A
principios del año pasado, poco después de Navidad, empecé a echar de menos al
señor que se ocupa de estar en la puerta de acceso del club donde entrena
Martín. Podría haberlo llamado portero,
pero creo que esa palabra se queda cortísima, esa palabra es casi injusta con el
trabajo que realiza Ángel allí. Ángel siempre está en la puerta, claro, es su trabajo, y siempre con buena
disposición, amable y serio a la vez, tratando a cada uno conforme hay que
tratarlo: al nuevo como hay que tratar al nuevo y, al de toda la vida, como hay
que tratar al de toda la vida; al niño como a un niño y al tontolpijo como a un tontolpijo.
Eso es tener oficio. Pero, además, por si fuera poco (y no es poco: cualquier
tarde, entre semana, el club es un continuo entrar y salir de gente), Ángel domina
toda la zona de entrada y algo más allá, asume cualquier incidente que pueda
ocurrir en su área de influencia, cualquier necesidad, atentísimo. No descarto
haberlo visto en dos sitios diferentes a la vez, sí, sí, es uno de esos, uno de
esos tipos (ya sabéis, todos conocemos a alguien así) que desafía varias leyes del
espacio y el tiempo: tú estás en la terraza y lo ves alejarse hacia la derecha
con prisa; pero a continuación miras a tu izquierda y está en el control de
accesos, junto a su garita, inalterable. Se divide, cuando hace falta. Sin estorbar
jamás, se deja ver mucho, porque Ángel es un señor de buena planta, alto, uno
de esos altos para su generación, la que ya ha cumplido los 60, un tiarrón incluso
guapo, vamos a decirlo ya, bastante guapo, atractivo, de ojos
claros y aspecto de galán, con algo de un Arturo Fernández de El Palmar y mucho
de secundario brillante del cine británico. Siempre con su camiseta amarilla
del club, ya sea febrero o agosto, Ángel se hace grande en su zona de trabajo
y, por eso mismo, cuando empezó a faltar, a principios del año pasado, lo
echamos de menos casi al instante. Aunque también ayudó que, bien pronto, vino a sustituirlo un empleado
de una empresa de seguridad que hizo más notable su ausencia. Un hombre
voluntarioso, que siempre estaba ahí, todo hay que decirlo: el señor estaba en
la puerta siempre, jamás dejó de estarlo. Pero qué mal lo hacía. Tras un par de
semanas de tregua, un tiempo prudencial para ver si era cuestión de adaptación,
Martín y yo terminamos por rajar de él sin misericordia: el sustituto era un
desastre. Mirada despistada, aire aún más perdido, torpe al preguntar,
horroroso de memoria y falto de criterio, el mayor de sus problemas era sin
duda que parecía empeorar con el tiempo. A los dos meses estábamos
absolutamente rotos por la baja de Ángel, nos empezó a dar incluso algo de pereza
el proceso de entrar en el club, de tener que aguantar al sustituto, sabiendo
que no había día que hiciera algo mal. A veces ni miraba, estaba en la garita
con la cabeza agachada: eran los días buenos, en los que pasábamos
sigilosamente sin que hiciera ningún comentario. Pero pocos días cayó esa breva.
El impecable “adelante, Martín” de
Ángel se convirtió en una aventura cada tarde: unos días le preguntaba el nombre
y lo apuntaba; otros, le preguntaba para no apuntarlo; unos días me lo
preguntaba a mí; otros, lo que preguntaba era qué día venía, y no el nombre,
pero no porque lo recordara: a la semana siguiente volvía a preguntarlo. Un
auténtico patán, voluntarioso pero patán, que no hizo más que reforzar la
enorme figura de Ángel. Qué difícil es encontrar a alguien como Ángel, en
cualquier ámbito, qué alegría encontrar una pieza así en la vida, en una barra
de bar (sobre todo), pero en cualquier sitio, en cada rincón de la vida es una
bendición encontrar a alguien que hace las cosas bien. Hay quien sostiene que no
hay gente incompetente, sino mal ubicada: que siempre hay un sitio correcto en
el que una persona funcionaría bien. Pero, sin estar en desacuerdo, creo que la
norma no funciona al revés: que la gente competente lo sigue siendo en cualquier
lugar donde los sitúes. Que Ángel sería un neurocirujano estupendo si la vida
lo hubiera puesto allí; que sería capaz de escribir una crónica más decente y
seria que ésta a poco que se lo propusiera. Una tarde preciosa de primavera,
una de esas brillantes en las que parece imposible que vaya a oscurecer, al acercarnos
al club en el coche vimos a lo lejos la figura apuesta de Ángel en la puerta,
en su sitio, con su camiseta amarilla, como si siempre hubiera estado allí, y el
alegrón en el interior del coche fue el del gol inesperado en el minuto 2. Cinco
meses había estado de baja, me dijo luego, la espalda, que no me deja vivir. Se
ve que el tío, encima, llevaba meses currando con un dolor infernal. “Ni te
imaginas lo que nos alegramos de que estés mejor, Ángel”, le dije, pero mientras
me lo agradecía ya estaba entornando los ojos, como si se oliera un problema en
el horizonte.
El
Murcia ganó en Antequera un partido más y se empeña en que vivamos con ilusión
hasta el final, en cumplir con ese objetivo, quizá el más ambicioso para
cualquier hincha: el de llegar ilusionado al último partido. Intentar analizar desde
la lógica esta extraña temporada, que algunos daban por finiquitada hace tres
meses, resulta complicado, quizá tan complicado como este extraño deporte. Pero
hay factores que sí tienen lógica, que sí tienen explicación y resultan casi
indiscutibles: estamos ahí, llegamos vivos a la tarde del 18 de mayo, porque José
Miguel Ruiz del Amo José Ruiz forma
parte de esta plantilla. La extraña temporada debía tener un protagonista
extraño: un tipo que recibió críticas e insultos en sus dos etapas anteriores en
el Murcia por parte de esa gente que se cree que el fútbol consiste en tocar el
balón como Toni Kroos. Insultos y críticas por ser de profesión lateral sobrio. Un protagonista extraño, que al volver
a Murcia fue recibido casi con mofa, entre tanto fichaje galáctico para la
categoría. Un
tipo diferente, como de otra época, sin redes sociales, ni muchos tatuajes (quizá ninguno), ni gorras, ni grandes auriculares. Un futbolista que no quiere llamar la atención ni por su nombre.
Un tipo que sólo salta al campo a
hacer bien su trabajo, a dominar su área de influencia, que afortunadamente lo abarca todo, a controlar todo lo futbolístico y lo no futbolístico, a
desempeñar el oficio de futbolista al máximo nivel profesional. Nunca me ha
gustado individualizar en este deporte tan colectivo, odio ese paripé del balón
de oro y detesto el clásico titular Fulanito
hace líder al Manzanares sólo porque Fulanito es el que empuja a la red el
1-0. Pero parece evidente que todo lo bueno que ha ocurrido y puede ocurrir en
el Murcia 24/25 se lo debemos a José Ruiz. También a Alberto González, claro, y
a esa línea de hormigón armado que forman los dos junto a Víctor y a Marc; y a Manu, soberbio; y a Tomás y
a Isi y a Sabit y a Dani, por supuesto, todos vitales en la reacción que ha construido
Pablo Alfaro, pero estoy seguro de que ellos coincidirán conmigo en que esto no
hubiera sido posible sin José en esta plantilla. Sin José dentro del campo. En la
segunda vuelta sólo ha habido un partido en el que desde el inicio ni siquiera
competimos. Fue en Linares. En la segunda vuelta José sólo se ha perdido ese partido. Qué fácil era dejarse ir esta temporada, pero qué difícil
debe ser dejarse ir cuando ves a Ruiz a tu lado. Y él no sólo siguió, creyó, compitió y
contagió, ojo. El fútbol es un deporte tan extraño que en esta segunda vuelta
José Ruiz está tocando muchos balones como Toni Kroos, para mayor desconcierto
de los que se creen que el fútbol consiste en tocar el balón como Toni Kroos. Ha sido ahora, al llegar esta semana al entrenamiento de Martín y ver a Ángel, cuando he recordado la importancia del trabajador, esa especie casi en extinción. Del trabajador
a secas, sin adjetivos. Me he acordado del currante, tantas veces menospreciado
frente al talentoso, cuando quizá el mayor talento sea el de trabajar bien un
oficio. Qué difícil es encontrar a un José Ruiz. O a un Ángel, que justo acaba de
pasar por detrás de mí mientras termino esta crónica. E iba a preguntarle por cómo
lleva la espalda este año, pero te juro que cuando he vuelto a mirar ya estaba
junto a la garita, con su camiseta amarilla, mirando el horizonte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario