¡Cornudo!


Real Murcia, 1; Burgos, 1
Se helaba uno por dentro y por fuera. El viento gélido y cortante, un azote como enviado por viejos hechiceros al servicio de Tebas. No podía uno estarse quieto en el asiento, ahora brazos cruzados, ahora manos en los bolsillos, con las piernas vibrando de manera autónoma, como un taladro eléctrico que no puede ser desenchufado. Un submundo despiadado de la helada era el estadio. A los 20 minutos: ¿es posible que pille una neumonía hoy aquí? Y luego a los 40: ¿es posible que hoy aquí me muera? Y siempre el reproche de haber sido demasiado optimista al escoger abrigo, y siempre zumbando la acusación por no haber traído bufanda. Por primera vez en mi vida, me asaltó la idea de abandonar el campo a mitad del partido, por pura supervivencia, sí, sí, o me voy o me muero. De fondo, itinerante, una voz sagrada era de lo poco que caldeaba el alma: “¡Cornudo! ¡Cornudo!”. ¿Cómo? ¿Dónde? Volví el rostro. “¡Cornudo!”.

Cuántas veces llamó cornudo al árbitro, eso con exactitud no lo sé, pero fueron más de 30 y menos de 50, eso seguro, un número dentro de ese intervalo, quizá 37 cornudos, quizá 45, todos con voz quebrada por el frío y por la edad, porque el voceador era un señor mayor, de pelo canoso, que quizá haya tenido que dejar ya el tabaco y los belmontes de por la mañana, pero que no renuncia a sus ¡cornudo! al árbitro cada dos semanas. Eso a él no le hace ningún mal, ante ese vicio el médico no puede objetar nada, de hecho es posible que el médico le recomiende esos ¡cornudo!, es posible que el médico sentencie: adelante, bueno para su tensión, algo que puede favorecerle. Y quizá a ese aval profesional se una el aval familiar, quizá su entorno conoce esa vocación suya de llamar cornudos a los colegiados y quizá ese entorno no lo frene en absoluto sino que también lo animen a que no reprima esas descripciones suyas del árbitro. Y así, es posible que con sendos avales bajo el brazo, el profesional y el familiar, el señor canoso se sienta lo suficientemente reforzado para llamar una y otra vez cornudos a los árbitros, aunque eso no se sabe, eso sólo se sospecha. Lo que sí se sabe es que Gil Coscolla, colegiado valenciano, fue catalogado como cornudo entre 30 y 50 veces por un señor de pelo canoso en el Fondo Sur de Nueva Condomina, durante el Murcia-Burgos, bajo un frío que desfiguraba.

El equipo marcó a los doce minutos: pues bien, ya antes del gol hubo un cornudo, ciertamente un cornudo que puede ser considerado como gratuito e incluso como el más gratuito de la tarde, porque hasta ese momento apenas había habido nada destacable, nada en lo que el árbitro pudiera haber metido la pata. Quedaba claro que el señor canoso optaba por un grito de cornudo incondicional, absolutamente al margen de lo que aconteciera sobre el césped, un cornudo dirigido no a Gil Coscolla concretamente sino a su gremio, el de los árbitros, un cornudo absoluto, cósmico, no cornudo tú, sino cornudos vosotros, todos cornudos. Realmente cornudo es un insulto que siempre ha sonado mucho en Murcia, en general los insultos de esa temática siempre gustaron aquí, persiguiendo la sorna más que la ofensa. Ya en la Grada Lateral de La Condomina predominaba el sustantivo-adjetivo ciervo, esa animalización mística, y se gritaba alargando bastante la e: cieeeeervo, lo mismo que el señor canoso alargaba el sábado la u: cornuuuuuudo. Ahora, este tipo de personajes que vienen ya de serie con el estadio, que son casi estereotipos costumbristas, pasan a ser violentos, individuos en el punto de mira de la brigada de paz de Tebas, gente a expulsar de los estadios, y quizá alguien de su entorno avise pronto al señor canoso: verás, unos chicos se pelearon por política fuera de un estadio, murió alguien y ahora tú no puedes llamar cornudo al árbitro. A ver qué cara se le queda.

A nosotros se nos quedó buena cara con el inicio del equipo: mucho toque, mucha pared, mucho movimiento como para entrar en calor. Llegó el gol de Carrillo y nos frotamos las manos, esperando que el equipo siguiera subiendo la temperatura ambiente entre combinaciones de Arturo y Javi Flores. No ocurrió. Poco a poco nos fuimos apagando, o bien el Burgos se fue encendiendo, porque ellos en el centro del campo tenían tipos capaces de encenderse y hasta de brillar. Me refiero concretamente a un negro negrazo llamado Moke que al poco de arrancar la segunda parte se comió todo el campo en tres zancadas para dejar solo a un compañero. Durante la carrera de fondo de ese portento, sonó el asombro en las gradas, básicamente de dos maneras: madre mía ese negro, madre mía, madre mía, y también: oye, oye, oye ese negro, oye. Fernando evitó el empate con un paradón a quemarropa que hace cincuenta años habría puesto en pie a todo el campo: los varones, puro en boca, agitando emocionados sus sombreros, y las mujeres dando palmadas muy cortas y muy seguidas. Fue el aviso de que el Burgos de la segunda parte era ya el viejo Burgos, el tuétano inalterable a toda refundación, y asomaban ya los fantasmas de Peragón, Dani Pendín y hasta el de Gavril Balint. Empataron de penalti, con las correspondientes tandas de ¡cornudo! que esa decisión del árbitro provocó, pero se puede decir que fue justo. Lo buscaron, merodearon y aunque se les notaba sin demasiada pólvora, pudieron hasta ganar. También pudimos haberlo hecho nosotros, pero arriba faltó malicia.

La suplencia de Acciari confirmó que Aira tenía desde hace tiempo la tentación de apostar por los que mejor la tocan, y de hecho, sin hacer demasiado ruido, ésa es la filosofía que ha implantado a toda prisa en un Murcia de posguerra. Esto era un descampado en agosto, tierra quemada, todo salpicado de escombros y de madres llorando; bajo esas circunstancias, Aira podría haberse amparado en las limitaciones de la plantilla y en la urgencia por conseguir resultados cuanto antes para implantar un estilo de juego estándar para la categoría, un estilo que, por irnos a una referencia clara, se pareciera al del año pasado con Velázquez: balón largo y segunda jugada. Pero no.

Aira tiene un sello, una idea de fútbol que no negocia, y esos principios se empiezan a apreciar llamativamente sobre el césped: no pegamos más balón largo que tras el saque de centro y los que pueda dar Fernando tras una cesión, agobiado. El resto de veces, siempre por abajo, siempre raseado. En los últimos 20 años, sólo el Murcia de Pepe Mel apostó tan descaradamente por este tipo de juego. Que Aira resucite esa propuesta cuando nuestra plantilla la integran básicamente descartes de otros equipos y canteranos que están por hacerse, es de admirar. Si no sale mejor, es porque no hay para más. Lo bueno es que el equipo parece convencidísimo de lo que le pide Aira, siempre dispuesto a ejecutarlo, y así se dan situaciones extremas, como que José Martínez, un búfalo que no destaca precisamente por su calidad técnica, se esmere en encontrar el pase corto aunque sea el último en defensa y esté rodeado por dos contrarios. Sorprendente.

Todo esto del estilo no parecía importar mucho al señor canoso tres filas más arriba de mi asiento, al menos a tenor de sus comentarios, que nunca se referían positiva o negativamente al Murcia. El privilegio de su voz sólo quedaba destinado al colegiado. Ninguna otra cosa lo turbaba, concentrado como estaba exclusivamente en encontrar cualquier mínima excusa que abriera la puerta a un nuevo ¡cornudo! quizá con una nueva entonación, con más o menos énfasis, introduciendo pequeños matices en la pronunciación. Ése era su rol, ése su arte. Yo lo miraba y pensaba: ¿será también su mecanismo de defensa contra el frío? ¿realmente esa estrategia de cornudo va y cornudo viene le permite entrar en calor? Mientras, podía sentir cómo la enfermedad se trasladaba de mi cabeza a la garganta; pronto se manifestaría también en más sitios. Y una y otra vez: qué hago con este frío que me consume, de alguna manera tengo que reaccionar, pero qué hago, este frío me va a acabar. De repente, ya hacia el final, el árbitro convirtió un saque de puerta evidente a favor del Murcia en un córner para el Burgos, y entonces lo vi claro. Me puse en pie de un brinco y grité con toda el alma: ¡CORNUDO!

Real Murcia: Fernando, Álvaro, Jaume, Jose Martínez, Pumar, Armando, Arturo (Víctor Ruiz, 87'), Garmendia (Gerard Oliva, 78'), Javi Flores, Jairo (Rubén Sánchez, 60') y Carrillo.
Goles: 1-0. Carrillo (12'). 1-1. Cristian López, de penalti (54').
Luis María Valero  

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