Aguantar


Oliva B (@beandtuit)

Mérida, 1; Real Murcia, 0.
No recuerdo bien si el tipo se llamaba Antonio o Paco. Casi seguro que Antonio, pero podría ser Paco perfectamente. Sí me acuerdo mejor de su cara de buena persona, una de esas caras que se quedan bien archivadas en la memoria, como asociadas a una época. También recuerdo que era grande, corpulento, no gordo sino más bien recio, que se decía antes; pero lo que mejor recuerdo de él son un par de cosas que solía decir en su día a día, un par de expresiones que repetía con frecuencia. Lo conocí en el verano de 1999, en mi primer contacto algo serio con el mundo laboral, haciendo prácticas en un diario económico en Madrid. Digo algo serio porque me pagaban; y no digo serio porque me pagaban 30.000 pesetas al mes, algo menos que el abono del Murcia en Segunda B de aquella temporada, para entendernos. Entré un 1 de julio en esa caótica redacción de la calle Saturnino Calleja y allí estaba Antonio, o puede que fuera Paco su nombre, su cara de buena persona, grandote, recio, con ese gesto simpático de la gente que siempre parece estar a punto de sonreír. Hablé con los jefes y me sentaron delante de un viejo ordenador, viejo incluso para la época, junto al resto del equipo de diseño, dos o tres personas más, como mucho. Antonio, o puede que se llamara Paco, hacía un poco de todo en aquel periódico, pero entre otras funciones maquetaba las frondosas páginas de la Bolsa, llenas de complicadísimas tablas y gráficos que había que ir preparando durante el día, y sobre todo a partir de las cinco, cuando cerraban las bolsas, con un complejo y antiquísimo programa de ordenador nada intuitivo, todo lo contrario que las maravillas que se manejan ahora. Imaginaba desde fuera que sería una función de cierta responsabilidad, la de no cagarla en el listado de valores bursátiles, y alguna vez comprobé que lo era, que ahí no se podía fallar, que la bronca desproporcionada sobrevolaba cada mínimo error. Pero Antonio, que bien podría ser Paco, la ejercía con oficio y prestancia, y hasta con un punto de sentido del humor que ganó mi afecto casi desde el pitido inicial. Me dio una bienvenida acogedora, calando pronto mi condición de novatazo, calando pronto incluso mi condición de novatazo muy fuera de lugar en un diario económico. Y puede que fuera ya ese primer día cuando me dijo uno de esas dos cosas que repetía y nunca he olvidado: “Alejandro: humildad, humildad y humildad, y más que nada por las hostias que te puedan caer”. Y lo decía en el tono en el que hay que dar los consejos, sin darse demasiada importancia, sin ánimo de sentar cátedra, casi bajando el tono de voz, como si fuera un secreto. Era evidente que estaba delante de un fenómeno, y ese consejo tan claro, directo y fácil de aprender (humildad, humildad y humildad, pero más por un motivo práctico que moral) no he dejado de tenerlo en cuenta ni un solo día a partir de aquel. Pero, con el paso de los años, lo que ha ido acrecentando su leyenda ha sido la segunda de las cosas que decía en su día a día y que tampoco he olvidado, la que respondía cuando alguien le preguntaba el clásico ¿Qué tal, Antonio? (o puede que fuera ¿Cómo vas, Paco?). “Aguantando”, decía el tío. Aguantando, o vamos aguantando, o aguantando, tronco, incluso, como variantes. Antonio, o quizá Paco, no decía tirando, no decía tampoco bien, ni siquiera decía bien, vamos tirando. Aguantando, decía, más de una vez al día, a veces casi sin que nadie le preguntara, con la mirada perdida en el horizonte de su oscura pantalla de ordenador, concentrado, colocando un complicado gráfico junto a una aún más enrevesada tabla. Aquí aguantando, decía a veces el tío, como una broma tonta, como una coña diaria que, cuando lo conocías mejor, te dabas cuenta de que la bromica escondía toda una filosofía de vida. La mayoría del tiempo lo pasamos aguantando, sin más. Ni estamos bien, ni vamos bien, ni siquiera vamos tirando. La vida al final se trata más de aguantar que de otra cosa. Aguantar los malos momentos para poder disfrutar de los buenos. Aguantar para recoger más tarde, aguantar a la espera de algo, o aguantar por aguantar, a veces, sin más. Aguantar no como sacrificio o resignación, sino como resistencia, como una forma de no abandonar. Todas las putas tardes, Antonio, o puede que Paco, llegaba a la calle Saturnino Calleja y se sentaba delante de un viejo ordenador, con un programa indescifrable, a montar complicadísimas páginas llenas de tablas y gráficos, con muy poco que ganar y mucho que perder. Todas las putas tardes. Su cara de buena persona, concentrado, en aquella caótica y oscura redacción, con una bronca sobrevolando cada mínimo error. Cuando cogió algo de confianza, me habló de un pub irlandés al que iba sin falta los sábados por la tarde. Buena música, buena cerveza y qué chavalas, Alejandro. Y entonces, por un instante, levantaba la cabeza del ordenador y podías ver un brillo en sus ojos. Bien avanzado el verano, llegó a invitarme a una de esas tardes, me dijo que me acercara un sábado a tomar una cerveza a aquel refugio suyo irlandés. Y más de 20 años después, aunque no me acuerde bien de su nombre, aún me arrepiento de no haber ido nunca a tomar esa cerveza. 

El Murcia tenía una de esas visitas en la que los precedentes son tan positivos que dan miedo. Tan positivos para la estadística como negativos para el sentido común. Es un poco la ley de Murphy futbolera, o al menos la del grupo IV de la B, que reza algo así como que es más probable ganarle a un equipo que lleva 13 jornadas sin perder que al que lleva 21 sin ganar. Si escuchas que el Mérida no gana en casa desde antes de la Guerra Civil, date por derrotado; si escuchas que ese Mérida, además, jamás nos ha ganado, ni te presentes a jugar, socio, porque estás muerto. Y así fue, una vez más. No estuvo mal el Murcia, pero en Mérida se cumplió también uno de los patrones clásicos de los partidos del último tercio de la temporada: equipo necesitadísimo que tiene que ganar en casa de una puta vez gana a un equipo que, casi sin esperárselo, parece llegar sin agobios a la recta final. Así vino la novena derrota, todas por la mínima, ojo; así llegó otro zarpazo a la ilusión tras el subidón de la semana anterior. Así llegó otra tarde dura y triste, otra tarde jodida que hay que aguantar. Y entonces, de pronto, te acuerdas de Antonio, o  puede que se llamara Paco, a saber, concentrado frente a su viejo ordenador, su cara de buena persona y ese gesto simpático de la gente que siempre parece estar a punto de sonreír, como ocultando que la vida al final se trata más de aguantar que de otra cosa. Aguantar hasta que puedan venir tiempos mejores. Aguantar cada derrota y aguantar a los que se desesperan, comprensiblemente, con cada derrota, después de tantos años duros, y los que nos esperan. Aguantar de nuevo uno de esos penaltis que jamás te pitan a favor y siempre en contra; aguantar que veamos eso como normal; aguantar que veamos con normalidad un robo en Villarrubia, pero con indignación una derrota en Mérida. Aguantar incluso a los que esperan cada derrota casi como deseándola, para gritarnos que ya está bien, que no tenemos por qué aguantar, que no hay que aguantar ninguna derrota. Aguantar todo eso y todo lo que venga. Aguantar no como sacrificio o resignación, sino como resistencia, como una forma distinta de no abandonar. ¿Y si aguantáramos por una vez las derrotas? ¿Y si aguantáramos por una vez un bloque de 12-14 jugadores y un entrenador durante tres temporadas? Aguantemos este cuerpo técnico, que con seguridad toma buena nota de todas estas derrotas por la mínima. Aguantemos todo y a ver qué sucede, pero aguantemos. Tal vez el camino para ganar más partidos pase por saber aguantar alguna derrota. O tal vez esto no se trate de ganar siempre, sino solo de poder ir más a menudo a aquel pub irlandés con Antonio, porque yo creo que se llamaba Antonio, estoy casi seguro de que se llamaba Antonio, aquel tipo con el que nunca fui a tomarme la mejor de las cervezas. 

Real Murcia: Tanis, Álvaro Rodríguez, Antonio López (Javi Pedrosa, 84'), Juanra, Iván Pérez; Armando; Josema, Víctor Meseguer, Juanma (Toril, 74'), Dorrio; Chumbi (Víctor Curto, 58').

No hay comentarios:

Publicar un comentario