Marbella, 3; Real Murcia, 1
El Grupo Salmorejo nos guardaba
rencor viejo por nuestra traición del año pasado, por nuestra celebración de
las rebecas, las vacas y los prados, por nuestra querencia a la autovía de
Albacete, y ese rencor sureño se ha traducido en venganza, y esa venganza ha
sido terrible. Fue la parábola del hijo pródigo, pero al revés. Volvíamos al
sur con la boina entre las manos y la cabeza gacha, esperando aceptación,
esperando cariño, pero el sur, nuestro padre sur, no solo no ordenó un banquete en
nuestro honor, sino que nos recibió a bofetadas y nos mandó a cenar a las
porquerizas.
Dónde perdimos, no lo sé
exactamente. Era casa del Marbella pero no era Marbella, con el Murcia hasta
sus rivales son desterrados, hasta el exilio les salpica a ellos también. No,
no, sí sé dónde perdimos, fue en Arroyo de la Miel, un sitio con nombre que
empalaga, y que realmente nos empalagó. El Murcia fue superado, no diré
arrasado, eso ni mucho menos, pero sí vencido con justicia por un rival que
mordió de verdad, que a veces incluso nos masticó, y que fue más serio. Nosotros, poco serios. Ya el primer gol
fue de esos en los que te preguntas dónde está la seriedad, y a responder a esa
cuestión con benevolencia no ayudaron los otros dos goles encajados. La
temporada pasada éramos roca, ese recuerdo pétreo sobrevivía, esa expectativa
la habíamos transportado de una temporada a otra. Pero esa expectativa sale
dañada de aquí.
Mirar atrás es siempre
equivocarse, eso dicen los aforistas profesionales, aunque a veces no queda más
remedio que cometer ese error. Hemos perdido cuatro rocas y un genio, y quizás
vaya a costar más de lo que creíamos encontrar algo parecido. David Prieto,
José Martínez, Albiol y Acciari eran buenos jugadores, pero, sobre todo los
tres últimos, eran roca. Eran la fiabilidad en una categoría donde la
fiabilidad lo significa todo. Ya no están, igual que Javi Flores, el genio, el
hombre del que esperábamos algo cuando no pasaba nada. El sábado no pasó nada o al
menos pasó muy poco, eso se vio desde el principio, que iba a pasar muy poco,
por eso echamos de menos a ese genio del que esperar algo en mitad de la nada. La
nostalgia no debe durar ni un minuto más, pero este partido se ve necesariamente
rociado por ella. Es inevitable: de los naturales y las verónicas de Javi se
acordó hasta el conductor del autobús. Era demasiado bueno para olvidarlo tan
pronto.
Que no jugamos a nada, le
recriminaron a Aira tras el partido. Que hemos fichado mal, le recriminaron a
Aira. Que no dimos ni tres pases seguidos, le recriminaron a Aira. De todos
esos reproches no participo, y menos tan pronto. Sólo concluyo que estuvimos
poco serios atrás y que, sin estar brillantes en ataque, creamos las tres o cuatro ocasiones claras a las que aspira casi cualquier equipo que juega fuera de casa. Aún nos cuesta, pero como
les cuesta a todos. Las críticas sí nos confirman que hay bastantes que esperan
a nuestro entrenador, que ya venían esperándole todo el verano, y que no tienen
intención de disimular ese continuo esperarle al volver la esquina. Se daban su primer baño del verano y,
a la vez, acechaban a Aira. Ya desde la piscina guiñaban los ojos y aguardaban.
Yo sólo tengo un reparo, y
discurre al margen de lo que pasó en esta derrota: me gustaría que Aira respetara más a
los jugadores que ya han demostrado cosas en el Murcia, en vez de relegarlos
con facilidad ante el fichaje de turno. Arturo o Satrústegui, incluso Álvaro
Marín, ya estaban aquí el año pasado, ya hicieron buenos partidos. Dado que los
que han venido en sus puestos no han demostrado nada aún, me cuesta entender
ese decantarse de inicio por lo nuevo. Vuelvo a una frase de David Vidal que ya
he citado alguna vez: “Para ser titulares, los fichajes tienen que demostrar
mucho más que los que ya estaban aquí”.
El que más demostró fue Isi, que
siempre tuvo el rifle cargado, que siempre miró hacia atrás para ver si alguien
del equipo le acompañaba e iba a la guerra con él. Le acompañó Carlos Álvarez
para empatar y esperanzarnos con la posibilidad de salir de aquel estadio desangelado sin navajazos.
Pero un balón parado que vino llovido desde Jaén nos devolvió a la lona, y ya no nos
levantaríamos. Todo empezó a dar vueltas. Cientos de rebecas fueron quemadas en una gran hoguera junto a la pista de atletismo. Los nativos apretaban los puños y nos enseñaban sus colmillos, mientras nos gritaban "Dónde están vuestras vacas ahora". Incluso cuentan fuentes fiables que el Arroyo de la Miel bajó teñido por nuestra sangre. Habíamos vivido la clásica
bienvenida del sur.
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