Manolo Molina Reinaldos, en una imagen de archivo.
Parece un chiste, pero no lo es. Están tres murcianos, un
asturiano y un vitoriano en una sidrería y uno de ellos se pide un tercio de
cerveza entre culín y culín de sidra. ¿Cuál de los tres murcianos ha sido? El chiste, que no lo es, sucedió
en Oviedo, a principios de este siglo, cuando viajar a Asturias a ver al Murcia
era una de esas cosas tan habituales que llegas a pensar que sucederá siempre. Asturias
es el copón, en todos los sentidos. Cuando veo el VAR se me quitan las ganas de
ascender al fútbol profesional, pero con qué fuerza regresan las ganas cuando
pienso en volver a ver al Murcia en Asturias. El chiste, que no lo es, continúa, aunque siga
sin tener gracia: cuando le trajeron el tercio al murciano, un tercio bien fresco, brillante,
casi sonriente, los otros dos murcianos se pidieron otro, CLARO. Es lo que hay,
supongo. No sé bien si el fútbol es así, pero nosotros sí somos así: ansiosos,
impacientes, alterados incluso con el vaso medio lleno, por si en algún
segundo en la barra de un bar nos quedamos sin cerveza y el
camarero está liado. Somos ansia viva, yo el primero. Y el problema, lo enfermizo, no es la
preocupación cuando la cerveza se está acabando, sino la inquietud por que se
acabe incluso cuando tienes el vaso lleno. ¿Quién no se ha pedido a veces dos o
tres cañas de una simplemente por miedo a querer otra y no poder tenerla en sus
manos? El síndrome del folio en blanco del escritor se convierte en síndrome
del vaso vacío para el murciano. ¿Podemos controlar nuestra ansiedad? ¿Podemos
intentar al menos moderar eso que culturalmente somos? Pinta mal. Al contrario,
los nuevos tiempos creo que están empujando al resto del mundo a la ansiedad
murciana; los nuevos tiempos conllevan que la impaciencia y el ansia se
instalen en nosotros como una app. El chiste, por cierto, acaba con cierta
gracia: el tercio estaba espantoso, claro, entre sidra y sidra, y la sidra casi
peor, amarga y acervezada. La vida avanza rápido, cada vez más rápido, y tal
vez por eso nos precipitamos detrás de ella, nerviosos, siempre con prisa,
por si se nos escapa del todo. Pero quizá por eso la única manera de pararla sea
frenando nosotros. Pisar el balón en el centro del campo, hacer esa pausa para que todo tenga un poco de sentido. Disfrutar del tiempo entre culín y
culín de sidra.
La selección de Brasil ha tenido el mejor equipo del mundo
en los últimos diez años, al menos uno de los dos mejores, y probablemente los
mejores jugadores, pero sólo hay que ver la cara de sus jugadores mientras
suena el himno nacional para saber que así
es muy difícil ganar. O su cara cuando saltan al campo, o cuando esperan el pitido
inicial: lloran, rezan, invocan a sus dioses, sienten la presión de 200
millones de brasileños que, desde casa, lloran, rezan e invocan a sus dioses,
en un grado de histeria tan increíble que incapacita para ganar un Mundial. Así es muy difícil jugar. El
Real Zaragoza ha tenido equipos mejores y peores, algunos no muy buenos, la
verdad, pero en estos diez años en Segunda apenas se ha podido acercar al
ascenso dos o tres veces. Necesitan subir más que nadie, y tienen más ganas de
subir que nadie. Pero todo argumento futbolístico queda relegado ante esa presión
de la quinta ciudad de España por subir. Cualquier jugador de Segunda será peor
en Zaragoza; cualquier portero parará algo menos en Zaragoza que en otro sitio.
Son tiempos de ansiedad y por eso son tiempos de equipos mierdas (con perdón),
de getafes, gironas y villarreales, de equipos que ni sienten ni padecen (con
perdón), por los que apenas nadie reza o llora. Qué tranquilos juegan, los
cabrones. Qué fácil se pone el balón en la escuadra en Girona. Y qué jodida es la
ansiedad.
El Murcia recibía al Málaga en otro ambiente espléndido, y cada
vez más sorprendente: el murcianismo ya no necesita que le regalen entradas para
meter más de 20.000 tíos en tercera categoría en mitad de temporada. El Murcia lleva
camino de derrotar pronto a su peor enemigo, esa deuda que lo tumbó varias
veces y casi lo mata. Pero aún le queda otro fantasma clásico e infatigable, su compañero
del alma, tal vez su esencia: la ansiedad. Y ese enemigo no se cura con
inyecciones de millones de euros, al contrario, eso parece reforzarlo. No se
puede querer subir tanto, es malo querer subir tanto. No se puede querer subir
en verano, ni se puede querer subir a Primera antes de subir a Segunda. La
ansiedad de Murcia, la de sus simpatizantes y el entorno mediático (“ya está
bien de estar en el pozo”, “somos la séptima ciudad de España”, “esta afición
merece mucho más”) no ayudará jamás a lo que pretende, al contrario. No es
extraño que el equipo se contagie de esa ansiedad en los partidos más
decisivos, en casa, cuando más gente transmite esa presión añadida. No se puede
jugar así al fútbol, es algo que ya sentimos en aquellos primeros playoff tras
el destierro a la B. Sólo una vez dominamos esa ansiedad: precisamente cuando
se dejó trabajar a Manolo Molina y a Mario Simón el año del ascenso. Y se dejó trabajar
un poco de milagro, entre andanadas continuas desde dentro del club y gruñidos
de la grada. Al año siguiente, a pesar de ser recién ascendidos, la ansiedad
creció: había que seguir subiendo. Entonces las cuchilladas internas hastiaron a Molina
(ay, Manolo, no te imaginas lo que te echamos de menos) y Simón volvió a ser
crucificado en cada derrota. Se puso el listón en el ascenso directo, en
generarnos esa presión absurda, y el resultado fue que el extraordinario sexto
puesto fue juzgado con severidad y terminó sentenciando a Simón. Y este año,
con dinero por fin, estábamos condenados a la ansiedad. Lo sabíamos. Lo
teníamos claro. Pero hemos ido incluso más allá de lo esperado.
Este año el Murcia lleva camino de encontrar un lugar
destacado en algún manual de psicología, acaso en algún caso práctico de la Universidad
de Wisconsin. Este año, lejos de apostar por un proyecto serio que consolidara la
trayectoria ascendente, se volvía a la senda del suenaflautismo (genial concepto
creado y desarrollado por Gavin Pearce), del aficionado metido a manager de PC
fútbol, de garantizar ascensos, de creernos los mejores, de meternos presión a
nosotros mismos. Error. Nadie gana así en el fútbol actual. Y mira que el tipo
que se ha hecho con el club invitaba a soñar con todo lo contrario. Un cordobés
sereno, del norte de Córdoba además, casi manchego, con un aire frío que recuerda a Tommy
Lee Jones persiguiendo a Harrison Ford; un tipo moderado y tranquilo, que en
Leganés parecía llevar al club con templanza budista, y declara apostar por
el camino tranquilo, el único que funciona en fútbol, el que concibe que la
pelota no es seguro que entre en la
portería. Pero ni así. El cordobés más sereno, el Buda de Leganés, ha llegado a
Murcia y en unas semanas parece haberse contagiado hasta las cejas por la
ansiedad murciana, por el ruido más tóxico del murcianismo. Primero, armando
una plantilla completamente nueva, algo rocambolesco en un equipo que había funcionado
bien, e incluso muy bien, hasta el mes de mayo. Error. Y segundo, y quizá más
sorprendente en Felipe, despidiendo a un entrenador que, a pesar de tener que
hacer un equipo desde cero, comenzó en pocas jornadas a conseguir resultados
con una eficacia impresionante. ¿Alguien en la historia del fútbol ha despedido
a un entrenador después de ganar por 1-0 cuatro de sus seis últimos partidos? Ojo
con eso. Hay que ser muy valiente para largar a un entrenador que estaba a dos
puntos del cuarto, para largar a un entrenador más por sensaciones que por puntos. Y a ver quién baja ahora el listón de los ansiosos,
volviendo a pretemporada en el mes de diciembre, y con seis o siete sanluqueños
rugiendo como diablos por abajo, sabiendo que bajan cinco. A ver quién rebaja
esta espiral, en un clima tan adverso, que ya no sabe adónde disparar, con la
ansiedad de copiloto y el entorno exigiendo otros diez fichajes en invierno,
como si el problema fuera ese, como si el problema fuera de jugadores, de
entrenador, de fútbol. Error. El problema vuelve a ser el de siempre: la
ansiedad. Y quizá la única solución sea la opuesta. Tener confianza en los que
hay, dejar crecer al equipo con Pablo Alfaro, arropar a los nuestros, e intentar
alcanzar la senda de aquel año del ascenso, con un vestuario tranquilo, unido,
comprometido y que salga a jugar al fútbol con la presión justa. Jugar
tranquilos, rebajar esta absurda presión autoimpuesta y disfrutar un
poco de la vida sin deuda, sin cortoplacismos, sin ansiedades.
Creo que he empezado esto con algo que parecía un chiste malo y lo voy a terminar con algo que parece un sueño imposible. Están Felipe Moreno y Manolo Molina en una sidrería tomando culines. Y, entre culín y culín, se ponen a armar el mejor Murcia de la historia. Sin tiempos, sin presión. Sin un tercio de cerveza, por supuesto. No tienen prisa. Ni siquiera hablan de ascensos. Sólo hablan de llegar a ser lo que nunca hemos sido, un equipo admirable, con identidad propia, con futuro.
Gol: Guarrotxena (1' sin ansiedad, qué bárbaro, cómo tira los penaltis el tío).
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