Nada puede el mundo


Real Murcia, 1; Racing de Ferrol, 0
Nada puede el mundo contra un hombre que canta en la miseria, eso escribió no sé quién, no sé dónde. Y sí, es precisamente la miseria la que acosa a nuestro club, la que lo acorrala y amenaza con aniquilarlo. En esas circunstancias no apetece demasiado cantar, y sin embargo nuestro capitán lo hace: sigue cantando y apretando los puños y sonriendo como si no nos estuviéramos muriendo. Realmente, esa sonrisa de José Luis Acciari tras su churrogol cósmico que nos ganó el partido es casi casi una lección de vida, un acertijo budista resuelto, el vagabundo que olvida sus penas y llora de felicidad si una noche puede dormir a cubierto, y ya mañana Dios dirá. Hay sabiduría en esa sonrisa. 

Subía yo en dirección a mi asiento en el fondo sur, y cada tres o cuatro peldaños ardía una conversación apocalíptica. Que la desaparición es cuestión de tiempo, decía uno, y subía yo tres peldaños. Que cómo es posible que no tengamos valor para poner mil euros cada socio y salvar a nuestro club, así otro, y seguía yo subiendo. Que hay que quemar contenedores y susurrarles al oído a Cámara y Cascales unas cuantas cosas, así un tercero, y no dejaba yo de subir. En esas charlas preocupadas, siempre palabras que olían a aceite de extrema unción, palabras como club de accionariado popular, como venta de activos del club o como rescate de la marca Real Murcia. Lo que verdaderamente dolía es que eran conversaciones absolutamente coherentes, diabólicas en su realismo: por un lado, claro, tiene todo el sentido empezar a pensar en esas cosas, y por el otro, cómo podemos atrevernos a hablar de la herencia cuando el abuelo aún sigue con vida.

Ya arriba, en mi asiento de arriba, miraba hacia abajo, a los que correteaban abajo. Para olvidarme de lo que se hablaba arriba me aferraba a lo que pasaba abajo, aunque mientras se jugaba (abajo) se seguía hablando del apocalipsis (arriba). El Murcia disputaba un partido muy importante abajo, pero realmente jugaba el partido más importante arriba, en nuestras conjeturas. Abajo, la batalla; arriba, el compás, la escuadra y el cartabón sobre el mapa. Al final, el partido fue un continuo estar pendiente de arriba y de abajo. En consecuencia, se volvía uno medio loco.

Había algo abajo que fascinaba especialmente: ese color indefinido entre el verde y el marrón que ha adquirido el césped del estadio, un color oscuro, sucio, como de barro verdoso, el color que te imaginas en los campos que rodeaban Stalingrado. En este club está enferma hasta la hierba, una cosa increíble. Todo acaba siendo terreno yermo en el Murcia, todo se acaba estropeando o atrofiando. Una higuera sana no daría brevas en Nueva Condomina, y a los pocos meses sería invadida por el picudo rojo, ante el asombro de la ciencia. ¡Picudo en las higueras! Sí, sí, en el campo del Murcia sí. Los Samper son una condena histórica para nuestro club, y con ellos vienen determinadas subcondenas, aparentemente casuales pero consecuencia directa de la condena principal. Así, yo me atrevo a sentenciar que el césped está muerto por Samper y sólo por Samper, igual que me atrevo a pronosticar que el día que Samper salga del Murcia, el césped mejorará.

Lo único inalterable a toda maldición sigue siendo José Luis Acciari. Nuestro capitán no necesita hacer la ouija: son los espíritus a los que les gustaría comunicarse con él. Hay algo sagrado que lo protege, un halo místico como de monje zen, un aura. No me extrañaría verlo levitar cualquier día, igual que no me extrañó que marcara el gol de la victoria sentado en el área pequeña, de espaldas a portería y mientras protestaba al árbitro un posible penalti. Unos dijeron: le ha rebotado el balón en la cabeza, pero enseguida otros corrigieron: el balón ha buscado claramente su cabeza. De una cosa estoy seguro: si ese balón llega a impactar con la misma potencia y la misma trayectoria en la nuca de Gerard Oliva o de Rubén Sánchez, ese balón no entra.

Si perder con un gol de este tipo es algo de por sí traumático, el Racing de Ferrol, además, falló las suficientes ocasiones para tener un viaje de vuelta inolvidable. Sólo un eventual atraco en una sórdida área de servicio de Albacete puede haberles empeorado esta excursión por el sur. En cuanto a nosotros, fuimos felices cantando con Acciari durante unos instantes, y en ese periodo de tiempo no hubo ruina, ni existió esa palabra tan fea que es liquidación. Una locura, esa palabra. Liquidar el Real Murcia, dicen. Ese escudo tan bonito, liquidarlo. El club por el que Juanjo se hizo 137 brechas en la cabeza durante finales de los 80 y principios de los 90, liquidarlo. ¿Estamos locos? ¿Tan indolente es Murcia que lo vamos a consentir así como así? Ni mucho menos.

Hay que tener mucho estómago para forrarse gracias al Real Murcia sin que esa riqueza genere patrimonio alguno al club, para arruinarnos, para arrastrarnos deportivamente durante años y luego ser capaces de emitir un comunicado escribiendo, letra tras letra, la palabra liquidación. Ellos escriben la palabra liquidación, pero nosotros no hemos escrito lo suficiente la palabra estafadores, que es una palabra que reclamó muy pronto ser usada con esta gente, y que sin embargo no se usó. Tampoco hemos escrito lo suficiente la palabra cómplices para referirnos a esos de traje que miraban hacia arriba y decían que llovía, cuando la única realidad es que siempre nos mearon (y lo sabían). Pero ahora creo que hay consenso, y ahora la mayoría sí que utilizamos esas palabras. Seremos más o seremos menos, pero ese escudo no está solo, tiene alguien que lo defienda: la Fepemur, la Asociación de Accionistas Minoritarios, los aficionados rasos. Juntos estamos obligados a hacer todo aquello que esté en nuestra mano para lograr un objetivo único y muy claro: salvar al Real Murcia.

Real Murcia: Iván Crespo, Albiol (Jose Martínez, 60'), Jaume, Prieto, Pumar, Acciari, Armando, Rubén Sánchez (Garmendia, 89'), Javi Flores, Jairo (Saura, 69') y Gerard Oliva.
Goles: 1-0. Acciari (26').
Luis María Valero  @Mondo_Moyano  torremendolliure@gmail.com

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