Anatomía de un instante

 Un veterano abonado del Murcia exige, tras el empate a cero, la cabeza de Adrián Colunga 

Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 0; Club Deportivo Teruel, 0

Un par de horas antes de jugar uno de sus partidos más importantes del año, el número uno del tenis mundial, Carlos Alcaraz Garfia, justo cuando parece dirigirse a iniciar la última sesión de entrenamiento, en un momento concreto en el que su preparador físico acaba de quitarle un vendaje extraño de la parte alta del muslo y él se dispone a coger una raqueta, en un clima bastante distendido a pesar de que se dispone a jugar en unas horas, repito, uno de sus partidos más importantes del año, justo en ese momento, Alcaraz, de repente, se preocupa por cómo ha jugado el Murcia. “¿Cómo ha jugado el Murcia, Germán?”, pregunta Carlos a su amigo Germán Abril, periodista que ha seguido todo el año al tenista de El Palmar durante la mayor parte de su gira mundial, pero que, increíblemente, con una serie de maniobras que deben combinar por igual la profesionalidad con la pasión, está siempre atento a la actualidad murcianista, siempre pendiente, siempre informando: se hace difícil pensar que el Murcia esté jugando un partido y Germán, atravesando el Índico, por ejemplo, no lo esté viendo a través de alguna wifi transoceánica. “¿Cómo ha jugado el Murcia, Germán?”, dice Carlos, cuando queda apenas un ratico para que vuelva a enfrentarse a Jannik Sinner, el tenista que este año hubiera batido todos los récords de la historia si no existiera Carlos; a Sinner, casi nada, quizá el tenis más perfecto de la historia si lo analizara un robot, o un humano sin emociones, el tipo hermético e indestructible que encima juega en casa y en sus condiciones idóneas; es contra Sinner, sí, partido grande del año, pero Alcaraz, de pronto, sin duda al ver a su amigo Germán por allí, se acuerda del Murcia, del equipo de su tierra, que ya sabe cómo ha quedado, claro, lo sabe perfectamente, pero en ese momento de, se supone, máxima concentración, ese momento en el que legiones de gurús recomendarían tirar de pensamiento oriental y de infusiones raras y de citas épicas y de positividad seria y paredes blancas y vacías, en ese momento, entonces, es cuando a Alcaraz le preocupa cómo ha jugado el Murcia, Germán, es ahí cuando suelta ese viral y mágico “cómo ha jugado el Murcia, Germán” que las cámaras de Movistar graban casualmente, ojo, Carlos ajeno a que graban, Carlos en su mundo, no lo dice a una cámara, le sale del alma. Sí, en ese momento en el que unos mil millones de personas, más menos, preparan los cojines del sofá para disfrutar del mejor partido que se puede ver en el mundo, de los dos mejores jugadores, uno de ellos, el número uno, el mejor jugador de tenis del planeta ahora mismo, necesita saber cómo ha jugado el Murcia. “Cero a cero pero...”, pregunta Alcaraz sin preguntar, porque quiere saber cómo ha sido ese cero a cero dentro del universo de los cerosacero, no puede salir a jugar su partidito sin que su amigo le resuelva esa duda. “Contra el Teruel, tío”, continúa Carlos, “que va el tercero o el cuarto”, añade Carlos, por si algún despistado del equipo que trabaja a su lado durante toda la temporada no supiera que el Teruel es un equipo de la zona alta, y entonces acompaña sus palabras con un gesto lleno de esa expresividad suya desbordante, un movimiento de hombros que coordina con un gesto en la cabeza que parece decirnos socio, no me jodas, que no era un partido fácil. “Van terceros o cuartos en la tabla”, repite entonces Carlos, quiere que quede claro, mientras deja algún plástico de la raqueta en la silla, ya preparado para esa última sesión, ya dispuesto a salir a entrenar, parece, pero todavía no, todavía vuelve a mirar a la grada, una última vez, vuelve a mirar sin duda a su amigo Germán y esboza entonces su sonrisa, sello de la casa, una sonrisa de esas buenas que reparte, y le dice “un empate es mejor que una derrota”, y amplía más la sonrisa, y remata todo con un chiste sobre Hakimi y así salta a la pista por fin, a pegar los últimos raquetazos con los que preparar uno de sus partidos más importantes del año.

En el universo de los cerosacero, el del Murcia y el Teruel fue un cero a cero clásico, muy de Primera Federación, de partido en el que no pasa casi nada porque un equipo no quiere que pase casi nada y se agazapa para que sólo pase el tiempo, y el otro equipo, que sabe lo que busca el agazapado, tampoco arriesga apenas, porque sabe lo cerquísima que está el universo de los cerosauno del de los cerosacero. Buscó alguna rendija el Murcia de Colunga, pero no pudo ser, y ahí quedó la cosa, en tablas, en que un empate es mejor que una derrota, en reparto de puntico, o de puntazo; en que empatar no es sólo un punto, empatar es también privar a tu rival de sumar otros dos puntos, que es algo mucho más importante que conseguir uno. El Murcia de Colunga sumó así su cuarto partido sin perder, y este con portería a cero, en un duelo complicadísimo, pero, lejos de tomarlo así, buena parte del murcianismo volvió a la senda del insulto y la desesperación, de la ansiedad, del sólo vale ganar, que nos dijeron que el objetivo es subir, y cuanto antes; a la senda del desprecio al rival y del qué malos son todos, y del Colunga tampoco vale, y qué pena de equipo y qué desastre, menuda banda, qué fracaso, y hay que fichar a siete o igual a ocho, los que sean, que seguro que serán mejores, hasta que vengan, claro. La ansiedad devorando otra vez al murcianismo, incapaz de calmarse ni tras cuatro partidos sin perder, pensaba entonces, a media tarde de un domingo de otoño después de un arroz y costillejas, cuando de repente me saltó, antes del partidazo de tenis, la mirada sensata, comprensiva y humilde de Alcaraz al Murcia. Resulta curioso que parte del murcianismo haya criticado que Carlos sea del Madrid, que afeen al chaval que sea de otro equipo, cuando tantos murcianistas fustigan a su equipo precisamente con las maneras del madridismo más detestable, ese prepotente y campeonísimo que no soporta un empate y pita y castiga a los suyos con una arrogancia insufrible. Resulta muy curioso, también, que uno de los mejores deportistas del mundo, el mejor que ha dado y dará esta tierra, desde Turín, sea más humilde que la legión de zagales que insulta en la grada después de tomarse cuatro tercios tibios de Heineken o que el pelotón de sacapanzas de sofá que llevan décadas rajando de todas las plantillas y todos los técnicos del Murcia. El mundo al revés, o tal vez no: tal vez se puede ser el más trabajador, competitivo, inconformista y ambicioso y, a la vez, no dejar nunca de ser humilde. Ojalá Carlos termine por ser del Murcia, como ya lo es buena parte de su generación y la de sus hermanos. Tiene pinta de que ya lo va siendo, de que tiene ganas de ser muy del Murcia. Pero eso da un poco igual, en el fondo, mientras siga acercándose al Murcia con ese cariño, tan alejado de ese extraño modo de querer a su equipo (querer-odiando) de la vieja guardia murcianista. Eso da un poco igual mientras siga contagiando al nuevo murcianismo esa manera de querer tan humilde, comprensiva y respetuosa con el rival y con el deporte. 

Real Murcia: Gazzaniga; Jorge Mier, Héctor Pérez, Sekou (Palmberg, 71'), Carmona (Cristo Romero, 63'), Álvaro Bustos (David Vicente, 83'); Antonio David, Juan Carlos Real (Isi Gómez, 71'), Ekain (Pedro León, 46'); Pedro Benito y Flakus Bosilj. 

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