1. Pita el árbitro el final del partido y la desilusión nos sacude. Hay quien se queda pensando, mirando a la nada. O a todo. Mirando al verde, a las gradas, a los nuestros desolados y al rival celebrando, como todos los años en Nueva Condomina. Pero nosotros tres, los tres Oliva, desfilamos a buen ritmo casi desde un segundo antes de que pite el árbitro, sin decirnos nada, como si no hiciera falta. Bajamos la primera escalera y, de nuevo sin que hagan falta las palabras, nos dirigimos al baño. El abuelo va por delante, sorprendentemente a buen ritmo, camiseta gris y gorra, el rostro serio, manteniendo toda la emoción por dentro; detrás va Martín, equipación azul del Murcia de este año, que rompe a llorar poco antes de entrar al servicio. Lo alcanzo por detrás, lo agarro fuerte, lo abrazo sin mirarlo y aguanto las lágrimas con un apretón intraocular que en algún momento me dejará ciego. Le doy un beso en la coronilla, que ya casi está a la altura de mi boca. Y le digo algo que no recuerdo, antes de que entre a mear detrás de su abuelo. Apenas hay gente, quizá estén dentro, mirando a la nada, al verde, a las gradas, a los nuestros desolados y al rival celebrando. Yo no tengo ganas de mear y voy al lavabo para disimular con agua en la cara alguna lágrima que finalmente se ha escapado y, sobre todo, el tono rojizo de los ojos irritados. Este año el Murcia tampoco va a subir.
2. Unos minutos antes, el hijo de Diego Domínguez, que creo que también se llama Diego Domínguez, llora inconsolablemente en la fila de delante, con ese sentimiento desbordado que en determinadas edades es imparable. Tiene un par de años más que Martín, quizá tres, y por eso ha vivido y recuerda más situaciones así. En este estadio la película nunca tiene un final feliz. No ha terminado el partido y el zagal, con su camiseta de Boateng, ya llora, roto por la desilusión. Todavía queda algún balón largo, alguna acción de Toral a la desesperada, algún centro que en otros lugares del mundo termina en gol, pero Diego padre y su hijo, mi padre y yo, y Martín y cualquiera que haya crecido aquí sabe que ese gol no llegará. Agarro por el hombro al chaval, al hijo de Diego, le digo ánimo, le digo algo más que no recuerdo. El partido termina. Ya no hay nada que hacer, tan sólo volver a empezar. Javier Tebas nos condenó, como Zeus a Sísifo, a empujar una piedra enorme cuesta arriba por la ladera empinada del fútbol de tercera, a llegar siempre vivos a primavera con la piedra a cuestas. Pero antes de alcanzar la cima de la colina la piedra siempre rueda hacia abajo, y el Real Sísifo Murcia tiene que empezar de nuevo desde el principio, una y otra vez. Pita el árbitro y ya no hay nada que hacer. Tan sólo volver a empezar en julio, con esa piedra enorme que ahora, liberados de la deuda, parece pesar un poco menos. Ahora sabemos que podemos seguir intentándolo, aunque sea una y otra vez. Jamás he visto a Diego ni a su hijo fuera del estadio, nunca. Es un vínculo puro de fútbol de antes, de cuando el fútbol era más fácil: ir al estadio a animar a tu equipo. Quizá el fútbol –nuestro fútbol– no consista en ganarle al Nàstic, sino en saber que a finales de agosto volveremos a encontrarnos los tres Oliva con Diego y su hijo, y así todo el entramado de la grada. Todos juntos para volver a intentarlo. Sólo eso.
3. Dejamos a mi padre cerca de su casa, en la esquina de Correos con Simón García, y en un semáforo veo que he recibido un audio de José Antonio Currás, el Pimentonero de Orense, que ha venido a la semifinal. No hemos podido vernos en el bullicio del día y ya no nos veremos en la final. Durante toda la temporada me intercambio estos mensajes de audio con José Antonio, nos animamos cuando parece que este año será el año, nos animamos más cuando sufrimos algún revés. Hace 25 años que nos conocemos, 25 años maravillado por esa manera de vivir el murcianismo a 800 kilómetros siendo gallego de pura cepa. Pienso que ya lo escucharé mañana. Pero de pronto, en otro semáforo, ya casi tomando Ronda Sur camino de la playa, lo pongo con el altavoz del coche para compartirlo con Martín. Pienso que quiero escuchar a José Antonio pero sobre todo quiero que Martín lo escuche, porque estoy seguro de que le vendrá bien, casi a las 12 de la noche, tras la desilusión. “Yo este año tenía muchísima ilusión en ascender”, dice con su acento orensano y la voz entrecortada por la emoción. “No me da vergüenza decir que a pesar de mis 65 años he vuelto a llorar”, escucha Martín a José Antonio, y el silencio en el coche es casi sagrado durante los silencios de mi amigo gallego, que en un par de minutos me cuenta la pena por el contraste entre lo vivido antes del partido, algo que jamás había visto, y lo sucedido en el césped. “Lo intentaremos la próxima temporada con más ilusión si cabe que nunca”. Termina el mensaje y es entonces cuando flaqueo, deseando que el partido termine por fin, que Martín se duerma, que la carretera vacía avance en la noche y ya sea mañana. Pero no se duerme, y cuando recupero la voz le intento explicar que no es sólo José Antonio: nadie había vivido algo así, un ambiente tan entusiasta, ni siquiera con el Murcia en Primera, que lo importante es seguir adelante y que algún día se acordará de la eliminatoria del Nàstic y de todo esto con una especie de alegría, cuando viva los mejores años del Murcia. Pero no parece muy convencido. Y en las primeras curvas del puerto de La Cadena asumo que ya es inevitable: que va a sufrir por el fútbol, o más bien que va a sufrir porque el fútbol ha dejado de ser fútbol y ha pasado a ser una de esas cosas por las que sufrimos de verdad. Al terminar el puerto, mientras en la radio siguen hablando de ese fútbol por el que nadie sufre, tengo la sensación de que Martín por fin se ha dormido.
4. Llegamos al Estadio casi tres horas antes, porque el murcianismo ha crecido tanto que ha dejado pequeño todo lo demás, y en este momento ver un partido importante del Murcia en tercera, mientras nadie lo arregle, supone unas seis horas de vida en total. Martín se va con su amigo Rodrigo al recibimiento al autobús del Murcia y yo acompaño a mi padre en el centro comercial: hace demasiado calor. Mientras nos tomamos una cerveza en Vips, observamos que el lugar está lleno de aficionados del Nàstic. Qué bonito es el fútbol en son de paz. Familias completas viajando con una ilusión tremenda tras perderla hace un año por unos segundos. Parejas jóvenes, parejas mayores. Hay hasta un bebé, y un niño de unos 2 años, y los pequeños Norah y Biel, que tendrán un par de años menos que Martín, paseando con su camiseta orgullosos. Biel lleva el número 10. Pienso, mientras termino la cerveza, que en unas horas o Biel o Martín estarán llorando. Más tarde, durante el partido, el Nàstic mostrará una cara ejemplar y noble para lo que es el fútbol actual. Ni juego sucio, ni casi pérdidas de tiempo, ni toda esa mierda que tanto deshonra este juego. Más tarde, cuando el árbitro pite el final y los tres Oliva ya hayamos desfilado, el equipo catalán y su afición celebrarán con respeto. Los hinchas del Nàstic cantarán ‘Murcia, Murcia’ y los que se han quedado del Murcia, esos que siguen dentro del estadio mirando a la nada, aplaudirán a los jugadores del Nàstic cuando se marchen al vestuario. No tendría que ser tan difícil hacer del fútbol un lugar civilizado, ahora que el mundo parece haberse vuelto loco.
5. Martín y Rodrigo regresan del recibimiento al equipo entusiasmados. Me lo cuentan, han grabado vídeos, ven todo lo que se publica por redes con una expectación preciosa. La semana ha sido perfecta, como tiene que ser una semana de playoff, de ilusión pura. El murcianismo se ha movido tanto, la locura ha sido tan absoluta, que en ese momento de la tarde, hora y poco antes del partido, hemos llegado a olvidar que lo normal sería perder 0-1 con un gol en la segunda parte, que el equipo no ha sido fiable durante los 90 minutos en los últimos meses y que la eliminatoria la tuvimos y la perdimos en Tarragona. Pero la fiebre murcianista en 2025 no entiende de razón, ni de fútbol. El recibimiento al autobús del equipo, el ambiente de los aledaños, es algo que, como dice José Antonio, no se había vivido. Nadie lo había vivido. El estadio está a reventar en una semifinal en tercera, sin regalar ni una entrada, más que con el Madrid en Primera. En estos años fuera del fútbol profesional todo se ha multiplicado. El de la camiseta del Murcia, de repente, ha dejado de ser el raro en el instituto. En todas partes encuentro a alguien que me habla del Murcia, de nuestro Murcia. Ese contraste, sin embargo, es lo que más tarde hará más dolorosa la derrota. Es el peaje de la ilusión, de la pasión. Camino del estadio se palpa ese entusiasmo y, de alguna manera, ya ese dolor. Camino del estadio, entre miles de camisas granas eufóricas, piensas que algo ha cambiado ya, aunque esto vuelva a ser otro batacazo. Que ellos llorarán pero ya no dejarán de ser del Murcia. Que no sé cómo ni cuándo ni por qué cojones han aprendido que este amor merecerá la pena.
6. El día después el cielo está cubierto por unas nubes extrañas, con un tono rojizo, como si también tuvieran los ojos irritados. Hay quien insiste en que Dios es murcianista, pero qué bien lo disimula el tío en ese caso. He dormido muy poco y mal, dándole vueltas a todo, en ese estado de sudor frío que se queda cuando la preocupación deja de preocupar y se convierte en hecho inevitable. Decido salir a correr, que siempre ayuda, aunque sólo sea para llorar un buen rato sin tener que dar explicaciones. Pero la mañana está compungida, con el fresco perfecto para sólo pasear. Antes de ponerme la música, vuelvo a escuchar el audio del Pimentonero de Orense, esos dos minutos de tristeza concentrada que terminan invitando a la esperanza. La ilusión nadie se la va a quitar, dice. “Me voy haciendo cada vez mayor, no sé si me quedará tiempo para ver al Murcia en Primera, pero confío en que sí”. El tiempo siempre jugando en contra, ese gol que no llega incluso cuando el partido termina. El miedo a que el árbitro pite el final. Pienso en mi padre, en mi hijo, en la desilusión con la que hoy despierta tanta gente a la que quiero. En si los años se pierden, se ganan o simplemente se empatan. El puto Murcia, el puto Sísifo. Albert Camus cree que Sísifo representa el absurdo de la vida humana, pero que debemos imaginarlo feliz. “La lucha de sí mismo hacia las alturas es suficiente para llenar el corazón del hombre”, dice. El puto Camus, como si estuviera hablando de nuestro Real Sísifo Murcia. Lo importante es esa lucha hacia las alturas, pienso, cuando parece que el sol quiere salir por fin. Que jamás dejemos de intentarlo. Sigue siendo muy temprano y un ligero viento empieza a moverse. Entonces me paro un momento, con el mar a mi espalda, y tengo una sensación extraña, casi física, como si recibiera un abrazo. Un abrazo que de repente concentra toda la ilusión del mundo.
Real Murcia: Gazzaniga, David Vicente, Saveljich, Alberto González, Kadete; Pedro Benito (Cadorini, 80'), Yriarte (Juan Carlos Real, 80'), Moha (Isi Gómez, 70'), Loren Burón (Toral, 65'); Raúl Alcaina (Carlos Rojas, 70') y David Flakus.
Esto es murcia
ResponderEliminarAmén
ResponderEliminarSomos sisifomurcianistas.
ResponderEliminarSoy de los veteranos. Me ilusioné durante la semana por ver precisamente la ilusión de la ciudad y hasta de la región, pero yo no pude terminar de acoplarme a esa corriente tan bonita de optimismo. No confiaba nada en el desenlace positivo de la eliminatoria. Como bien dices, ya son muchas veces viendo esa esquina de aficionados rivales... y me tomé "bien" el mazazo. El nuevo y habitual mazazo.
ResponderEliminarPero ahora al leer esta maravilla que has escrito, me has removido todos los sentimientos que yo frené de manera calculada y fría para aquel fatídico sábado.
Pasan los años y el fútbol (que nos debe tantas), no nos devuelve ni una. Y aún así permanezco optimista (sin ninguna base ni fundamento después de todo lo vivido). El Real Murcia, nuestro Murcia, nos va a dar muchas alegrías muy pronto. Que nadie lo dude porque va a ser así.