Ansiedad

Manolo Molina Reinaldos, en una imagen de archivo.


Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 1; Málaga CF, 4

Parece un chiste, pero no lo es. Están tres murcianos, un asturiano y un vitoriano en una sidrería y uno de ellos se pide un tercio de cerveza entre culín y culín de sidra. ¿Cuál de los tres murcianos ha sido? El chiste, que no lo es, sucedió en Oviedo, a principios de este siglo, cuando viajar a Asturias a ver al Murcia era una de esas cosas tan habituales que llegas a pensar que sucederá siempre. Asturias es el copón, en todos los sentidos. Cuando veo el VAR se me quitan las ganas de ascender al fútbol profesional, pero con qué fuerza regresan las ganas cuando pienso en volver a ver al Murcia en Asturias. El chiste, que no lo es, continúa, aunque siga sin tener gracia: cuando le trajeron el tercio al murciano, un tercio bien fresco, brillante, casi sonriente, los otros dos murcianos se pidieron otro, CLARO. Es lo que hay, supongo. No sé bien si el fútbol es así, pero nosotros sí somos así: ansiosos, impacientes, alterados incluso con el vaso medio lleno, por si en algún segundo en la barra de un bar nos quedamos sin cerveza y el camarero está liado. Somos ansia viva, yo el primero. Y el problema, lo enfermizo, no es la preocupación cuando la cerveza se está acabando, sino la inquietud por que se acabe incluso cuando tienes el vaso lleno. ¿Quién no se ha pedido a veces dos o tres cañas de una simplemente por miedo a querer otra y no poder tenerla en sus manos? El síndrome del folio en blanco del escritor se convierte en síndrome del vaso vacío para el murciano. ¿Podemos controlar nuestra ansiedad? ¿Podemos intentar al menos moderar eso que culturalmente somos? Pinta mal. Al contrario, los nuevos tiempos creo que están empujando al resto del mundo a la ansiedad murciana; los nuevos tiempos conllevan que la impaciencia y el ansia se instalen en nosotros como una app. El chiste, por cierto, acaba con cierta gracia: el tercio estaba espantoso, claro, entre sidra y sidra, y la sidra casi peor, amarga y acervezada. La vida avanza rápido, cada vez más rápido, y tal vez por eso nos precipitamos detrás de ella, nerviosos, siempre con prisa, por si se nos escapa del todo. Pero quizá por eso la única manera de pararla sea frenando nosotros. Pisar el balón en el centro del campo, hacer esa pausa para que todo tenga un poco de sentido. Disfrutar del tiempo entre culín y culín de sidra.

La selección de Brasil ha tenido el mejor equipo del mundo en los últimos diez años, al menos uno de los dos mejores, y probablemente los mejores jugadores, pero sólo hay que ver la cara de sus jugadores mientras suena el himno nacional para saber que así es muy difícil ganar. O su cara cuando saltan al campo, o cuando esperan el pitido inicial: lloran, rezan, invocan a sus dioses, sienten la presión de 200 millones de brasileños que, desde casa, lloran, rezan e invocan a sus dioses, en un grado de histeria tan increíble que incapacita para ganar un Mundial. Así es muy difícil jugar. El Real Zaragoza ha tenido equipos mejores y peores, algunos no muy buenos, la verdad, pero en estos diez años en Segunda apenas se ha podido acercar al ascenso dos o tres veces. Necesitan subir más que nadie, y tienen más ganas de subir que nadie. Pero todo argumento futbolístico queda relegado ante esa presión de la quinta ciudad de España por subir. Cualquier jugador de Segunda será peor en Zaragoza; cualquier portero parará algo menos en Zaragoza que en otro sitio. Son tiempos de ansiedad y por eso son tiempos de equipos mierdas (con perdón), de getafes, gironas y villarreales, de equipos que ni sienten ni padecen (con perdón), por los que apenas nadie reza o llora. Qué tranquilos juegan, los cabrones. Qué fácil se pone el balón en la escuadra en Girona. Y qué jodida es la ansiedad.

El Murcia recibía al Málaga en otro ambiente espléndido, y cada vez más sorprendente: el murcianismo ya no necesita que le regalen entradas para meter más de 20.000 tíos en tercera categoría en mitad de temporada. El Murcia lleva camino de derrotar pronto a su peor enemigo, esa deuda que lo tumbó varias veces y casi lo mata. Pero aún le queda otro fantasma clásico e infatigable, su compañero del alma, tal vez su esencia: la ansiedad. Y ese enemigo no se cura con inyecciones de millones de euros, al contrario, eso parece reforzarlo. No se puede querer subir tanto, es malo querer subir tanto. No se puede querer subir en verano, ni se puede querer subir a Primera antes de subir a Segunda. La ansiedad de Murcia, la de sus simpatizantes y el entorno mediático (“ya está bien de estar en el pozo”, “somos la séptima ciudad de España”, “esta afición merece mucho más”) no ayudará jamás a lo que pretende, al contrario. No es extraño que el equipo se contagie de esa ansiedad en los partidos más decisivos, en casa, cuando más gente transmite esa presión añadida. No se puede jugar así al fútbol, es algo que ya sentimos en aquellos primeros playoff tras el destierro a la B. Sólo una vez dominamos esa ansiedad: precisamente cuando se dejó trabajar a Manolo Molina y a Mario Simón el año del ascenso. Y se dejó trabajar un poco de milagro, entre andanadas continuas desde dentro del club y gruñidos de la grada. Al año siguiente, a pesar de ser recién ascendidos, la ansiedad creció: había que seguir subiendo. Entonces las cuchilladas internas hastiaron a Molina (ay, Manolo, no te imaginas lo que te echamos de menos) y Simón volvió a ser crucificado en cada derrota. Se puso el listón en el ascenso directo, en generarnos esa presión absurda, y el resultado fue que el extraordinario sexto puesto fue juzgado con severidad y terminó sentenciando a Simón. Y este año, con dinero por fin, estábamos condenados a la ansiedad. Lo sabíamos. Lo teníamos claro. Pero hemos ido incluso más allá de lo esperado.

Este año el Murcia lleva camino de encontrar un lugar destacado en algún manual de psicología, acaso en algún caso práctico de la Universidad de Wisconsin. Este año, lejos de apostar por un proyecto serio que consolidara la trayectoria ascendente, se volvía a la senda del suenaflautismo (genial concepto creado y desarrollado por Gavin Pearce), del aficionado metido a manager de PC fútbol, de garantizar ascensos, de creernos los mejores, de meternos presión a nosotros mismos. Error. Nadie gana así en el fútbol actual. Y mira que el tipo que se ha hecho con el club invitaba a soñar con todo lo contrario. Un cordobés sereno, del norte de Córdoba además, casi manchego, con un aire frío que recuerda a Tommy Lee Jones persiguiendo a Harrison Ford; un tipo moderado y tranquilo, que en Leganés parecía llevar al club con templanza budista, y declara apostar por el camino tranquilo, el único que funciona en fútbol, el que concibe que la pelota no es seguro que entre en la portería. Pero ni así. El cordobés más sereno, el Buda de Leganés, ha llegado a Murcia y en unas semanas parece haberse contagiado hasta las cejas por la ansiedad murciana, por el ruido más tóxico del murcianismo. Primero, armando una plantilla completamente nueva, algo rocambolesco en un equipo que había funcionado bien, e incluso muy bien, hasta el mes de mayo. Error. Y segundo, y quizá más sorprendente en Felipe, despidiendo a un entrenador que, a pesar de tener que hacer un equipo desde cero, comenzó en pocas jornadas a conseguir resultados con una eficacia impresionante. ¿Alguien en la historia del fútbol ha despedido a un entrenador después de ganar por 1-0 cuatro de sus seis últimos partidos? Ojo con eso. Hay que ser muy valiente para largar a un entrenador que estaba a dos puntos del cuarto, para largar a un entrenador más por sensaciones que por puntos. Y a ver quién baja ahora el listón de los ansiosos, volviendo a pretemporada en el mes de diciembre, y con seis o siete sanluqueños rugiendo como diablos por abajo, sabiendo que bajan cinco. A ver quién rebaja esta espiral, en un clima tan adverso, que ya no sabe adónde disparar, con la ansiedad de copiloto y el entorno exigiendo otros diez fichajes en invierno, como si el problema fuera ese, como si el problema fuera de jugadores, de entrenador, de fútbol. Error. El problema vuelve a ser el de siempre: la ansiedad. Y quizá la única solución sea la opuesta. Tener confianza en los que hay, dejar crecer al equipo con Pablo Alfaro, arropar a los nuestros, e intentar alcanzar la senda de aquel año del ascenso, con un vestuario tranquilo, unido, comprometido y que salga a jugar al fútbol con la presión justa. Jugar tranquilos, rebajar esta absurda presión autoimpuesta y disfrutar un poco de la vida sin deuda, sin cortoplacismos, sin ansiedades.

Creo que he empezado esto con algo que parecía un chiste malo y lo voy a terminar con algo que parece un sueño imposible. Están Felipe Moreno y Manolo Molina en una sidrería tomando culines. Y, entre culín y culín, se ponen a armar el mejor Murcia de la historia. Sin tiempos, sin presión. Sin un tercio de cerveza, por supuesto. No tienen prisa. Ni siquiera hablan de ascensos. Sólo hablan de llegar a ser lo que nunca hemos sido, un equipo admirable, con identidad propia, con futuro. 


Real Murcia: Manu García; Sergio Santos (Zalaya, 68'), Alberto González, Marcos Mauro, Andrés López; Imanol, Isi Gómez (Tomás Pina, 45'); Arturo (Rodri Ríos, 58'), Guarrotxena, Dani Vega (Pedro León, 58'); y Carrillo.
Gol: Guarrotxena (1' sin ansiedad, qué bárbaro, cómo tira los penaltis el tío).

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