Real Murcia, 1; Tenerife, 2.
Era
mucho más bonito cuando perdíamos mereciéndolo, si es que el verbo 'merecer'
significa algo en el fútbol. Ahora ya habrá quien se identifique con malditos
contemporáneos como Luis Enrique, o quien se arrodille, extienda los brazos y
levante el rostro hacia los cielos preguntando a los dioses qué hemos hecho para que nos envíe plagas de tábanos. Pero son comportamientos a evitar, por la debilidad de
espíritu que denotan, y porque el victimismo es una de las cosas más aburridas
que existen. El equipo volvió a
demostrar que es muy bueno en todo aquello que Julio Velázquez puede controlar,
es decir, en todo aquello que es entrenable: el orden, el ritmo alto de juego,
la ambición. Salió hambriento, al ataque, desesperado, como si las dos semanas
sin fútbol hubieran sido en realidad años bíblicos. Pero hay lastres difíciles
de superar, que explican los reveses y que no tienen nada que ver con el azar:
podemos ser fácilmente una de plantillas de la categoría con menos calidad
arriba (hubo 3.493 acercamientos, pero apenas disparos a puerta), y tampoco
destacamos por tener una defensa especialmente fiable (el Tenerife consiguió
sus dos goles en los dos primeros merodeos, sumándole a la habilidad de Ayoze
errores muy graves de Truyols y Mauro). Más preocupante resulta esto último, porque
el fondo de armario es casi nulo atrás, y con estos bueyes hay que arar. Lo bueno es que el equipo sigue siendo serio, y que en un patatal fue capaz de asfixiar a un rival que se le encerró atrás. Con eso debería bastar para salvarnos. El
partido también nos dejó una intuición mística: ese golazo de Kike será el que
convenza definitivamente a algún club de tirar la casa por la ventana para
ficharle en verano.
Goles: 0-1, Aridane, min.11. 1-1, Kike, min.27. 1-2, Luismi Loro, min.42.
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