Real Madrid B, 2; Real Murcia, 2.
Si hubiese sido un robo
al uso, de los muchos que hemos sufrido en los últimos años, emitiríamos los
juramentos habituales y pasaríamos página. Pero como se trata de un desvalijamiento
sin precedentes, insólito por su incuestionable creatividad, debemos pararnos y
tratar de buscar explicaciones. Elaboraremos una teoría: José Ramón Piñeiro
Crespo, ingeniero asturiano de 32 años, es un hombre más en este valle de
lágrimas, con su ego, con sus miserias, sus debilidades y sus tentaciones.
Llega al campo del filial del Real Madrid, y seguramente es recibido por algún
Butragueño de turno, que lo trata con exquisita cortesía y le muestra las
modernísimas instalaciones de Valdebebas. Para lo que quieras, José Ramón. No
hace falta decirle nada más. Es el filial del Madrid, va colista y recibe a un
club en decadencia, que no pinta nada, al que en verano los propios miembros de
la Liga salvaron de la Segunda B por un mísero voto, y del que lo último que ha
leído es que está arruinado y no le paga a Hacienda. El Murcia va en mitad de
la tabla y, piensa él, no necesita demasiado los puntos, mientras que el
filial de uno de los dos clubes más poderosos del fútbol español es colista y
tiene que ganar como sea. José Ramón sabe perfectamente que no existe colegiado español al que una ayudita a un grande le haya perjudicado en su carrera, en
esa meritocracia arbitral que tiene la misma limpieza y transparencia que las
oposiciones a funcionario de la Rusia del siglo XIX. Por eso, a José Ramón le
da igual que probablemente no haya en toda la historia del fútbol un solo
precedente de roja directa a jugador de campo por manos a 35 metros de la
portería.
"Ahora tendrá mala
conciencia y compensará", dijo mi padre, iluso, tras la expulsión de
Alcalá. Confieso que yo llegué a sospechar lo mismo. Pero José Ramón sólo
quería terminar lo que había empezado, y cuanto antes. El Murcia, además, tuvo
la insolencia de revolverse, de negarse a ser el mártir perfecto, y hasta se
adelantó con gol de Kike. El sistema, encarnado en un hombre pequeño, gris, de
apariencia obtusa y formas rudas, no podía tolerar una rebelión así; debía
sofocarla con ejemplaridad. Así, tras el empate del Castilla llegó el castigo
final de José Ramón, señalando un penalti inexistente de Álex Martínez. Esa
decisión ya era lo suficientemente lesiva, pero la ocurrencia de sacar ahí una
nueva roja, la que nos dejó con nueve en el minuto 30, sólo puede nacer de un
ensueño de tiranía que impresionaría al gobierno norcoreano. En ese momento yo
sentí, a la vez, ganas de: apagar la tele; llorar; llamar a la policía; gritar
por la ventana; pintarme el rostro con sangre de cerdo, salir a la calle
enajenado y apedrear un banco; olvidarme del fútbol para siempre. Mientras, La Sexta nos pedía que nos tranquilizáramos,
que pensáramos que habían perjudicado mucho al Castilla esta temporada, y que nos
sacrificáramos a gusto. También eso forma parte del proceder del sistema en su
aplastamiento: mientras te tapa el rostro con la almohada suele susurrarte que
es por tu bien.
El Murcia no tuvo siquiera altavoz
en la retransmisión que denunciara el escándalo. Es la fuerza de los poderosos
en su absolutismo: controlan también la repercusión. Suponemos que tratándose
de un club grande no puedes llamar a las cosas por su nombre sin que suenen
teléfonos. Y además, a quién le importa el Murcia. ¿Defender al Murcia,
nosotros? No, hombre. Que lo defiendan sus muertos de hambre.
Todo marchaba según lo previsto por el régimen, que se preparaba para pedirnos que nos dispersáramos, porque ahí no había pasado nada y no había nada que ver. Pero entonces apareció nuestro antisistema de San Miguel, que vive al margen de reglas, que no reconoce más mandato que el de servir a su escudo hasta el fin, y que no sabe lo que es el miedo. Cuando Acciari vio que el gigante del sistema se erguía y avanzaba lento y confiado hacia nosotros, él no sólo no capituló, sino que permaneció firme y preparó la honda y la piedra. Qué partido, José Luis, y qué gol, cuando parecía imposible. ¿Cuántas lecciones más piensas darnos? Viéndole celebrar el gol radiante, como un chaval, disfrutando sin pensar en que quedaban 40 minutos de agonía para defender ese resultado, casi me sentí avergonzado por no haber confiado en que estos jugadores, y José Luis liderándolos, podían conseguirlo. “Héroes”. Eso se leía en una de las pancartas que desplegaron los aficionados que fueron de madrugada a recibir a la plantilla a Nueva Condomina, y ése es el calificativo que mejor los describe, porque héroe es todo aquel que le planta cara al sistema y además lo vence. Heroísmo es lo que demostraron nuestros jugadores para que en los 65 minutos que jugamos con 9 hombres contra 11, el resultado parcial fuera de 0-1 a nuestro favor. Cuando todo acabó, los presentes enmudecieron, impresionados por la gesta. El gigante yacía inconsciente sobre el césped y un hilillo de sangre le brotaba de la comisura de los labios. Entonces, con calma de elegido, José Luis se acercó, se impregnó un dedo con la sangre del derrotado y la probó. Kike interpretó la señal, se abalanzó sobre el gigante y le arrancó la cabellera entre alaridos. Piñeiro Crespo corría hacia su vestuario, los niñatillos del Castilla lloraban y en las gradas las familias huían despavoridas. Habían intentado burlarse del Real Murcia.
Real Murcia: Casto; Molinero, Alcalá,
Truyols, Álex Martínez; Acciari (Toribio, min.73), Dorca, Tete, Saúl
(Wellington, min.65); Eddy y Kike (Malonga, min.90).
Goles: 0-1,
min.20: Kike. 1-1, min.24: De Tomás. 2-1, min.30: Omar Mascarell. 2-2,
min.48: Acciari.
Gloriosa crónica. Ah, si Pacheco no llega a meter esa mano al tiro de Eddy...
ResponderEliminarMagnifica crónica. Sin duda no se puede expresar mejor el sentir del murcianismo tras ese atraco a mano armada…
ResponderEliminarMuy grande, lo volvería a leer 35 o 36 veces. Palabra por palabra, poesía...
ResponderEliminarSolo pasaba por aquí para leerlo otra vez.
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