Estómago revuelto


Luis María Valero

Real Murcia, 1; San Fernando, 1
Nos empataron en el 90 por hacer malabarismos innecesarios en defensa, eso lo hemos visto muchas veces antes, pero tras el partido, Hugo Álvarez puso sobre la mesa palabras que sí nos sorprendieron más: "Se me revuelve el estómago cuando vemos que los fisios y los utilleros llevan cinco o seis meses sin cobrar". El partido de fútbol cayó de repente en la irrelevancia, fue inmediatamente archivado y dejará apenas un leve residuo en nuestro recuerdo: el soberbio empalme de Víctor Curto para ponernos por delante, poco más. El flexo apunta ahora a las palabras de Hugo Álvarez Quintas (uno de los mejores jugadores de lo que llevamos de temporada, y el peor del partido con diferencia). Al trasladarnos su náusea, Hugo la contagió a todos, aunque sólo sea porque aterrizó el concepto de 'impagos', lo bajó a ras de suelo al unirlo con una flecha a las palabras 'fisios' y 'utilleros'. Cuando se habla de impagos a los futbolistas, los estómagos de muchos aficionados permanecen inalterables, porque al fin y al cabo atribuyen a ese gremio suficientes privilegios como para compensar unos cuantos meses de atrasos. Pero al hablar de fisios y de utilleros, todos los estómagos son desafiados, sin excepción. Mileuristas, con suerte, o incluso ochocientoseuristas. Uno ya es capaz de imaginarse según qué situaciones. Según qué llamadas de correctísimos directores de sucursales bancarias. Según qué mensajes a un hermano o a unos padres, dando rodeos y no queriendo preocuparles, pero produciendo algo muy parecido a un grito de ayuda. Se extiende así una peste antigua que nos ha inundado como una desgracia a lo largo de nuestra historia: el Murcia no paga. 

Estómago revuelto, sí, pero mucho antes que eso, vergüenza. Si mañana me tropezase por la calle con Aquino o con Alfaro, lo primero que sentiría sería vergüenza, y difícilmente podría mirarles a la cara. Jugadores que tenían otras ofertas, gente que escogió este club porque nos creyó, desoyendo a los que les advertían de que el Murcia es incorregible. Jugadores a los que un 7 de octubre, con la ilusión empezando a hervir, ya se les exige un acto de fe para convencerse de que este año cobrarán lo que firmaron. Tan pronto, este fango. Tan prontísimo. Por mera higiene mental, un aficionado no debería saber prácticamente nada de la trastienda de su club, nada de sus despachos, nada de sus cifras, todo eso obstruye la pasión, la ensucia. Pero nosotros ya sabemos demasiado, nosotros ya venimos con el estómago revuelto desde hace mucho. Hay jóvenes murcianistas que han empezado las carreras de Derecho o de Psicología sólo para comprender mejor a su club, sólo para adaptarse a todo lo no futbolístico que nos arroja a la cabeza. Hace poco alguien muy bien informado (directamente informado) me aseguró que un alto empleado de una etapa anterior del club pedía a determinadas empresas proveedoras que inflaran los precios, para poder llevarse así una mayor comisión. El empresario, murcianista, no podía creerlo: prácticamente regalaba sus servicios por tratarse del Murcia, pero entonces llegaba el arruinado Murcia y le decía que no, que por favor lo cobrara más caro, para que fueran mayores las migajas a repartir. Ése es el lodo en el que chapoteamos desde ni se sabe cuándo. La mayor parte del tiempo, los que saltan cada domingo al campo cumplen con su misión más importante como seres humanos: lograr que seamos felices y olvidemos lo demás. Pero a veces, como tras un empate contra el San Fernando, es imposible ocultarlo: siempre estamos a tiro de náusea. El estiércol sigue ahí. 

Real Murcia: Mackay; José Ruiz, Hugo, Charlie Dean, Forniés; Maestre, Corredera (Armando, 84'), Pena (Josema, 72'), Alfaro; Aquino y Curto (Manel, 80'). 
Goles: 1-0 (Curto, 60') 1-1 (El Miedo, 90').

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