El jefe de mantenimiento, Antonio, arregló ayer contra todo y contra todos el cargador de una cámara de fotos que quería morirse, en un duelo que queda ya para la historia. La cámara impuso su ley desde el primer minuto: no cargaba, y no cargaba, y no cargaba. Cuando determinados mecanismos se empeñan en la muerte, es prácticamente imposible doblar su voluntad. Sólo se puede esperar que el partido acabe pronto, pero Antonio quiso luchar. Lo saqué de otros mil líos, le convoqué para este partido casi abusando de su confianza, y una vez vestido de corto iba a darlo todo. El problema es que había en este caso una tozudez incluso radical en ese cargador: un suicidio de circuitos, ya no quiero seguir vivo, ya no quiero ayudarte a que cargues esa cámara, déjame fallecer y déjame por tanto ganar el partido con mi muerte, déjame que esta vez los robots venzan a los humanos. Yo me rendí muy pronto, desde luego, y di por muerto a ese cargador ya desde el inicio. Pero Antonio, el jefe de mantenimiento, se mantuvo, y representó a la humanidad con la dignidad de un héroe griego.
Intentarlo cinco minutos y desistir va conmigo, pero no con Antonio. Yo le decía: déjalo, hay que saber perder, y Antonio sólo callaba por fuera, mientras que por dentro seguramente me despreciaba. Antonio se aferró. Antonio invadió mi espacio personal sin miramientos, llenó mi mesa de cachibaches, se tomó todo aquello como una cuestión personal de la que dependía mucho o incluso todo en nuestras vidas. Desperdigados por todas partes había medidores de electricidad de colorines, herramientas inventadas en 2018 y otros utensilios indescifrables para todos los ajenos al mantenimiento: realmente había que arriesgarlo todo para conseguir lo imposible. Cuánto tiempo le dedicaste a ese cargador, Antonio, incluso percibiendo que yo ya lo daba todo por perdido y que ni siquiera miraba el partido. ¿40 minutos? ¿50? Cuántos experimentos hiciste para comprobar científicamente dónde estaba el problema, si en la batería, si en el cable, si en la conexión USB. No quiero ensalzar solamente la determinación: hubo coraje pero también hubo delicadeza, porque sólo con voluntad no era posible ganar ese partido. Ese cargador quería morirse y efectivamente se murió, así que para traerlo del más allá de los cargadores se necesitaban muchas cosas: Antonio las puso todas. Ya la derrota habría sido digna, pero la victoria fue gloriosa. En los últimos minutos del partido, cuando ya todo el público se había ido a casa masticando la derrota, Antonio anunció muy bajito, sin darse importancia, que el cargador estaba arreglado. Qué sorpresa debió sentir ese cargador cuando viese a Antonio en el cielo de los cargadores, un humano loco dispuesto a rescatarlo de allí. Qué absoluta perplejidad. Antonio no subrayó su mérito en absoluto, y tampoco afeó mi rendición instantánea. Ni siquiera detalló dónde había estado el problema, o qué tecla había tocado para la resurrección. Simplemente informó de que ese aparato volvía a estar operativo, y que seguía en plantilla. Antonio no iba a dejar atrás a uno de sus aparatos así como así, y efectivamente lo dejó adelante, al fin y al cabo. "Eres el Mozart del mantenimiento", le dije, pero Antonio no respondió, porque no tiene tiempo para tonterías así. Simplemente salió de aquella habitación y se dirigió a su próximo partido. Le convocan a menudo: siempre hay algo que mantener, contra todo y contra todos.
Goles: 1-0 (Cargador, 1'); 1-1 (Antonio, 90'); 1-2 (Antonio, 92').
No hay comentarios:
Publicar un comentario