Pisálo B


Sevilla B, 1; Real Murcia, 0
El partido llegó a las 11:30, todavía en horario de churros con chocolate, pero ya dentro de esa fase en la que los churros han perdido algo de prestigio, en ese momento en el que ya no atraen todas las miradas y las voluntades. A las 11:30, los churros sobrantes viven su decadencia, olvidados en un plato que ya empieza a estorbar. Una hora antes llegó la alineación del Murcia, y ésa sí, ésa llegó en pleno esplendor churrero, en plena vigencia. La alineación del Murcia sorprendió a muchos en la entrega total a los churros, y por eso debieron ser bastantes los que se atragantaron con esos churros al enterarse de que Aira no ponía a nuestro mejor jugador hasta la fecha: Sergio García.

A mí me llegó a doler. Cuando otros jugadores no tienen su día en esta categoría, el evaporamiento suele ser absoluto, pero en el supuesto de que Sergio no tenga su día, siempre nos queda su zurda, y eso ya es muchísimo. Nuestro entrenador, que no ha quitado una sola vez a José Ruiz pese a sus diversas meteduras de pata, sí sentó al que a base de centros quirúrgicos y goles fue fundamental para sacarnos de la fosa en la que nos habíamos metido. Yo le pregunté a mis churros si ellos lo entendían. Tampoco lo entendemos, dijeron. El sustituto de Sergio, Javi López, no había tenido suerte hasta la fecha, y ese infortunio se prolongó. Sin desborde, sin profundidad. Javi es un jugador fino y pacífico, pero el partido se puso grueso y bélico.

Los espacios fueron abolidos. Se batallaba metro por metro, con bayonetas. Ellos eran un filial, pero no parecían un filial. Daban la impresión de ser padres de familia numerosa. Daban la impresión de tener contratadas pólizas de seguro muy serias. Como adultos se comportaron, incluso en la picaresca. Un perfeccionamiento de las pérdidas de tiempo que no se correspondía con sus edades. Lejos de molestarme, ese talento me fascinó, sentí envidia. Los jugadores del Pisálo B ya han convertido la pillería en arte, tan pronto, aunque el mérito no sólo es de ellos: cuentan con un acompañamiento sonoro a la altura. El público, completamente histérico, veía conspiraciones en los saques de banda dudosos, y sus constantes grititos se colaban en la retransmisión como exageraciones dramáticas de actores malos. "¡¡Álbitro, ihoputa, eh, álbitro!!!". "¡¡Mulsianoh, eh, eh, mulsianoh!!". Esos gimoteos tan desagradables, en tonos tan agudos, me recordaron a un Entierro de la Sardina en el que se me acercó un gitanillo doliente y me dijo: "Sólo os dan juguetes a los payos, a nosotros nos tienen manía". El público del Pisálo B fue ese gitanillo.

El Pisálo B fue un equipo pegajoso. Además, cada vez que podían, adelantaban la defensa al centro del campo y nos encajonaban. No supimos salir de esa trampa. Nosotros intentábamos fluir por el centro, pero siempre chocábamos contra padres de familia precoces. Algunos de ellos tenían ya hasta canas. Canas por lo ya vivido. Sólo tuvimos que afinar un poco el oído para escuchar lo que pedía el partido. Nos acercamos al partido, y ya muy pronto, el partido nos susurró: pelotazo, no te compliques hoy. Y sí, sí. Pero nuestra referencia para el juego directo, Azkorra, se lesionó a los tres minutos, y entonces el partido no dijo nada más, el partido enmudeció, no se le ocurrió plan alternativo.

En realidad no hubo holgura para ninguno de los dos equipos, pero ellos aprovecharon un resquicio y todo acabó. "Cada balón a la espalda de los centrales es como la espera tras apretar el gatillo en una ruleta rusa", eso me escribió alguien que estuvo en Sevilla viendo el partido. Y sí, sí. Así llegó la primera y última para ellos, la única que tuvieron y diría incluso que la única que tuvo alguien. Un balón a la espalda de Eneko dejó a Carrillo solo, y su carrera no fue precisamente ortodoxa, por eso teníamos esperanzas de que aquello no terminara cuajando. Carrillo llegó a dejarse atrás el balón en la conducción, de tal manera que Eneko, en el último momento, estuvo en distancia cómoda para apagar aquel fuego. La semana pasada, Eneko fue demasiado apasionado dentro del área, y quizás por eso, por el recuerdo de ese exceso que acabó el penalti, esta vez fue demasiado calculador. Eneko permaneció en pie junto a Carrillo en vez de lanzar una segada que se llevase por delante el balón, a Carrillo y dos kilos de césped. Fernando tampoco estuvo brillante, porque Carrillo disparó desde fuera del área, flojo, y no excesivamente cruzado. Pudo haberse evitado, pero los grititos de los sevillanos inundaron nuestros salones. El gol extinguió toda natalidad: nada más nació de este partido.

El Murcia sólo espabiló a partir de la salida al campo de Isi, al menos ya teníamos una banda viva, y el equipo se contagió de ese desparpajo. Pero no bastó. Todos los planes debían ser ideados y ejecutados en dimensiones tan reducidas, bajo tanta presión, que simplemente nos angustiábamos y colapsábamos. Impotencia ante lo futbolístico, impotencia ante lo sonoro. Señoras completamente poseídas jugaban el partido también desde la grada, acercaban a su equipo a la victoria. Cómo necesitamos nosotros a esas señoras poseídas en Nueva Condomina, muy cerca de los jueces de línea. Qué importante sería. El Pisálo B consiguió algo muy difícil: que no se jugara apenas nada en los últimos veinte minutos, sin que esa supresión fuera excesivamente obscena. Esa virtud fue debidamente coronada cuando el árbitro añadió sólo tres minutos. Ole, dije yo. Ole. Nos habían pisado.

Real Murcia: Fernando, José Ruiz, Ruso, Eneko (Sergio García, 79'), Pumar; Chavero, Sergi, Germán (Isi, 58'), Javi López; Carlos Álvarez y Azkorra (Fran Moreno, 3')
Goles: 1-0 (Carrillo, 16')

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