De futbolistas y centrales

[Pie de foto: "No os compliquéis la vida y pasársela a Molinos"]

Alejandro Oliva (@betandtuit)

Real Murcia, 2; Villanovense, 0.
Si el fútbol es la hostia, ser futbolista tiene que ser ya el copón. Creo que sólo me he sentido futbolista un día de mi vida: el día en el que jugué un partido de fútbol a las órdenes de Rafa Marañón, una leyenda. Fue en La Coruña, unas horas antes de que se casara su hijo, en una mañana estupenda de principios de septiembre. Un buen día. Podía parecer la clásica pachanga previa a una boda, pero no, no, era una cosa seria: en la ciudad deportiva del Dépor, con césped en impecables condiciones, once contra once, dimensiones de Riazor, equipaciones completas y árbitro. Y con Marañón de entrenador de nuestro equipo. En su charla, que no duraría mucho más de cinco minutos, aprendí más que en 20 años de abonado a Canal Plus. Nos distribuyó sobre el campo con un riguroso 4-2-3-1 y en tres o cuatro consignas sencillas nos dio las claves para intentar ganar el partido. Porque había que ganarlo, claro. A mí me tocó compartir el centro de la defensa con mi amigo Antonio Pacheco, un genio, con el que había mantenido varias animadas tertulias sobre el fútbol de los 80 y los 90, nuestro fútbol; tertulias que siempre terminaban hablando, curiosamente, del oficio de central, de aquellos Migueli, Benito, Arteche, Górriz o nuestro SuperJuanjo, y de sus herederos ‘modernos’ más dignos, como Javi Navarro o Téllez; de ese tipo de futbolista que sonríe cuando escucha eso de ‘salida limpia de balón’, ese tipo de jugador que quizá no domine el espacio-tiempo, como dice Xavi Hernández, pero que domina todo lo demás. Suelen ser futbolistas que caminan por una delgada línea que te puede llevar de la Segunda B a la selección española sin motivos muy claros. Cosas del fútbol. Existe esa raza especial, la de central, que poco tiene que ver con la de futbolista. Un central de ley debe ser un atleta, ágil, fuerte, potente más que rápido; debe ser contundente y seguro; y, sobre todo, su valor sagrado, concluíamos Pacheco y yo, debe ser la determinación. Un central salta, va al suelo, despeja, golpea al rival, o lo que sea. Pero no duda jamás. Teorizamos en varias tertulias sobre la existencia de esa casta de centrales, con ese conjunto de cualidades que, por supuesto, no teníamos ni Pacheco ni yo. La vida nos hacía aquella mañana un guiño peligroso, un reto jodido. “Venga, teóricos, a ver cómo cojones lo hacéis ahora”. Y el caso es que cumplimos, pero gracias a las consignas de Marañón, sobre todo a aquella que nos dirigió directamente a nosotros: “No os compliquéis la vida nunca y pasársela a Molinos”. Molinos era Fernando Molinos, otra leyenda, más de 300 partidos en Primera División, nuestro mediocentro aquella mañana, que con casi 60 tacos no dejó pasar apenas un balón en aquel campico de Abegondo. Oliva-Pacheco (2): apenas tuvieron trabajo y no se complicaron la vida, cantaban las crónicas durante el aperitivo. Y ganamos, ganamos bien, pero esa es otra historia. De aquella mañana estupenda de septiembre en La Coruña no me queda la victoria, sino la sensación de haber sido futbolista por un día.

Llegaba el Villanovense a Nueva Condomina, donde el Murcia no había marcado en sus tres últimos partidos, números que podían poner nervioso incluso al hincha más tranquilo. Pero no a José María Salmerón, que a pesar de esas dudas ofensivas y de haber encajado sólo un gol en los siete últimos partidos en casa siempre tuvo claras sus preferencias en invierno: quería centrales. ¿Cómo que centrales, José María? Sí, sí, centrales. ¿No prefieres un nueve? Primero, centrales. ¿No quieres el soñado organizador, Salmerón? Quita, quita, hombre. ¿No quieres dos o tres puñales que destrocen defensas? No, qué va, quiero un central. ¿Defensas, José Mari? No, no quiero defensas, ojo. Quiero centrales. Y no quería un central, no. Salmerón fue al mercado de invierno como el que, antes de hacer un arroz, va a la carnicería y dice “mire, no me va a poner un conejo, me va a poner dos conejos”. Y ahí están Molo y Dean. Dos centrales. Porque, en efecto, el Murcia tenía tres o cuatro jugadores que pueden jugar de central, e incluso lo hacían bien de central, o muy bien, como Orfila. El Murcia defendía bien, tenía buena defensa. Pero nos faltaba un central de oficio. Nos faltaba uno de esa raza especial, que poco tiene que ver con la de futbolista. Es algo más allá del fútbol. Nos faltaba un tipo de esos que sabe cambiar la rueda del coche, que se pide la primera copa en cualquier sarao, sin vacilar. La primera y la última. Molo y Dean son ágiles, fuertes, potentes más que rápidos, contundentes, con determinación. Acaban de llegar y ya celebran los goles con más rabia que nadie. Saltan, van al suelo, despejan todo, golpean al rival, o lo que sea. Antes no nos metían goles pero ahora vivimos más tranquilos con esos tipos ahí atrás. Contra el Villanovense volvieron a brillar Armando y Juanma, y Carlos Martínez deslumbró otra vez, y Chrisantus continuó ilusionando. Contra el Villanovense marcaron los dos laterales, impecables, además. Pero yo salí del campo feliz porque ahora tenemos dos centrales de oficio. Y me acordé de las tertulias con mi amigo Pacheco y de aquel buen día en La Coruña, de aquella mañana estupenda de principios de septiembre. Me acordé de Rafa Marañón y del único día en el que me he sentido futbolista. O no. Ahora que lo pienso, lo que me sentí fue central. Desde entonces, intento hacerle caso al míster y complicarme menos la vida, en general. Y lamento en mi día a día, no sabes cómo, no tener siempre por delante a un Molinos al que poder pasarle el balón.


Real Murcia: Biel Ribas; Orfila, Molo, Dean, Forniés; Juanma, Armando; Carlos Martínez, Jordan (Carnicer), Elady (Chrisantus); Pedro Martín (Santi Jara).
Goles: 1-0, Orfila (25'). 2-0, Forniés (85').

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