando. El equipo se metió abajo y terminó descendiendo.



¿Cómo es la vida en Éibar?

La vida es diferente. El clima y la gente son muy distintos, pero tiene su encanto. En el sur, caen cuatro gotas y nos metemos en casa, pero allí arriba tienen que seguir viviendo. Allí hay mucha vida en la calle para el clima que tienen, muchos bares, mucho ambiente. La afición es espectacular. Te animan pase lo que pase, a diferencia de otras aficiones de España. Allí no importa el resultado. El recuerdo que tengo es muy bueno.

 

¿Y cómo es que tras jugar bastante en Segunda decides volver en la 2009/10 la temporada siguiente a un filial como el Valencia B?

El Éibar había bajado a Segunda B y tras recuperarme de la lesión, contaba conmigo, pero yo quería volverme cerca de casa, porque jugar en esa categoría tan lejos de Orihuela lo veía inviable. Pensaba que podía jugar en Segunda B más cerca. Me salió la opción del Valencia B. Yo ya no era sub-23, por lo que no podía subir con el primer equipo. Pero era un buen contrato y un proyecto importante, y me convencieron. Fue un año complicado, porque una vez que has estado tantos años lejos de filiales y rodeado de profesionales que se juegan el pan, volver a un filial se hace muy complicado. Ya has vivido el fútbol profesional, y de repente pasas a estar rodeado de chavales que no le dan la importancia que merece al fútbol. Fue un error irme allí.

 

Llega tu segunda etapa en el Orihuela: ¿Qué te viene a la mente de esa temporada 2010/11 en Segunda B con Pato?

Volver fue complicado, porque era partir desde cero otra vez. Ya me había ido, había jugado en Segunda División… y me costó. Pero bueno, siempre dije que si tenía que jugar en la misma categoría en la que estaba el Orihuela, prefería hacerlo ahí, en casa. Era un proyecto que tampoco era para obtener los buenos resultados que luego conseguimos. Esa temporada 2010/11 con Pato fue muy buena y nos metimos en playoff de ascenso en la última jornada. Lo recuerdo con mucho cariño, porque pelear por el ascenso fue un hito. Aunque yo estuve bien, tampoco fue una temporada muy muy buena en lo personal para mí. Siempre recordaré que me perdí el primer partido de playoff contra el Guadalajara porque en la última jornada me sacaron la quinta amarilla.

 

¿Qué recuerdas de esas tres jóvenes promesas que teníais atrás? Benja, Carmelo y Juanma

Tener a esos tres jugadores era un espectáculo. Lo bueno que tenía la plantilla era que mezclábamos jóvenes que tenían mucha hambre y mucha ambición con veteranos muy muy buenos, que eran buena gente y que aportaban mucho en el campo. De Juanma, Benja y Carmelo se podía aprender muchísimo cada día.

 

¿Cómo era Pato como entrenador?

Era un entrenador que lo tenía muy claro. Sabía muy bien lo que quería, lo que tenía y lo que podía hacer con sus equipos. Jugábamos de forma muy clara: sin complicarnos atrás, y teníamos arriba a Florián, que le tirabas una lavadora y te la bajaba. A partir de ahí, en segunda línea teníamos jugadores habilidosos, con mucha calidad, que hacían que fuéramos un equipo muy difícil de ganar. Pato era muy buen gestor de grupo, sabía llevar a la gente. Con la ayuda de Portu en la preparación física, aquel equipo volaba.

 

¿Alguna anécdota con Pato?

Pato era un tío muy gracioso. Lo pasábamos muy bien con él. Un día estábamos entrenando en Campoamor, porque Los Arcos estaba resembrado. Empezamos a jugar el partidillo, y era un campo grande, con el césped en buenas condiciones. Comenzamos a sacar el balón jugado desde atrás, pim pam, balón al mediocentro, luego a banda, se juega con el delantero, que la da para atrás, balón de nuevo a banda, un centro y gol. O sea, estábamos jugando espectacular. Y entonces Pato empieza a pitar, pi-pi-piiiii… para el partidillo y nos dice: “¡Me cago en la puta! ¿Qué os pensáis, que somos el FCB?” (refiriéndose al Fútbol Club Barcelona). “¡No os equivoquéis, eh! ¡Que somos el OCF! ¡El Orihuela Club de Fútbol! ¡Benja, pégale p’arriba!”. Acabábamos de hacer una jugada espectacular y él nos puso en nuestro sitio, porque tenía claro a lo que teníamos que jugar.

 

¿Daban para mucho todos esos viajes de Segunda B?

Los viajes eran un espectáculo. Las camisas de Pato las conocían en toda Cataluña. Cuando los jugadores se iban a dormir, el cuerpo técnico hacía maravillas por allí. Era otra época. Ahora la cosa ha cambiado mucho.

 

Perdéis la primera eliminatoria del playoff contra el Guadalajara, y la siguiente temporada, la 2011/12, sigues en el Orihuela ya con Garitano de entrenador. Sólo estás allí durante la primera vuelta. ¿Fue tu mejor tramo como jugador del Orihuela?

Ese verano de 2011 se oye que va a haber recorte de presupuesto, que se va a hacer un equipo más barato, y Pato decide no continuar. Así que firman a Garitano. Desde el principio todo funcionó. Se hizo un gran equipo, que jugaba muy bien. La mala suerte fue que tuvimos en nuestro grupo al Atlético Baleares, que quedó primero con jugadores muy importantes y un gran presupuesto. Pero el Orihuela estuvo peleando por ser primero hasta el final. Yo jugué hasta enero, y fue seguro mi mejor tramo como jugador del Orihuela. Estuve muy bien.

 

¿Cómo se da tu fichaje por el Cádiz para la segunda vuelta de esa temporada?

Yo tenía un amigo representante que era de la cuerda de Quique Pina y Juan Carlos Cordero, y él me decía desde principios de temporada que el Cádiz estaba muy interesado en mí. Ese interés fue creciendo poco a poco durante la temporada, también por mi rendimiento en el Orihuela. Aunque ellos iban arriba en su grupo, buscaban ese mediapunta que les faltaba. Se dio la casualidad de que el Orihuela jugó contra el Cádiz en Copa del Rey, en Los Arcos, y aunque ganaron ellos, yo hice un partidazo. Así que en diciembre me llamaron y me dijeron que me iban a fichar sí o sí. Fue una pena salir a mitad de temporada de Orihuela, con lo bien que estaba yendo todo, pero era una oferta importante, y el Cádiz era de los equipos más fuertes de la categoría. Quique Pina era el presidente del Granada, y a mí me fichó el Granada por tres temporadas para después cederme al Cádiz. Era firmar tres años con un equipo de Primera División, algo irrechazable.

 


¿Qué recuerdo tienes de Cádiz?

Fue todo perfecto hasta el playoff. Llegué en enero, hicimos una racha muy buena y nos pusimos primeros. Mantuvimos el ritmo y fuimos campeones de nuestro grupo a falta de tres jornadas. Eso no nos vino bien del todo para el playoff, porque con tantas jornadas sin jugarte nada es fácil que haya un poco de relajación. Nos tocó en la eliminatoria de campeones el Madrid Castilla, que tenía muchos jugadores que hoy están triunfando, como Nacho, Carvajal, Morata, Joselu… No sólo nos ganaron, sino que nos golearon. Y ahí empezó todo a torcerse. Como habíamos sido campeones, nos repescaban y podíamos subir si pasábamos dos eliminatorias. Logramos recuperarnos del palo del Castilla y pasamos contra el Albacete, cogidos con pinzas… Luego en la eliminatoria final nos tocó el Lugo. Nos robaron en el partido de ida allí, que perdimos 3-1. En la vuelta en Carranza les pegamos un meneo, y ganamos 3-1 incluso fallando un penalti durante el partido. Hubo prórroga y penaltis. Tiré uno de ellos y fallé. Ascendió el Lugo. A partir de ese día, el recuerdo es muy malo. Lo pasé mal.

 

El entrenador de aquel Cádiz era José González, al que también tuvimos en el Murcia. ¿Qué tal con él?

No tengo ninguna mala palabra sobre él. Desde el primer día me dio muchísima confianza y me puso de titular prácticamente todos los partidos. Era un hombre que lo tenía claro: el equipo no hacía nada especial, pero trabajábamos mucho el balón parado. González tenía claro que la estrategia era muy importante en Segunda B.

 

Supongo que la afición del Cádiz es 'diferente' a la del Éibar, por ejemplo...

Cuando llegué a Cádiz, yo flipaba, porque la repercusión de todo lo que hacíamos era increíble. Venía de sitios diferentes, como el Orihuela o incluso el Villarreal, que estando arriba en Primera no tenía ni la décima parte de repercusión en la ciudad que teníamos en Cádiz en Segunda B. Yo al principio les decía a mis compañeros que era impresionante jugar los partidos con ese ambiente y con la gente entregada. Ellos me respondían que efectivamente, que cuando las cosas van bien todo es perfecto, pero que el problema llega cuando las cosas ya no van bien. Y así fue. Cuando las cosas se torcieron, toda esa pasión se vuelve en tu contra. Todos los aficionados creen que su equipo merece estar más arriba de lo que está, y no entienden que los jugadores queremos lo mismo que ellos. Fue una etapa que me hizo aprender mucho.

 

Tenías tres años firmados con el Granada. ¿Qué pasa en la siguiente temporada, la 12/13? ¿El Cádiz no cuenta contigo y te ceden al Mirandés?

Ese verano, Quique Pina deja de controlar el Cádiz. Yo tenía contrato con el Granada, y como yo, un montón de futbolistas. Me dicen que me busque equipo y que me cederán al equipo que yo encuentre. No me sale nada durante el verano, y ya al final de agosto, con la Liga empezada, firmo en el Mirandés. Me llevan allí Carlos Pouso y el director deportivo, Carlos Lasheras, que me conocían. Empecé tarde y me costó adaptarme. La gente en Miranda es espectacular. Los dos equipos del norte donde he estado, Éibar y Mirandés, eran ejemplares, tanto el club como la afición.

 

¿Cómo era aquel Mirandés?

Hicieron un equipo muy veterano, con fichajes como Gonzalo Colsa, Koikili, Díaz de Cerio, César Caneda… Yo aprendí mucho de ellos, porque además, desde joven me gustó juntarme con los veteranos, y fijarme en ellos. Pero en el Mirandés se mantenía un bloque que llevaba varios años juntos, y que había subido de Segunda B. Siguieron apostando por esos jugadores. Así que no conseguí hacerme con la titularidad. Me quedé hasta enero, porque no estaba jugando mucho y además había ido un poco de prestado económicamente, al fichar tan tarde. Por tanto, decido salir.



Por cierto, ¿qué tal Pablo Infante? En aquellos años se hizo famosillo. Banquero y futbolista

Era un tipo complicado. En el vestuario no era el que mejor caía, pero luego en el campo era muy bueno. Entrenábamos por la tarde porque él tenía que trabajar por las mañanas, y eso causaba diferencias con él… Si hubiera explotado un poco antes como futbolista, habría jugado en Primera varios años. De hecho, creo que llegó a tener una oferta de Primera tras debutar en Segunda con el Mirandés, y no se fue por el puesto que tenía en el banco.

 

En el mercado de diciembre de esa 12/13 dejas el Mirandés y te vas al Alcoyano de Garitano. Juegas el playoff de ascenso, cayendo contra el Éibar.

Allí caí de pie. Fui yo el que llamé a Garitano, con quien ya había coincidido en Orihuela, porque en Miranda no estaba jugando. Y además, el Alcoyano estaba arriba. Me fue muy bien, aunque fue una pena que destituyeran a Garitano antes de acabar la temporada. Conseguimos meternos en playoff y jugué a gran nivel. Iba y venía desde Orihuela cada día, era un viaje largo, pero estaba contento, porque estaba en casa y era un sitio muy bueno, con un campo y una afición espectacular.

 

¿Cómo es Alcoy? Son alicantinos como Orihuela pero a la vez muy distintos.

Alcoy es como si cogieras un campo y una afición del norte y la plantaras en medio de la provincia de Alicante. Beben un líquido verde para calentarse antes de los partidos, creo que licor de menta, porque allí hace un frío de cojones. No lo llegué a probar, porque ese licor debe ser como el mate para los argentinos, que sólo les puede gustar a ellos. Es una afición que anima a muerte a su equipo. Disfruté mucho, aunque sólo estuve medio año. Aquello no es ni Valencia ni Alicante, es más parecido al norte. Y desde luego no se parece a Orihuela. Los alcoyanos son la típica gente que no te van a contar un chiste el primer día, pero que a la larga valen la pena.

 

¿Pudiste vivir allí los Moros y Cristianos? Tienen mucha fama

No pude aquella temporada y tampoco después. Y mira que mucha gente de Orihuela va a Alcoy en Moros. Pero conozco los Moros y Cristianos de Orihuela. Este verano, después de una pandemia y ya retirado del fútbol, sí que los he vivido intensamente, y casi muero en el intento.

 

Rescindes con el Granada en el verano de 2013. ¿Cómo te da por mirar hacia el fútbol de otros países? ¿Es porque no te salía nada interesante en España?

Antes de terminar la temporada con el Alcoyano ya tenía bastante claro que quería irme al extranjero. No quería volver otra vez a Segunda B para lo mismo de siempre. Además, sabía que iba a ser muy difícil encontrar un equipo en Segunda. Ya había estado dos temporadas en esa categoría y no había tenido suerte. Quería algo nuevo. Si hubiera subido a Segunda con el Alcoyano quizás me habría quedado allí, pero al caer en el playoff, tenía claro que quería salir. Estuvieron siguiéndome desde Grecia en los últimos partidos  con el Alcoyano, y definitivamente el Panthrakikos se interesó en mí. Lo único que les pedí es que me igualaran el contrato que tenía firmado con el Granada. Era Primera División, y un equipo que estaba haciendo las cosas bien. Cuando me llegó la oferta, lo pensé poco.

 

El Panthrakikos juega en Komotini, una ciudad de unos 50.000 habitantes en el noreste de Grecia, muy cerca de Turquía ¿Qué tal esa Grecia?

Ya sólo llegar a Komotini es complicado. Hay que hacer un vuelo Alicante-Madrid, luego Madrid-Atenas, Atenas-Alexandropoli, y después en coche hasta Komotini. No conozco mucho Atenas, pero las ciudades de Grecia donde he vivido son como trasladarse a la España de los años 80. Están un poco atrasados. Todo es un poco desastre, pero al final le ves el encanto a ese desastre. Komotini tiene mucha influencia turca, y hay una mezcla de culturas bastante peculiar.

 


Háblame más de Komotini

Es sobre todo una ciudad universitaria. Tiene la facultad más importante de Grecia de ciencias del deporte. Hay mucha gente joven, mucha vida, lo cual es un problema para los futbolistas... Lo pasé muy bien allí. Nos juntamos un grupo muy bueno de varios portugueses, argentinos y españoles. El clima es un poco frío, al estar en el norte. En invierno nieva, incluso. Pero se vive en la calle. Es una ciudad parecida a Orihuela de grande, pero con una universidad y mucho ambiente. Allí se come espectacular, además. Está muy bien, para lo pequeña que es la ciudad. 

 

Imagina que me organizas un viaje a Komotini

Si te tengo que organizar ese viaje, no iba a ser muy cultural ni de museos. Seguro que alguna iglesia tanto musulmana como ortodoxa estaría bien, pero sobre todo sería turismo gastronómico y de ocio. Es una ciudad para gente joven.

 

¿Algún choque cultural que te llamara la atención?

Allí son muy religiosos, ortodoxos, y en el primer entrenamiento hacían la típica bendición antes de que empiece la temporada. En España se suele llevar un ramo de flores a la Virgen, pero allí se hace en medio del campo de entrenamiento, con curas de estos a los que les llega la barba hasta la cintura. De repente todo el mundo besando a los curas, no entendía nada… Tienen cosas muy peculiares. Son vivencias muy chulas que te quedan para siempre.

 

La gastronomía

Es difícil recomendar sólo un plato, porque se come super bien. Es de las cosas que más echo de menos de allí. Está muy buena la melitzanosalata, que es una ensalada de berenjena. También la bougatsa, que toman mucho para desayunar, y que es un pastel típico con queso feta. Hay un montón de cosas allí que están buenísimas.

 

¿Qué balance haces de esos dos años en el Panthrakikos entre 2013 y 2015? Metiste 10 goles en total y jugaste mucho

Realmente, lo mejor fue la primera mitad de mi primera temporada allí, la 13/14. Terminé esa primera vuelta con ocho asistencias y seis goles, y sonaba para equipos grandes de Grecia: el AEK y el Panathinaikos. En ese mercado de diciembre tuve una oferta muy importante de Turquía, que mi equipo rechazó. Dijeron que me venderían en junio. Pero ese mismo enero sufrí una lesión de cartílago, que terminó de joderme la rodilla. Ya no jugué hasta la siguiente temporada, pero con muchas molestias. Me costó coger la forma y ponerme otra vez bien. Esa segunda temporada también jugué mucho, pero ya no al nivel de la primera.

 

¿Si tuvieras que elegir un campo de todos los de tu carrera para jugar ahí como local, con cuál te quedarías? ¿Y como visitante?

Sin contar Los Arcos de Orihuela, para jugar como local me quedaría con el estadio del Doxa Drama, un equipo histórico de la Segunda de Grecia, donde jugué en la temporada 17/18. El estadio no era nada especial, pero tenían una afición impresionante, que nos seguía a todos los campos. Eran los típicos locos que se pasan cantando todo el partido. En cuanto al estadio con el que me quedaría como visitante, sería el Apostolos Nikolaidis, del Panathinaikos. En ese campo he vivido el mayor miedo de mi vida como visitante. Ganamos 1-2 pero allí te caía de todo. Y el árbitro diciendo “sigan, sigan”. Me habría encantado jugar de local en ese campo.

 

¿Alguna anécdota que refleje lo caliente que es la afición allí?

Se suspendieron varios partidos por amenazas a árbitros de aficionados. Yo no llegué a pasar miedo. Pero en un partido en casa contra el PAOK, mi mujer me dijo que sí llegó a pasar miedo de camino al campo, porque vino la afición del PAOK a Komotini. Estuvo a punto de suspenderse ese partido.

 

¿Cómo acabas en Komotini y te vas a Eupen ese verano de 2015? 

La cosa se puso muy complicada en Grecia, con un amago de corralito en el que estuvieron los bancos cerrados un tiempo y sólo se podía sacar una pequeña cantidad de dinero cada día. Eso, sumado a que hubo impagos y a que no me salió ninguna oferta de algún equipo importante porque mi segunda temporada allí no había sido tan buena, hace que me vuelva. Incluso me ofrecieron renovar por bastante dinero, pero les dije que lo haría sólo si me pagaban lo que me debían. No tenían dinero. De hecho, a continuación el Panthrakikos desciende y la temporada siguiente desaparecen. Me quedo libre y me sale la opción del Eupen, en Bélgica. Valoré que pagaban bien, porque es un club controlado por los qataríes, y que Bélgica es un país bastante serio. Estuve en el Eupen entre 2015 y 2017.



Eupen es muy pequeño, ¿no?

Es un pueblo super pequeño, en la zona alemana de Bélgica. Pero vivíamos todos allí, porque era muy tranquilo y estaba cerca de todo: de Lieja, de Maatricht, de Alemania… Si querías hacer cualquier cosa, te plantabas en media hora en alguna ciudad importante. En Eupen, eso sí, no había nada que hacer.

 

Algo que te llamara la atención del fútbol belga

Lo que más me llamó la atención es cómo viven los aficionados el fútbol. Incluso en segunda o tercera categoría, que son bastante flojas, todos los estadios están acondicionados con sus restaurantes dentro, con una zona habilitada para que los aficionados convivan, tomen unas cervezas… Si el partido era por la mañana, lo veían y luego comían en el estadio y se quedaban allí hasta tarde. Aunque el frío hace que no den muchas ganas de ir al fútbol, sus estadios están muy bien, y hay bastante afición.

 

El Eupen era un equipo gestionado por la Academia Aspire. ¿Eso cómo funciona?

Controlaban varios equipos en Europa, con el objetivo de formar a sus futbolistas qataríes y que estuvieran preparados para el Mundial de Qatar. Al final no les ha salido muy bien… Creo que también tenían la Cultural Leonesa en España o el LASK Linz en Austria. En el Eupen había ya varios españoles cuando llegué: Luis García, Víctor Curto, Rodri, Ochoa, que acababa de retirarse, y ese año llegamos Jeffren Suárez y yo. La primera temporada acabé muy bien, jugando mucho. Subimos en los despachos en esa 15/16 porque el equipo que había subido no tenía bien los papeles bien.

 

Háblame de Luis García como compañero. En Murcia lo tuvimos y demostró ser un pedazo de profesional.

¿Qué te voy a contar de Luis García? Un fenómeno en todos los aspectos: como profesional, como persona, como futbolista... Un tío increíble. Acabó en Bélgica supongo que por temas económicos, pero podría haber jugado más años a alto nivel. Aunque fuera mayor, estaba físicamente siempre bien, nunca se lesionaba. Era una locura. Con nosotros jugaba de mediocentro, pero llegaba al área y hacía jugar a todo el mundo. Un espectáculo. Tuve la suerte de disfrutar mucho de él, sobre todo la segunda temporada, porque su familia se volvió a España y estábamos todos los días juntos. Era un genio. Ahora es entrenador, y te aseguro que en menos de tres-cuatro años va a estar entrenando en Primera División, porque veía el fútbol de una manera increíble. Ya verás como no me equivoco.

 

¿Te contó Jeffren alguna historia sobre el Barça de Pep?

Le recordábamos a diario el quinto gol que marcó en el 5-0 al Madrid. Decía que los entrenamientos eran una locura, y que si te tocaba estar dentro de un rondo, era imposible salir.

 

¿Y qué hacías un día normal en un pueblo tan pequeño como Eupen, cuando llegabas de los entrenamientos? ¿Uno se pone a jugar al videojuego o algo así?

Siempre cuento la misma broma sobre Bélgica: no es país para jóvenes. Supongo que Bruselas o Brujas serán diferentes, pero la vida era complicada en Eupen. Siempre desayunábamos en el campo antes de entrenar, y después de entrenar comíamos todos juntos. Y ya después, para casa. Como siempre sobraba comida, yo le llevaba un plato a mi mujer. Si echabas la siesta después, cuando te despertabas, era de noche, y el día ya estaba liquidado. Algún día a la semana íbamos a Aachen, una ciudad alemana universitaria que estaba muy cerca de Eupen. O a Maastricht, en Holanda, a tomar un café y cenar por allí. Esas ciudades estaban bien.

 

Por cierto, hablando de tiempo libre y sin decir nombres, ¿has conocido algún futbolista que haya tenido por ejemplo alguna adicción al alcohol? Está uno lejos de su casa, a veces sin su familia, en un lugar desconocido… No es tan difícil caer en esas tentaciones.

No tuve ningún compañero con adicciones. Pero Eupen era para hacerse adictos. La cocinera del club, que tendría 22 o 23 años, nos contaba que pasó una época en la que se bebía una botella de whisky todas las tardes, ella sola en su casa. Allí el alcoholismo es muy alto. Tú te vas a un bar un día cualquier a las 8 de la tarde, y te encuentras gente perjudicada. Sí he tenido compañeros adictos al tabaco y a beberse 40 cafés. También algunos han salido más de la cuenta por la noche. Pero compañeros que se pusieran a beber solos a media tarde no he tenido.

 

¿Cómo decides volver a Grecia para la 17/18 tras acabar en el Eupen?

Estuve dos años en Eupen. El primer año fue muy bueno y terminé jugando todo. Pero la segunda temporada no jugué tantos minutos. Los chavales jóvenes tenían preferencia, porque buscaban venderlos. Termino contrato y deciden no renovarme. En un principio pensaba que me iban a salir cosas mejores, porque había jugado bastante bien en Bélgica. Pero de Bélgica no me ofrecen nada. Yo tenía un contrato bueno allí, y mis aspiraciones eran altas. Aunque recibo alguna oferta de España que me hace dudar, no sale nada, y firmo en septiembre en el Doxa Dramas, un equipo de Segunda de Grecia que quiere hacer un proyecto fuerte para subir a Primera. En Grecia siempre he estado encantado. Fue un verano donde tuve pocas opciones de clubes, pero al final tuve suerte.

 

¿Te había enganchado ese país y lo echabas de menos?

En Grecia es donde más feliz he sido jugando al fútbol. Fue una época muy buena, porque las cosas me salieron muy bien, estuve fenomenal con mi pareja, hicimos muy buenos amigos. Me enganchó ese país. Sigo enganchado. En cuanto pueda, quiero volver de vacaciones allí.

 

Además, creo que vuelves a la misma zona de Grecia que Komotini, no? La más cercana a Turquía. ¿Cómo es Drama?

Drama es de Tracia, la misma provincia que Komotini. Drama es un poco como Orihuela: una ciudad pequeña que tiene de todo, con mucha vida. Se vive muy a gusto. Es todo lo contrario a Eupen. En Drama pasabas el día en la calle. La gente de allí todavía me pide por Facebook que vuelva.

 

Vuelves a Orihuela en 2018. ¿Qué tal esa última etapa?  

Sí. Mi mujer me apretaba para volver a casa. Además, teníamos ya una niña que iba a empezar el colegio. El Orihuela estaba en Tercera, pero me ofrecen un buen contrato, y estar tranquilo en casa siempre pesa. En la primera temporada conseguimos el ascenso después de varias temporadas en esa categoría, pero luego me ‘mata’ la pandemia y el regreso, con un entrenador que no contaba mucho conmigo. Terminamos bajando otra vez a Tercera y parecía que el club no iba a seguir con vida, aunque luego sí fue así. Decido irme al Torrevieja.

 

Torrevieja y Callosa. El final de tu carrera deportiva

En Torrevieja me cuesta mucho adaptarme. El cambio fue muy grande, en una categoría muy baja. Paso a entrenar a las 20:30, y yo estaba acostumbrado a entrenar por las mañanas, que es lo habitual en el fútbol profesional. No conseguí adaptarme. Decido irme en Navidad, y el último día de mercado me llama el Callosa para ver si puedo echar una mano e intentar conseguir la salvación. Ahora, pensándolo fríamente, no debería haber ido. No me encontraba ya bien en Torrevieja, pero bueno, intenté ayudar. Pero podía ayudar poco, ya.

 

¿Cómo va sintiendo un jugador que ya está cerca la retirada? ¿En tu caso fue poco a poco o un día concreto en el que te dices que hasta ahí has llegado?  

En mi caso, notaba que la retirada estaba cerca porque no disfrutaba yendo a entrenar. No me apetecía. Sí me gustaba jugar los partidos, y competir, pero el día a día se te hace muy cuesta arriba. Mi rodilla ya estaba diciendo ‘basta’. Cada día me dolía algo. Ya no tenía ganas ni de estar con los compañeros en el vestuario. Te vas dando cuenta de que ya no tiene sentido seguir jugando.

 

Oye, eso de las charlas de los entrenadores en el descanso que hacen reaccionar en la segunda parte, ¿No es un poco milonga? ¿Tú has estado en alguna charla de esas que hayas sentido que de verdad os ha hecho reaccionar? 

Si me hablas de charlas emotivas, como motivación, pues lo mismo puede ayudar un poco. Pero al final necesitas que un entrenador te dé soluciones. Si algo no está funcionando es por un tema táctico o porque el equipo no está haciendo algo bien. Lo importante es que el entrenador encuentre eso que no funciona y lo solucione. Una charla motivadora o una bronca va a arreglar poco.

 


¿Recuerdas la mayor bronca que te ha echado nunca un entrenador?  

He tenido que pensarlo bastante. Pero me acuerdo de una de Juan Carlos Garrido por un fallo que tuve, jugando en el Villarreal B. Me sentó muy mal, fue delante de todo el mundo. Yo le contesté. Fue un momento duro, aunque luego nos reconciliamos. Al final, yo nunca he pasado desapercibido para los entrenadores. O me han querido mucho o no me han querido nada. Es lo que tenía mi forma de jugar.

 

¿Y el mayor piropo?

Muchos jugadores rivales me decían que era el mejor jugador de mi equipo y que no entendían por qué no jugaba en la élite. En fin, cosas que se dicen.

 

¿Es cierto el histórico magnetismo entre futbolistas y dependientas del Corte Inglés?

La época de las dependientas de El Corte Inglés la pillé tarde. Yo creo que eso lo disfrutaron los jugadores de cinco o diez años más que yo.

 

¿Cómo es el otoño en Miranda de Ebro?

Se lleva bien. La gente era encantadora, y te ayudaban para cualquier cosa que necesitabas. El medio año que estuve allí fue muy bueno a nivel humano. La experiencia de jugar en Anduva y disfrutar de sus aficionados fue muy bonita. Recuerdo que en Miranda de Ebro teníamos un bar donde íbamos siempre antes de los entrenamientos, a tomar café. Todo era muy cercano. Éramos pocos futbolistas los que residíamos en Miranda: casi todos eran vascos que venían cada día desde Vitoria o Bilbao.

 

¿Qué experiencia tuviste con los entrenadores durante tu carrera? ¿Quién es el mejor entrenador que has tenido en tu carrera?

He tenido muchos entrenadores, pero pocos que me hayan marcado. Cuando eres joven no te fijas mucho en los entrenadores, no te fijas en si son buenos o no. Si el entrenador te pone de titular, es el mejor del mundo. Y si no te pone, es un hijo de puta. Pero cuando vas cogiendo experiencia, sí vas teniendo más criterio. Destacaría a Asier Garitano. Lo tuvimos en el Orihuela y era un espectáculo. Sólo había sido segundo entrenador en el Alicante con Bordalás, así que era su primera experiencia como primer entrenador. Pero se le veía que iba a llegar muy alto, como así fue. Su manera de transmitir, su manera de jugar, su manera de trabajar… Todo muy bien. Tenía las cosas muy claras, sabía explicar lo que quería y cómo lo quería.

 

¿Entonces Garitano no era tan amarrategui como decían en el Leganés?

Todo lo contrario. Con nosotros siempre insistía en jugar, en salir jugando desde atrás. Todos los jugadores del centro del campo eran ofensivos. Siempre quería tener la posesión y atacar mucho. Amarrategui se haría después (risas). La verdad es que disfrutábamos mucho, porque jugábamos al ataque. Supongo que cuando los resultados te aprietan, vas dando pasos atrás.

 

¿Qué es lo más importante en un entrenador?

Le he dado siempre mucha importancia a la capacidad de un entrenador para saber llevar a las personas que forman un vestuario. Eso es lo principal. Debe saber llevar el grupo y tratar a la gente.

 

¿Te motiva llegar a ser entrenador profesional o sólo es un hobby lo de ahora?

Para mí lo más importante es que los chavales se lo pasen bien. No tengo ninguna motivación profesional, de momento. Sólo quiero seguir ligado al fútbol y pasármelo bien, y así está siendo, porque veo que ellos mejoran. Está siendo una experiencia muy bonita. Me hace recordar cuando yo era cadete o juvenil y sólo pensaba en pasármelo bien.