Adiós tristeza

"Sólo canto si tú me demuestras 
que es verde la luz de tus ojos de gata"

Alejandro Oliva (@betandtuit)

Real Murcia, 2; Recreativo de Huelva, 2.
No fue en un pueblo con mar, una noche, después de un concierto, sino en el centro de Madrid, una noche, la víspera de un concierto, cuando Enrique Urquijo coincidió con Joaquín Sabina en un bar de copas, a principios de 1991. Lo que pasó en aquel encuentro ya es historia, o quizá leyenda: Urquijo le pide a su amigo Sabina alguna idea para una canción, porque anda poco inspirado, y el cantautor de Úbeda le habla de unos versos que ha escrito esa misma mañana y que aún lleva en el bolsillo. Al madrileño le encantan y, mientras lo celebran con otra ronda, los copia en una servilleta. No fue una noche larga aquella, y en el taxi de vuelta a casa Urquijo termina de escribir ‘Ojos de gata’, la canción que arranca con esos versos de Sabina y que incluye ese mismo año en su disco ‘Adiós tristeza’. Sabina, que no imagina que a su amigo le han gustado tanto sus estrofas, continúa también su canción y compone ‘Y nos dieron las diez’, que formará parte de su álbum ‘Física y Química’ un año más tarde. Aquel encuentro casual da lugar a dos canciones muy diferentes que surgen de la misma historia; dos versiones con la misma raíz que cada autor contó según su manera de ser. Fue en un pueblo con mar, una noche, después de un concierto. Y allí, en el único bar que vimos abierto, aparecía la fascinante camarera con ojos de gata que se deja seducir a cambio de una dosis de talento. En ese punto se quedan los versos originales de Sabina. En mitad de la noche, a la espera de un final. Joaquín Sabina, cómo no, cuenta el recuerdo de un amor fugaz de una noche de verano, un amor granuja y despreocupado, en el que la música borra casi toda la pena de la nostalgia. Enrique Urquijo, en cambio, enfermo crónico de depresión, descarga toda su amargura y zanja la noche en unos pocos versos llenos de decepción, más que con el mundo, consigo mismo, en una historia en la que sólo hay lugar para el alcohol y la derrota. Sabina y Urquijo hablan de una noche que empieza igual, que probablemente no fuera tan diferente, pero que parecen dos noches opuestas contadas por el carácter de cada autor. Dos interpretaciones de la vida. Dos estados de ánimo. Aquellas canciones, además, son un reflejo de todo lo que vino después: mientras Sabina esquiva varias veces la muerte y continúa hoy riéndose de la vida, Urquijo muere ocho años más tarde, a los 39, cuando parecía por fin salir de la depresión, por una sobredosis de pastillas contra la tristeza.

Se enfrentaban en Nueva Condomina Manolo Herrero y José María Salmerón, dos autores de culto de la Segunda B, dos técnicos con muchos discos a sus espaldas, alguna canción parecida y varios éxitos en su trayectoria; entrenadores de equipos bien armados en los que saben ganarse con seriedad el compromiso de los jugadores. Dos tipos sobrios que fueron centrocampistas de cierta clase. Desde la distancia, y sin profundizar, un Melilla de Herrero bien podría ser de Salmerón, o un Ucam de Salmerón ser de Herrero. Son ya dos clásicos de la categoría que cada temporada lanzan un disco con un grupo distinto. Se enfrentaban en Nueva Condomina con su nuevo disco debajo del brazo, nuevos temas que siempre sonarán parecidos, porque el objetivo siempre es el mismo para ellos: salir de Segunda B. Una nueva canción, una manera de interpretar según el carácter de cada autor. Herrero contra Salmerón, el presente y el pasado más cercano del murcianismo. Y comprobamos, casi desde el inicio, que aunque la letra suene parecida, la música es muy distinta. Este Murcia suena muy bien, suena demasiado bien, que diría el pesimista. A Herrero le han proporcionado dinamita y la va a manejar sin miedo. La dura baja de Maestre la cubrió con la valentía de Miñano; el fantasma del Recre de Salmerón lo encaró con un aire despreocupado, casi insolente. Fueron 90 minutos para dejar claro que este año el equipo se parece más a un granuja descarado que a un oficinista gris amarrador de tres puntos. Este Murcia suena muy bien y su plantilla parece por fin una mesa que no cojea por ningún sitio, una mesa sólida, con patas de sobra, pero de la que ahora toca pagar las facturas puntualmente cada mes. Herrero no tiene casi nada de su paisano Sabina, y Salmerón aún menos de Urquijo, pero al terminar el partido miré a los banquillos y recordé aquella historia, o quizá leyenda, la de un pueblo con mar, una noche después de un concierto, el bar de copas de Madrid y los dos amigos que encaran la vida a su manera. Dos estados de ánimo, dos actitudes ante una canción parecida. No fue en un pueblo con mar, una noche, después de un concierto, sino en Nueva Condomina, la otra noche, contra el Recreativo, cuando vimos al mejor Murcia en muchos años. Y salimos del estadio con una sensación parecida, la misma rabia por ese empate por accidente, la misma sonrisa tonta por lo bien que suena el Murcia, la misma cantinela ilusionada que suena en la cabeza. Cuidado, chaval. Te estás enamorando.

Real Murcia: Mackay; José Ruiz, Hugo Álvarez, Charlie Dean, Forniés; Miñano (Juanma, 73'), Corredera; Alfaro, Dani Aquino (Curto, 73'), Héber Pena; Manel (Zaka, 79').
Goles: 1-0, Alfaro (27'). 2-0 Dani Aquino (39') .

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