Trabajo


Oliva B (@beandtuit)
Antequera CF, 0 ; Real Murcia, 2

A principios del año pasado, poco después de Navidad, empecé a echar de menos al señor que se ocupa de estar en la puerta de acceso del club donde entrena Martín. Podría haberlo llamado portero, pero creo que esa palabra se queda cortísima, esa palabra es casi injusta con el trabajo que realiza Ángel allí. Ángel siempre está en la puerta, claro, es su trabajo, y siempre con buena disposición, amable y serio a la vez, tratando a cada uno conforme hay que tratarlo: al nuevo como hay que tratar al nuevo y, al de toda la vida, como hay que tratar al de toda la vida; al niño como a un niño y al tontolpijo como a un tontolpijo. Eso es tener oficio. Pero, además, por si fuera poco (y no es poco: cualquier tarde, entre semana, el club es un continuo entrar y salir de gente), Ángel domina toda la zona de entrada y algo más allá, asume cualquier incidente que pueda ocurrir en su área de influencia, cualquier necesidad, atentísimo. No descarto haberlo visto en dos sitios diferentes a la vez, sí, sí, es uno de esos, uno de esos tipos (ya sabéis, todos conocemos a alguien así) que desafía varias leyes del espacio y el tiempo: tú estás en la terraza y lo ves alejarse hacia la derecha con prisa; pero a continuación miras a tu izquierda y está en el control de accesos, junto a su garita, inalterable. Se divide, cuando hace falta. Sin estorbar jamás, se deja ver mucho, porque Ángel es un señor de buena planta, alto, uno de esos altos para su generación, la que ya ha cumplido los 60, un tiarrón incluso guapo, vamos a decirlo ya, bastante guapo, atractivo, de ojos claros y aspecto de galán, con algo de un Arturo Fernández de El Palmar y mucho de secundario brillante del cine británico. Siempre con su camiseta amarilla del club, ya sea febrero o agosto, Ángel se hace grande en su zona de trabajo y, por eso mismo, cuando empezó a faltar, a principios del año pasado, lo echamos de menos casi al instante. Aunque también ayudó que, bien pronto, vino a sustituirlo un empleado de una empresa de seguridad que hizo más notable su ausencia. Un hombre voluntarioso, que siempre estaba ahí, todo hay que decirlo: el señor estaba en la puerta siempre, jamás dejó de estarlo. Pero qué mal lo hacía. Tras un par de semanas de tregua, un tiempo prudencial para ver si era cuestión de adaptación, Martín y yo terminamos por rajar de él sin misericordia: el sustituto era un desastre. Mirada despistada, aire aún más perdido, torpe al preguntar, horroroso de memoria y falto de criterio, el mayor de sus problemas era sin duda que parecía empeorar con el tiempo. A los dos meses estábamos absolutamente rotos por la baja de Ángel, nos empezó a dar incluso algo de pereza el proceso de entrar en el club, de tener que aguantar al sustituto, sabiendo que no había día que hiciera algo mal. A veces ni miraba, estaba en la garita con la cabeza agachada: eran los días buenos, en los que pasábamos sigilosamente sin que hiciera ningún comentario. Pero pocos días cayó esa breva. El impecable “adelante, Martín” de Ángel se convirtió en una aventura cada tarde: unos días le preguntaba el nombre y lo apuntaba; otros, le preguntaba para no apuntarlo; unos días me lo preguntaba a mí; otros, lo que preguntaba era qué día venía, y no el nombre, pero no porque lo recordara: a la semana siguiente volvía a preguntarlo. Un auténtico patán, voluntarioso pero patán, que no hizo más que reforzar la enorme figura de Ángel. Qué difícil es encontrar a alguien como Ángel, en cualquier ámbito, qué alegría encontrar una pieza así en la vida, en una barra de bar (sobre todo), pero en cualquier sitio, en cada rincón de la vida es una bendición encontrar a alguien que hace las cosas bien. Hay quien sostiene que no hay gente incompetente, sino mal ubicada: que siempre hay un sitio correcto en el que una persona funcionaría bien. Pero, sin estar en desacuerdo, creo que la norma no funciona al revés: que la gente competente lo sigue siendo en cualquier lugar donde los sitúes. Que Ángel sería un neurocirujano estupendo si la vida lo hubiera puesto allí; que sería capaz de escribir una crónica más decente y seria que ésta a poco que se lo propusiera. Una tarde preciosa de primavera, una de esas brillantes en las que parece imposible que vaya a oscurecer, al acercarnos al club en el coche vimos a lo lejos la figura apuesta de Ángel en la puerta, en su sitio, con su camiseta amarilla, como si siempre hubiera estado allí, y el alegrón en el interior del coche fue el del gol inesperado en el minuto 2. Cinco meses había estado de baja, me dijo luego, la espalda, que no me deja vivir. Se ve que el tío, encima, llevaba meses currando con un dolor infernal. “Ni te imaginas lo que nos alegramos de que estés mejor, Ángel”, le dije, pero mientras me lo agradecía ya estaba entornando los ojos, como si se oliera un problema en el horizonte.

El Murcia ganó en Antequera un partido más y se empeña en que vivamos con ilusión hasta el final, en cumplir con ese objetivo, quizá el más ambicioso para cualquier hincha: el de llegar ilusionado al último partido. Intentar analizar desde la lógica esta extraña temporada, que algunos daban por finiquitada hace tres meses, resulta complicado, quizá tan complicado como este extraño deporte. Pero hay factores que sí tienen lógica, que sí tienen explicación y resultan casi indiscutibles: estamos ahí, llegamos vivos a la tarde del 18 de mayo, porque José Miguel Ruiz del Amo José Ruiz forma parte de esta plantilla. La extraña temporada debía tener un protagonista extraño: un tipo que recibió críticas e insultos en sus dos etapas anteriores en el Murcia por parte de esa gente que se cree que el fútbol consiste en tocar el balón como Toni Kroos. Insultos y críticas por ser de profesión lateral sobrio. Un protagonista extraño, que al volver a Murcia fue recibido casi con mofa, entre tanto fichaje galáctico para la categoría. Un tipo diferente, como de otra época, sin redes sociales, ni muchos tatuajes (quizá ninguno), ni gorras, ni grandes auriculares. Un futbolista que no quiere llamar la atención ni por su nombre. Un tipo que sólo salta al campo a hacer bien su trabajo, a dominar su área de influencia, que afortunadamente lo abarca todo, a controlar todo lo futbolístico y lo no futbolístico, a desempeñar el oficio de futbolista al máximo nivel profesional. Nunca me ha gustado individualizar en este deporte tan colectivo, odio ese paripé del balón de oro y detesto el clásico titular Fulanito hace líder al Manzanares sólo porque Fulanito es el que empuja a la red el 1-0. Pero parece evidente que todo lo bueno que ha ocurrido y puede ocurrir en el Murcia 24/25 se lo debemos a José Ruiz. También a Alberto González, claro, y a esa línea de hormigón armado que forman los dos junto a Víctor y a Marc; y a Manu, soberbio; y a Tomás y a Isi y a Sabit y a Dani, por supuesto, todos vitales en la reacción que ha construido Pablo Alfaro, pero estoy seguro de que ellos coincidirán conmigo en que esto no hubiera sido posible sin José en esta plantilla. Sin José dentro del campo. En la segunda vuelta sólo ha habido un partido en el que desde el inicio ni siquiera competimos. Fue en Linares. En la segunda vuelta José sólo se ha perdido ese partido. Qué fácil era dejarse ir esta temporada, pero qué difícil debe ser dejarse ir cuando ves a Ruiz a tu lado. Y él no sólo siguió, creyó, compitió y contagió, ojo. El fútbol es un deporte tan extraño que en esta segunda vuelta José Ruiz está tocando muchos balones como Toni Kroos, para mayor desconcierto de los que se creen que el fútbol consiste en tocar el balón como Toni Kroos. Ha sido ahora, al llegar esta semana al entrenamiento de Martín y ver a Ángel, cuando he recordado la importancia del trabajador, esa especie casi en extinción. Del trabajador a secas, sin adjetivos. Me he acordado del currante, tantas veces menospreciado frente al talentoso, cuando quizá el mayor talento sea el de trabajar bien un oficio. Qué difícil es encontrar a un José Ruiz. O a un Ángel, que justo acaba de pasar por detrás de mí mientras termino esta crónica. E iba a preguntarle por cómo lleva la espalda este año, pero te juro que cuando he vuelto a mirar ya estaba junto a la garita, con su camiseta amarilla, mirando el horizonte. 


Real Murcia: Manu García; José Ruiz, Rofino, Alberto González (Andrés López, 87'), Marc Baró; Tomás Pina (Sabit, 63'), Larrea, Svidersky; Loren Burón (Carrillo, 87'), Amin (Alex Rubio, 78') y Dani Vega (Carrión, 63').
0-1: Marc Baró, de penalti bien defendido por José Ruiz.

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