Real Avilés, 1; Real Murcia, 0.
El cielo se puso color Auschwitz, sí, sí, de color Auschwitz
el cielo, y perdón, sé que no es una metáfora delicada, que el cielo de Murcia se puso
color Auschwitz la tarde del domingo es algo que por ejemplo Sergio Dalma nunca
incluiría en sus canciones, él diría otras cosas; a un eventual “Besé tu alma
bajo un cielo color Auschwitz” no estaría dispuesto, eso no pasaría
filtro alguno en su lírica. Y que el color Auschwitz no es un color concreto,
eso lo sé, eso cualquiera lo sabe, pero igualmente lo digo, porque si yo
levantaba la mirada y veía todas esas nubes enfadadas y enfadadísimas, ésa es la expresión que acudía,
ésa la que parecía corresponder: cielo color Auschwitz, y también: cielo que
invita a los locos a enterrar torsos en su jardín, y también: cielo Avilés el
día que jugamos en Avilés, y también y sobre todo: cielo de derrota.
Nosotros llegamos a conquistar el norte de manga corta: en
bermudas por Coruxo, con gafas de sol y look surfero en Luanco, llevando
cangrejeras por Ferrol, pero el norte ha despertado y nos ha roto el ukelele; vuelve
el imperio de la lana, ya soplan vientos serios y nos alcanzan las heladas, ya
embisten las vacas. Que las vacas iban a embestir aún no lo sabía yo antes de
que rodara el balón, sólo lo sospechaba, porque me costaba imaginar que algo
bello pudiera nacer de una tarde de potenciales torsos en el jardín. Que el
cielo era un cielo Auschwitz y que la tarde parecía diseñada para despedir un
tren de exiliados, eso es lo que me dominaba antes del partido, eso pensé y
repensé al mirar por la ventana ya en mi habitación, ya frente a la así llamada
minicadena JVC, ya frente a la suministradora de sonidos del Avilés-Murcia, ya
frente a mi torturadora.
Sin Albiol y sin Acciari, recuerden, eso dijo JVC, y yo: sí,
sí, recuerdo, sin papá y sin mamá. Y qué tarde hace en Avilés, preguntó alguien
desde los así llamados estudios centrales, porque aquí en Murcia hace una tarde
color Auschwitz, vino a decir ese alguien con otras palabras. En Avilés hace
una tarde color Treblinka, le contestó el individuo que narraba desde Avilés, y
aunque él se expresó de otra manera, realmente sus palabras vinieron a decir:
en Avilés cielo Treblinka. En Murcia, tarde Auschwitz; en Avilés, tarde Treblinka.
Y yo: Dios mío, es una tarde aniquiladora en todas partes, una tarde propicia
para cualquier loco con jardín de cualquier rincón de España, es la tarde que siempre
temió la aldea de Ásterix, una de esas tardes en la que es capaz de aparecer el ángel
exterminador. Y en esa tarde generalizadamente macabra salió el Real Murcia a por los tres puntos, realmente no a sacarle los tres puntos al Avilés, sino a sacarle los tres puntos a la tarde. Que salió
verdaderamente decidido a ganar, aseguraba JVC; que en el partido mandábamos
nosotros, que el Avilés sólo esperaba, que la entrada de Arturo por Acciari nos
restaba solidez pero nos daba más fluidez al combinar, y que Javi Flores se
estaba divirtiendo. Todo eso dijo JVC durante el primer tiempo, y realmente la
tarde pareció aclararse.
En la segunda parte, la voz de JVC se impacientaba al contar que el Murcia bien, que el Murcia muy bien, que el Murcia
a punto. Una ocasión clara, dos ocasiones claras, tres ocasiones claras narró el artefacto JVC, cada vez más inquieto (el humano de dentro). Los teníamos, pero nos faltaba terminar
de enterrar el torso. Y entonces, desde los así llamados estudios centrales,
dijo alguien: el que perdona lo paga. Lo aseveró, lo sentenció, su veredicto no
obtuvo réplica. Y yo, desde mi habitación: protesto, protesto, estamos ante un
caso de colisión de frases hechas. Por qué aplicar un el que perdona lo paga en
vez de un tanto va el cántaro a la fuente que termina rompiéndose. El refrán
del cántaro también se adaptaba a la situación y era más optimista para nuestros intereses. Al ser superado por el Murcia,
el Avilés fue a la fuente muchas veces en el estadio Román Suárez Puerta, y no
fue precisamente con las manos vacías, sino sujetando el así llamado cántaro e incluso haciendo malabarismos con él.
Si ese gol en el 90 hubiera sido a nuestro favor, no me cuesta imaginar a dos socios del
Avilés comentando después ese constante ir y venir del Avilés a la fuente, comentando
lo previsible de esa rotura de cántaro, contrariados pero también secretamente complacidos de que las
cosas sigan cierto orden, de que si vas a la fuente con el cántaro, y vas, y
vas, y vas muchas veces, al final se te termine rompiendo.
En una tarde normal se habría impuesto la teoría del cántaro, la lógica pura, porque además tanto va el cántaro... es un refrán y el que perdona... nada más que un proverbio futbolero, así que se le supone más rango al refrán. Pero en una tarde Auschwitz-Treblinka, de la colisión salió victoriosa la frase favorita de los estudios centrales, la que nos condenaba. Y yo ciertamente
carezco de argumentos para discutir la frase de el que perdona lo paga,
porque soy consciente de su vigor. De hecho, mi infancia está repleta de
escenas en las que rogaba ante el televisor que en ningún caso se perdonara a
Batman al final de los capítulos, porque si no, el villano correspondiente lo
pagaría. Desollad a Batman, apuñaladlo, disparadle sin recrearos y hacedlo
rápido o se revolverá, eso suplicaba yo, y como no lo hacían, era verdad que
los villanos lo pagaban después, y perdían, y sus trabajados planes de dominación fracasaban. Así nos ocurrió a nosotros en Avilés, bajo
un cielo letal que protegió la integridad de los cántaros, que nos hizo pagar por lo perdonado y que se
desplomó sobre nuestras cabezas con un mugido terrible como de animal degollado, justo al final, justo
cuando más duele.
Real Murcia: Fernando, Álvaro, Jaume, Prieto, Pumar, Armando, Garmendia, Jairo (Víctor Ruiz, 86'), Arturo (Rubén Sánchez, 63'), Javi Flores y Carrillo (Gerard Oliva, 75').
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