Un gol de Carlos Rojas


Oliva B (@beandtuit)
Betis Deportivo, 1; Real Murcia, 2

Goles que sobreviven. En la escala categórica de los goles, por encima de los golazos, de los preciosos, de los antológicos, e incluso de los que valen títulos, ascensos o permanencias, algo más arriba, en la cúspide, están los que sobreviven. Carlos Rojas hizo uno de esos el otro día. El tío encima metió dos, para mantener al Murcia en la pelea por el ascenso directo, pero me da que al final sólo será uno, el primero, claro, el que sobreviva. En 15 años, en 25, en 40 años, todo lo demás habrá sido sepultado por cientos de goles, por partidos de todo tipo, dentro y fuera del campo. Las cosas esenciales, las cosas que hoy creemos esenciales, terminan borrándose. 15, 25, 40 años, qué rápido pasan. Pronto alguien dudará de si el golazo fue el primero o el segundo; luego, en alguna previa, con un par de cañas, se discutirá si el partido terminó 0-1 o tal vez fue un empate; más tarde, mucho más tarde, aunque ahora nos parezca increíble, alguien preguntará si aquel Murcia al final ascendió. El olvido y el recuerdo no operan como un cirujano, sino que tienen sus propias leyes, de las que empezamos a saber algo cuando ya es demasiado tarde. La rueda del fútbol y de la vida no dejará de girar e irá poniendo todo en su sitio, las cosas que hoy creemos esenciales y las que no lo son, todo lo que se queda por el camino y lo poco que sobrevive. El tiempo va borrando con zarpazos inesperados, e incluso un relato tan impecable como el partido del otro día, una historia tan redonda, irá desapareciendo poco a poco de nuestra memoria, casi sin darnos cuenta. Pero hay un gol de Carlos Rojas, bajo ese último brillo de la luz de las tardes de abril que en Sevilla se alarga más allá de las nueve, que sobrevivirá.

La trama. De vez en cuando, entre cientos de historias grises con el argumento de siempre, el fútbol escribe guiones perfectos. Sevilla en primavera. Un centenar de murcianistas arrinconados en el coqueto estadio de la Ciudad Deportiva Luis del Sol. Al fondo, se alza, majestuoso, el Benito Villamarín, un poco como si el horizonte fuera el futuro. Da lluvia, pero no llueve. El césped espléndido. El equipo llega bien de resultados, cerca del líder. La ilusión inicial, rápidamente frenada: los zagales del Betis son muy buenos. El dominio casi absoluto del rival, que llega fácil. Cómo juegan, los zagales. Tienen una: Gazzaniga. Tienen otra, y otra. Gazzaniga siempre, que empieza a parecer protagonista, salvador y héroe. El 0-0 como objetivo en el descanso, en uno de los peores partidos de la temporada, si no el peor. Y mediada la segunda parte, el villano (Pablo García Fernández, 18 años, el mejor futbolista de la categoría) consigue batir a nuestro salvador con un espléndido lanzamiento de falta a la escuadra. De pronto, el típico gol que encajas fuera de casa, la típica derrota de siempre, en el peor partido del año. ¿Cuántas veces hemos visto esa película? Unos cien murcianistas arrinconados y ahora también apesadumbrados, que lo ven imposible. No es sólo cuestión de fútbol, también es de historia. El adiós al primer puesto, quién sabe si el adiós al ascenso. Queda un cuarto de hora, el desenlace parece decidido. Estamos acorralados por los malos, sin víveres, malheridos y el agua se está acabando. Apenas hay esperanza, ni en la grada ni el campo. Pero hay un cambio en el Real Murcia.  

El héroe imprevisto. Va a salir el jugador más criticado por la afición murcianista. De largo. El hombre llamado a salvar nuestra Galaxia es un tipo cedido que las pocas veces que juega en su estadio es recibido con pitos, o entre el pito y la mofa, más bien; como si fuera el hazmerreír de la grada, el personaje que en la película llevaría gafas y tropezaría constantemente. El futbolista que siempre lo intenta, pero que en dos temporadas apenas ha podido finalizar una jugada. Justo cuando el año pasado apuntaba algo de un talento sobresaliente para esta categoría, se lesionó. Esta temporada, en una posición sobrecargada de futbolistas, apenas ha jugado. Cero goles y quizá uno o dos pases de gol es el balance de sus dos temporadas, los números del héroe. Pero a veces el fútbol escribe guiones perfectos. Y es aquí donde aparece el otro personaje clave del partido: el míster, Fran Fernández, que decide sacar a Rojas. En contra de la opinión popular, ha ido descartando al más prometedor canterano de la tierra en beneficio del cedido mestizo. El míster, un tipo también discutido casi desde el primer momento, de perfil bajo; uno de esos entrenadores que ahora no se llevan: le quedan mal las americanas y en las ruedas de prensa prefiere un tono humilde. En ‘El bueno, el feo y el malo’, el míster estaría entre el feo y el malo, aunque su aspecto sea más de secundario de spaguetti western que tira un plato de judías por descuido y muere pronto. Un tipo ya sentenciado por los sabios condomineros: cualquier éxito será “a pesar” de Fran. Pero entre las dudas y las críticas, e incluso con algún ultimátum de los que mandan, Fernández ha mantenido al equipo en playoff toda la temporada. Y ahora, cuando sólo queda un cuarto de hora y el desenlace parece decidido, el míster llama a Rojas.

El mejor secundario. En la primera escena de la película ‘Platoon’ (Oliver Stone, 1986), vemos cómo un pelotón de jovencísimos norteamericanos aterriza por primera vez en Vietnam para matar o morir, o tal vez las dos cosas. Al llegar, entre el ruido ensordecedor de las hélices y el polvo irrespirable que se agita, los chavales ven cómo se apilan los cadáveres de los que ya no regresarán y, a continuación, se cruzan con los afortunados que por fin vuelven a casa. Sólo tienen un año más que ellos, pero aparentan haber vivido más de una vida en el infierno. Es justo en ese momento cuando el personaje que interpreta a Charlie Sheen cruza una mirada sobrecogedora con Ian Forns, el lateral izquierdo del Murcia, que acababa de terminar el partido contra el Betis Deportivo. Qué partido te tocó, Ian, qué batalla. Más de hora y media cara a cara contra el villano perfecto, Pablo García, el mejor futbolista de la categoría, que intentó de todo y le salió casi todo, pidiéndola, rompiendo por dentro sin parar, con la portería siempre en mente. Pero Forns aguantó bien el duelo. Sólo salió herido en un estratosférico sombrero que se inventó García mediada la segunda parte, en la falta que terminó poniendo en la escuadra el propio villano. Después, medio muerto, aguantó cada envite que siguió proponiendo el bético, en un combate maravilloso hasta el último minuto del descuento. Ian Forns llegó a Sevilla siendo un crío, un prometedor canterano del Espanyol, y se fue de allí convertido en un futbolista adulto, completamente exhausto, con esa cara de espanto del que mira a Charlie Sheen, atravesado por la Guerra del Vietnam. Horrorizado, pero vivo.

El gol de Rojas. “La va a hacer”, se escucha en la grada murcianista cuando recibe Carlos Rojas de espaldas, dentro del área, el primer balón que toca, su primer minuto en el campo. En realidad, Rojas siempre hace bien la primera, o casi siempre; de la primera suele salir vivo. Y la hace, claro. Cuando recibe a un segundo defensor es cuando suelen empezar los problemas, pero esta vez la vuelve a hacer, con esa pausa que tan bien domina, o ese amago de pausa, del que vuelve a salir vivo, alejándose del área, hacia la frontal. Entonces pasó lo que nunca pasa. Quizá aquello por lo que empezamos a ir al fútbol y seguimos yendo una y otra vez: por poder vivir lo que nunca pasa. Estar allí, por si pasa. Por vivir ese pequeño milagro, aunque sepamos que, como en la vida, lo normal es que pasen las cosas que suelen pasar: el despertador de los lunes, el autobús abarrotado, los goles del día a día a los que no puede llegar ningún Gazzaniga y que el disparo de Rojas se vaya a las nubes. Pero, esta vez, pasó. En el momento justo, en la frontal, Carlos Rojas, el zapatazo perfecto al otro palo. Y ese júbilo especial de cada gol fuera de casa, esos ojos desorbitados, esa emoción única, multiplicada por lo inesperado. Más tarde, hubo tiempo para todo, para un montón de cosas que seguramente olvidaremos. Un tiro al palo suyo por el que pudimos perder, otro gol de Rojas en el 89 para mantener al Murcia en la pelea por el ascenso directo, un último asalto de Forns en su Vietnam particular. Pero me da la sensación de que todo eso se irá borrando poco a poco, sepultado por esos zarpazos del tiempo que conseguirán que hasta un relato tan impecable como el partido del otro día vaya desapareciendo poco a poco de nuestra memoria, casi sin darnos cuenta. Me da la sensación de que sólo sobrevivirá un gol de Carlos Rojas y el abrazo que nos dimos bajo ese último brillo de la luz de las tardes de abril que, en Sevilla, se alarga más allá de las nueve.

Real Murcia: Gazzaniga; David Vicente, Alberto González, Saveljich, Ian Forns; Yriarte (Moha Moukhliss, 55'), Isi Gómez (Loren Burón, 75'); Pedro Benito (Carlos Rojas, 75'), Pedro León (Juan Carlos Real, 55'), Davo (Alcaina, 68'); y Flakus Bosilj.

Goles: Dos de Carlos Rojas.

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