Real Murcia, 1; Real Zaragoza, 1.
Dice
Angélica Liddell: “Desconfío mucho de los campeones de la civilización: siempre
tienen alguna mierda que ocultar en nombre de una idea común. De los
militantes, de los afiliados, de los fundadores, de los árbitros vascos que te
pitan cuando está por en medio el Éibar, desconfío muchísimo” (si alguna
palabra no es literal, háganmelo saber). Y estoy de acuerdo. A estas alturas de
temporada, yo ya no me fío. Igual que ni Angélica ni yo nos fiamos de esos que tienen todo el día
la palabra ‘social’ en la boca, pues del subconsciente del vizcaíno De Burgos
Bengoetxea ante una jugada dudosa, en el último minuto, a favor de un rival de
sus paisanos, tampoco me fio.
Además,
yo pensaba que la moda este año era meter dentro las faltas que se cometían
fuera del área. Pensaba incluso que estaba bien visto en el gremio, que ante la
duda, dentro; quizás porque el atacante, por su inercia en carrera, suele caer varios
metros dentro del área, y entonces el verbo ‘parecer’ está de lado del árbitro.
El contacto parece producirse dentro, y eso amortigua los reproches. En
realidad, para pitar un penalti no hace falta que lo sea, sino que lo parezca,
y este año lo han parecido muchos que luego no sobrevivían a una sola
repetición. Ahí están el de Demichelis a Messi, el de Alves a Cristiano
Ronaldo, o sin ir tan lejos, el de Pedro Alcalá a Momo en Nueva Condomina contra
Las Palmas. Era la tendencia, igual que hubo un año que a los árbitros les dio
por pitar penaltis en los corners en cuanto acariciabas al rival o le
susurrabas que su afeitado era perfecto. No sé, va por rachas. Yo supongo que tendrán un grupo de wasap y lo hablarán. “Este año todo dentro”.
“Sí, sí, cuando no lo tengamos claro, dentro”. “Ya que hemos empezado, seguimos
hasta el final”.
Y de
repente, un penalti a Kike que es dentro, que no sólo parece dentro sino que es
dentrísimo, te lo sacan fuera y te hunden. El “ante la duda, dentro” pasa a ser
un “ante la duda, fuera”. En la jornada 12, sin antecedentes como el citado
contra Las Palmas y sin venir de un partido como el de Barcelona en el que nos
escamotearon el 0-1, nos tomaríamos este agravio con más filosofía, pero no a
dos jornadas del final, no jugándonos lo que nos estamos jugando en una carrera
que se decidirá por un suspiro. Hay un párrafo en esta crónica para la racionalidad
y la cordura, pero no es éste. En éste somos hooligans, y que nos dejen en paz
los tibios, los que relativizan y los que van al estadio con gafas de pasta. Hay unos tipos de negro con apellidos loquísimos que nos están empujando a la cuneta ante nuestras narices, y eso no me gusta, eso no me gusta nada. Que no me los embauquen, y al loro. De hecho, el
Éibar pudo celebrar el ascenso el domingo porque un colegiado vasco sacó fuera
del área un penalti a favor del Murcia como una catedral, cuando el partido
moría. Me parece importante decirlo.
Ahora,
ahora toca el párrafo equilibrado. Pasó algo en la segunda parte; es como si en
el descanso les hubieran anunciado a los jugadores los resultados de las
elecciones europeas en Francia. Durante la primera mitad habíamos sido lo de
siempre: el leñador con ojos inyectados en sangre que insiste, e insiste, y se
niega a soltar el hacha. El trallazo de Saúl puso al equipo merecidamente por
delante, y a mí dentro del primer abrazo a cinco de mi vida. Alguno de los
integrantes de esa fusión momentánea consultó enseguida la clasificación y volvió
a pronunciar muy serio esas dos sílabas: “Éibar”. Sí, lo veíamos posible. Sin
embargo, en la segunda parte se nos resbalaba el mango por el sudor, y no
teníamos el mismo vigor. Desde la grada dio la impresión de que, cansados,
perdimos presión arriba y en el centro del campo, y que acompañamos esa bajada
de tensión con una defensa excesivamente adelantada. Ellos combinaban sin muchos
agobios en el centro y podían tramar con calma. Un par de esos planes nos pillaron desprevenidos y se convirtieron en
manos a mano que salvó heroicamente Casto, pero el gol de ellos no cabe
achacarlo a error alguno. Todo fue milimétrico e imparable en ese centro, el
desmarque y el remate de Henríquez.
En realidad, el punto es bueno, y podría decirse que resultó justo, porque ellos demostraron ser un equipo con recursos, de los que más nos ha complicado en casa este año. Sólo los resultados de los demás rivales, todos perjudiciales para nuestros intereses, deslucieron un poco el empate. Nuestra diferencia se ha esfumado, pero hay varios enfrentamientos directos, y da la impresión de que el Tenerife, próximo rival, ya no cree en el milagro. Tuve muchos y variados problemas con las matemáticas de Segundo de Bachillerato, pero parece claro que sacando cuatro puntos de seis está hecho, e incluso con tres de seis puede que también valga. Confiamos en nuestros leñadores.
Por
último, quería referirme a ese genio, a ese titán que en un Real Murcia-Zaragoza decidió que era oportuno colgar en la
grada lateral una bandera del Madrid. "Sí, me la llevo, mujer. Tiene todo el sentido". Vienes a mi casa el día de la boda de mi
hija, y me plantas una bandera de otro club entre las del Murcia... No, hombre, no. Fantaseo
con un cuerpo policial que identificase al sujeto y lo deportara al estadio
random de la periferia rural murciana en el que jugará el UCAM ése el año que
viene.
-Oiga,
pero si yo sólo…
-No,
no. Hay condena para usted. Está obligado a hacerse socio del UCAM y a ir cada
domingo a su estadio despersonalizado random, de pueblo random, y a colgar allí
su bandera del Madrid, y a ser el paleto murciano estándar que todos esperamos
que sea.
De estos tampoco me fío, claro.
Real Murcia: Casto; Molinero, Truyols, Dos Santos, Álex Martínez; Dorca (Tete, minuto 70), Eddy, Wellington Silva, Saúl Berjón (Iván Moreno, minuto 88); Malonga (Dani Toribio, minuto 57) y Kike.
Goles: 1-0. Minuto 39: Saúl Berjón. 1-1. Minuto 68: Ángelo Henríquez.
Sin comentarios. Está todo dicho. Y muy bien dicho.
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