Real Murcia, 1; UD Las Palmas, 3.
La
gresca fue extraña, de contrastes. Nosotros somos marineros errantes, todos con
el ancla y el amor de madre tatuados; hablamos sólo cuando se nos pregunta,
preferimos la acción a la retórica y tenemos el cuerpo sellado por cicatrices.
De vez en cuando también leemos cómics. Los otros, sin embargo, eran más
peculiares: llevaban pelo liso, flequillo, náuticos y camisa abotonada hasta
arriba. Además, iban de sensibles. Se la pasaban muchas veces, y cuando ya
parecía que eran suficientes, que no había por qué pasarla otra vez, que ya era
hora de hacer algo un poco más útil con el balón, entonces se la volvían a
pasar. No era algo que nos preocupara demasiado. Nosotros los mirábamos hacer
ese juego tan delicado lejos de nuestra portería, y esperábamos nuestro momento
para demostrarles que un martillazo también puede ser poesía. Lo que pasa es
que en la primera discusión seria con ellos, llegó un tipo que dijo ser la ley y se puso de su lado. Ante la duda, es fácil dar la razón al mejor vestido, al
que no huele a ron, al que parece un ciudadano más recto. Ese señor que dijo
ser la ley nos ató un brazo al cuerpo, y así fue imposible.
El partido es el penalti, y el penalti lo pita el línea; eso es lo que molesta. No lo señala el árbitro, que está al lado y no había visto nada punible, sino un señor que está mucho más lejos, que difícilmente puede haber visto mejor la jugada, y que no puede distinguir si es dentro o fuera del área. A los líneas ya les cuesta mojarse en jugadas polémicas que les pillan cerca, así que de las que les pillan lejos ni hablamos. Pero a nosotros nos tocó el línea valiente, el línea héroe, el línea que en Murcia, en un estadio semivacío, con una presión casi nula del público, sí se atreve. Me da la sensación de que en Alcorcón o en Miranda le habría costado más lanzarse.
Por delante en el marcador y contra diez, los sensibles se crecieron, sacaron un guante blanco y nos abofetearon con él por segunda vez, muy suavemente. Los ejecutores eran otros, pero el autor intelectual era Juan Carlos Valerón, al que sólo le faltó jugar con el arpa. Mientras seguían pasándosela empezaron a hablar de muchas corrientes intelectuales, de señores franceses que habían fundado no sé qué escuelas de pensamiento. Nosotros, maniatados, invertíamos todos nuestros esfuerzos en lanzar el brazo que nos quedaba libre, una y otra vez, a ver si conseguíamos cambiarles el flequillo de lado. Lo logró Álex Martínez, y entonces volvimos a creer. No tuvimos ocasiones, ni con once ni con diez, pero nos mantuvimos en el partido hasta el final, y sólo eso fue ya meritorio en una pelea tan descompensada. Los de amarillo son mejores, jugaron mejor, y nos dejaron una intuición: si queremos colarnos en la fiesta tendrá que ser a última hora, cuando nadie lo espere, cuando nadie se fije en que no vamos tan bien vestidos como el resto, en que nosotros nunca llevaremos traje, porque no nos va. Porque nosotros somos marineros.
Goles: 0-1. Min. 42: Momo, de penalti. 0-2. Min. 55: Aranda. 1-2. Min. 70: Álex Martínez. 1-3. Min. 87: Nauzet Alemán.
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