Real Zaragoza, 0; Real Murcia, 0.
Me puse la trenca, descarté la bufanda, bajé a la calle y tras alejarme de las
luces y el gentío de mi barrio me senté en un banco de una de esas cosas a las
que Miguel Ángel Cámara llama parques. Quise evadirme pensando en algo que no
fuera el partido: en regalos pendientes, en protocolos familiares inminentes y
en las vistas que habrá desde los ventanales del aeropuerto de Corvera una
noche de luna llena. Pero no sirvió de nada. El partido se había venido
conmigo, y yo veía balones muertos dentro del área por todas partes. “Señora,
¿está usted viendo todos esos balones muertos por el parque? Son para ganar en
Zaragoza en el descuento”. Pero la señora hacía como que no me oía, aceleraba el paso y se alejaba de mí dando fuertes tirones de correa a su perro. Los
balones surgían de la nada, tras un árbol, o de entre los matorrales. Había
balones bajando lentamente por el tobogán. Todos ellos venían botando hacia mi banco, con dulzura, tiernos, acomodándose a mi zurda. Entonces
cada pelota me susurraba “soy tuya, haz conmigo lo que quieras”, y yo me levantaba y las
golpeaba con toda el alma, una tras otra, una tras otra... Y todas se iban a las
nubes. Siempre fuera, siempre a las alturas. Yo cambiaba el golpeo, me esforzaba por apuntar bien, pero el resultado siempre era el mismo. Empezaba a sospechar que no era yo quien disparaba realmente, sino algo que me poseía, algo que no estaba hecho de carne y hueso y que ha conseguido que a lo largo de nuestra historia casi todas esas pelotas se nos hayan ido altas. Hundido, me desplomé en el banco y cerré los ojos. Fue entonces cuando noté una mano en mi hombro. Me
giré, y a pesar de la oscuridad pude distinguir a Kike. “Tranquilo, que es un
puntazo”, murmuró. “Menudo partidazo hemos hecho”, añadió después. “¿Y a esta
mierda la llaman parque?”, dijo para terminar.
Real Murcia:
Casto; Molinero, Truyols, Mauro, Álex Martínez; Acciari (Toribio, min.64),
Dorca; Tete (Iván Moreno, min.90), Eddy, Saúl (Wellington, min.75); y Kike
García.
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