El engaño

Pie de foto: Los liantes (Mariano Ozores, 1981)

Alejandro Oliva (@betandtuit)
Real Murcia, 2; Las Palmas Atlético, 0.
Cuando no quiero pensar en los problemas de mi equipo del alma, salgo a pasear. Y cuando quiero pensar en los problemas de mi equipo también, claro. Pasear es una de esas maravillas que se le da bien a Murcia, como el buen tiempo, como casi todas las cosas que nos vienen dadas. En lo demás me temo que somos de una tierra tan buena o tan mala como el resto. Pero pasear, en Murcia, paseamos de puta madre. Pasear despacio es todo lo contrario que correr deprisa, y aunque sólo sea por eso debe de ser una de las mejores cosas de esta vida. Pasear es vivir más, más tiempo y más espacio, pasear es vivir los detalles, es descubrir la vida. Rincones, comercios, pintadas, miradas, voces, sonrisas, olores. Y descubrir bares nuevos, feos y sin futuro, casi todos, pero qué importa. Un bar nuevo, amigo, cualquier bar nuevo, es un canto feliz a la existencia. Ante un bar nuevo hay que parar el paseo unos segundos, y casi hacer una ligera reverencia, esbozando algo así como “Que te vaya bien, hermano”. Los bares nuevos también se nos dan bien a Murcia. En mi último paseo me topé con un par de ellos y me emocioné como siempre, qué quieres que te diga, aunque el bar se encuentre en la otra punta de la ciudad y esté convencido de que no lo voy a pisar jamás. También me topé, en el último paseo, con el cartel de las Fiestas de Primavera, del que había leído algo; me topé con los distintos carteles de las fiestas, en los que varios murcianos ponen su cara sobre un fondo verde que incluye un comentario personal sobre las fiestas. La idea es bonica, y está bien ejecutada, más allá de que uno no sea un entusiasta de todo lo que va detrás de la palabra propaganda, y no digamos de la palabra mercadotecnia. Pero está bonica la idea. La ciudad se ha llenado de la imagen de estos vecinos, y en mi paseo distraído me entretuve en leer el pequeño texto de cada cartel: una muchacha, que si su padre es sardinero desde hace muchos años; los chavales, que si le encantan los paparajotes y los balones del Entierro de la Sardina; otros, que si las carrozas del Bando o la comida familiar en la barraca. Alguna incluso se atreve a decir algo del instragram, la tía. Todo bonico, todo correcto. Pero de pronto, uno de estos comentarios me frenó en seco, y no fue el frenazo de un bar nuevo, todo lo contrario. Fue un frenazo indignado, terrible, seco; fue como un insulto a la cara. Fue tan duro que no me quedé ni siquiera con la cara del tipo que supuestamente lo dice. “Siempre invito a mis amigos de Madrid al Día del Pastel de Carne”, reza el cartel. Siempre. Invita a sus amigos. De Madrid. Al Día del Pastel de Carne. Siempre, ojo. Fue una cuchillada trapera. Un dolor intenso en el pecho, una ira visceral que no sabía bien a qué se debía. Menos mal que me pilló cerca de casa, menos mal que el paseo había casi terminado, porque sólo al llegar a casa pude entenderlo. Ese cartel nos engaña, ese cartel es mentira. Nunca, nadie, jamás, ha invitado a sus amigos de Madrid al día del pastel de carne, es algo que sabe cualquier murciano; es algo inverosímil, además de falso. Y eso es lo que irrita. Podemos entender que alguien se equivoque, podemos entender que alguien falle. Pero no entendemos que nos mientan, que nos engañen, es algo que nos duele en el alma. Alguien se ha columpiado al incluir ese comentario, pensé entonces con una sonrisa, y alguien ha dado el visto bueno a ese engaño en el cartel de nuestras fiestas. Sin más. Sin maldad. Y poco a poco se me fue pasando la ira, sobre todo al recordar aquel bar nuevo que había visto en Vistalegre al poco de iniciar el paseo.

El Murcia liquidó al filial de Las Palmas con solvencia salmeroniana y con armas propias del grupo IV: gol de rebote y penaltito. Fue un partido tranquilo en el que apenas inquietaron los chavales canarios de un equipo al que, al menos, hay que agradecer eso: que son chavales y son canarios, jóvenes y de la tierra, algo que debería ser norma en un filial pero que suele ser excepción. El Murcia crece, y la sensación es que aún tiene margen para seguir creciendo, sobre todo arriba, donde Chrisantus se hace cada vez más grande, Pedro Martín llega fresco y Ongenda, a partir de ahora, puede dar justo lo que nos falta. Las nóminas no llegan, pero de momento, con Armando y Juanma asentados donde los partidos se cuecen, el murcianismo no lo padece. El fútbol es capaz de sorprendernos así y, a pesar de las hostias por gestionarlo, el Murcia sigue ganando y el murcianismo creciendo y confiando. Pero expectante y preocupado. Porque podemos entender que un defensa se equivoque en un despeje o que un delantero falle solo ante el portero. Incluso que Salmerón falle en un cambio o Deseado en algún fichaje. Entendemos que se tomen decisiones y se fallen. Lo entendemos y lo perdonamos, sin ira. Pero lo que no entendemos, ni perdonamos, es que nos engañen. Esta mañana he salido a pasear para no pensar en los problemas de mi equipo del alma. Hacía una mañana espléndida, con el fresco justo que necesita el nuevo día. Qué luz tenemos, señores, qué bien se nos da la luz, qué buenos somos en eso también. Y me he cruzado con varios carteles que anunciaban las fiestas, nuestras fiestas, que ya están aquí; me he cruzado, finalmente, con el cartel del muchacho que invita a sus amigos de Madrid al día del pastel de carne. Por suerte, al doblar la esquina, de pronto, me he topado con un bar nuevo. Y he entrado, después de la ligera reverencia, he pedido un belmonte y aquí sigo, escribiendo algo sobre los problemas de mi equipo del alma.

Real Murcia: Biel Ribas; Orfila, Molo, Dean, Forniés; David Sánchez; Santi Jara, Juanma (Pallardó), Armando, Pedro Martín; Chrisantus (Elady).

Goles: 1-0 Santi Jara (21'). 2-0 Elady, de penalti (90').

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