Paulo Coelho is dead


Real Murcia, 1; Guijuelo, 1
Desesperados por sobrellevar esta temporada de la mejor manera posible, los aficionados del Murcia nos hemos apoyado durante los últimos meses en tres o cuatro aforismos de plástico, sencillos y optimistas; recursos de supervivencia como sacados de un libro de autoayuda o de una web de tatuajes horteras. “Nunca dejes de sonreír, guerrero de la luz”, y nosotros: sí, Paulo Coelho, sí, por Segunda B con una sonrisa o nos morimos. “Eres lo que piensas: piensa bonito”, y nosotros: sí, Jorge Bucay, sí, nada de pensar feo en Langreo. “Nunca desistas de un sueño: sólo trata de ver las señales que te llevan a él”, y nosotros: sí, tuitero intenso, sí, quizás el empate contra el Burgos sea una señal. La idea era no complicarse en lo espiritual, no darle muchas vueltas a la cabeza para evitar fijarnos en los tonos grises que colorean gran parte de nuestra realidad. Pase lo que pase, el vaso está siempre medio lleno, los prados del norte son todos verdísimos y las vacas son animales bellos, elegantes y pacíficos.

Pero tras un partido como el del Guijuelo, se han roto todos los hechizos norteños, y ha vuelto temporalmente un enfoque más crudo. Yo no sé si habéis visto de cerca los excrementos de una vaca. El impacto de esa experiencia multisensorial puede bastar para que este animal se nos caiga rápidamente del pedestal. Cabe añadir algún otro dato desmitificador, como que el año pasado, en una granja del municipio mexicano de Tehuapán, una vaca mató a su dueño cuando éste intentaba ordeñarla. La vaca le propinó una patada letal y después se dio a la fuga. No, no, ojalá se hubiese dado a la fuga, eso habría sido un detalle increíble en una vaca, pero que mató a su dueño es cierto. Con respecto a la idealización de los prados, no podemos olvidar que muchas veces se embarran; cuando eso pasa, al caminar por ellos te pones perdido, y además, es muy difícil diferenciar el barro de los excrementos de vaca, así que resulta de lo más habitual terminar pisándolos.  

Un partido como el del Guijuelo también golpea seriamente a las teorías vitalistas de bolsillo. Como representante de todas ellas, Paulo Coelho se sentaba a mi lado cada dos semanas en el Fondo Sur de Nueva Condomina, templándome, trayéndome una paz forzada con esas frasecitas suyas que, hechas tinta, han condenado y condenarán para siempre a miles y miles de omoplatos y antebrazos. Cuando marcaba el rival, ahí estaba él para calmarme: que Samper no te aparte de la luz, lucha por tus sueños a pesar de Tebas, el Logroñés sólo es una prueba a la que te somete tu destino, todas las batallas de la vida nos enseñan algo, incluso las que perdemos contra filiales… Así Paulo Coelho toda la temporada. Pero esta vez su cantinela no funcionó. Esta vez éramos inconsolables.

Cuando el árbitro pitó el final del Murcia-Guijuelo, yo sólo pensaba: ¡La puta Segunda B! ¡La puta Segunda B! Furia, impotencia, ira. Paulo Coelho no me servía en absoluto, ¡todos esos cuentos chinos! Así que Paulo Coelho fue empujado por mí escaleras abajo, ese desahogo simbólico tenía que permitírmelo, despeñar al vitalista optimista positivista era lo pertinente, sí, sí, arrojarlo escaleras abajo, y Paulo Coelho rodó y rodó por el cemento murciano sin que luz mágica de ningún tipo ni gavilanes místicos acudieran en su ayuda. Se acabó la filosofía de mercadillo. La puta Segunda B, Paulo Coelho, sin más. A veces, en la puta Segunda B no cabe una sola luz, ni hay una sola moralina barata que sacar, todo es oscuridad y está bien que así sea. Son días en los que sólo se puede matar a Paulo Coelho, aceptar la nube negra que te acompañará y abandonar el estadio repitiendo: la Segunda B, qué puta, y luego compartirlo con aquellos que te cruzas, tus compañeros de éxodo del estadio. “¿Que la expulsión de Carillo nos ha matado? No, hombre, hay un culpable mucho más global: la reputísima Segunda B, esta Segunda B tan puta". 

El Guijuelo parecía un equipo forjado en serie en una fragua soviética: todos igual de altos, igual de fuertes e igual de pendencieros. Quizá el hecho de vestir unos colores tan poco futboleros como los del Joventut de Badalona los tenga permanentemente cabreados, pero el caso es que en el Guijuelo vio amarilla hasta su presidente. Del árbitro… del árbitro mellor non falar demasiado. Qué cabe esperar de un individuo capaz de perder siete minutos en la expulsión de un masajista. Ya lo dijo alguien: el tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos, pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo, y este árbitro flotaba con la ligereza de un astronauta sobre la luna. Además, vino con hambre: se comió un penalti a Arturo, la roja al portero del Guijuelo tras el penalti que sí pitó y varias segundas amarillas de libro a los de verde y negro, que nos molían a placer. 

Más fina tuvo la vista el colegiado para apreciar una agresión de Carrillo, supuestamente un cabezazo, tras el cual el jugador del Guijuelo se revolcó y se retorció como si fuera a ser necesario que lo operaran allí mismo de algo muy serio y muy técnico. Ya se buscaba algún cirujano en las gradas cuando el paciente se levantó como si nada. La buena noticia para Carrillo, igual que para Álvaro Marín, que cometió el penalti contra el Burgos, es que en este Murcia de posguerra tendrán más oportunidades. Históricamente, los canteranos aquí han sabido siempre que no podían permitirse errores de este tipo, al menos al principio, porque quedaban sentenciados casi sin posibilidad de redimirse. No era justo, pero así de duro ha sido asentarse desde la cantera en este club cuando ha estado más o menos sano. Quizá Valera esté hoy en Primera porque aquel Murcia de Peiró y Toshack bajó prácticamente en febrero, y hubo minutos para experimentar y margen para perdonar errores, que en el caso de Valera fueron bastantes al principio. Tampoco hay que dramatizar: estos despistes son el peaje habitual de la inexperiencia, y un peaje con el que deberíamos contar a la hora de exigir metas a este equipo. Además, me niego a decir que Carrillo fue el culpable del empate, o incluso que su expulsión fue determinante. Influyó bastante más el hecho de que ni Acciari ni Pumar estuvieran atentos a sus marcas en la jugada del empate.

Sin alardes y sobre un césped muy malo, nos apoyamos en un gran Arturo para ser superiores a un equipo que sólo ha perdido esta temporada en Oviedo y que apenas nos creó una sola ocasión en todo el partido. El que quiera llevarse las manos a la cabeza y activar alarmas nucleares, adelante, pero este Murcia está haciendo exactamente lo que puede hacer con lo que tiene, que son dos palos, tres cañas y un imperdible. Lo que seguramente no era normal es que encajáramos tan pocos goles como lo estábamos haciendo al principio. Esa racha se ha quebrado y ahora los rivales necesitan bastante menos que antes para marcarnos, sin que se note un excesivo bajón del equipo en defensa. De hecho, da la sensación de que venimos jugando el mismo tipo de partido todo el año: ambiciosos, dominando, con más ocasiones que el rival, pero sin pegada. Y es esa carencia la que nos ha lastrado en cuanto el ritmo de goles encajados ha empezado a ser algo más común. Nada excesivamente preocupante, salvo para los que esperaban que con canteranos imberbes, jugadores al borde de la retirada, descartes del Reus y futbolistas que vienen de lesiones gravísimas estuviéramos líderes.

La alianza que formaron el Guijuelo y el árbitro para desquiciarnos fue en realidad la apropiada, la más adecuada para simbolizar lo que ha sido este 2014: pura impotencia, ver que nos pegan por todos lados, que nos roban y que no podemos hacer nada para evitarlo. Desde agosto he visto cómo surgían en compañeros de grada tics que antes no tenían; algunos ahora guiñan un ojo y a la vez ladean la cabeza hacia la izquierda, a otros se les extiende el brazo derecho como si fueran guardias de tráfico, y se dice que son decenas los nuevos epilépticos entre los socios del club. De todo eso sólo podemos culpar a 2014. La del sábado fue una tarde gloriosa para esos nuevos tics, para esas nuevas epilepsias, para dar rienda suelta a toda esa amargura futbolera que llevamos acumulada durante meses, para gritarla en pie mientras soltábamos espuma por la boca. Y nos dirigíamos a los dioses, no nos valía nadie de menos rango: ¡Aquí nos tenéis! ¡En la puta Segunda B! ¡Y robándonos contra el Guijuelo! En la última jornada del año maldito no había edulcoración posible, no había lugar para el falso alivio de frase cursi, ni para ver el lado bueno de las cosas. El sábado todos éramos malas personas, y orgullosos de serlo: leprosos, marginados y lisiados que se arrancaban las ropas a mordiscos y mostraban sus pústulas entre alaridos. Llantos, quejidos y cante por bulerías es lo que hubo el sábado para despedir a 2014 con lo que 2014 nos ha sembrado. ¿Y qué podíamos hacer si Paulo Coelho nos acariciaba el hombro y nos pedía que párasemos, que nos abriéramos a la belleza del cosmos y escucháramos el susurro de las estrellas? Pues tirarlo por las escaleras, evidentemente.

Real Murcia: Fernando, Jose Martínez, Jaume, Prieto, Pumar, Acciari, Armando, Arturo (Rubén Sánchez, 81'), Jairo (Albiol, 77'), Javi Flores y Gerard Oliva (Carrillo, 60').
Goles: 1-0. Gerad Oliva, de penalti (50'). 1-1. Garban (81').
Luis María Valero  @Mondo_Moyano  torremendolliure@gmail.com 

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