Oliva B (@beandtuit)
Villarrobledo, 0; Real Murcia, 0.
En un emotivo artículo publicado la semana pasada en las páginas del diario La Verdad, Sergio Conesa cuenta la historia de Fernando Escudero, un murcianista que fue a ver jugar al Murcia a Villarrobledo en octubre de 1961 y que, más de 58 años después, iba a repetir esa visita en la actual temporada. Cuenta Conesa en su texto el cariño con el que Escudero rememora aquel viaje, en la última y única vez que el Murcia había jugado en Villarrobledo en partido de liga. “Todavía recuerdo a mi madre abrigándome para ir al partido con una bufanda y una boina”, dice don Fernando, que era un niño entonces y viajó en autobús con su padre. Cuenta Conesa cómo los jugadores del Murcia le firmaron a aquel crío de 10 años un bastón como recuerdo, porque en aquella época se vendían bastones en los campos de fútbol. El Murcia ganó entonces 0-3 pero, como apunta Conesa al comienzo del reportaje, aquel triunfo ha quedado “en el olvido”, porque la temporada del Murcia finalmente no fue buena y esa victoria no sirvió para mucho. “Es en la memoria de los aficionados donde reside la verdadera importancia de lo que hay detrás de un partido o de una campaña”, escribe Conesa. Leer esta historia, en efecto, nos hace volver a preguntarnos por lo verdaderamente importante del embrollo este del fútbol, por cómo este invento tan simple de 22 tíos pegando patadas a un balón puede provocar desplazamientos masivos a una villa de La Mancha a ver un partido de Segunda B que, con bastante probabilidad, puede terminar 0-0. “Me hace una ilusión tremenda volver”, explica Escudero, y sí, sí, en la foto que acompaña el reportaje contemplamos un brillo especial en su mirada, que es como la mirada de un tipo sensato con un trastorno inconfesable, la mirada del que inesperadamente sueña con Villarrobledo a los 69 años. Y su “todavía recuerdo a mi madre abrigándome para ir al partido con una bufanda y una boina” sigue golpeándote la cabeza cuando cierras el periódico, y piensas que el tío ha dado en el clavo, o al menos que don Fernando se ha acercado bastante a resolver el puto misterio. Que el fútbol no son goles, ni triunfos, ni ascensos, sino algo así como una excusa para recordar siempre a una madre que te abriga.
“¡58 años, 58 años!”, gritaba el speaker del Villarrobledo para dar la bienvenida al Murcia y al murcianismo, con ese cariño hacia el Murcia que siempre parece que crece a medida que nos alejamos de Murcia. 58 años, decía el tío, 58 años sin venir a nuestro Barranco del Lobo y aquí estáis otra vez, parecía decirnos, 58 años, amigos del Murcia, sabíamos que volveríais tarde o temprano, parecía querer decir, putos grillaos del escudo ese que no hay manera de que desaparezca. 58 años, que se dice pronto. Todo ha cambiado en 58 años. Ya no se venden bastones en los estadios, y los niños no llevan boina los días fríos. Bueno, ya ni siquiera hace frío, ya no hace frío ni en Villarrobledo en febrero. Más de 58 años han pasado y el mundo ha cambiado por completo, pero el Murcia sigue jugando. Y mientras unos 800 murcianistas, con don Fernando Escudero entre ellos, recibían al equipo en el Barranco del Lobo, te vuelves a preguntar de qué cojones va esto del fútbol, qué será lo que nos mueve a plantarnos en un lugar de La Mancha, si será cuestión de ilusión, si será cuestión de memoria. O si es simplemente una cuestión de goles, claro. Y eso fue, solo eso, lo que le faltó al Murcia en Villarrobledo, donde volvió a la buena línea de la segunda vuelta después del desastroso, del casi incomprensible último partido casa. Adrián recuperó los tres centrales, situó a Armando donde más nos está dando y contó con el mejor Meseguer de la temporada, algo más adelantado, para que el Murcia dominara el partido casi por completo. Faltó llegar, quizá algo asustados aún por esa derrota contra el Talavera; faltó ese gol que tuvo Chumbi y sacó bien su portero. Faltó un gol que, por memoria y por ilusión, siempre se exigirá al Murcia en Villarrobledo: sólo había que ver las caras de los jugadores al terminar el partido para entender que el Murcia en Villarrobledo nunca dará por bueno un punto. Pero eso no debe ocultar otra evidencia: este Murcia es un equipo en el que los jugadores más imprescindibles en ataque son un fenómeno de casi 38 años castigadísimo por las lesiones y un chaval que, con 26 años, sólo había jugado una temporada en la categoría, y con descenso. Para el Murcia actual, un buen equipo de Segunda B que está compitiendo de manera notable, un punto en Villarrobledo no es que sea bueno, es maravilloso. El Murcia actual quizá solo pueda ilusionarse con que al menos podrá volver a ilusionarse y, para ello, unas horas antes de jugar en el Barranco del Lobo, el Murcia había renovado su derecho a seguir ilusionándose tras una Junta de Accionistas que modificaba los estatutos por aplastante mayoría para asegurar que el club seguirá estando en manos del murcianismo. Para asegurar que seguirá teniendo memoria. “Todavía recuerdo a mi madre abrigándome para ir al partido con una bufanda y una boina”. Y no sabemos si los niños volverán a llevar boina dentro de 60 años, ni siquiera si habrán desaparecido las bufandas, o si volverán a venderse bastones. No sabemos si el cambio climático arrasará con Villarrobledo. Pero es muy probable que algún chiquillo que estuvo el domingo allí recuerde este 0-0 y esté dispuesto, escondiendo en su mirada sensata un trastorno inconfesable, a regresar al Barranco del Lobo. Ese gol que tuvo Chumbi hubiera endulzado aún más ese recuerdo, pero cualquier gol será siempre insignificante, cualquier triunfo quedará siempre arrinconado, entre los recuerdos de una madre que te abriga.
Real Murcia: Tanis; Edu Luna, Antonio López, Juanra; Dorrio, Armando, Manolo, Iván Pérez; Víctor Meseguer; Chumbi, Silvente (Peque, 72').
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