La nube negra


Yayo Delgado (@yayodelgado)

Real Murcia, 0; Logroñés, 1
Una nube negra enorme cubría la silueta de la Nueva Condomina cuando llegué a la escalera de acceso a la explanada, en la que ya deberían convivir las estatuas de Don José Rico, Panadero de Archena, y Don José Luis Acciari, alma del alma única murcianista, para veneración de la sufrida hinchada pimentonera. Una nube negra metafórica a la que ya aludía hace 25 años en los recreos del colegio para explicar a mis compañeros madridistas y barcelonistas por qué el Real Murcia había perdido aun habiendo hecho mejor partido que su rival, fuera el que fuera.

Una nube negra que extiende sus tentáculos muchas veces a todo lo relacionado con Murcia, y que con el tiempo he aprendido incluso a apreciar, en un sentimiento cercano al romanticismo más puro, como si estuviéramos en el camino de que nos vieran como esas calles de Lisboa con ropa tendida y paredes desconchadas, o esos barrios gigantescos de bloques grises entre manzanas cuadradas con un GAZ Volga oxidado mal aparcado de ciudades de la antigua URSS, que tanto gustan a Mondo, pero sin conseguirlo. En un camino hacia eso, sin que se vea la luz al final de túnel, solo redes de alambres de espino que nos estrangulan, como Steve McQueen cuando trata de escapar a lomos de su moto en 'La gran evasión'.

Pero anduve un poquico más y llegué a La Sede. Allí, cuando Raúl me abrió un quinto de Estrella helado y pude acurrucarme en la barra con Perico, Miguel, Luis, Faus y los demás, y saludé a decenas con ese apretón y sonrisa tan familiar, o hablé del tiempo con Josan mientras me cambiaba unos tickets, recobré el aliento. Por un instante volví a la época de los recreos, pero al tercer piso en Capitán Balaca, en el barrio de Vistabella, una tarde de gota fría de finales de septiembre con las botas de agua puestas, embutido en una de aquellas mantas de lana de cuadros de colores con power line negro, el agua de la lluvia sobre los geranios en las ventanas, el brasero puesto en la mesa camilla y mi abuela Mamen repartiendo cartas para jugar la enésima partida a la brisca; con Balú, el perro que tuve en mi infancia acurrucado en mis pies y sonando la melodía del reloj de pared. El quinto casi me supo a Nesquik con galletas.

Estaba en casa un día más. Ese ser que es lo único que importa… ni el dónde, ni el cuándo, ni siquiera el cómo, por muy cómo que sea. Quizás ese camino romántico que recorremos en el murcianismo pasa por esa sensación de que ya no puede pasarnos nada más, y que nos valdrá con estar juntos siempre. Pero no es así, estoy seguro, y lo veremos algún día, y todo esto será la clave para llegar allí dónde todos hemos soñado alguna vez, aunque sea desde arriba, como cantamos en cada partido.

El Real Murcia jugaba en 45 minutos contra seis o siete rivales, como acostumbra. Jugábamos contra la lluvia y las tormentas, contra rayos, truenos y ramblas, contra el tráfico y la hora de inicio, contra el miércoles, contra 25.000 asientos vacíos, contra Samper, que decidió venir sin venir viniendo, contra Tebas, contra el que jugamos siempre mientras siga al frente de la LFP, contra los partidos del Barcelona, Sevilla y Atlético de Madrid, que coincidían, y una vez más, esto lo supimos al poco de empezar el partido, contra el árbitro y su equipo.

Bueno, también venía el Logroñés de ganar partidos y meter muchos goles, con los sueños de una afición que debe estar en el túnel de al lado, y desde hace mucho más tiempo y con rollos de engendros que podemos todos imaginar. Con todo esto, ahí íbamos, haciendo cábalas como siempre para meternos arriba en la clasificación, como si esta temporada fuera una más. Dame limón que me gusta ácido. Con la ilusión máxima por ver si las rotaciones de Aira en un equipo sin rodar surtían un milagroso efecto, casi olvidando que cuando debió jugarse este partido el Real Murcia eran Acciari, Albiol, Aira y una pancarta.

Empezó el partido y los relámpagos amenazaban cada minuto con descargar en plan tropical y sacarnos de allí montados en contenedores, pero Saura cogía el balón y lo mimaba, y la nube negra retrocedía. Volvían los relámpagos, pero Satrústegui cortaba un balón a la carrera y le daba forma de salida con la solvencia de un camarero del Café Bar poniendo bolitos un sábado a mediodía. Con destellos de orden y calidad, y algunos aspavientos de Acciari los primeros rivales, tormentas, lluvia y otros partidos se fueron alejando. Éramos los seis mil de siempre, que ya son el doble de cuando los recreos. Fue como un gol ver llegar a algunos a las 20,40 horas, al borde del descanso, con sus trajes de pantalones grises y camisa azul con el logo de la empresa en el bolsillo, encendiéndose un cigarro en su localidad, informándose de la alineación titular. Como un puto gol del Murcia, amigo. Allí estábamos los que somos. Incluidos esos héroes que no habían pasado por casa.

Pero entonces el árbitro dijo aquí estoy yo, y ya supimos cual era el rival que iba a engrosar la leyenda de la nube negra. Un antiguo demonio del mundo antiguo con la imagen de David Tomlinson caracterizado de árbitro en el partido de La Bruja Novata pitando córners y faltas en contra, dejando a las escopetas de feria muy por encima en el ranking de refranes que explican que te la están metiendo doblada de punta a punta. Lo nunca visto, oiga. Y el Logroñés era un buen equipo, pero ya no importaba demasiado. La historia del partido la estaba escribiendo Tomlinson a su antojo, en algunas jugadas superando cualquier límite comprensible.

Una obra de arte. A nadie le extrañe que en unos años un artista conceptual ponga una pantalla de plasma colgada de unos hierros en una galería de Nueva York en la que se puede ver cómo Tomlinson (Moreno Aragón) pita un penalti de la nada en un corner en contra del Real Murcia. Señala el punto y amonesta a Acciari ante el estupor generalizado de una hinchada molida a sufrimiento. Por encima del dadaismo. El penalti de ayer metió en la consideración de penalti al de Montilivi, para que ustedes aprecien el hecho. 0-1 y ahora remóntale al Logroñés. Ya dio muestras de las prisas por resolver su obra el bueno del árbitro cuando pitó el descanso antes del 45. Lo que yo les diga, al menos nos la jugó a lo dadaísta.

Aún así tuvimos una para empatar. Javi Flores, tal y como había hecho Saura al principio con la tormenta, esquivó las ganas de Tomlinson de pitar falta en cada oportunidad pimentonera y conectó una volea con el exterior tras un balón colgado con criterio que salió rozando la escuadra izquierda, en la que algunos vimos una vez más (y lo que nos queda) el fantasma de Javi Porrón parando goles al Murcia. No hubo milagro. Tomlinson se llevó los tres puntos. Después, en rueda de prensa, el entrenador del Logroñés nos dio aliento, en una de esas cosas que no se olvidan y que hacen grande al mundo del fútbol. Alguien ajeno se ha preocupado por ti, sabe lo que estás pasando, y te acompaña, aunque sea desde el puto túnel oscuro de al lado.

Así que volví a casa, donde Guille (6 años) me esperaba despierto para que le contara el partido. Otra vez al recreo del Colegio Narciso Yepes, y le dije que fue culpa de la nube negra, de una desgracia inexplicable que incluyó un penalti inventado. Aceptó y me dijo que queda mucha liga, y que el equipo tiene mucho que entrenar. Y es verdad. Aunque no sepamos adónde vamos, me metí en la piel de Steve McQueen, cogí mi guante de baseball, mi pelota, y me adentré en nuestra Neverrra particular, con forma de Grupo Vaques, a perfeccionar mi tiro con bote a la pared, a pensar en el próximo intento de fuga… y en el Langreo. Vale.

Real Murcia: Iván Crespo, Jose, Pumar, Jaume, Acciari (Arturo, 74'), Satrústegui, Jairo, Saura (Rubén Sánchez, 57'), Gerard Oliva, Armando y Garmendia (Javi Flores, 63').
Goles: 0-1. Señor colegiado Moreno Aragón, comité madrileño, de penalti (55').

1 comentario:

  1. Muy bueno, enhorabuena por las crónicas, no se leen de tanta clase en ninguna parte.

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