Real Murcia, 1; Algeciras, 1.
En toda pretemporada que se precie hay dos cosas que conviene no dejar de hacer nunca, aunque sólo sea una vez cada pretemporada: ver un partido de tu equipo in situ e ir al cine de verano, o cine de pretemporada, como lo llamamos los hinchas. Ir a ver a tu equipo al campo, además de servir para familiarizarte con los 35 nuevos jugadores de cada año, es siempre una inyección de esperanza, que te llena de futuro, de ganas del nuevo curso; ver a tu equipo de nuevo, después de tantas semanas, es algo que siempre, aunque te metan cinco, te deja buenas sensaciones, siempre ilusiona y que de alguna manera te proyecta a un futuro feliz en junio. El cine de verano, en cambio, te traslada al pasado, es como un viaje nostálgico a nuestras raíces, al niño que fuimos; como un viaje mágico que va del bocadillo de tortilla que tu abuela te preparaba a ti al bocadillo de tortilla que tu madre le prepara a tu hijo. Ir al cine de verano es como volver a las gradas de un viejo estadio, con sus butacas rotas, el suelo lleno de pipas y olores que te devuelven al siglo XX. Así que, un par de días antes de empezar la liga, quizá apurando demasiado este verano, coges a Martín y te metes a ver la cuarta entrega de Toy Story, ese Quijote contemporáneo que nos sacude cada cierto tiempo escondido en su traje de cuento infantil. Y no es buen lugar el cine de verano para que te sacudan la conciencia, pero los putos juguetes lo han vuelto a hacer. Ya nos habían hablado antes del ser (o no ser), de la identidad, del sentido (o el sinsentido) de la vida, y de lo trascendental que resulta en la vida el sentirse querido (o abandonado), pero en esta ocasión, además de recordarnos todo eso, nos plantean la figura del juguete perdido, del juguete que queda desahuciado y sin hogar, oficialmente con la etiqueta de ‘perdido’. ¿Pero quién está realmente perdido?, nos preguntan, putos jugueticos. ¿No lo estamos, o lo estaremos en algún momento, todos? ¿No estarán perdidos, sobre todo, los que no saben dónde hay que perderse, los que se resisten a perderse y se agarran a un mundo que ya no es el suyo? No encontraremos respuestas fáciles en el cine, como tiene que ser, y saldremos felizmente destrozados. Y piensas que menuda manera de terminar la pretemporada, con más preguntas y menos respuestas, entre las migajas del bocadillo de tortilla que te preparaba tu abuela y alguna lágrima que intentas esconder para que el chiquillo siga viviendo durante un tiempo en un cuento infantil.
Se plantaba el Algeciras en Nueva Condomina tan sólo dos meses después de haberse cargado en tres rondas de playoff al Hospitalet, al Jaén y al Socuéllamos, en una última eliminatoria en la que le endosó un global de 1-7. Al Socuéllamos, socio, al Socuéllamos (91 puntos, 3 derrotas, líder con 16 puntos de ventaja en su grupo de Tercera). Se plantaba el Algeciras con el bloque (el mismo entrenador y nueve de los jugadores) que arrasó a media España y al Socuéllamos hace tan sólo unas semanas, y con ello sabíamos que el primer partido en casa era casi imposible para este Murcia actual. No hay nada más peligroso que un recién ascendido a principio de temporada, aunque algunos, incluso con pelos en los huevos y en la espalda, sigan sin saberlo. No lo saben, no, y aunque Osasuna le empate al Barça, el Granada se mee en el Espanyol o el Fuenlabrada se pasee por Segunda A con el mismo equipo que en Segunda B, seguirán sin saberlo. Sabíamos del peligro del Algeciras, sabíamos de su hazaña contra el Socuéllamos (el Socuéllamos, socio), pero la realidad fue aún más aterradora. El Algeciras, sobre todo en una primera parte memorable, superó por completo al nuevo Murcia de Adrián Hernández. Y a nadie debe extrañar que este Murcia, un club que intenta salir de la UCI desde hace más de una década, que no sabe bien si llegará más allá del 31 de diciembre, y que cambia por completo su plantilla cada verano (incluso cada invierno), sea hoy en día un equipo que apenas puede competir con el Algeciras. El Murcia necesita tiempo y paciencia. Y tiempo no es un mes, sino un año; y paciencia no son unos cuantos partidos, sino una temporada. O una vuelta, al menos. La afición, que ha respondido en número con una lealtad brutal, se debate confusa entre los primeros pitos o aceptar el significado de la palabra paciencia; entre creer que el Murcia está perdido en Segunda B, fuera de su lugar, y que debe regresar a sus éxitos deportivos del pasado, o confiar en un nuevo camino para ser algo diferente, algo más humilde, al menos a corto plazo. El Murcia lucha por su identidad y por su lugar, y parece estar perdido. ¿Pero quién está realmente perdido? ¿No estarán perdidos, sobre todo, los que no saben dónde hay que perderse, los que se resisten a perderse y se agarran a un mundo que ya no es el suyo? Y saliendo de Nueva Condomina te acuerdas del cine de pretemporada, de los putos jugueticos, de la mirada de Woody cuando por fin se da cuenta de que, a veces, el único camino para encontrarse es perderse. El Murcia de Adrián sólo está dando sus primeros pasos de un camino que será muy jodido, pero que de momento es el único camino posible. El camino del tiempo y la paciencia. El camino para seguir viviendo pretemporadas que se precien, en las que podamos ver a nuestro equipo in situ, al menos una vez; el camino para regresar al cine de verano a esconder nuestras lágrimas entre las migajas del bocadillo de tortilla que tu abuela te preparaba.
Real Murcia: Tanis, Álvaro, Edu Luna, Julio Algar, Kevin; Armando, Juanma (Curto, min. 76); Josema (Peque, 57'), Alberto (Manolo, 57'), Iván Pérez; Chumbi.
Gol: Chumbi
No hay comentarios:
Publicar un comentario