Teoría de los merecimientos


Sporting B, 1; Real Murcia, 0
Dicen que el Murcia mereció ganar, aunque realmente merecer es un verbo viciado y malsano, que nubla y que confunde, realmente un verbo a evitar, realmente un verbo que planta malas hierbas en nuestra mente. No es extraño que cuando al así llamado amigo lo deja la novia, tratemos de consolar a ese supuesto amigo apoyándonos en ese escandaloso recurso que es decirle: esa chica no te merecía. Vergonzoso. Hoy lunes, que sabemos que te ha dejado, te revelo a ti, supuesto amigo, que esa chica no te merecía. Ayer domingo, cuando todos pensábamos que esa chica y tú seguíais juntos, no objetábamos nada a los merecimientos de uno para con el otro. Una consolación escandalosa, tramposa, que busca elevar la autoestima del recién dejado subrayando una supuesta superioridad: tú eres mejor que ésa que te ha dejado, precisamente porque te ha dejado, aunque ella pudiera tener motivos suficientes para dejarte. Tú eres mejor y por tanto mereces más, no vuelvas a fijarte un listón tan bajo como el que esta chica representaba, listones más altos son los que a ti te corresponden.

En el otro bando, una supuesta amiga de la chica que acaba de dejar al novio, le estará diciendo: has hecho bien en dejarlo, tú te mereces algo mejor que ese chico. Merecimientos y contramerecimientos, una cosa repugnante. Huir siempre de estos argumentadores. Huir y huir, y nunca mirar atrás. Nadie merece nada, a nadie se le debe nada. Creer que uno merece muchas cosas es en el fondo la prueba de que el ego está inflamado e inflamadísimo, merezco, merezco, me he hecho merecedor de, he hecho los suficientes méritos para. Blablabla, consigues o no consigues, y si somos sinceros, casi siempre debemos mirarnos a nosotros mismos y sólo a nosotros mismos para explicarnos lo no conseguido. Pero eso es empezar a ser responsables y a pisar terreno peligroso, qué estoy haciendo bien, qué estoy haciendo mal, mientras que la teoría de los merecimientos nos permite despejar, nos permite pegar un pelotazo y mantener nuestra conciencia intacta: yo merecía, ha sido algo ajeno lo que se ha interpuesto en mi camino, yo no tengo culpa de nada. Todo ego y vanidad. 

A salvo del verbo merecer permanecen casi todos los deportes, menos el fútbol, el boxeo y alguno más. Si un tenista llegara a rueda de prensa después de perder contra Roger Federer y dijera: he perdido contra Federer, pero merecí ganar a Federer, si dijera eso, todos lo que le escuchasen pensarían: nos encontramos ante un tenista loco, ante un tenista desquiciado. Me jugué muchas bolas a las líneas que no entraron por muy poco, y Federer se limitó a esperar mis errores y a sacar bien, por lo que creo que merecí ganar yo. No, no, ése es un discurso imposible en casi todos los deportes, pero el fútbol es tan grande que sí da cabida al verbo merecer, y realmente no nos podemos culpar de usar tantas veces ese verbo malsano, porque en el fútbol se da una circunstancia que no comparte casi ningún deporte: en el fútbol puedes privar a tu rival de la posibilidad de estar cerca del lugar de anotación, la portería, y esa posibilidad es la rendija por la que se cuela el verbo merecer en el fútbol.

Sí, sí. En baloncesto, en waterpolo o en tenis se parte de una democracia absoluta: un tiempo atacas tú, un tiempo ataco yo, un tiempo estás tú obligatoriamente muy cerca de mi portería o de mi canasta, un tiempo estoy yo obligatoriamente muy cerca de tu portería o de tu canasta, un tiempo la pelota de tenis en tu territorio, un tiempo en el mío. Entonces todo se reduce al acierto que tengas cuando estés cerca de la canasta o de la portería del rival, del acierto que tengas cuando te llegue la pelota de tenis a tu mitad de la pista, porque siempre vas a tener la oportunidad: siempre vas a estar cerca del acierto, mientras que en el fútbol puedes estar todo un partido lejos del acierto, lejos incluso de la posibilidad de acertar. Ah, es que el fútbol se mea en esa democracia. A la hoguera esa igualdad de oportunidades. En fútbol puedo hacer que el equipo rival no esté casi nunca cerca de la zona de anotación, pero ese equipo puede perfectamente ganarme. Para el espectador eso siempre resultará chocante, ese ganar sin rondar, ese ganar sin merodear apenas la zona de anotación. Ahí surge el verbo merecer, esmirriado, gris, ofreciéndose a dar consuelo al derrotado. Y el espectador acepta el ofrecimiento, efectivamente, y dice siempre: aquél ha ganado, pero es aquél otro el que lo mereció

Que la tuvo Carrillo, dijo el locutor. Que la tuvo Javi Flores, dijo el locutor. Que la tuvieron varios más de nuestro equipo, dijo el locutor. Y no, y no, y no. Que ellos no estaban teniendo nada, dijo el locutor. Que ellos alejadísimos siempre de nuestra zona de anotación, dijo el locutor. Y sí, y sí, y sí. El locutor terminó pronunciando la frase maldita: "Han marcado en la única que han tenido". No me digas eso, hombre. "Me ha salido el único tema que no me había estudiado". Pero hombre. Ese gol final del Sporting B nos despide definitivamente del Oviedo y nos obliga a dar las buenas tardes a Racing de Ferrol y Logroñés, mientras miramos de reojo a Guijuelo y Compostela, quinto y sexto, los únicos que verdaderamente preocupan a los que nos da igual que el Murcia sea segundo, tercero o cuarto. De hecho, en cuanto acabó el partido, Antonio Martínez publicó en twitter, como si fuera un profeta del Antiguo Testamento: "El segundo puesto está envenenado". Y estoy casi casi de acuerdo. A la guerra quiero llegar cojeando, con un parche en el ojo y vestido de pordiosero. Quiero que el Ucam de turno sea favorito contra nosotros, y, puestos a pedir, quiero que ellos merezcan y merezcan, que ellos se lleven a casa ese verbo malsano igual que nos lo trajimos nosotros el domingo de Gijón. Quiero que lo acaricien, y lloren junto a ese verbo mientras concluyen que la vida es injusta. Por lo que al Murcia respecta, el único verbo que me interesa es el verbo descerrajar.

Real Murcia: Fernando, Jose Martínez, Pumar, Víctor, Acciari (Gerard Oliva, 73'), Jaume, Carrillo (Arturo, 62'), Javi Flores, Carlos Álvarez, Armando y Jairo (Rubén Sánchez, 79').
Goles: 1-0. Pablo Fernández.

4 comentarios:

  1. Estuve la mañana de ayer en Mareo, el Murcia es un equipo bastante pobre y limitado en su juego, sólo a balón parado generó peligro, el b no sólo merecio el 1-0 sino que debieron ser 2 por un gol incromprensiblemente anulado.

    Ella era quien alargó demasiado la ruptura esperando que él cambiara...

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    1. Todos dicen que el Murcia mereció ganar. Tú debiste ver otro partido.

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  2. Ah, las victorias morales¡ Para nada sirven.

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  3. Un artículo muy interesante. Sí, "en fútbol puedo hacer que el equipo rival no esté casi nunca cerca de la zona de anotación, pero ese equipo puede perfectamente ganarme. Para el espectador eso siempre resultará chocante, ese ganar sin rondar, ese ganar sin merodear apenas la zona de anotación". Creo que la clave es que crear ocasiones de gol, o simplemente hilar una jugada (la metáfora del hilo sugiere una unión de múltiples elementos, una articulación o continuidad), ya se ve como algo bello y meritorio. Se ve como "jugar bien al fútbol". Y creo que, hasta cierto punto, con razón.

    "Merecer" es un concepto moral, que yo sí creo que tiene sentido fuera del deporte. Dentro de éste, en cambio, conduce a error. Y eso que está muy arraigado en todos nosotros: deseamos "que gane el mejor", cuando lo razonable es decir, como ha hecho alguna vez Gary Kaspárov, "el mejor habrá ganado". No se gana porque se es mejor, sino que se es mejor porque se gana. No se gana porque se merece, sino que se merece porque se gana. Este punto de vista, tan contra-intuitivo, implica aplazar nuestro juicio sobre quién es mejor, sobre quién merece ganar, hasta que el partido acaba. Y, entonces, llegado el momento de juzgar, nos limitamos a mirar el marcador: ¡ahí está reflejado el mérito! Pensar así implica cierta humildad intelectual: renunciamos a determinar los méritos (lo que a veces se hace incluso de forma apriorística: tenemos un modelo mental de lo que es "jugar bien" y de lo que no lo es), renunciamos a imponer nuestra moral al deporte, y dejamos que sean los hechos los que asignen los méritos.

    Lo que ocurre, me parece, es que valoramos demasiado lo espectacular del fútbol (el juego brillante, bien ejecutado), y olvidamos que se trata, ante todo, de un deporte, de una competición. Una competición en la que no hay, como en el patinaje artístico, un jurado que valora de 0 a 10 las mejores jugadas; la puntuación la dan sólo los goles. En el fútbol, el buen juego no es más que el efecto indirecto, no deliberado, del esfuerzo por marcar gol. Un subproducto, vaya.

    Además: ¿es necesario que la jugada con que se marca gol sea bella? ¿O es bella porque acaba en gol? Cito a Enric González ("Una cuestión de fe"):

    "Se habla y escribe con frecuencia sobre la relación entre el fútbol y la estética. El asunto suele resultar estomagante. Quienes lo abordan tienden a considerar, erróneamente, que ‘estética’ y ‘belleza’ son sinónimos, y cabe sospechar que reducen lo ‘bello’ a lo ‘bonito’ o, en el mejor de los casos, a lo ‘armónico’. Soy de los que creen que lo importante en el fútbol, como en cualquier otro deporte y, me parece, en cualquier obra humana, es la efectividad. [...] Sólo cuando el fútbol es efectivo es posible adentrarse en el berenjenal de la cuestión estética. Porque en el fútbol la única finalidad consiste en marcar más goles que el adversario, y todos los esfuerzos deben encaminarse a eso. Si eso ocurre, si un equipo prescinde de la banalidad, de la rutina, del preciosismo, y busca obsesivamente la victoria, con casi total seguridad proporcionará algún tipo de emoción estética.
    Para entendernos, imaginemos algunos de los mejores goles de Van Basten o Henry: son de belleza indiscutible, porque ofrecen armonía, es decir, el movimiento más eficaz en el menor tiempo posible. Ahora imaginemos a un jugador que cojea y en el último minuto, con empate en el marcador, se hace con el balón y corre, resbala, se levanta, desborda milagrosamente a un defensa, sufre un tropiezo que desorienta al portero, pierde el balón pero se arrastra por el césped y llega a tiempo de rozarlo con la nariz e introducirlo en la puerta. El gol es feo de narices, valga la redundancia. Pero posee, en su angustia, azar e incertidumbre, una estética poderosa".

    Ese gol que imagina Enric González es épico, porque es agónico; es decir, nace de la lucha. Y la emoción de los aficionados del equipo que lo marca es muy real.

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