Tercera parte
Sporting de Gijón, 0; Real Murcia, 0.
Eres Eloy Olaya, ¿verdad? Fuiste un
jugadorazo. Sólo queríamos saludarte (prohibido mencionarle el Mundial ’86 y
aquel penalti fallado contra Bélgica). “Pero, ¿habéis venido de Murcia? Yo
veraneo en Mil Palmeras, al lado de El Pilar de la Horadada” (tiene cara de
seguir coleccionando cromos, de comprar todavía la Hobby Consolas, y me llega
al hombro. Podría ser mi primo pequeño). “La gente aquí está de uñas con
Sandoval, van a pitar desde el calentamiento” (qué se siente, Eloy, cómo fue
aquel verano del 86, quizás en Mil Palmeras. Una parte de mí, la más turbia, la
que no respeta el pacto social, te lo preguntaría). “Os va a encantar El
Molinón, es un campazo” (¿Cómo se pasan las tres noches siguientes a fallar el
puto penalti que nos deja fuera de unas semis de un puto Mundial? Una noche,
dos noches, tres noches, con sus horas correspondientes. “El penalti fallado
por Eloy nos echa del Mundial”, como si no hubiera habido un partido y una
prórroga antes, y mil tonos de gris por medio. Pero eso no cabe en un titular.
El blanco y el negro sí caben en un titular. “Eloy falla y estamos fuera” sí
cabe. “Todos lloramos con Eloy” sí cabe. ¿Se desea morir?
¿Podemos hablar en confianza?). “Todos los veteranos del Sporting nos reunimos
una hora antes del partido en los alrededores del estadio -dijo una puerta
concreta, pero no la recuerdo-. Si queréis, podéis pasaros a charlar con nosotros,
estaremos por allí” (¿Te autolesionaste? ¿Te diste cabezazos contra las paredes
hasta sangrar y cuando viste la sangre sentiste una mezcla de alivio y
placer?). “Por allí estarán Cundi, Joaquín, Ablanedo…” (¿Bajabas de madrugada a
la playa de Mil Palmeras a llorar allí tú solo, y a gritar, y a restregarte arena por la cara histéricamente?).
Queda una hora para que empiece el
partido, y mis amigos están sacando las entradas en las taquillas. Yo les
espero sentado en un banco de un parque frente al estadio, porque ya tengo mi
entrada. Me la dio ayer el delegado del equipo, Antonio Morote, en el hotel. No
sólo nos dio entradas a los tres que fuimos, sino que lo hizo con naturalidad,
sin subrayar el gesto con postín alguno. No daba la sensación de que nos
estuviera haciendo un favor, aunque en realidad nos lo estaba haciendo, claro.
“¿Necesitáis entradas?”, me susurró, sin esperar a que nosotros diéramos el
primer paso. Di rodeos para no asentir directamente, por vergüenza, pero
insinué que no nos vendrían mal. Al poco, Antonio Morote trajo las entradas y
nos las dio, sin más. Hay gente que cuando te hace un favor, lo acompaña de
todo un protocolo que viene a recalcar el detalle y que quiere decir:
“Mírame, mírame haciéndote este favor”. No fue el caso. Y qué abrazo le dio
Quini a Antonio Morote, en el hall. Eso nunca lo olvidaré. Quini es el delegado
del Sporting, y acude a recibir a las expediciones rivales a su hotel, como un delegado más. Allí
estaba, silencioso y discreto. Cuando vio a Antonio Morote, se le iluminó el
rostro, y ambos se abrazaron con un cariño que yo no esperaba. Era un abrazo de
igual a igual, un abrazo de gremio, como el que se puede dar un conductor de
autobús con otro conductor de autobús cuando llevan tiempo sin verse. No era
uno de los mejores delanteros de la historia del fútbol español el que abrazaba
a Antonio Morote, sino simplemente el delegado del Sporting.
Apenas conservo imágenes de los viajes que
he hecho en mi vida. Si saco una cámara de fotos, algo muy antiguo dentro de mí
se enfada, siente repelencia, y me pregunta quisquilloso qué es eso tan
importante que merece la pena ser conservado en formato físico. Una vez
trajeron la Copa del Mundo de fútbol al sitio donde trabajaba y me dijeron:
“Ven, vamos a hacernos una foto con la copa”. Si me hubieran dicho: “Ven, vamos
a hacernos una foto con el Espíritu Santo” no me habría sonado más extraño. A
mí me gusta no tener demasiadas referencias, y que no haya apenas pruebas de lo
que pasó en 2005 o en 2008, por ejemplo. Me gusta que 2005 y 2008 sean parte de
una misma bruma. El caso es que con Quini decidí hacerme una foto. Además, Quini
es más que una Copa del Mundo y que el Espíritu Santo juntos. Me habría
parecido de mala educación no pedirle una foto, de hecho. Todo el mundo le pide
una foto a Quini; es lo más coherente. Me hice una foto con Quini, y
cuando la tuve, sentí satisfacción. Es verdad que hoy ya no sé dónde está la
foto, pero no me hice la foto con Quini por guardar la foto, por el resultado.
No, me hice la foto con Quini por veneración, para que Quini supiera que yo no
me diferencio de cualquier aficionado que le pide una foto, de cualquier
aficionado con algo de memoria que haya puesto un mínimo de atención a las
historias de su padre. Disfruté del proceso de hacerme la foto con Quini.
Observé el resultado, yo junto a Quini y mi amigo Diego en el hall del NH Gijón,
y me pareció algo bonito, que hasta esa parte antigua y quisquillosa dentro de
mí aprobó. Esa foto nunca tendrá un marco, y puede que no la vuelva a ver
nunca más, pero era pertinente hacerme esa foto con Quini.
De todo aquello me acordaba, en el banco
del parque enfrente de El Molinón, mientras mis amigos sacaban las entradas.
Supe pronto que me encontraba en un parque de verdad, donde los patos se
sienten cómodos. Eran patos dignos y felices, que disponían de un estanque
limpio. Los patos de los así llamados estanques de Murcia viven en condiciones
penosas, y probablemente están enfadados, y probablemente votarían a Podemos.
Los patos de Murcia tienen tantas cosas que reprochar a la ciudad que yo creo
que van hoy con el Sporting de Gijón, con el equipo de la ciudad que sí sabe
tratar a sus patos. Esas cosas pensaba, en aquel banco. Mis amigos ya han sacado las entradas, y vuelvo junto a
ellos para entrar ya todos juntos a El Molinón. Tras subir las escaleras y asomarnos a la luz, los cinco o seis del grupo que nunca
han estado aquí se quedan impresionados, y no dejan de repetir "campazo", "campazo". Es un estadio de esos en los que las gradas acosan y parece que tiran de la camiseta del rival cuando va a sacar un córner. La gente va entrando poco a poco; va a haber más de 20.000 personas hoy aquí. Nos repantigamos en nuestros asientos del Fondo Norte, y comentamos por encima la alineación del Murcia. Estamos destrozados tras cuatro días de viaje, así que los minutos de calentamiento transcurren prácticamente en silencio. Sólo observamos a los aficionados del Sporting y disfrutamos del ambiente de fútbol que se respira allí. La megafonía anuncia que antes del partido sonará el 'You'll never walk alone' en homenaje a las víctimas de la tragedia de Hillsborough, de la que se cumplen 25 años. Al escuchar eso termino de decidirme: saco el móvil y le hago una foto al campo.
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