Con Chrisantus al Bar Rosi


Luis María Valero (@mondo_moyano)

Ucam, 1; Real Murcia, 1
Ya se murió el estadio, pero nos queda el territorio. Volvimos a la Murcia especialmente erosionada por los meados de los perros, la Murcia que une en armonía el Bronx con Occidente, nuestra Murcia, ésa cuya ubicación concuerda exactamente con nuestro espíritu, porque ser del Murcia es dudar siempre y en todo momento si eres un señor del centro o un gitano de La Fama. Unos atacaron por el frente, emboscándose tras cada arbolillo de Obispo Frutos; otros se acercaron de puntillas por la retaguardia, tras reencontrarse con el Bar Rosi al otro lado de la frontera, pero al final llegamos todos al rincón de la ciudad que preside nuestras infancias: el estadio fallecido, el ya muy muerto, el arrancado de la tumba y pintarrajeado de azul por cuatro gatos con dinero. La cosa esa donde se jugó el partido el domingo yo no sé lo que es, yo sé lo que hubo un día en ese solar, el así llamado Estadio La Condomina, hogar del Real Murcia, esa obra de arte de la construcción caótica, adaptada de antemano a su caótico propietario; el estadio asimétrico con gradas de distintos siglos; su viejo amigo el marcador disléxico; las verjas de campo de concentración, escaladas siempre por los más ambiciosos, aquellos que mejor ángulo querían para escupir al linier. Todo eso existió, yo lo vi.

Ahora no queda nada más que un hedor a muerte, hay lápidas por todas partes, hay violines tristes y unos cuantos humanos de azul y amarillo con cara de haber estado a punto de irse a pasar el día a Sierra Espuña, con cara de reprocharse siempre el no haber elegido otro esquema de domingo, el Mar Menor, la casa de los suegros, cualquier otra opción igual de gratuita, al fin y al cabo se trata de pasar el domingo hasta que juegue el Madrid. Lógicamente, el descenso a Segunda B ha catapultado a Sierra Espuña y al Mar Menor a la mayoría de ellos, espantados de lo que siempre les aterró del Murcia: la derrota. Pero aún quedan unos pocos, la mayoría trabajadores o dependientes de la Ucam en algún sentido económico-laboral, y esos sí comparecieron el domingo en el Estadio de La Muerte, aunque eran pocos e incluso poquísimos, allí sólo se veía a los de colorado, los que sólo van a Sierra Espuña en días que no son domingo, los propietarios vitalicios de la frontera entre Santa Eulalia y La Fama. De camino a La Muerte girabas por una calle y te encontrabas contigo mismo de niño; luego en otro rincón estabas ya más crecido, con tu pandilla, merodeando el Romero. Sentías el peso de todo lo vivido, sentías que esos metros serán siempre tus metros, que esas baldosas, las más meadas o al menos las más intensamente meadas de la ciudad, serán siempre tus baldosas. Nada sabrá nunca Macauley Chrisantus sobre esas raíces nuestras, sobre las incursiones desde el Bar Rosi, sobre la marabunta que desembocaba desde Obispo Frutos. Macauley se limitó a marcarle a los sierraespuños en el minuto 90, tras una jugada de Forniés que le obliga a plantearse esta semana qué carajo hace él en Segunda B. Macauley no sabe nada, Macauley sólo nos hizo felices ya cerca de las dos de la tarde de un domingo de febrero. Cuando acompañé al Morata hasta su coche, más allá de la frontera, pude divisar a algunos colorados ocupando mesas del Bar Rosi. Ya habría tiempo de vaciar los pulmones de lo dejado atrás y llenarlos de algo nuevo, ya habría tiempo de volver a pisar baldosas limpias: todavía necesitábamos aferrarnos al territorio.

Real Murcia: Biel Ribas, Orfila, Forniés, Charlie, Molo (Renato, 85'), David Mateos, Elady, Armando, Pedro Martín (Chrisantus, 67'), Juanma (David Sánchez, 76'), Carlos Martínez.
Goles: 1-0 (Uno, 81'). 1-1 (Chrisantus, 90').

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