Quique Torres en Éibar


Luis María Valero (@karimbohorquez)

Sólo una vez en mi vida le he pedido un autógrafo a alguien, y fue a Quique Torres tras el ascenso de Granada. Aguilar fue el héroe oficial, pero Quique fue mi héroe particular, menos compartido, más íntimo. El partido de Quique Torres en Granada entró en mi cabeza el día 25 de junio del año 2000, y muchos días después todavía permanecía ahí, aunque potenciado y multiplicado y ornamentado y enriquecido con todo tipo de afluentes que aportaban mis 16 años de edad. El partido de Quique Torres se inflamó pronto en mi mente, y tardó mucho en deshincharse. Aún hoy le pongo de vez en cuando levadura. Son ya bastantes autógrafos para mí, me dije entonces y me digo ahora, no necesito más. Quique, el mediocentro, el hombre al que Vicente Del Bosque iba a ver entrenar cada tarde con los juveniles del Madrid porque se enamoró de su juego, dicen, y porque estaba convencido de que un día esa melena rizada entraría en el vestuario del Bernabéu y ya no se iría a ninguna otra parte. Pero esa melena rizada no sólo no llegó al Bernabéu, sino que además se fue desmoronando poco a poco, y de hecho Quique Torres acabó calvo y en Segunda B. Las lesiones hicieron el resto y lo pasearon por estadios que no se correspondían con su talento, con su absoluto gobierno del centro del campo, queriéndolas, parándolas, levantando la cabeza y tocándola siempre con cariño. Quique Torres es el mediocentro de mi vida, quizás porque fue el mediocentro que nos subió a Segunda, quizás porque me enamoraba su estilo discreto y esa pinta de ajedrecista con fobia social, o quizás por la historia que me contaron de cuando fuimos a jugar a Éibar, ya en Segunda y con Pepe Mel de entrenador.

Fue nuestro primer partido liguero del siglo XXI, el 7 de enero de 2001. Estábamos en Segunda después de unos cuantos años, pero no terminas de subir del todo a Segunda hasta que no juegas en Ipurúa. Hasta que no pierdes 1-0 en Ipurúa, me atrevo a decir. Sin embargo, aquel Murcia de altibajísimos y repleto de bajas (¡Tonelotto jugó los 90 minutos!) no respetó las tradiciones y realmente se atrevió a ganar 0-1 en Ipurúa, con un penalti que llegó de no se sabe dónde y que marcó Aguilar. Cuentan que el Murcia sufrió como supongo que sólo se sufre en un Ipurúa embarrado una tarde de invierno, mientras ves subir lentamente a los centrales del Éibar a rematar un córner agónico. Los que vivieron ese partido cuentan que el Éibar se comió nuestro centro del campo, y que nos meneó y nos zarandeó esperando que cayese algo de valor. Pero no cayó nada, y el Murcia se llevó los tres primeros puntos de un siglo que tampoco parece estar siendo el suyo. Pepe Mel llegó eufórico al vestuario y se abrazó a los jugadores, en una verbena improvisada que estaba más que justificada: es que habíamos ganado al Éibar de Don Blas Ziarreta. Sin embargo, un jugador permanecía ajeno a la celebración, sentado solo en una esquina del vestuario y con la mirada clavada en el suelo. Era Quique Torres. Un compañero se le acercó extrañado y le dijo: “Pero Quique, qué te pasa… Alegra esa cara. Que acabamos de ganar en Éibar”. Y Quique Torres, abatido, le respondió: “Hemos ganado pero el mediocentro de ellos me ha meado. Ha hecho conmigo lo que ha querido. He jugado un partido de mierda”. El mediocentro pipiolo de aquel Éibar, el que hizo que Quique Torres perdiera un nuevo mechón de pelo aquella tarde, se llamaba Xabi Alonso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario