El destino y la gitana


Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 3 ; Real Madrid Castilla, 1

Ocurrió durante mi primer año de instituto, a mediodía, de vuelta a casa. Creo recordar que fue con el curso algo avanzado, así que sería en 1990 y yo seguramente tendría ya 15 años. Volvíamos del Floridablanca hacia nuestros barrios (Santa Eulalia y La Fama), formando un bloque importante de amigos que comentábamos las incidencias del día mientras cruzábamos Murcia: el Infante, el puente del Reina Sofía, Ronda de Garay, la Plaza de Toros. Por el camino, íbamos perdiendo unidades conforme llegábamos a la altura de nuestras casas. Aquel día, imagino que como casi todos, al llegar a La Condomina, Sergio Miralles continuó por Ronda de Garay y nos quedamos el Chino, el Moro y yo. El Chino no es chino y el Moro no es moro, pero esa es otra historia que no cabe en esta crónica. Sólo te diré que eran otros tiempos. Peores para casi todo, pero más cómodos a la hora de poner motes. Ocurrió en la calle Obispo Frutos, poco después de pasar el edificio Condomina. A saber de qué estaríamos hablando nosotros cuando, de repente, escuchamos un ruido lejano, algunos gritos, como un alboroto que se acercaba: algo sucedía a nuestra izquierda, al otro lado de la calle. Una gitana que bajaba por Mariano Vergara, acompañada de dos o tres chiquillos, chillaba algo que no entendíamos bien, airada, rabiosa. Algún conflicto interno arrastraba, además de varios chiquillos. Los tres la miramos de reojo, quizá esbozamos alguna sonrisa leve, pero sin darle demasiada importancia: sólo era una gitana liándola, nada de lo que preocuparse. Una gitana no muy mayor, aunque entonces casi todo el mundo era mayor para nosotros; una gitana de aspecto sano y el cuerpo robusto de dos o tres partos casi seguidos. Cruzó la calle, tal vez sin respetar los semáforos, mientras seguía gruñendo algo, nunca supimos bien qué. El caso es que no hicimos por evitarla: no le habíamos hecho nada y en ningún momento se dirigió hacia nosotros. Así que avanzamos con cierta tranquilidad y, hacia la esquina de los electrodomésticos Andreu, la gitana quedó más o menos a nuestra altura, como a nuestra espalda. Y justo entonces, ocurrió. Sin dejar apenas de quejarse, dejando a un lado a los chiquillos, la gitana avanzó unos pasos hacia nosotros y le soltó un hostiazo a mano abierta al Chino tan certero que estoy seguro de que sonó un par de calles más abajo. Fue un impacto perfecto. Una maniobra impecable, fuerte y a la vez precisa; el ángulo de la mano como mandan los cánones, la elección exacta del espacio concreto de la carica del Chino. La idea platónica de bofetón; la selección natural en el mundillo de las hostias a mano abierta. Miles de años de evolución del homo sapiens para llegar a un golpe así. Después, la gitana siguió farfullando algo, enojadísima, como si fuera ella la que hubiera recibido el golpe, y continuó hacia abajo por la calle Mariano Vergara, camino de La Fama por allí; o quizá de La Paz. El Chino se quedó paralizado, la mitad de la cara encendida; una mano casi perfecta pintaba de grana su rostro. Algo dijo, algo diría, no recuerdo bien. No era el Chino un tipo de encajar una hostia y cruzarse de brazos, ¿pero qué se hace cuando te cruzan la cara tan inesperadamente? ¿Qué se hace cuando lo hace una señora de etnia gitana? El Moro y yo nos acercamos, joder, socio, vaya tela, algo dijimos, algo diríamos. Pero han pasado 35 años. Sólo nos recuerdo como avanzando por Obispo Frutos en un silencio lúgubre que acentuaba más el impacto del sonido estridente del hostiazo, como si no dejara de retumbar. Llegamos a doctor Fleming, donde yo giraba hacia la izquierda para llegar por fin a casa. Y a partir de ahí, imagínate. No había móviles, ni redes sociales, ni vídeos virales, pero éramos zagalones y aquella era una historia absolutamente memorable. La hostia de la gitana pasó a la categoría de leyenda. Le dimos mil vueltas, se las hemos dado después. ¿Nos podía haber caído la hostia a cualquiera? Ahora está todo muy borroso, pero ya entonces no tuvimos claro si el Moro y yo hicimos algo por instinto que el Chino no pudo hacer; si aceleramos un poco el paso, si nos escoramos a la izquierda y dejamos al Chino algo más rezagado, al descubierto. Si aquello fue o no por puro azar. Nunca supimos, en definitiva, si en la vida el destino está escrito o siempre hay un pequeño margen de maniobra mientras caminas por la calle Obispo Frutos. Y siempre nos quedará esa duda. Pero este fin de semana, hablando de esos golpes más profundos que la vida nos va dando, esos que no suenan como una hostia a mano abierta pero duelen para siempre, mi amigo Carlos Ranedo me habló de una expresión mexicana que alguna vez le ha escuchado a Pérez Reverte: Cuando no te toca, ni aunque te pongas. Cuando te toca, ni aunque te quites. 

El Murcia recibía el viernes al Castilla en Nueva Condomina ante más de 20.000 personas y se llevó un buen e inesperado triunfo, algo que no sucedía con tanta gente en nuestro maldito estadio desde abril de 2008. Pero el viernes tocaba. El Murcia venía de dos meses sin ganar en casa y superó esa crisis de resultados en Nueva Condomina precisamente en el partido en el que menos tiró a puerta y más le tiraron. Pero el viernes, está claro, tocaba. En esos partidos que empató, tuvo mucho más la posesión del balón, dio más pases y metió muchos más balones peligrosos al área rival. Hizo todo para ganar, pero no ganó. También sacó muchos más córneres ante el Atléti B o el Sanluqueño. Contra el Castilla, en cambio, el primer saque de esquina en el minuto 3 fue para dentro. Y no sacó más córneres en toda la primera parte. No hacía falta. El viernes tocaba. Otro balón suelto dentro del área, fruto de un mal despeje, lo volvió a poner Loren en la escuadra y después, cuando el filial se acercó peligrosamente al empate en la segunda parte, un saque de banda nos volvió a dar una renta cómoda. Tocaba, tocaba. El viernes tocaba ganar. Y no es que lo hiciera mal el Murcia, qué va: también supo tirar de oficio, de buen hacer y sensación de equipo sólido que sabe ganar partidos. El Murcia hizo lo que estaba en su mano, pero flotaba algo extraño que invitaba al optimismo por una vez. Algo que se acercaba al oído para susurrarnos: “Socio, no te preocupes, que hoy toca”. Nunca sabremos si el destino está escrito o siempre hay un pequeño margen de maniobra mientras caminas por la calle Obispo Frutos. Tal vez las dos cosas. Tal vez se trate de hacer todo lo que está en nuestra mano para intentar no recibir las hostias, pero teniendo claro que hay algo inevitable, algo por encima de todo a lo que llamamos de mil formas distintas, azar, destino, accidente, suerte, casualidad o dios, quizá porque nunca sabremos su verdadero nombre. Algo que, cuando te toca, ni aunque te quites.

Real Murcia: Gazzaniga; David Vicente, Saveljich, Alberto González, Jorge Mier; Yriarte, Moha Moukhliss (Juan Carlos Real, 58'); Loren Burón (Toral, 87'), Pedro León (Boateng, 58'), Carlos Rojas (Kenneth Soler, 70'); y Pedro Benito (Raúl Alcaina, 70').

Goles: Tocaba, tocaba, tocaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario