De lo imposible


Alejandro Oliva (@beandtuit)

Elche, 3; Real Murcia, 2.
El Elche, el Elche. El Elche, socio. El Elche tocó. Tocó el Elche, y nada más tocar el Elche, justo en el momento del sorteo en el que salió ELCHE, ya conocimos nuestra eliminación, automáticamente. Pero faltaba saber el cómo. Lo dijo mi amigo Antonio Martínez Cárceles esa misma tarde de lunes, rápido y certero, con ese murcianismo catastrofista que sabe tanto de nuestra historia como de nuestro destino. Nos había tocado el Elche, ese imposible, sí, pero esa eliminación al menos tendría un cómo, tendría una historia detrás y ese sería el gran aliciente de nuestra primavera: cómo sería esta vez la eliminación, cómo de jodida, cómo de sencilla, cómo de peleada, cómo de trágica. El Elche era imposible. Eliminar al Elche no podíamos, nunca, jamás. No se puede estar cuatro años seguidos diciendo "ascenso o muerte" y querer eliminar al Elche; no se puede eliminar al Elche en esa agonía; no se puede deslizar ese mensaje en el entorno, vivir en esta fragilidad continua, de vida o muerte, y querer eliminar al Elche. Puedes intentar eliminar al Fuenlabrada en esa agonía, claro, o al Toledo o al Pontevedra, intentar eliminarlos a pesar de estar en la UCI; o incluso a algún filial, pero no al Elche, nunca al Elche, jamás al Elche. Y la verdad es que no puedo explicarte bien por qué. No puedo decirte con seguridad que todo se debe a que su delantero cena tranquilo en una casa de la que sabe que su casero no lo va a echar, mientras que el nuestro cena con varios whatsapp desafiantes de su casero; no puedo decirte con seguridad que sea porque su portero esté pensando en un plan de pensiones del copón y el nuestro amenace con irse al Córdoba en cuanto no cobra una nómina. No es por eso, qué va. Cómo va a ser por eso. Pero sí es por eso, claro que sí. No lo sé, la verdad es que no lo sé. Pero esta debilidad nuestra, esta fragilidad, esta enfermedad crónica que no te deja competir como al resto, es bastante jodida y decisiva sobre el césped. Esta enfermedad es peor aún que la derrota. Este mal nuestro, esta deuda descomunal, amenaza cada balón que tocamos, cada córner en contra, cada balón dividido, hasta el punto de que ni siquiera te garantiza que vayas a subir si consiguieras el milagro de subir. El Elche, el Elche, socio, el Elche tocó; tocó el Elche y ya estábamos eliminados desde el momento del sorteo, pero como dijo Antonio esta eliminación iba a tener un cómo, esta eliminación iba a tener, al menos, una historia; y eso es precioso, eso es sin duda lo más importante: no somos de un equipo para ganar, somos de un equipo para tener historias que compartir. Estábamos eliminados, pero por lo menos no sabíamos cuánto dolería, ni si habría sufrimiento, o incluso lágrimas. Pero la historia, esta vez, fue muy previsible en todo momento, y más desde el gol de churro de Benja en la ida, en ese maldito enorme campo de Churra que tanto nos condena. La historia fue de guionista flojo, cansado de la vida, de guionista de quinta temporada de una mala serie, que intenta hacerte creer por momentos que hay esperanza, pero el final se ve venir desde el principio. No somos peores que el Elche, no fuimos peores, pero nunca dio la sensación de que fuéramos a eliminarlos. Será por nuestra debilidad, por nuestra situación al borde de la muerte, por esta ruina nuestra que siguen gestionando nuevos ricos, o estafadores, o las dos cosas, y que de momento nos permite llegar a mayo siempre, vivos pero muertos, con la cara lavada pero sin duchar, con el viejo traje de las bodas, que aguanta dignamente, de milagro, pero con los zapatos sucios. Y así es imposible. Así, al Elche, imposible.

Pero las semanas de playoff son tan largas que tuvimos tiempo incluso para olvidar todo eso. Durante los días previos a Elche, después de perder con ese gol de churro en el maldito campo de Churra, empezamos a fantasear con ganar en Elche, sí, ganar en Elche, aun sabiendo que era imposible. Fue como cuando pasas un tiempo sin pensar en que todos vamos a morir y hasta se te olvida. Durante la semana, pasamos de lo imposible a lo posible y de la ilusión a la confianza. Fue una de esas semanas en las que, de pronto, los coches llevan una pegatina del Murcia y los camareros son socios del Murcia de toda la vida. Una semana en la que Murcia parece del Murcia. Te cruzas a Dalí, nuestro mítico pintor del barrio, y te cuenta una vieja historia de Guina; te cruzas a los hermanos Moreno por separado, ojo, el mismo día, y los dos te dicen Elche, a secas. Te cruzas a Cobacho padre y te saluda con una mirada, con un guiño cómplice, un arqueo de ojos que significa, que solo puede significar, Elche. Hay miradas que dicen Elche, hay sonrisicas que dicen Elche. ¿No es es eso lo más maravilloso del mundo, amigo? Vas a Sangüi a por huevos, al Sangüi de al lado de la plaza de abastos, y allí está Rosa, y te cuenta su Elche, te cuenta cómo ella tendrá su Elche y cómo será su Elche. Recoges a Martín del cole y te cruzas a Alejandro Campillo y a su eterna sonrisa esperanzada, y le preguntas si Elche, y te contesta Elche, Elche. Elche. Todos teníamos nuestro Elche en la cabeza, nuestra pequeña historia, nuestro pequeño desplazamiento que todo playoff exige, aunque a Elche, saliendo por la mañana temprano, se pueda llegar a pie. En mi Elche, de pronto, revivimos el histórico desplazamiento a Pontevedra, José Carlos, Faustino y Goro, equipo titular de lujo para cualquier viaje, en un inolvidable restaurante de polígono industrial de Albatera, en mitad de una boda de categoría en la Vega Baja. La pequeña gran historia de cada uno de los más de 3.000 murcianistas que había en Elche, más de 3.000 después de un 0-1, más de 3.000 en busca de un imposible, lo que evidencia la madurez de la hinchada, la fortaleza del murcianismo en el momento de mayor ruina del club. El ambiente en Elche era de fútbol, de fútbol auténtico, y en este caso auténtico no es una palabra añadida y vacía: era ambiente de fútbol de dos equipos con historia y con historias, no de engendros ni de inventos, ni de filiales, ni de jeques, ni de mierdas. Fútbol sin adulterar, fútbol entre equipos que recogen la esencia de un pueblo detrás de su escudo. Los aledaños y la grada, en esos diez minutos previos, culminaban la sensación de toda la semana: qué cojones, es imposible, pero vamos a ganar en Elche. Después comenzó el partido, que fue un poco como un reflejo de toda la temporada. Empezamos mal, llegamos tarde, y cuando nos quisimos meter en la batalla, cuando quisimos competir, ya no daba tiempo a nada. Era imposible, y lo sabíamos justo desde aquella tarde del sorteo. No llegamos a estar a tiro de un gol para clasificarnos, no hubo casi sufrimiento, ni lágrimas, ni decepción, ni apenas reproches al abandonar el estadio. Al salir del Martínez Valero entramos a mear al primer bar que vimos y le preguntamos a Martín si quería merendar algo. Un pastel de carne, nos dijo, pero con una sonrisa le explicamos que en Elche no hay pasteles, que eso es algo nuestro, que no se hacen fuera de Murcia, y al final pidió un batido de chocolate, aunque no del todo convencido. Alcanzamos por fin el coche y nos metimos en un atasco monumental para salir de Elche, con música de fondo en la radio, intentando no pensar demasiado en que todo esto se había acabado, en el terrorífico mes de junio que nos espera. Al entrar en Murcia, le preguntamos a Martín si quería un pastel de carne para ver la final de la Champions, y paré el coche en la esquina de Maite para que su madre se lo comprara. Y no sé por qué fue ahí, justo en ese momento, en el silencio del coche parado, cuando por fin se me hizo el nudo en la garganta. Elche era imposible, pero cómo duele esta losa que llevamos encima, este vivir al borde de la muerte. Ahí estaba el nudo, el cabrón, que no podía dejar de salir. El nudo en la garganta de cada final de temporada por no saber si el Murcia volverá a jugar, la opresión en el pecho, las ganas de llorar. Pero entonces miré por el retrovisor y vi la cara de Martín, mirándome con una de esas sonrisas capaces de deshacer todos los nudos del mundo. La sonrisa del que acaba de vivir su primer Elche, la sonrisa del que espera ilusionado, después de un pastel de carne, todas las historias que nos quedan por compartir.

Real Murcia: Biel Ribas, Orfila, Charlie Dean, Molo, Fornies; Mateos (Pedro Martín, 62’); Santi Jara, Armando, Pallardó (Carlos Martínez, 52’), Elady (Carnicer, 62’); Chrisantus.
Goles: Dos, sorprendentemente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario