Ídolos


Alejandro Oliva (@betandtuit)

Real Murcia, 1; Ibiza, 0.
Nunca has sido muy de ídolos, quizá por todos los que has visto caer. Es parte del proceso: en la exaltación del ídolo ya debe de estar presente algo del deseo de derrumbarlo. La naturaleza humana, o la mala leche, a saber. Uno de los últimos en vivirlo aquí fue el pobre Paco Sutil, elevado a los altares del murcianismo sin hacer casi nada y pisoteado después por hacer aún menos. No hace falta decir que la maniobra de glorificación y la de destrucción la ejecutaron los mismos. A ti en la grada siempre te ha gustado ir un poco a la contra, no sabes si por ponerte del lado del débil o simplemente por tocar los cojones. Eras más de Núñez que de Pérez García, más de Moyano que de Figueroa, más de Mejías II que de Manolo, más de Comas que de Aquino. Te encariñabas con casi todos los jugadores discutidos por la grada. Luego, además, te dio por los jugadores de clase, por los que ponían el balón donde querían. Qué cosas. Tu ídolo histórico sería un futbolista con la zurda de Mohamed Timoumi y la diestra de Javi Rey, los dos superclases que llegaron al Murcia en los ochenta como fichajes deslumbrantes y que pasaron sin apenas dejar huella. Es difícil explicar todo lo que pasó con Timoumi en Murcia. (Imagina que llega Salah al Valladolid, mete un par de goles en 20 partidos de titular y se va a final de temporada: eso pasó). Eras tan de Timoumi que aún te llaman Timoumi en la grada. Tenías 11 o 12 años, esa edad tonta, la del primer amor, dicen. Timoumi recibía el balón y algo se removía dentro de ti. Timoumi levantaba la cabeza y el tiempo se paraba, se hacía un silencio en el viejo estadio que casi se podía tocar. Y el balón iba, con elegancia, donde él quería. Tú nunca habías visto algo así. (Nadie lo había visto, en realidad). Pero nunca estuvo a gusto en Murcia, casi vuelve a su país en Navidad y se marchó en cuanto pudo, a Bélgica, donde tampoco recuperó su nivel que le llevó a ser Balón de Oro africano en el 85. En Murcia dejó un recuerdo más exótico que amargo, pero sobre todo un par de tardes inolvidables (un 3-0 al Betis, un 2-1 al Racing de Santander). Contra el Racing marcó, además, un buen gol y, cuando Dunai lo cambió casi al final del partido, La Condomina se puso en pie y te emocionaste como si fuera algo tuyo. Eso debe de ser un ídolo. Algo que llegas a sentir como tuyo. Después creciste y tu relación con tus futbolistas siempre ha sido más distante. Juegan en el Murcia y hay que apoyarlos, no idolatrarlos. A todos. Son profesionales que mañana, seguramente, ya no estarán. Pero tus ídolos en el mundo del fútbol, con el tiempo, están en la grada. Alejandro G. Morata. Juan del Palmar. Javier Zamora. Luis Losana. Gavin Pearce. José Antonio Currás. Y tantos y tantos otros tíos que admiras con esa emoción que sentías cuando Mohamed Timoumi tocaba un balón en La Condomina de siempre. Ídolos.

Afrontaba el Murcia de Herrero el partido ante el Ibiza con la tensión propia del equipo que no gana, pero con la tranquilidad del que sabe a qué juega. Alguna voz necia había hablado ya de final, de necesidad de ganar, de presión, pero el equipo volvió a saltar tranquilo, a jugar un buen fútbol sin precipitación, de llegada fácil, sostenido por unos imperiales Maestre y Corredera y desbordando por todos lados, por el lateral y por el interior, por la derecha y por la izquierda, sobre todo con un inspiradísimo Pena. Pero el gol no llegaba y la grada se preguntaba cuándo saldría su ídolo. Víctor Curto Ortiz lleva en Murcia apenas 20 meses, de los que ha pasado más de la mitad lesionado, pero ha sido ídolo casi desde el primer partido. Tenía 34 años al llegar y había pasado por Tortosa, Barça B, Mestalla, Huesca, Sant Andreu, Reus, Gavà, Terrassa, Alcoyano, Girona, Albacete, Jaén, KAS Eupen y Linares. En aquella primera media temporada metió 10 goles; en los dos meses de la siguiente fue pichichi de la Copa del Rey. Los goles ayudan a que te quieran, vaya si ayudan, pero el amor de la grada por Curto ha ido siempre más allá de los goles. Quizá sea esa mezcla de normalidad y competitividad máxima que exhibió desde el primer día, esa proximidad sin aspavientos de tribunero, esa profesionalidad, ese hambre de fútbol, sólo de fútbol, sin tonterías. Y todo eso potenciado en esos 11 meses de grave lesión, en los que ha dado una lección para ponerse a punto para una temporada que iba a iniciar con, ojito, 36 años. Todo eso, y sus goles, han convertido a Curto en ídolo. O quizá había algo más, algo que se te escapaba. El gol no llegaba ante el Ibiza y la grada se preguntaba cuándo saldría su ídolo. Y Víctor Curto salió. Quedaba poco más de media hora, de asfixiante media hora en la que el calor apenas dejaba al Murcia crear el fútbol del primer tiempo. Pero el equipo insistió e insistió para encontrar, por una vez, ese penalti en el 90 que tantas veces nos han negado. Entonces el ídolo pidió el balón, ese balón con el que había soñado tantos meses con la rodilla jodida. Sólo podía ser gol, sólo podía ser celebración con su hinchada. Y al celebrar, en esa mirada rabiosa y cómplice con su gente, por fin lo entendiste. Sí, hay algo más que goles. Hay algo más que profesionalidad. Víctor Curto representa mejor que nadie al Murcia, Víctor Curto es el Murcia, ese que se resiste a morir, ese que lucha por ganar hasta el final. Víctor Curto representa esas ganas de jugar, donde sea y contra quien sea, el próximo domingo. De seguir jugando cuando todo está en contra. Víctor Curto es el puto Murcia. Sólo podía ser gol ese penalti, sólo podía ser celebración del ídolo. Sólo podía ser emoción, esa que sentías hace más de 30 años cuando Mohamed Timoumi tocaba un balón en La Condomina de siempre.

Real Murcia: Mackay; José Ruiz, Hugo Álvarez, Charlie Dean, Forniés; Maestre, Corredera (Armando); Alfaro, Dani Aquino, Héber Pena (Josema); Manel (Curto).
Gol: 1-0, Curto (90').

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