El rival

 

Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 1 ; Club Recreativo Granada, 0

¿Qué sentido tiene un España-Colombia en un estadio semivacío de Londres en el que España parece Colombia y Colombia no parece Colombia? ¿Qué sentido tiene un partido de Primera Federación a las 8 de la tarde de un domingo? ¿Qué sentido tiene una final de Copa que empieza a una hora en la que un niño de 6 años tendría que estar durmiendo y terminará a una hora en la que es posible que su padre se haya dormido? Nada de eso tendría sentido en una tierra civilizada, pero en cambio todo encaja a la perfección en un país que ha permitido que Mortadelo y Filemón gestionen su fútbol durante más de cinco años. ¿Por qué seguimos yendo un domingo a las 8 a ver un partido de Primera Federación? ¿Por qué ningún mallorquinista ni athleticzale se va a quedar dormido viendo la final de Copa? Pues cada vez cuesta más explicarlo, pero quizá para eso exista Welcome to Wrexham (perdón por la insistencia), esa serie documental en la que unos americanos se adentran en una ciudad europea para revelar al mundo, y a todo aquel que alguna vez se haya atrevido a ridiculizar el fútbol, que el vínculo entre un pueblo y su equipo de fútbol es una de las pasiones más auténticas y fascinantes que podamos encontrar en el mundo actual. En el último capítulo de la segunda temporada, en el clímax de la temporada (futbolística), la serie se centra sorprendentemente en el antagonista del Wrexham, el Notts County, acaso para rendir un homenaje al que suele ser el gran olvidado, si no despreciado, del mundo del deporte: el rival. En el día más grande, el que puede suponer 15 años después el regreso del Wrexham al fútbol profesional, la serie pone el foco en el rival, en la grandeza del rival, en la dignidad del otro, esencial en la naturaleza del deporte: ningún triunfo es absoluto, siempre estará marcado por el nivel del rival. El destino no está en nuestras manos, ni en nuestro trabajo, por mucha matraca ideológica que llevemos encima, está en nuestras manos y en nuestro trabajo pero condicionado por la fuerza del rival y del contexto. Es algo tan evidente como olvidado: siempre habrá alguien enfrente que intentará ganarte; que uno dé lo mejor jamás le garantizará la victoria y, tal vez por eso, perder y fracasar son dos cosas completamente distintas. No todo está en nuestras manos, ni tampoco todo es Welcome to Wrexham, afortunadamente. En el Informe Plus que analiza la brillante carrera de Feliciano López, la pregunta que sobrevuela todo el programa se lanza por fin hacia el final del Informe: ¿Qué le faltó a Feli para ganar más, para conseguir más cosas? Voces autorizadas, y que lo conocen bien, incluido el propio López, dan su versión, buscan una explicación: apuntan, entre dudas, a la falta de ambición, sobre todo en su juventud, quién sabe. Pero es Carlos Moyá finalmente el que, con ese aire sencillo del que dice cosas importantes sin querer darse importancia, se acerca más a la verdad del deporte: “Habitualmente ha perdido con jugadores que eran mejores que él”. A Feli le ha faltado, dice Moyá, lo que le falta a todo el mundo que no llega. “El rival juega también”.

El Murcia recibía (a las 8 de la tarde de un Domingo de Resurrección) al Recreativo Granada, el último, el colista con diferencia, el rival ideal para conseguir el triunfo. Al peor equipo del grupo, y de largo, según los números. Sin embargo, casi desde el primer momento, comprobamos que no era así: el Murcia es peor equipo, mucho peor, el Murcia fue incuestionablemente peor equipo. Ni el Jorge Valdano más inspirado podría convencernos de lo contrario; ni Álvaro Benito entusiasmado con una pizarra delante, nada; ni siquiera Pablo Alfaro en rueda de prensa, en su mejor día, aún más iluminado que de costumbre, elocuente y poderoso con la palabra, podría convencernos de que somos mejores que el Granada b este. El partido más cómodo se convirtió, de repente, en una nueva lección de humildad. Fue además un partido que todo murcianista con algo de memoria ya ha visto muchas veces; cualquier hincha del Murcia de cierta edad puede recordar una y otra vez al Murcia perdiendo contra un colista o un pequeño, perdiendo contra un equipo peor; es algo que ha sucedido en todas las categorías. Fue un partido para recordarnos la esencia del deporte: que al rival se le respeta siempre, no sólo al poderoso Notts County, sino incluso al más pequeño, al más malo, al más desahuciado. ¿Cómo no respetar a todos en un juego en el que te puede ganar el peor? El filial del Granada representó a la perfección la dignidad del deporte, frente a la de un equipo y una ciudad que no sólo no suele respetar al rival, no sólo lo ignora a veces, sino que tiende a despreciarlo. Aquí se habla de ganar en Linares o en Sanlúcar como si estuviera en nuestra mano, como si el destino estuviera en nuestras manos, pero no es así; uno puede proponerse tomarse diez cervezas esta noche y tomarse doce, pero uno no puede proponerse ganar en Sanlúcar y hacerlo. Es algo tan evidente como olvidado. Fue el partido de siempre, es la historia de siempre en este club. Subimos humildes de Segunda Federación y ya en Primera sólo nos valía ser primeros (!), sin tener en cuenta la categoría de los rivales. Y así lo encajó el entorno murcianista, decepcionado por un extraordinario sexto puesto. Y así destrozó aquel formidable equipo, para ser primero (!!) reuniendo un montón de figuritas, sin tener en cuenta de nuevo el nivel de los rivales de esta categoría (según confesó el propio director deportivo del equipo). La historia del Murcia es la historia de un equipo que se estrella contra su absurda soberbia; la historia de una estúpida sonrisa que se burla de rivales que no son peores. La historia de un equipo que se empeña en ganar sin haber ganado nunca. Marcó Carrillo en el 90 y el abrazo con Martín dio sentido a un partido de Primera Federación a las 8 de la tarde. “Por fin nos ha pasado”, me dijo feliz, en referencia a eso de ganar en casa en el último minuto, y quizá también a eso de ganar injustamente en el último minuto. Y me quedé con esa ilusión que aún tenemos, un Domingo de Resurrección a las 10 de la noche, a pesar de ser el peor equipo del grupo. Esa ilusión de que cualquier equipo es respetable, incluso este Murcia; la ilusión de que cualquier mal equipo que agarra tres o cuatro victorias injustas puede empezar a ser un equipo mejor. Me quedé con esa ilusión, sí. Pero también con la esperanza de que quizá algún día las nuevas generaciones tengan el valor de enfrentarse a nuestro máximo enemigo, que no rival, ese que aparece arrogante cada vez que nos asomamos al espejo.

Real Murcia: Manu García; José Ruiz, Alberto González, Marcos Mauro, Marc Baró (Carrión, 90'); Larrea, Sabit, Isi Gómez (Tomás Pina 46'); Pedro León (Enol Coto, 58'), Amin (Carrillo, 65') y Dani Vega.

Abrazos: Uno gordo en el 91 propiciado por Carrillo (ni Álvaro Benito entusiasmado con una pizarra delante podría explicar por qué estuvo 65 minutos sin jugar)


Fútbol, S.A. (Sin Abuelos)



Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 0 ; Intercity, 1

1. Mi abuelo César nació en Alicante, pero ese cúmulo de pequeñas y grandes circunstancias y decisiones que conforman una vida le llevaron a establecerse en Murcia, a vivir la mitad de sus días muy cerca de La Condomina. Mi abuelo paterno nació en Alicante, aunque podía haber nacido en cualquier otro sitio, porque a mi bisabuelo, empleado de Correos, parece que no le importaba cambiar de ciudad de vez en cuando, incluso propiciarlo, pero siempre pasando por Jumilla, eso sí, donde había conocido a su mujer, mi bisabuela. Allí, en Jumilla, fue donde mi abuelo se casó con mi abuela María, y donde nació su primera hija. Pero poco después se marchó a Barcelona, la tierra prometida para las gentes del sur, quizá animado por ese espíritu mudable de su padre. En Barcelona, en 1933, puso una peluquería en la calle Entenza, y allí nació su segunda hija y, aunque el negocio no le iba mal, al estallar la guerra vio la cosa regular y su padre le aconsejó que se vinieran todos a Murcia, donde estaba la cosa tranquila. Aquí nació su tercera hija, en plena guerra, que él vivió en primera persona en los meses finales de la contienda; y aquí, en Murcia, terminó por instalarse: puso una peluquería en la calle Vara de Rey y, finalmente, otra en la calle San Antonio, donde nació mi padre, a unos 200 metros de La Condomina, el viejo estadio que entonces apenas tenía 20 años. A mi abuelo le gustaba el fútbol, o al menos ir al fútbol, dentro del ritual que tenía todos los domingos, según cuenta mi padre. Iba a misa temprano, impecablemente vestido, y luego al Círculo Mercantil, en el bajo donde después estuvo el Restaurante Hispano varias décadas, a jugar al dominó. Recuerda mi padre cómo le costaba encontrarlo en ese enorme salón, entre las mesas de mármol y la neblina que flotaba del humo de tantos cigarrillos diarios. De allí lo recogía, comían en casa arroz (de pollo o de conejo) y se iban pronto a La Condomina, cuando el fútbol era incluso antes de las 4, con su traje de los domingos y su puro. Yo apenas tengo recuerdos de él, salvo su imagen inmóvil en un sillón, ya enfermo, pero me gusta imaginarlo en La Condomina con su puro, junto a mi padre, con una expresión en la cara de cierta satisfacción, arraigado finalmente en Murcia, donde las pequeñas y grandes circunstancias y decisiones que conforman una vida le habían llevado.

2. Mi abuelo Vicente nació en El Palmar, en una casa de la huerta que ya no existe; ni la casa, ni la huerta. Era el sexto de nueve hermanos, y el único que pudo estudiar, gracias a que un cura le dio la oportunidad de entrar en el Seminario y él, según parece, hizo un buen control y no la dejó pasar: pronto se dio cuenta de que, entre libros, estaba sorprendentemente cómodo, tenía gol. Luego pasó la Guerra en la Marina, y al regresar a El Palmar quiso seguir estudiando, acaso espoleado por la penuria de la posguerra, que en el sureste de España, en plena huerta y con ocho hermanos, sería fina. Así, terminó Magisterio, empezó a trabajar y, ya colocado, como se decía entonces, se casó con mi abuela Paquita. Más tarde se licenció en Filosofía, ya en unas condiciones más propicias que las padecidas bajo aquella higuera en la que, alumbrado por una vela, había sacado adelante sus primeros estudios. Después de tener a sus dos primeros hijos en El Palmar (mi madre, la primera), se mudaron a Murcia, donde trabajó en varios colegios e institutos de la ciudad, en una larga carrera docente. Vivían en la calle Ricardo Gil y empezó a ser fijo de La Condomina, así lo recuerda mi madre, siempre yendo al fútbol. Me acuerdo de ir tres o cuatro veces con él al estadio, a partidos importantes (el Sporting, creo que el Valencia), cuando el campo estaba tan lleno que mi padre prefería que mi hermano y yo nos sentáramos por separado. Mi abuelo se sentaba más arriba, tribuna baja pero casi en la última fila, y pegado al Fondo Sur. (Mi padre en la fila 6, y más cerca del Fondo Norte). A mi abuelo Vicente lo recuerdo con claridad, con la claridad de vivir más de 16 años a su lado (veranos enteros en Punta Brava, meriendas con chocolatina Lingotín, tardes de Copa de Europa). Murió rápido y dolió de esa manera que ya duele para siempre. Aquellas veces que lo acompañé al fútbol se tomaba un carajillo en la barra del Bar Jiménez, donde quedaba con su cuadrilla futbolera. Me gusta recordarlo siempre que salgo a correr y paso por donde estaba el Jiménez. Y me gusta creer que, como en una novela de Auster o en una película francesa, mis abuelos se cruzaron un día en la grada de La Condomina, quizá a principios de los 50; un leve roce entre dos señores trajeados de domingo, uno con puro y otro con Ducados, y se pidieron disculpas y se miraron un segundo; me gusta creer que, como en una novela de Auster, ese momento determinó que mi hermano y yo, y Martín y quién sabe si sus hijos, seamos del Murcia para siempre. 

3. El Murcia perdió el domingo contra un no-equipo de fútbol, un no-club de fútbol, uno de esos casos que el fútbol español ve surgir y crecer con una indiferencia cómplice, como si no fuera la cosa con él, o contra él, en este caso. No tengo nada personal contra el Intercity, por cierto, sólo contra su concepto de fútbol, que es completamente opuesto a todo aquello que nos mantiene unidos al fútbol. El Intercity no es fútbol pero, sea lo que sea, eso sí hay que reconocerle, hace muy bien lo suyo; en eso que sean, sea lo que sea, son buenos, los tíos. Y lo hacen con una coherencia admirable, consiguen ser el villano perfecto: desde su nombre, por supuesto, hasta el negro de su camiseta o su escudo infame, todo como sacado de una inteligencia artificial pero aún en fase inicial o tonta; desde su salida a bolsa hasta su desprecio por las aficiones, pasando por sus intentos de compra de plazas, o las dudas en cuanto a la ética de su negocio; todo es mezquino, incluso su pésimo terreno de juego y su fútbol ramplón, que reúne todas las consignas del antifútbol, del no-juego, del exprimir la marrullería a un extremo casi indecente. Y lo hacen de manera impecable, además, como asegurándose de que ningún niño haya dicho o vaya a decir jamás “me enamoré del Intercity”. El fútbol negocio a la perfección, sin concesiones a nada cercano al fútbol auténtico; el negocio por el negocio, alejado de cualquier vínculo sentimental; el fútbol arrastrado por el capitalismo salvaje hacia otra cosa que se llamará fútbol, pero ya no será fútbol. Dinero, mucho dinero, que ha terminado por dejarnos un fútbol millonario pero empobrecido, lleno de equipos saneados sin hinchada, de hinchadas con equipos arruinados, con horarios absurdos confeccionados para el sofá, mundiales manchados de sangre y países que humillan a las mujeres, aparte de torturar, lapidar y decapitar, dirigiendo el cotarro. Algunos partidos hay que verlos sin volumen, con la nariz tapada y mirando casi de reojo, porque es una vergüenza haber vendido así nuestro fútbol. El dinero lo ha comprado todo, o casi. Ha comprado tanto que en algún momento pensó que lo podía comprar todo. Pero sigue sin poder comprar lo que nos mantiene unidos al fútbol, lo que nunca se podrá comprar.

4. Esa misma mañana, pocas horas antes de recibir en Nueva Condomina a un no-equipo de fútbol, unos 75 kilómetros al norte, el Hércules de Alicante perdía contra la Penya Independent, equipo ibicenco de la localidad de San Miguel de Balasant, por dos goles a tres, con un gol decisivo en el minuto 100. Me gusta pensar que, entre las 7.200 personas que asistieron al Rico Pérez, había un chaval que se fue a casa medio llorando por algo que no tiene muy claro qué es, pero que le mantendrá unido al fútbol para siempre. Me gusta pensar que ese chaval, dentro de 50 años, le contará a su nieto cómo resistieron. Cómo vivió esos años en Segunda Federación, de la mano de su abuelo, que, sin dejar de ir jamás al Rico Pérez, le hablaba del gran Hércules de los 70, que tanto disfrutó con su abuelo. Y cómo ese nieto del futuro le contará todo a su nieto. Y me gusta pensar en cómo ese chaval alicantino le contará también a su nieto este partido trabado e imposible que estamos jugando ahora mismo, lleno de trampas y de juego sucio, en el que el fútbol sin abuelos fue derrotado, en una remontada increíble, por el fútbol con memoria. 


Real Murcia: Gianni; José Ruiz (Enol Coto, 61’), Alberto González, Marcos Mauro (Víctor Rofino, 82’), Marc Baró; Sabit, Martin Svidersky (Amin, 61’), Isi Gómez; Loren Burón (Mariano Carmona, 82’), Dani Vega y Carrillo.

De sobra


Oliva B (@beandtuit)
Alcoyano, 2 ; Real Murcia, 3

En septiembre de 2022, al volver a sus clases de tenis después del verano, Martín se encontró con que tenía nuevo monitor, Rubén, uno de esos tipos de apariencia dura, sonrisa difícil y aire severo; un modelo clásico de instructor, vamos, de corteza arisca a primera vista. No fue fácil esa adaptación para mi hijo, con 9 años, el más pequeño de su clase, y poco acostumbrado a ese estilo rígido, tan en desuso en estos tiempos míster wonderful. O no creí yo que fuera fácil esa adaptación para mi hijo, más bien, porque en realidad se adaptó bastante rápido, en pocas semanas. Martín se amoldó sin problema a esa manera de llevar las clases sin juegos ni tonterías, a un estilo grave y disciplinado, pero que con el paso del tiempo va revelando una seriedad irónica, con un punto socarrón. Martín incluso se adaptó tan bien que, un año después, lo que empezó a preocuparle era no continuar con Rubén a la vuelta del verano. Pero ahí siguen este curso, también para deleite del grupo de padres que disfrutamos en la distancia de su manera de corregir infatigable, y de un humor con retranca que termina por ganarse el cariño de los niños. Entre sus ocurrencias, la que más nos llamó la atención desde el principio fue su costumbre, entre la gracieta y la extravagancia, de decirle siempre a los chiquillos que van a llegar, en ese momento crítico del tenis en el que el jugador no sabe si arrancar o no, si merece la pena luchar por llegar. “Llegas de sobra”, dice siempre, a todos, ante cualquier dejada o bola corta, ante cualquier bola, ya sea cómoda o imposible. Lo dice siempre. “Llegas, llegas, llegas”. “Llegas sobrao”. O “llegas de sobra, campeón”. Siempre, a todos, en todo ese tipo de bolas. Da igual que el chaval que tenga que llegar esté bien metido en la pista, o en la línea de fondo, o en el otro extremo, fuerísima. “Llegas de sobra, de sobra”. Da igual que el chaval sea rápido o que le cueste más arrancar; da igual, en realidad, que el chaval pueda llegar o no, que siempre habrá un “llegas de sobra” de Rubén, lo que provoca el cachondeo general de la grada, y la incredulidad de algún padre novato: "¿En serio le está diciendo al chiquillo que llega de sobra a esa bola?". Parecía su chiste estrella, pero una tarde, de pronto, lo vi. Fue en un “llegas de sobra” cualquiera, una tarde tonta de noviembre. Qué cojones cachondeo, pensé, qué cojones chiste. Qué bonito es tener a un tío diciéndote siempre que vas a llegar. Y de sobra. Qué mensaje más sano reciben estos zagales un par de veces a la semana, cuánto que aprender hay detrás de una aparente tontería. No he leído ‘Sapiens’, ni he profundizado demasiado en paleoantropología, pero detrás del progreso de nuestra especie debió haber un mensaje así que nos hizo triunfar frente al resto de homínidos. “Llegas de sobra” a escapar de ese león. “Llegas de sobra” a ese manjar de la copa del árbol, o a salvar ese precipicio imposible. Quizá fuera aquel un primer míster wonderful, el primigenio, uno serio, de apariencia dura y sonrisa difícil, que no te decía eso de que lo único imposible es aquello que no intentas; sino que llegabas de sobra, sin más. Y me parece una gran actitud ante la vida, la verdad, más allá de que a veces sea imposible llegar. Siempre hay que arrancar como si fuéramos a llegar. Y de sobra, claro.

El Murcia confirmó en Alcoy las buenas sensaciones que viene ofreciendo en las últimas semanas; sensaciones que, afortunadamente, han venido acompañadas de resultados, aunque ya sabemos bien que eso no siempre coincida. Pero el cambio entre lo que hace muy poco (principios de enero, por ejemplo) era el Murcia de Alfaro a lo que actualmente es el Murcia de Alfaro no es que sea importante o enorme, es que es absoluto: el Murcia de antes no era un equipo de fútbol y el de ahora lo es. Ser o no ser. (Nota del cronista: quizá esta temporada sería buena para valorar que no es fácil llegar a ser un equipo de fútbol, sobre todo para no volver a destruirlo, como hicimos este verano). Ahora, en su condición de equipo de fútbol, el Murcia puede por fin mirarse al espejo y empezar a preguntarse cosas. Sabe lo que es, ha empezado a tener una identidad. Antes no era y ahora es. No hay grises en esto, ya digo, es un cambio radical, y por eso nos ha cambiado todo de un día para otro. Ha cambiado nuestras caras, nuestros sueños, nuestras miradas, el tono de nuestra voz. Ahora preparamos el desayuno con más cariño. Ahora queremos incluso hablar del Murcia, que nos pregunten, cruzarnos con murcianistas, palpar otras ilusiones. Y, como estamos en racha, ocurre, todo sale; ahora los goles entran después de rechazar en varios rivales y ahora nos cruzamos con murcianistas con los que queremos cruzarnos. El lunes, dos días después de Alcoy, me abordó un clásico por la calle Correos, en uno de esos cruces apresurados de dos palabras, pero que terminó con la pregunta que empieza a flotar en el ambiente con este resurgir. “¿Llegaremos, Oliva? ¿Llegaremos?” Y, aunque respondí con prudencia y tirando de tópicos y de dudas (esto es muy largo, amigo; nunca se sabe; partido a partido y ya veremos en abril), en cuanto nos despedimos no pude dejar de acordarme de Rubén, de tantas tardes viendo a esos zagales entrenar, de tantas tardes escuchando a ese tío y su mensaje claro, sano, directo. No hay otra respuesta posible, pensé, con una sonrisa tonta en la cara. De sobra, hombre. Llegamos de sobra.

Real Murcia: Gianni Cassaro; José Ruiz, Marcos Mauro, Alberto González, Marc Baró; Sabit, Martin Svidersky, Isi Gómez (Amin, 77'); Loren Burón (Víctor Rofino, 87'), Dani Vega (Juanmi Carrión, 66') y Carrillo.

Goles: Todos tras uno o varios rechaces y/o rebotes varios. De sobra.

Óscar Sánchez: "Me apasiona más entrenar que jugar"


Óscar Sánchez Fuentes (Murcia, 19 de diciembre de 1979) es uno de los 50 jugadores con más partidos en la historia del Real Murcia. Fueron 131 en total, uno por delante de los 130 de Chuchi García y Del Barrio. Ya tenía 29 años cuando volvió a casa, pero le dio tiempo a muchas cosas desde su rincón izquierdo del campo. Le dio tiempo a la tarde lluviosa y triste de Girona, pero también a la soleada y feliz de Lugo, por ejemplo. Y le dio tiempo a hacerse amigo de Richi, que quizás es más importante que todo lo demás. Así que la primera pregunta se la hago a alguien que le conoce bien.



¿Cómo era Óscar como jugador, Richi? 
Él jugaba de interior izquierdo en el Atleti B, donde coincidí con él por primera vez en la 2000/2001. Eso ya te da una idea de que no era un lateral defensivo. Acabó jugando ahí, pero él tenía alma de centrocampista, porque tenía mucha calidad. No era el lateral tradicional y aguerrido: era más parecido a lo que se puede ver hoy en día. Jugaba bien el balón, tenía tranquilidad, le gustaba tenerla y participar del juego. Luego en el Murcia coincidimos cuando volví en Segunda B, con Iñaki Alonso. Y tuvo un papel muy importante en ese ascenso. Él tenía nivel muy por encima de esa categoría. En Segunda, al año siguiente, metió 7 goles jugando de lateral, y algunos de ellos fueron fundamentales para conseguir la salvación. A nivel personal tengo muy buen recuerdo de la etapa del Atleti B: conectamos enseguida. Y en esas dos temporadas de Iñaki Alonso éramos dos jugadores de un perfil similar: estábamos en la última etapa de nuestras carreras. Habíamos tenido experiencias similares, con varias temporadas en Primera División, y eso nos acercaba aún más. Nos hicimos amigos, hablábamos mucho. Además, Óscar tiene un gran sentido del humor. Recuerdo con mucho cariño esos viajes interminables en autobús. Me acercaba a su asiento, y nos tirábamos mil horas hablando y riéndonos de cualquier cosa. Seguimos viéndonos mucho hoy día. En esos años yo no sabía a ciencia cierta si Óscar se iba a convertir en entrenador. Pero le gustaba mucho el fútbol, tiene personalidad y es inteligente. Ése es el punto de partida inicial para ser entrenador. Si eres inteligente y sabes conectar con las personas, tienes la base sobre la que construir todo lo demás. Y Óscar lo tiene. He visto partidos de sus equipos, y tienen ese gusto por ser protagonista y tener el balón, que es lo que él transmitía como jugador. Ojalá le vaya muy bien en esta etapa.


¿Cuál es tu situación actual, Óscar? ¿Estás viendo mucho fútbol?

Tras finalizar mi etapa en el Orihuela hace un mes y medio, no puedo entrenar en España hasta la próxima temporada. Estoy viendo mucho fútbol, y durante la semana analizo diferentes cosas. Por ejemplo, ahora estoy analizando cómo se originan los goles, es decir, desde qué situaciones concretas se producen, en mayor medida. Eso es algo que luego resulta muy útil en los entrenamientos. Además, la semana que viene me voy a ver el Aston Villa-Newcastle, porque Unai Emery es un entrenador referente. Pero también me apetece ir a ver cómo entrena el Cartagena B de Pepe Aguilar, porque es un modelo de juego que me interesa. Y quiero ir a ver a Marcelino en el Villarreal. Aparte de eso, voy a seguir viendo todos los partidos que pueda por la zona, desde Valencia, Almería, Murcia, e incluso más arriba de Madrid, por el norte. Y sobre todo, voy a hablar mucho con entrenadores. Hay un técnico que me parece extraordinario, el del Marbella (Fran Beltrán), con el que hablo mucho, porque ve el juego como yo. Debatimos, nos mandamos vídeos… Al final se trata de estar activos y ver lo que hace el resto, porque de eso se aprende muchísimo. No me refiero a tareas de entrenamiento, porque eso puedes encontrarlo en Internet, sino a la gestión de grupo, a la solución de problemas o el manejo de un vestuario en una derrota. Me gusta ver cómo actúan los demás entrenadores en esas situaciones.


Ahora es muy habitual que los entrenadores que están libres vayan a ver partidos de fútbol y suban a sus redes sociales una foto para dejar constancia de que han estado allí. Imagino que también para que los clubes a los que ha ido a ver sepan que él está siguiéndoles y que no les importaría aceptar una oferta suya, si cambian de entrenador.

Sé que es habitual, pero la verdad es que no lo estoy haciendo. Es algo así como demostrar que estás trabajando, que estás en el mercado. También te digo: hoy día, a muchas de las cosas de tu trabajo hay que darles repercusión, y entiendo que una manera de llegar sea a través de las redes sociales. Yo llevo semanas yendo a diferentes campos a ver partidos y de momento no he subido ninguna foto ni ninguna ‘story’ en Instagram.

 

Vas a un estadio, te dejas ver, hablas con uno en el palco, hablas con otro… Supongo que en el fútbol, como todo, importan mucho las relaciones

Hay dos propósitos a la hora de ir a ver fútbol: la primera es ir para intentar meterte en cualquier sitio, ofrecerte o ver si el entrenador que está en ese momento en la picota cae definitivamente. Y la segunda manera, que es como me lo tomo yo, es ir a ver fútbol porque te apasiona este deporte, para ver otras maneras de trabajar, conocer el mercado, conocer los jugadores para cuando te toque trabajar… A eso voy yo a los estadios. Pero es verdad que hoy día esto también se mueve por contactos. Hay muchas agencias de representación metidas en equipos. Y son pocos los directores deportivos que se dediquen a ir a ver cómo trabaja un entrenador, para quizás firmarte el día de mañana. Realmente, te firman por los resultados que hayas tenido en los últimos dos o tres años. Pero a veces esos resultados no llegan y hay entrenadores muy buenos que, si no les han acompañado los últimos resultados, lo tienen difícil.

 

Me llamó la atención que el día que te despidieron del Orihuela, un entrenador ya veterano y respetado como Vicente Mir respondió al tuit del club anunciando tu marcha, y lo hizo con estas palabras: “El año pasado campeón de liga y ascenso con el mejor futbol de todos. Eso queda para la historia del Orihuela. No lo pueden decir todos”. También he escuchado a José María Cases poner por las nubes el fútbol que hicisteis esa temporada 2022/2023 en la que subías a Segunda Federación.

El primer año, la 2021/2022, también fue muy bueno. Cogí el equipo en noviembre casi en descenso, y sólo nos quedamos fuera del playoff de ascenso a Segunda Federación en la última jornada. Y ya la temporada pasada fuimos 25 jornadas líderes y terminamos campeones, ascendiendo directos. Quedar campeón en cualquier categoría es muy difícil, y más en el grupo valenciano. Y en cuanto a mi idea de juego: creo mucho en los procesos, no creo en el resultado inmediato. Puedes ganar de cualquier manera, pero siempre les digo a los jugadores que esto es un espectáculo, además de una profesión. Tienes que intentar enganchar a la gente con una propuesta que sea reconocible. No vale sólo con ganar, porque eso sólo lo sostienen los resultados. Y cuando dejas de ganar, ¿qué lo sostiene?

 

Esta temporada llegaste a estar en puestos de playoff de ascenso a Primera Federación, pero en cuanto llegó una racha mala y os metisteis abajo, te destituyeron

En el último mes y medio el Orihuela no ganaba. He terminado estando fuera de allí porque la vida del entrenador es así, y estar más de dos años en un banquillo es muy complicado. En cuanto tienes el mínimo bache, lo normal es que vayas fuera. Lo entiendo. Pero lo que queda es la forma de la que has hecho las cosas. Y por ejemplo, ese mensaje que escribió Vicente Mir demuestra que hay un proceso, un reconocimiento, un trabajo que se valora. Al final, es lo que queda.

 

Subisteis a Segunda Federación arriesgando y jugando muy bien al fútbol. ¿Eso se puede hacer, en una categoría así?

Perfectamente. El primer año, cuando nos quedamos fuera del playoff en la última jornada, la gente me decía que para ascender teníamos que jugar de otra manera. Y claro que se puede ganar con juego directo y segunda jugada, por supuesto, yo no estoy en contra de esa forma de jugar. De hecho, hay campos en esa división donde te tienes que adaptar y optar puntualmente por ese estilo. Pero yo creo en otra forma de llegar al resultado, y es la que yo sé transmitir. Yo no sabría transmitir otra. Es la forma de jugar en la que creo, y no por romanticismo, ni porque sea más bonito, ni por modas, ni por el guardiolismo: es porque entiendo que lo que te acerca más a ganar es tener la pelota. Es por lo que jugamos desde pequeños.

 


¿Tuviste siempre en tu cabeza apostar por ese estilo o fue algo progresivo?

Fue progresivo. En mi época de futbolista, todo era muy básico: balón al lateral, que pegaba balón largo al extremo, y segunda jugada. Pero después vas hablando con entrenadores, vas conociendo diferentes metodologías, en los últimos años de carrera futbolística vas definiendo un poco cómo quieres enfocar tu camino… Y después, José Manuel Aira tuvo también mucho que ver. Me ayudó mucho. Es un entrenador que a nivel metódico es impresionante. Todo eso me ayudó a plasmar mi idea de juego. Además, me di cuenta de que era la forma de jugar que yo sabía transmitir. Quizás con otros estilos se gana igual, pero yo no sé transmitirlos, y si no sabes transmitirlo y no llegas al jugador, al final la plantilla no va a creer en ti.

 

¿Podrías resumir esa idea de juego?

Línea adelantada, presionar en campo contrario, ser muy proactivo, porque el fútbol tiende a eso: a ser muy físico, muy fuerte. A través de la pelota hay que atacar, no pasarla por pasarla. Y dominar muchos aspectos del juego, como las transiciones. Pero la idea es ésa: defender muy alto, en campo contrario, y sobre todo, desajustar al rival a través del balón.

 

¿Hay que ser siempre fiel a ese estilo?

Uno va aprendiendo con el ensayo-error y la experiencia. Y este año me ha venido muy bien para saber que a veces hay que adaptarse a las circunstancias. Tras el partido de Copa en Los Arcos contra el Girona, hablé con Míchel, al que por cierto, han destituido un par de veces y mira dónde está ahora. Y me dijo que analizando a nuestro equipo, teníamos problemas a la espalda de nuestros centrales. Y que él también jugaba de esa forma, pero que se había ido fijando cada vez más en el perfil de los centrales con los que él jugaba. Porque si tenía dos centrales lentos, era una temeridad llevar su idea de juego al extremo. Ese aprendizaje me lo ha dado mucho este año.

 

Cada vez se arriesga más en el fútbol de toda Europa.

Así es. También el jugador es cada vez más rápido y mucho más fuerte, y eso te da para jugar con líneas muy altas. Cualquier equipo trata ya de jugar así. Por ejemplo, el Leicester de Maresca en la segunda división inglesa está practicando ese juego, que no era nada típico en ese club, y van líderes destacados. En la Premier han llegado entrenadores de fuera, se han abierto a otras ideas y han ido cambiando su filosofía de juego. En Inglaterra ya tienes a muchos equipos que intentan defenderse y atacar a través del balón.

 

El físico está pasando a ser cada vez más importante, también para jugar así. Difícilmente un central lento puede jugar así de adelantado, con 50 metros a su espalda.

Sí. Primero, la presión tras pérdida tiene que ser muy agresiva, para que ese primer pase no te coja la espalda cuando tú tienes la defensa adelantada. Y luego hay una cosa muy importante: avanzar con el balón te permite tener las líneas juntas. Y entonces esa presión tras pérdida, estando juntos, es más sencilla. A la vez, asociarte también es más fácil. Pero hoy día, si no tienes defensas que sean rápidos al espacio, es muy difícil esa forma de jugar. Ahora los físicos de los jugadores parecen hechos por ordenador. Yo estoy convencido de que no podría jugar en este fútbol. Juegas contra un filial que tiene críos de 17 años, y ya son bestias. Son animales que yendo al choque tiran a jugadores de 30 años.

 

Un puesto específico que tú conoces bien: el de lateral. No se le da mucha importancia.

El otro día leí a un entrenador que decía que el fútbol va a tender a jugarse con cuatro centrales atrás. O sea, que vamos a acabar jugando con dos laterales que sean centrales. Para ganar duelos, ser muy fuertes en defensa y ya luego jugar ‘alegres’ a partir del centro del campo. También hay muchos entrenadores que optan por que uno de los laterales sea central, y que la salida del balón sea con tres. Pero es verdad que cuando yo jugaba, el lateral sólo se dedicaba a subir y bajar la banda. Y ahora, los entrenadores les exigimos a nuestros laterales que se metan por dentro, que incluso se coloquen de pivote en algunas situaciones, o que se pongan de mediapuntas, como hace el Girona con su lateral izquierdo, Miguel Gutiérrez. El fútbol ha evolucionado mucho, y uno de los puestos donde más ha evolucionado es el de lateral. De hecho, yo me recuerdo de lateral y pienso: mis funciones eran muy básicas.

 

No me digas nombres, pero seguro que cuando eras jugador y llegaba un entrenador nuevo, te desmoralizabas a veces en cuanto os contaba a lo que ibais a jugar

Seguro. Hay entrenadores que me han servido para forjarme, pero otros me han servido para saber lo que no hay que hacer, que también es importante. Cuando eres jugador, tu juicio sobre el entrenador es un poco sesgado. El egoísmo del futbolista hace que el entrenador sea mejor o peor en función de si juegas los domingos o no. Y no lo ves con los mismos ojos si no te pone. En perspectiva, hay entrenadores que me llamaban mucho la atención entonces, y ahora veo que eran más básicos. Y al revés: algunos que no me gustaban, ahora sí los valoro. Por ejemplo, Fernando Vázquez, al que tuve en el Valladolid en la 2003/2004. Yo con él no jugaba, y mi impresión sobre él no era buena en aquel momento. Pero en perspectiva, recuerdo que hacíamos trabajos propios de un evolucionado a su tiempo. Eso lo ves con los años. En el momento, te ciega tu situación personal.

 

Hablabas antes de José Manuel Aira, del que fuiste su segundo entrenador tanto en el Murcia como en otros equipos. Probablemente, con los datos en la mano, es el mejor entrenador del Murcia desde el descenso administrativo.

Aira no está todo lo valorado que merece, porque su perfil es bajo. Es un hombre humilde, tranquilo, no escribe en redes sociales. Hoy día, si no pones tuits a favor de la afición, vendes menos. Él vende con su trabajo, con su implicación, con su dedicación. Es un tío super preparado. Salvo alguna temporada donde no salieron las cosas, como en Marbella, generalmente ha hecho muy buenos años. Ahora está muy bien valorado en el Alavés B. Es de esos entrenadores con los que da gusto trabajar. A nivel del día a día, es con quien más he aprendido. Es una pena, porque el fútbol va a veces de venderse y no de verdadera capacidad, cuando él es un entrenador super capaz.

 

Háblame de dos jugadores con los que has coincidido como futbolista: Baraja en el Atlético B y Víctor en el Valladolid.

Justo cuando yo subo al Atlético B, Rubén Baraja estaba ya alternando el filial con el primer equipo. Es el jugador que más me ha acojonado en un entrenamiento. Yo venía del Atlético C, y el B estaba en Segunda División. Era un salto de nivel. En una posesión, perdí el balón, y él era tan competitivo que me echó una bronca impresionante. En el Atleti C, si perdías un balón no pasaba nada. Pero él me hizo darme cuenta de que el B ya era fútbol profesional. Era un tío con mucho carácter. Y en cuanto a Víctor, era talento. Él era el Valladolid. Un jugador de calle, de esos que ya no quedan. Salía a jugar y no sentía presión absolutamente por nada. El día antes del partido, algunos nos quedábamos tirando faltas en el entrenamiento, pero él se iba a la banda y nunca tiraba. Desde allí nos gritaba riéndose: “Tirad faltas, tirad, que mañana en el partido las voy a tirar todas yo”.

 


El mejor entrenador que has tenido

Mendilíbar ha sido muy bueno. Sobre todo en gestión de grupo. Apostaba por la simplicidad, sacando el máximo rendimiento de lo que tenía. Es un tío muy llano, que va de frente, nunca engañará a nadie. Es de esa gente con la que da gusto compartir vestuario. Tiene una idea de fútbol que comparto en muchos aspectos: la línea muy alta, ser agresivos, ir a campo contrario, robar lejos. Le daba igual que jugáramos contra el Madrid, siempre hacíamos lo mismo. Él decía que prefería perder un día 7-0 contra el Barcelona pero no perder la identidad, antes que perder siete partidos por 1-0 perdiendo tu sello. Entonces, como él tenía muy claro que cuando jugabas contra el Madrid o el Barcelona lo normal era perder, pues decía: muero con mi idea.

 

¿Es verdad que Mendilíbar es un obsesionado de los centros al área?

Todo eran centros. Al final Mendilíbar era: presión alta, saltar como locos a por el rival a recuperar el balón, y entonces centrar, ya fuera desde tres cuartos, desde el córner, desde el banquillo, desde donde fuera. El balón tenía que acabar en el área. Y un balón en el área siempre es un problema para el rival.

 

La temporada 2006/2007 que nosotros ascendimos a Primera con Lucas Alcaraz, ese Valladolid de Mendilíbar acaba campeón destacado con una racha increíble de partidos sin perder

Fueron 27 partidos seguidos sin perder, y de esos, ganamos 22. En plena racha, hubo un partido en El Ejido en que íbamos perdiendo 2-0, jugando una primera parte horrible. Y acabamos ganando 2-3 porque estábamos en esa inercia de que ya daba igual lo que hiciéramos. Sabíamos que íbamos a ganar. Ascendimos en Tenerife en abril, y estuvimos toda la semana de fiesta. Entonces en la jornada siguiente vino el Murcia de Lucas Alcaraz a Zorrilla, jugándose ellos el ascenso, y empatamos 1-1 después de que esa semana prácticamente ni habíamos entrenado. Era inercia.

 

Descríbele cómo eras como jugador a un aficionado del Murcia muy joven que no te haya conocido

A nivel defensivo, me costaba. No era excesivamente rápido. Muchos duelos los ganaba por listo y por la experiencia de los años de chocar trayectorias, más que por velocidad. Yo intentaba defender, subir, llegar y centrar. Lo que sí tenía, y eso sí me lo valoraron, es que no me pesaba la responsabilidad en momentos difíciles. Con Mendilíbar a veces jugaba y a veces no, pero en dos temporadas consecutivas nos jugamos el descenso en la última jornada, una en el Villamarín y otra en Huelva, y en esos dos partidos me puso de titular porque decía que en esos días no me pesaba la presión.

 

Eras muy listo para colocarte en el balón parado, sin ser muy alto

Eso se lo digo mucho a los jugadores ahora: no es tan importante la altura como el ‘timing’ de cuándo se produce el golpeo, cuándo moverte y la intuición. Víctor Fernández no medía más de 1,70. Pues no he visto un jugador que ganara más segundas jugadas que él, porque tenía intuición. El fútbol va a veces de eso.

 

¿Notas que el tratamiento del fútbol es cada vez más superficial? La Liga, el marketing, incluso los medios de comunicación. Las noticias que nos venden, las tonterías en las que quieren que pinchemos. No les gusta el fútbol.

Es lo que vende hoy día: mucha salsa rosa, mucha pérdida de tiempo en hablar de los árbitros, en vez de hablar del juego. De las preguntas que nos hacen a los entrenadores, ninguna es de fútbol. Y ni siquiera sé si a la gente le llega a interesar que se hable de fútbol. Les hemos vendido un producto en el que lo único que importa es que ganes, y ya está.

 

¿Qué entrenador actual te gusta?

El Tottenham de Postecoglou me gusta mucho. Lo que hacen sus laterales es increíble: se meten por dentro, por fuera, de mediapuntas… miras atrás y sólo hay dos jugadores, los centrales. Pero actualmente, si me tengo que quedar con uno, es con Roberto De Zerbi, del Brighton. Es un pedazo de entrenador. Hay muy buenos entrenadores, también en España. Por ejemplo, Éder Sarabia, en el Andorra. Este año está abajo, pero no por eso es peor entrenador. Tiene una idea de juego muy buena. Me gusta mucho cómo sus centrales se paran y pisan el balón esperando a que salte el delantero a la presión. En el estilo opuesto, el Cholo Simeone también me parece una bendición para el fútbol. Ese tipo de entrenadores, que llevan tantos años sacando rendimiento a unos jugadores, son la leche. No hay que hacer buenos o malos a los entrenadores sólo porque te guste un tipo de fútbol. Marcelino, que ahora no está ganando, me parece un gran entrenador. También Unai Emery. En España tenemos de los mejores entrenadores del mundo.

 


¿Crees que la pasión es fundamental para persuadir al futbolista?

Es uno de los mensajes que transmito a mis jugadores: la pasión es lo que mueve todo. Si no tienes pasión, es mejor que te quedes en casa. Los años de jugador, de entrenador o de cualquier profesión, pasan, y luego te arrepientes de lo que no has hecho con pasión. De hecho, yo me arrepiento de alguna situación que he tenido siendo jugador. Podrás tener una idea de fútbol u otra, pero si la transmites con pasión, es más fácil que llegue al jugador y crea en ti. La pasión se contagia y es algo positivo. Si estás decaído y no lo vives con ilusión, al final no consigues transmitir nada.

 

¿No crees que Nueva Condomina se adapta precisamente a que el Murcia se actualice un poco y apueste por ese juego ya más valiente? Aunque se corran más riesgos.

Claro. Además, el Murcia ya está en una división en la que todos los campos son grandes, de hierba natural. Se habla mucho de que Nueva Condomina está maldita, pero para mí es una bendición tener ese campo. Somos la envidia de muchos equipos. Aunque ese estadio también motiva mucho más a los rivales, es verdad. Y a veces no sientes esa cercanía de los aficionados, porque las gradas están lejos, y es un campo demasiado grande. Aunque tengamos 9.000-10.000 espectadores, da la sensación de estar simplemente medio lleno. Pero no creo que el estadio sea excusa o haya tenido que ver en las temporadas de malos resultados.

 

¿Cuál es la solución para el Murcia?

Generar un proyecto en el que no nos pueda la inmediatez. Y es difícil hacerlo, porque la inmediatez es importante para todos. Cuando económicamente no estás bien, tu manera de ingresar dinero es llegar al fútbol profesional y pasar a cobrar mucho más por derechos de televisión. Entiendo que es una necesidad. Pero si se consigue estabilizar la situación económica, como parece que está sucediendo, y a nivel deportivo se da tranquilidad, el Murcia estará ahí. Es difícil ascender en cualquier categoría. El Murcia ha sido históricamente de los importantes para ascender, pero hoy es muy difícil: hay mucha igualdad, todos los equipos tienen medios, tienen dinero, tienen gente preparada. El dinero ayuda a generar plantillas buenas, y así es más fácil que asciendas. Pero las urgencias y la necesidad de inmediatez hacen que a veces sea mucho más difícil. Estoy convencido de que el Murcia va a llegar al fútbol profesional, antes o después. Habrá un año que se dé todo para que ascienda.

 

¿Te parece casualidad que la mayoría de equipos del sureste tengan un mismo patrón? Murcia, Elche, Hércules, incluso Cartagena. Todos chocando y rebotando durante la mayor parte de su historia. Siempre muy por detrás de sus ambiciones.

Tiene que ver mucho con los dueños que se hacen cargo de los clubes de esta zona. El poder llama. El sentarse en un palco llama. Y estoy convencido de que en el norte también. Pero allí es diferente, son lugares donde el arraigo del equipo en la tierra es muy profundo. Allí los presidentes no entran para sacar barriga, cosa que sí se ha visto más por el sur. En el norte hay mayor respeto por el profesional. Aunque también se está perdiendo eso, a nivel general. En Inglaterra pasas diez años en un club y te hacen una estatua. En España, si un jugador está diez años en un mismo club, la gente dice: “¿Qué hace este tío tanto tiempo aquí, chupando del bote? Que se vaya ya”. Ese es el comentario que hacemos muchas veces en este país. Si un año las cosas van mal, hay que cambiarlo todo. Pero es necesario entender que en el deporte, y especialmente en el fútbol, hay años que no son buenos, porque por muy bien que hagas las cosas, a veces no salen.

 

¿Te hace ilusión llegar a entrenar el Murcia?

Yo soy entrenador, y estoy abierto a todo. Evidentemente, entrenar al Murcia sería para mí increíble. Pero uno no se tiene que ir planteando que quiere ser entrenador para llegar a un equipo concreto. Cada uno tiene su camino: si se dan las circunstancias en algún momento, encantado, y si no, que nos vaya bien a los dos. A mí me apasiona mi profesión. De hecho, me apasiona más entrenar que jugar. Es raro. Yo quiero ser feliz y quiero sentir pasión entrenando, ya sea en un equipo de niños, de juveniles, en un Tercera Federación, en Primera División o donde sea. Quiero estar a gusto. Lógicamente, el Murcia es un caramelo y sería un sitio muy bonito para entrenar, sobre todo si consigues éxitos. Si no consigues éxitos, es un sitio duro.

 

¿En algún momento llegaste a estar cerca del banquillo del Murcia?

No. En su día hablaron conmigo para ser director deportivo, hace algunos años. Pero ahora mismo quiero entrenar y es lo que me gusta.

 

¿Notas todo el potencial que tiene hoy día el Murcia?

Lo del Murcia es una barbaridad. Es un transatlántico. La afición se ha rejuvenecido mucho, se engancha muy fácilmente. Los que son murcianistas desde hace tiempo recordarán que ir en mitad de la tabla en Segunda División era un infierno para los jugadores del Murcia. Y hoy día el nivel de exigencia no es el mismo. Me parece algo necesario, porque con la situación económica que ha atravesado el Murcia, haber generado mucha exigencia desde fuera habría hecho mucho daño. Hemos generado un murcianismo sano, muy bonito, y con un potencial por delante de la leche. Es algo increíble: a veces, cuanto peor va el equipo, más gente va al campo.

 

Las dos ciudades de tu vida son Murcia y Valladolid. ¿Hay muchas diferencias entre ambas?

Las hay. La temperatura ya hace que tu carácter sea diferente, ni mejor ni peor, pero diferente. Valladolid es más pequeña, y aunque es una de las ciudades más elitistas de Castilla y León, es muy cercana, muy campechana. En cuanto al público, allí son muy exigentes. Han estado muchos años en Primera División. Pero en el día a día, iba por la calle y era como si no me conocieran. Eran muy respetuosos para hablarte. En Murcia para eso somos más dicharacheros. Aquí somos más pasionales, más extremistas, para lo bueno y para lo malo. No sé si será una cuestión de carácter, de temperatura, o vete a saber.

 

Tu recuerdo más feliz como entrenador

El día del ascenso ves un premio a todo el trabajo que has realizado. Pero también es muy satisfactorio el día a día, ver cómo los jugadores creían en ese modelo de juego. Que futbolistas que nunca habían jugado a eso se abrieran a hacerlo; que los laterales no entendiesen cómo se podían meter por dentro y que luego lo hicieran; notar cómo te miraban cuando dabas una charla.

Malo


Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 1; Atlético de Madrid B, 1

Qué malo es el calvo. Qué malo es Sierra. Qué malo es Ferrer. Qué malo es Tocornal. Qué malo es Ibeas. Qué malo es el negrico. Qué malo es Carlos. Qué malo es Brasi. Qué malo es Botella. Qué malo es Eugenio. Qué malo es Costa. Qué malo es Clos. Qué malo es Virgilio. Qué malo es Sierra (otro). Qué malo es Amarillo. Qué malo es Naixes. Qué malo es Soto, qué malo es Mentxaka, qué malo es Roura. Qué malo es Balaguer. Qué malo es Rosagro. Qué malo es el Chato. Qué malo es Etxarri y qué malo es Gallastegi. 

Qué malo es Sigüenza. Qué malo es el zagal. Qué malo es Ramos. Qué malo es Carlos Simón. Qué malo es Matito. Qué malo es Cuxart. Qué malo es Juanma. Qué malo es Ciani. Qué malos son los argentinos. Qué malo es el Chato (otra vez). Qué malo es Tito y qué malo es Ismael y qué malo es Pedro Largo. Qué malo es Richi. Qué malo es Roteta. Qué malo es Fredi. Qué malo es ese portero. Qué malo es Husillos. Qué malo es Marañón. Qué malo es Aureliano. Qué malo es Pulido. Qué malo es Lucas Alcaraz. Qué malo es Ochoa. Qué malo es el negro. Qué malo es Pablo García. Qué malo es Íñigo. Qué malo es De Lucas, qué malo es Movilla. Qué malo es el pelirrojo. Qué malo es Capdevila. Qué malo es Montoro. Qué malo es Xisco Campos. Qué malo es Natalio. Qué malo es José González. 

Qué malo es Kike García, ¿eh?. Qué malo es Borja Bastón. Qué malo es Tagliafico. Qué malo es Saúl Berjón. Qué malo es Mauro dos Santos. Qué malo es Fernando. Qué malo es Gerard Oliva. Qué malo es Isi. Qué malo es Aira. Qué malo es José Ruiz. Qué malo es Paris Adot. Qué malo es Sanlúcar. Qué malo es Fran Carnicer. Qué malo es Manel. Qué malo es Jeisson. Y qué malo es Algar. Qué malo es Edu Luna. Qué malo es Dorrio. Qué malo es Andy. Qué malo es Adrián. Qué malo es Marcos Mendes. 

Qué malo es Saura. Qué malo es Mario Simón. Qué malo es Boris. Qué malo es Arnau Solà. Qué malo es Miku. Qué malo es Aguza. Qué malo es Alfon. Qué malo es Munúa. Qué malo es el portero este. Qué malo es Marc Baró. Qué malo es Montoro (otra vez). Qué malo es Rojas. Qué malo es Recio. Qué malo es Pablo Alfaro. Qué malo.

Qué malo es. Qué malo. Qué malo. Qué malo. Qué malo.

Qué malo.


Real Murcia: Manu García; José Ruiz, Alberto González, Víctor Rofino, Marc Baro; Larrea, Imanol Alonso (Dani Vega, 75'); Pedro León (Rodri Ríos, 75'), Álex Rubio (Isi Gómez, 46' (Tomas Pina, 60')), Carlos Rojas (Carmona, 90'), y Carrillo.

Gol: De su autor -Carrillo, 81'- se ha opinado que es malo.


Ansiedad

Manolo Molina Reinaldos, en una imagen de archivo.


Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 1; Málaga CF, 4

Parece un chiste, pero no lo es. Están tres murcianos, un asturiano y un vitoriano en una sidrería y uno de ellos se pide un tercio de cerveza entre culín y culín de sidra. ¿Cuál de los tres murcianos ha sido? El chiste, que no lo es, sucedió en Oviedo, a principios de este siglo, cuando viajar a Asturias a ver al Murcia era una de esas cosas tan habituales que llegas a pensar que sucederá siempre. Asturias es el copón, en todos los sentidos. Cuando veo el VAR se me quitan las ganas de ascender al fútbol profesional, pero con qué fuerza regresan las ganas cuando pienso en volver a ver al Murcia en Asturias. El chiste, que no lo es, continúa, aunque siga sin tener gracia: cuando le trajeron el tercio al murciano, un tercio bien fresco, brillante, casi sonriente, los otros dos murcianos se pidieron otro, CLARO. Es lo que hay, supongo. No sé bien si el fútbol es así, pero nosotros sí somos así: ansiosos, impacientes, alterados incluso con el vaso medio lleno, por si en algún segundo en la barra de un bar nos quedamos sin cerveza y el camarero está liado. Somos ansia viva, yo el primero. Y el problema, lo enfermizo, no es la preocupación cuando la cerveza se está acabando, sino la inquietud por que se acabe incluso cuando tienes el vaso lleno. ¿Quién no se ha pedido a veces dos o tres cañas de una simplemente por miedo a querer otra y no poder tenerla en sus manos? El síndrome del folio en blanco del escritor se convierte en síndrome del vaso vacío para el murciano. ¿Podemos controlar nuestra ansiedad? ¿Podemos intentar al menos moderar eso que culturalmente somos? Pinta mal. Al contrario, los nuevos tiempos creo que están empujando al resto del mundo a la ansiedad murciana; los nuevos tiempos conllevan que la impaciencia y el ansia se instalen en nosotros como una app. El chiste, por cierto, acaba con cierta gracia: el tercio estaba espantoso, claro, entre sidra y sidra, y la sidra casi peor, amarga y acervezada. La vida avanza rápido, cada vez más rápido, y tal vez por eso nos precipitamos detrás de ella, nerviosos, siempre con prisa, por si se nos escapa del todo. Pero quizá por eso la única manera de pararla sea frenando nosotros. Pisar el balón en el centro del campo, hacer esa pausa para que todo tenga un poco de sentido. Disfrutar del tiempo entre culín y culín de sidra.

La selección de Brasil ha tenido el mejor equipo del mundo en los últimos diez años, al menos uno de los dos mejores, y probablemente los mejores jugadores, pero sólo hay que ver la cara de sus jugadores mientras suena el himno nacional para saber que así es muy difícil ganar. O su cara cuando saltan al campo, o cuando esperan el pitido inicial: lloran, rezan, invocan a sus dioses, sienten la presión de 200 millones de brasileños que, desde casa, lloran, rezan e invocan a sus dioses, en un grado de histeria tan increíble que incapacita para ganar un Mundial. Así es muy difícil jugar. El Real Zaragoza ha tenido equipos mejores y peores, algunos no muy buenos, la verdad, pero en estos diez años en Segunda apenas se ha podido acercar al ascenso dos o tres veces. Necesitan subir más que nadie, y tienen más ganas de subir que nadie. Pero todo argumento futbolístico queda relegado ante esa presión de la quinta ciudad de España por subir. Cualquier jugador de Segunda será peor en Zaragoza; cualquier portero parará algo menos en Zaragoza que en otro sitio. Son tiempos de ansiedad y por eso son tiempos de equipos mierdas (con perdón), de getafes, gironas y villarreales, de equipos que ni sienten ni padecen (con perdón), por los que apenas nadie reza o llora. Qué tranquilos juegan, los cabrones. Qué fácil se pone el balón en la escuadra en Girona. Y qué jodida es la ansiedad.

El Murcia recibía al Málaga en otro ambiente espléndido, y cada vez más sorprendente: el murcianismo ya no necesita que le regalen entradas para meter más de 20.000 tíos en tercera categoría en mitad de temporada. El Murcia lleva camino de derrotar pronto a su peor enemigo, esa deuda que lo tumbó varias veces y casi lo mata. Pero aún le queda otro fantasma clásico e infatigable, su compañero del alma, tal vez su esencia: la ansiedad. Y ese enemigo no se cura con inyecciones de millones de euros, al contrario, eso parece reforzarlo. No se puede querer subir tanto, es malo querer subir tanto. No se puede querer subir en verano, ni se puede querer subir a Primera antes de subir a Segunda. La ansiedad de Murcia, la de sus simpatizantes y el entorno mediático (“ya está bien de estar en el pozo”, “somos la séptima ciudad de España”, “esta afición merece mucho más”) no ayudará jamás a lo que pretende, al contrario. No es extraño que el equipo se contagie de esa ansiedad en los partidos más decisivos, en casa, cuando más gente transmite esa presión añadida. No se puede jugar así al fútbol, es algo que ya sentimos en aquellos primeros playoff tras el destierro a la B. Sólo una vez dominamos esa ansiedad: precisamente cuando se dejó trabajar a Manolo Molina y a Mario Simón el año del ascenso. Y se dejó trabajar un poco de milagro, entre andanadas continuas desde dentro del club y gruñidos de la grada. Al año siguiente, a pesar de ser recién ascendidos, la ansiedad creció: había que seguir subiendo. Entonces las cuchilladas internas hastiaron a Molina (ay, Manolo, no te imaginas lo que te echamos de menos) y Simón volvió a ser crucificado en cada derrota. Se puso el listón en el ascenso directo, en generarnos esa presión absurda, y el resultado fue que el extraordinario sexto puesto fue juzgado con severidad y terminó sentenciando a Simón. Y este año, con dinero por fin, estábamos condenados a la ansiedad. Lo sabíamos. Lo teníamos claro. Pero hemos ido incluso más allá de lo esperado.

Este año el Murcia lleva camino de encontrar un lugar destacado en algún manual de psicología, acaso en algún caso práctico de la Universidad de Wisconsin. Este año, lejos de apostar por un proyecto serio que consolidara la trayectoria ascendente, se volvía a la senda del suenaflautismo (genial concepto creado y desarrollado por Gavin Pearce), del aficionado metido a manager de PC fútbol, de garantizar ascensos, de creernos los mejores, de meternos presión a nosotros mismos. Error. Nadie gana así en el fútbol actual. Y mira que el tipo que se ha hecho con el club invitaba a soñar con todo lo contrario. Un cordobés sereno, del norte de Córdoba además, casi manchego, con un aire frío que recuerda a Tommy Lee Jones persiguiendo a Harrison Ford; un tipo moderado y tranquilo, que en Leganés parecía llevar al club con templanza budista, y declara apostar por el camino tranquilo, el único que funciona en fútbol, el que concibe que la pelota no es seguro que entre en la portería. Pero ni así. El cordobés más sereno, el Buda de Leganés, ha llegado a Murcia y en unas semanas parece haberse contagiado hasta las cejas por la ansiedad murciana, por el ruido más tóxico del murcianismo. Primero, armando una plantilla completamente nueva, algo rocambolesco en un equipo que había funcionado bien, e incluso muy bien, hasta el mes de mayo. Error. Y segundo, y quizá más sorprendente en Felipe, despidiendo a un entrenador que, a pesar de tener que hacer un equipo desde cero, comenzó en pocas jornadas a conseguir resultados con una eficacia impresionante. ¿Alguien en la historia del fútbol ha despedido a un entrenador después de ganar por 1-0 cuatro de sus seis últimos partidos? Ojo con eso. Hay que ser muy valiente para largar a un entrenador que estaba a dos puntos del cuarto, para largar a un entrenador más por sensaciones que por puntos. Y a ver quién baja ahora el listón de los ansiosos, volviendo a pretemporada en el mes de diciembre, y con seis o siete sanluqueños rugiendo como diablos por abajo, sabiendo que bajan cinco. A ver quién rebaja esta espiral, en un clima tan adverso, que ya no sabe adónde disparar, con la ansiedad de copiloto y el entorno exigiendo otros diez fichajes en invierno, como si el problema fuera ese, como si el problema fuera de jugadores, de entrenador, de fútbol. Error. El problema vuelve a ser el de siempre: la ansiedad. Y quizá la única solución sea la opuesta. Tener confianza en los que hay, dejar crecer al equipo con Pablo Alfaro, arropar a los nuestros, e intentar alcanzar la senda de aquel año del ascenso, con un vestuario tranquilo, unido, comprometido y que salga a jugar al fútbol con la presión justa. Jugar tranquilos, rebajar esta absurda presión autoimpuesta y disfrutar un poco de la vida sin deuda, sin cortoplacismos, sin ansiedades.

Creo que he empezado esto con algo que parecía un chiste malo y lo voy a terminar con algo que parece un sueño imposible. Están Felipe Moreno y Manolo Molina en una sidrería tomando culines. Y, entre culín y culín, se ponen a armar el mejor Murcia de la historia. Sin tiempos, sin presión. Sin un tercio de cerveza, por supuesto. No tienen prisa. Ni siquiera hablan de ascensos. Sólo hablan de llegar a ser lo que nunca hemos sido, un equipo admirable, con identidad propia, con futuro. 


Real Murcia: Manu García; Sergio Santos (Zalaya, 68'), Alberto González, Marcos Mauro, Andrés López; Imanol, Isi Gómez (Tomás Pina, 45'); Arturo (Rodri Ríos, 58'), Guarrotxena, Dani Vega (Pedro León, 58'); y Carrillo.
Gol: Guarrotxena (1' sin ansiedad, qué bárbaro, cómo tira los penaltis el tío).

Hola, hola


Oliva B (@beandtuit)
Ibiza - ; Real Murcia -

1.     Amanecía el domingo algo confuso, con un hola, hola que tenía un aire de adiós, o tal vez era con un adiós que recordaba demasiado a un hola, hola, no estaba claro; todo depende siempre de quién te lo cuente. Había muerto Pepe Domingo y con él de repente se marchaba casi una época, una manera de hacer radio; quizá con él se empezaba a marchar definitivamente la radio, al menos aquella que conocimos. [Qué mal ha sonado siempre cualquier intento de hacer la función de Pepe Domingo Castaño, qué manera de reinventar algo para lo que será insustituible]. Se marchaba Pepe Domingo, la persona y también el personaje, el de los goles, el de la emoción, el del espectáculo; el que conseguía que una motosierra pudiera sentirse especial, el que celebraba cada minuto del domingo como si no existieran los lunes, sin necesidad de opinar de todo (ni de nada), ni de criticar, ni de despreciar a nadie. La cara amable, la manera afectuosa de ver las cosas, tan necesaria siempre en un mundo en el que las hostias ya llegan solas. Cuánto buen rollo le debemos a esa persona que había detrás del personaje, cuántas sonrisas tontas en tardes de soledad o de resaca o de desesperanza o de todo eso junto. Si nuestra vida se resumiera concentrada en 24 horas, en algún momento sonaría una cuña cantada por Pepe Domingo. No lo volveremos a escuchar, pero lo seguiremos escuchando. Ante lo inevitable del adiós, no se me ocurre una mejor manera de tomarse la vida que con ese hola, hola constante, cariñoso, acogedor.

2.    En el penúltimo capítulo de la primera temporada de la serie documental ‘Welcome to Wrexham’, la autora canadiense Liz Plank cuenta que durante la pandemia preguntó a muchos hombres, como experimento social, qué era lo que más echaban de menos del deporte en aquellos meses en los que desapareció por completo. No tardó en averiguar la respuesta: el primero al que se lo preguntó, dice, derramó una lágrima mientras respondía “hablar de ello con mi padre”. Lo que más echamos de menos, concluye Plank, no tenía nada que ver con el deporte en sí, sino con las relaciones que se establecen gracias al deporte. La pandemia nos desvelaba el gran secreto del hincha, lo que siempre hemos sospechado casi sin saberlo: el fútbol es una excusa. La serie, aparentemente sobre fútbol, trata sobre la pasión y el amor, sobre la tristeza, sobre la ambición, sobre los tropiezos y la desilusión, sobre los sueños de una gloria menor, sobre el compañerismo y la amistad que despierta y desata el Wrexham, el sexto club más antiguo del mundo, y cómo viven sus hinchas esa pasión en esta pequeña ciudad del norte de Gales tras la (sorprendente) compra del club por parte de los actores estadounidenses Rob McElhenney y Ryan Reynolds. La serie también muestra el proceso que viven los actores, americanos de pura cepa algo ajenos al fútbol y más aún a la manera británica de vivirlo, para convertirse en hinchas, ese enamoramiento, esa manera de atrapar y de comenzar a sentir algo diferente, ese cosquilleo, que normalmente suele heredarse y explicarse desde las raíces, pero que también puede atravesarte en cualquier momento y sin más explicación, como el amor. La serie, aparentemente sobre fútbol, termina reconciliándote con el fútbol, incluso con ese fútbol actual hundido en el fango del dinero sucio procedente de estados sin derechos humanos y en la mierda de tantos Rubiales sin destapar; en esa mierda que permite que un personaje tan canalla y zafio como Luis Rubiales pueda haber alcanzado una responsabilidad así. Ese fútbol actual hundido en el fango, pero en el que el dinero de McElhenney y Reynolds, el mismo dinero que hará posible el éxito deportivo del Wrexham, hace posible también, al menos, una serie para recordarnos que hay cosas mucho más importantes que el dinero.

3.   De modo que durante la pandemia nadie echaba de menos ganar, según el estudio de la autora canadiense, y nosotros lo volvimos a recordar este domingo, en el no-partido de Ibiza: lo peor de la vida no es perder, sino dejar de jugar. Para el murcianismo, dejar de jugar para siempre ha sido una amenaza durante demasiados años, y quizá por eso cualquier suspensión nos desconcierta aún más. Y así amaneció este domingo, como en silencio, apagado, confuso, sin la ilusión de que el Murcia jugara a las 12, aunque perdiera, pijo. Durante la pandemia, cuenta Plank, nadie echaba de menos ganar, y eso que creíamos que el deporte se trataba de ganar. Pero ahora parece que lo hemos olvidado, como casi todo lo que vivimos en la pandemia, al menos en Murcia. La sed de ganar ha vuelto a sacudir a la ciudad perdedora. De ganar a cualquier precio, de ganar como sea, aunque haya que vender el alma que salvó al equipo; de ganar, de ascender cuanto antes, que ya está bien, de garantizar (sic) el ascenso, y si para eso hay que fichar a 24, se ficha a 24. Como si tienen que ser 54. En el primer partido en casa frente al Córdoba, nuestro exjugador Alberto Toril, ahora en las filas del rival, saltó al césped poco antes del partido y buscó con la mirada a algún excompañero a quien saludar: no tuvo esa suerte. Fue como si hubiera saltado al campo del AEK de Atenas y no del equipo en el que jugó hace apenas tres meses. Por suerte, pudo saludar a los empleados del club, a Morote, a Pereñíguez; por suerte hay un vínculo, un alma que no peligra, o no de momento, mientras ningún lumbreras le diga al presidente que hay un Pereñíguez nuevo, acaso en el Algeciras, que nos garantizará el ascenso desde la banda. Fichar a 24 jugadores es un sinsentido, se consiga el ascenso o no, ojo. Tiene sentido recuperar a Arturo y a Carrillo, todo el sentido del mundo; tiene sentido que vuelva José Ruiz, o reforzar con un buen central y un mediocentro con oficio, o apostar por un goleador. Pero no tiene ningún sentido que Toril no pudiera abrazar a Armando, a Casado o a Julio Gracia. Aunque ganemos todos los partidos. (Que puede que no sea el caso). Ganar es sólo lo más importante de las cosas que no son importantes. El próximo año, o en algún momento, deberíamos mirar por una vez algo más a lo importante.

4.   No perdimos en Ibiza, ni ganamos. No jugó el domingo el Murcia, fue un domingo que se quedó silencioso y confuso, el domingo en el que un hola, hola parecía un adiós. El domingo en el que un adiós recordó mucho a un hola, hola. En el final de ese mismo capítulo de ‘Welcome to Wrexham’, en el que se indaga en esos vínculos personales que nos empujan a querer tanto el deporte, uno de los nuevos dueños del Wrexham, Rob McElhenney, recuerda los días en los que, al volver del instituto, jugaba al baloncesto con su padre. Cuenta el actor cómo intentaba vencer a su padre, que nunca le dejaba ganar porque es lo normal, a lo que nos impulsa el instinto, jugamos para competir, para ganar. Es mucho más tarde, años después, dice el actor, cuando te cuestionas todo eso, cuando te preguntas a quién cojones le importa quién gana un partido. “No recuerdo ningún partido en especial”, dice después McElhenney, y agacha un momento la mirada, emocionado, antes de volver a hablar a la cámara. “Sólo recuerdo jugar con mi padre”.