LM Valero
No sé qué esperábamos exactamente de 1990, si es que llegamos a esperar algo. Supongo que esperábamos mejorar, a palo seco. El Murcia efectivamente mejoró, porque ese año se trajo de Peñarol a un uruguayo de 22 años, lo puso delante de la defensa y por allí no pasó nadie durante tres años. Desde 1990 hasta 1993, Carlos Gabriel Correa Viana se aseguró de que no ocurriera gran cosa en su jurisdicción, dispérsense, no hay nada que ver aquí. "Qué tres metros tenía", recuerda mi padre. "Te encimaba, te comía hasta que te la quitaba". Pero hacía unas cuantas cosas más. En el mismo club que hoy se afana por renovar a delanteros que meten cuatro o cinco goles en una temporada, Gabi Correa anotó siete tantos como mediocentro defensivo, en la 92/93. Para esta entrevista habíamos quedado a las 6 de la tarde, pero cinco minutos antes Gabi ya estaba allí. Él llegaba antes que el resto dentro de un terreno de juego, y parece que sigue haciendo lo mismo fuera. Iba en pantalón corto, con camiseta, y se le veía fresco, no excesivamente golpeado por el calor criminal de Murcia. Fuimos al Bar Ficciones, y allí se pidió sin demasiadas dudas un granizado de limón.
Naces en 1968. ¿Cómo es la infancia de un niño aficionado al fútbol en la Uruguay de los 70?
Naces en 1968. ¿Cómo es la infancia de un niño aficionado al fútbol en la Uruguay de los 70?
En Uruguay el fútbol te acompaña desde que naces. En los primeros años de vida ya estás rodeado de un entorno de mucho sentimiento por este deporte, y de mucha exigencia. Te vas haciendo futbolista desde muy pequeño, porque asimilas mucha información, lo escuchas y observas todo, te empapas de ese sentimiento a través de tus padres, tus abuelos, tus amigos, tus tíos... Por ejemplo, si están televisando un partido de la selección, de Peñarol o de Nacional y eres un niño, ya te das cuenta de que tus abuelos o tus padres demuestran sentimiento y fanatismo. El hecho de ser competitivo nos viene desde muy temprana edad. Lo vamos mamando poco a poco.
¿Allí el fútbol lo impregna todo?
Sí. El fútbol está en todos sitios. Está en tu casa, en la calle, en el colegio. Allí son comunes las reuniones familiares para ver un partido. El fútbol es la excusa para reunirse, el vínculo, y en esas reuniones están todos pendientes del fútbol, tanto los hombres como las mujeres. En cuanto a fanatismo, las mujeres no se quedan tan atrás como uno pudiera pensar. Es verdad que ahora hay más distracciones, más tecnología, más diversiones, pero en Uruguay se mantiene la pasión por el fútbol. Cualquier español que estuviera en Uruguay y presenciara un partido de niños de cinco o seis años vería un nivel de exigencia al que no está acostumbrado. El entorno familiar te presiona para que seas el mejor, y eso se transmite antes, durante y después del partido. Aunque seas niño, el entorno te exige que seas competitivo.
Hay más hambre
Todos te exigen que seas ganador, que metas el pie, que seas más agresivo, que asumas más responsabilidades, y eso te va formando. Durante el partido escuchas a tus padres y a tus abuelos gritando: "¡Hay que meter, hay que pelear, hay que trabajar!". Van forjando tu carácter. Por eso cuando Uruguay llega a un Mundial, disimula mucho mejor sus carencias y son muy competitivos: porque nos educan así desde pequeños. Ves que tu abuela es igual, que tu madre es igual, tu hermana es igual. Son todos así. Quieras o no, al final te haces ganador. Además, si no te haces ganador, al final del partido se ríen de ti, y llega tu padre y te echa la bronca por no haber dado la talla, y eso un partido tras otro. Somos jugadores con mucha garra y mucho sentimiento. Yo era muy tímido cuando empecé en el 'baby fútbol', que es como el actual fútbol-7, y me costó mucho por esa timidez. Pero a partir de los seis o siete años cogí una seguridad y una confianza que hizo que me fuera soltando.
¿Influyen las circunstancias económicas para estimular esa afición?
Sí. Uruguay es un país con pocos recursos económicos, yo mismo vengo de una familia humilde, trabajadora. En mi época no teníamos todo lo que se tiene ahora, y nuestra mayor alegría era el balón, buscar la manera de conseguir un balón para juntarnos los hermanos, los primos, los vecinos, los amigos del barrio. Desde los cinco o seis años ya salíamos a competir con otros barrios, y eso sigue pasando allí. Precisamente por eso hemos dado siempre tantos futbolistas y de tanto nivel, con una población que no llega a los 4 millones de habitantes. Hay una formación muy inicial, desde muy pequeño y muy inculcada por el entorno, y eso hace que salgan muchos futbolistas.
Cuando ahora ves a tantos niños rodeados de tecnologías: ¿Crees que los tiempos han empeorado?
Son otros tiempos, pero en Sudamérica seguimos sin tener las posibilidades que se tienen en Europa. Allí hay que hacer muchos sacrificios para tener algunas comodidades. Es verdad que la juventud en Europa se ha vuelto demasiado cómoda. Tienen el fútbol como un hobby, no como un trampolín y como una opción seria para alcanzar dinero, prestigio o reconocimiento. En Uruguay, la posibilidad de convertirte en futbolista para prosperar sigue siendo prioritaria. Sabes que si te haces futbolista, puedes ganarte la vida y ayudar a tu familia.
¿Crees que los españoles tenemos una idea clara de lo que es Uruguay?
Los españoles desconocen Uruguay. Sí tienen la referencia de que el uruguayo es competitivo y ganador, pero hay algo mucho más profundo, y es que se te forma como deportista desde muy temprana edad. Para conocer realmente Uruguay hay que estar allí, comprender las limitaciones económicas que existen, las carencias de los clubes, la pobreza que viven muchos niños que intentan ser futbolistas.
¿Cómo le explicarías a un español la diferencia futbolística entre Uruguay y Argentina?
Siempre nos han intentado igualar. Habrá gente que pueda pensar que Argentina ha estado por encima de Uruguay en términos de carácter, pero yo creo que no. La formación del jugador argentino es similar a la nuestra, pero la uruguaya es más exigente. La formación del carácter en Uruguay es más contundente, más agresiva que la argentina. Creo que estamos por encima de ellos.
¿Nunca te planteaste regresar a Uruguay a vivir?
No. Pensaba en regresar a Uruguay cuando llegué a España, en 1990, pero con el paso del tiempo ves que volver allí sería retroceder. Además, ha ido a peor, con muchos problemas económicos y de delincuencia, mientras que en España se vive muy bien, es un país tranquilo y con mucha calidad de vida. Mis hijos nacieron en España y ya me empecé a plantear las cosas de otra manera. Mantengo un contacto permanente con la familia que tengo en Uruguay, y me decían que había muchos problemas allí, que no era aconsejable que volviera. En los últimos años de mi carrera debatí con mi mujer la ciudad de España donde queríamos vivir, y decidimos que era Murcia. Hemos acertado, no me arrepiento.
¿Vestir la camiseta de Uruguay es el mejor recuerdo de tu carrera?
Sí. Empecé mi etapa en las categorías inferiores de la selección en 1985, con un campeonato sudamericano sub-18 en Paraguay. Tenía 16 años y era el jugador de menos edad de todo el grupo. Después jugué el sudamericano sub-18 de Colombia de 1987. Fuimos cuartos y completé un gran torneo. Tabárez se convirtió en seleccionador absoluto y dio continuidad a buena parte de ese equipo, así que a finales de 1988 llegué a la selección absoluta, y coincidí con Francescoli y Rubén Sosa. En 1989 jugamos la final de la Copa América de Brasil, precisamente contra los anfitriones, la Brasil de Romario y Bebeto. Perdimos 1-0. Habíamos eliminado en semifinales a la Argentina de Maradona.
¿Qué recuerdo tienes de Francescoli?
Mucha gente me pregunta por él, pero Francescoli fue un jugador muy criticado en Uruguay. A día de hoy sigue siendo un jugador muy reconocido en River Plate, donde dio su máximo nivel, pero en la selección nacional nunca marcó diferencias. A pesar de ser un jugador importante, nunca estuvo a la altura que se esperaba de él. Si me das a elegir entre Francescoli y Rubén Sosa, elijo a Rubén Sosa. Cuando coincidí con Sosa, estaba en su apogeo, con 22 o 23 años. Estaba a un nivel altísimo, e hizo cosas muy importantes. Era muy desequilibrante. Ahí está su trayectoria, con muchos goles en Zaragoza, Lazio o Inter de Milán.
Jugaste el Mundial de Italia 90, con un 0-0 en el partido inaugural contra España en el que sales en la segunda parte y en que precisamente Rubén Sosa tira fuera un penalti
Me acuerdo mucho de ese penalti, quién sabe qué hubiera pasado si llega a entrar. Merecimos ganar, fuimos superiores, y el partido inaugural marca mucho la trayectoria en el Mundial. Si no ganas ese primer partido, ya vas en deuda. A continuación perdimos contra Bélgica, y finalmente ganamos a Corea del Sur y logramos clasificarnos para octavos, pero nos eliminó Italia. A veces he comentado con ex compañeros que nos pasó factura la excesiva preparación para el Mundial. Fue una preparación tremenda en cuanto a partidos amistosos: ganamos en Londres a Inglaterra, empatamos en Alemania, empatamos en Italia... Fue demasiado desgaste mental, porque además de jugar contra esos rivales, llegamos a Italia un mes antes de la competición. Eso generó un desgaste psicológico y físico, y pasó factura.
Explícale a un murciano de 20 años cómo jugaba Gabi Correa
Yo era un 5, un perfil tipo Casemiro, el centrocampista por delante de la defensa de Uruguay de toda la vida. Me gustaba robar el balón y jugarlo rápido, aunque también tenía llegada al área. Era muy contundente en la marca, y técnicamente iba bien. Tenía la virtud de ser muy agresivo en la presión, y con mucho recorrido físico. De vez en cuando me decían que era leñero, pero no. Alguna patada habré dado, pero yo era más bien contundente en la presión, y a veces había contacto con el rival. Yo era el que sostenía esa línea del centro del campo, por delante de una línea de cuatro defensas. En mi etapa juvenil era un jugador mucho más llegador de lo que luego fui en Europa. Los entrenadores comenzaron a fijar mi posición.
¿En qué jugador de tu generación te fijabas más?
En Fernando Redondo. Era un jugador de recorrido, con mucha técnica y muy bueno defensivamente. Fuimos rivales en juveniles, en el sudamericano de Colombia de 1987. Me fijaba mucho en el aspecto táctico de los jugadores. En Uruguay aprendí mucho de jugadores mayores que yo que no eran importantes, pero sí brillantes a nivel táctico. Me gustaba mucho fijarme en cómo cerraban cuando un central caía a banda, en cómo hacían las coberturas, en cuándo decidían entrarle a un rival y cuándo aguantar la posición... Eso me enseñó mucho.
El puesto de mediocentro no debe ser fácil
El que trabaja mucho esa posición tal y como se hacía antes es el Cholo Simeone. A los dos medios les obliga a juntarse mucho, en la línea de cuatro. Uno de los dos siempre está ahí, y si son los dos, mejor. Creo que el Cholo tiene muchas cosas de la vieja escuela. A nivel táctico, antes se trabajaba mejor que ahora. Todo era más ordenado, se sabía cuándo hacer una falta, y cuándo no. Uno de los problemas que hay en el fútbol europeo y español es la falta de tiempo para la formación del chaval. ¿Somos honestos de verdad con los chavales? Mucha gente se queda en el camino por falta de formación. Cuando vas al colegio, si no tienes una buena maestra, lo mismo no llegas más arriba, y en el fútbol pasa algo parecido. Muchas veces, los chavales se encuentran con limitaciones y un techo que no pueden superar por falta de formación, y la culpa la tenemos los entrenadores.
¿Qué es lo que no les enseñan?
No les enseñan a cerrar, a despejar bien, a manejar las dos piernas, a bascular, a defender correctamente... El fútbol moderno es muy bonito, todo está muy bien organizado, pero hay cosas menos bonitas que deberían seguir trabajándose, porque son fundamentales para la formación del futbolista. Si no manejas esos conceptos, te terminas quedando por el camino. Nos estamos limitando mucho a hacer lo que está planificado, y ya está. Decimos: bueno, hoy toca hacer esto en el entrenamiento, pero en ese entrenamiento pasan muchas cosas que el entrenador no puede dejar pasar. Debes corregir constantemente, porque si no corriges en etapas de formación, a lo mejor el chaval va a ir cumpliendo años y se va a chocar contra un techo. En categorías más exigentes habrá un entrenador que terminará por no contar con él porque no sabe cerrar, o no maneja conceptos tácticos básicos que deberían haberle enseñado antes. El jugador se desanima, le dan la baja, se va a otro sitio... y no llega a ser futbolista, cuando a lo mejor tiene las condiciones para ello. Muchos jugadores se quedan por el camino por la falta de preparación de los entrenadores de fútbol base.
¿Llevabas bien las previas de los partidos?
Uno de los problemas que tuve en mis últimos años de carrera es que no podía dormir el día de antes del partido. Yo le daba muchas vueltas a la cabeza, antes de jugar. Imaginaba todo lo que podía pasar, pensaba en el rival, en cómo podría salir el partido. Y eso hacía que no pudiera coger el sueño y llegara con mucha fatiga a los partidos. Llegué a tomar relajantes y a cambiar la alimentación, pero aun así me siguió costando dormir.
El portero le da el balón al central, y el central se lo da al lateral. ¿Qué haría un equipo tuyo a partir de ahí?
Mi idea es jugar bien al fútbol, pero jugar bien al fútbol no quiere decir que uno deba jugar obligatoriamente a ras de suelo. Debes tener variantes y alternativas para superar al rival. Como entrenador, siempre marco ejercicios para automatizar que mis jugadores jueguen bien al fútbol. A partir de ahí, habrá momentos en los que tengas más oposición y otros en los que tengas menos. Con poca oposición, se puede circular el balón, pero cuando tienes una oposición real enfrente, debes buscar otras opciones para ganar metros y que el rival no te robe la pelota en zonas peligrosas. Ahora está de moda que los centrales se pongan al lado del portero a sacar el balón jugado, con el pivote al borde del área. Muchos equipos no tienen calidad técnica para hacer eso y lo intentan igual. No estoy de acuerdo. Si no tienes nivel para ese juego, hay que buscar otro tipo de fútbol, sin perder la esencia. Te tienes que adaptar a lo que tienes. Puedes partir de una idea de fútbol combinativo, pero a lo mejor no tienes los jugadores para ello, y el rival enfrente puede impedirte ese tipo de juego. Así que tienes que amoldarte.
¿Crees que ahora se vende mucho más humo en el fútbol que en tu época?
Mucho más. En Uruguay decimos que ahora hay mucho más 'color'. Las redes sociales, el marketing, todos esos vídeos preparados, las planificaciones tan bonitas, ejercicios muy modernos de los entrenadores... Ahora hay mucha labia. A la gente que tiene mucha labia me gustaría verla trabajar en el campo. Me gustaría decirles: ven, vamos al campo, a ver si aprecias los errores que comete el equipo, a ver si los corriges... A priori todo es muy bonito, es gente que se expresa muy bien, pero luego está la realidad, la competición, que es muy diferente. Ahí ya no vale vender humo ni tener labia.
¿Cómo recuerdas tu llegada a Murcia para la temporada 90/91, la del frustrado ascenso contra el Deportivo y el Zaragoza?
Mi primera impresión de la ciudad fue que hacía muchísimo calor. Llegué en julio, y la ciudad me encantó. Me pareció pequeña, mucho más pequeña que ahora. No existía La Flota, Ronda Sur, muchas zonas que hay ahora. Comencé a vivir en el barrio del Carmen, junto a la iglesia. Cruzaba todos los días andando el puente de hierro para entrenar en La Condomina. No había nadie en la ciudad. Entonces eran veraneos de dos meses, la gente se iba en julio a la playa y no volvía hasta septiembre. Pasé mal el calor, pero me encantó la tranquilidad y la limpieza de la ciudad. No me pareció agobiante. Pasados los años, noto que la ciudad ha mejorado y ha crecido.
¿Por dónde solías moverte en Murcia, y con quién?
Solíamos ir a un bar llamado El Cornijal, en Ronda de Levante. También era sagrado tomarse la cerveza en el Romero, después de los entrenamientos en La Condomina. En mi pandilla iba con Juan Ramón Comas, Aquino, Eraña, Juanito, Manolo Zambrano... Éramos cinco o seis que nos juntábamos después de los partidos y a dar alguna vuelta por ahí.
¿Cómo recuerdas La Condomina?
Recuerdo especialmente la promoción de ascenso de esa temporada 90/91 contra el Zaragoza, en la que el campo estaba a reventar. No he visto nunca La Condomina así. Durante la temporada venía casi siempre la misma gente: entre 5.000 y 8.000 personas. Esos no faltaban nunca. Pero el día del Zaragoza habría 12.000 personas o más, y se notaba una presión tremenda. Daba gusto jugar así. Empatamos a cero, pero merecimos ganar al menos 1-0. Y en el partido de vuelta en Zaragoza nos pasaron por encima, porque tenían un gran equipo.
Llegamos a esa promoción ya de capa caída, tras la derrota en La Coruña
Fue culpa nuestra. Perdimos en Elche y en Las Palmas antes de ir a La Coruña. En la recta final sólo le ganamos al Bilbao Athletic en la penúltima jornada. Quizás el entrenador, Felipe Mesones, tuvo parte de responsabilidad por no gestionar mejor el vestuario, pero la gran responsabilidad fue de los jugadores. La primera vuelta fue tan impresionante y con tanta diferencia respecto a los demás equipos, que nos relajamos. Nos dejamos ir. Y a veces, cuando te dejas ir, ya no puedes recuperar el nivel de antes y reengancharte.
En la 91/92 también hubo sabor amargo, por el descenso a Segunda B en los despachos
Esa temporada estuve fatal del pubis. Lo que más me afectaba era el descanso de los partidos, porque me enfriaba y me costaba muchísimo arrancar las segundas partes. Cuando terminaba los partidos, me iba a mi casa y no podía casi ni andar. Me sentaba en el sofá y no podía levantarme. Lo que pasa es que estábamos en plena competición, nos jugábamos la permanencia y forcé la máquina. Sólo cogí el ritmo al final de temporada. Fue un año complicado: comenzó de entrenador Fernando Morena, y luego vinieron Naya y Peiró. Hubo miles de problemas de todo tipo. Salvamos la permanencia en el campo pero nos descendieron por motivos burocráticos. Yo quería salir a otro equipo pero me quedaba un año más de contrato y el presidente, Juan Garrido, no me dejó irme. Me quedé en Segunda B, pero teníamos un equipazo, y en esa 92/93 ascendimos en la liguilla contra Barakaldo, Getafe y Granada.
Acaba tu etapa en el Murcia y te vas al Valladolid, en Primera
No me fue bien deportivamente, y además no me adapté a la ciudad. Valladolid era lo contrario a Murcia. También influyó que estuve muy condicionado por las lesiones ese año, con problemas de rector anterior. Estaba muy desanimado, y lo pasé mal, a pesar de que era Primera División. Echaron muy pronto a Felipe Mesones, que era el entrenador, y lo sustituyó Moré. Contaba conmigo pero no podía jugar por las lesiones, y nunca cogí la forma. Nos salvamos en la promoción de permanencia contra el Toledo, pero después no contaron conmigo y me fui al Mérida, que fue el equipo que se interesó por mí.
¿Cómo fueron esos años en Mérida?
Al principio tenía dudas. Era una ciudad más pequeña que Murcia, no tenía claro dónde me estaba metiendo. Y resulta que en esas cuatro temporadas tuve la suerte de vivir la mejor época de la historia del Mérida. La primera temporada subimos a Primera, la siguiente bajamos a Segunda, después volvimos a subir a Primera y la cuarta y última temporada volvimos a bajar. El primer ascenso fue con Kresic, y el segundo con Jorge D'Alessandro. Una de nuestras figuras era Quique Martín, y también Sinval. No me arrepiento de haber dado ese paso, porque además hice amigos para toda la vida. Se vive bien en Mérida. Es una ciudad para tener familia, para estar casado. Si estás soltero es un poco pequeño.
¿Crees que hemos bajado todos el listón de exigencia con el Murcia?
Sin duda. He ido a Nueva Condomina muchos partidos, y he comprobado cómo ha desaparecido la exigencia. Antes la gente era mucho más exigente con el futbolista. Antes, el jugador hacía un mal partido, le cambiaban, y la gente le silbaba. No sé si eso era bueno para el futbolista, pero la gente transmitía un cierto malestar, transmitía que no le daba igual lo que pasara. Ahora el jugador se acomoda, porque no le exigen demasiado. Primero tiene que haber gente dentro del club que te apriete, y te apriete de verdad, porque te está pagando, tienes un contrato y debes dar el máximo. Yo he visto a este Murcia de los últimos años renovar a gente que no ha jugado. Aquí se ha renovado a jugadores con un nivel medio o medio-bajo. Hombre, para renovar tienes que haber dado un año o dos años muy buenos. Ahora se renueva muy fácil.
Y no se puede exigir a todos lo mismo
Cuanto más ganas, más te tienen que exigir. Se ha dejado de lado la exigencia en relación al contrato. Si yo gano diez y tú ganas cincuenta, tenemos que rendir los dos, pero tú un poco más.
¿Te parece que el entorno aprieta al equipo?
Ya muy poco. Por ejemplo, la prensa. Yo a veces he hablado con futbolistas del Murcia y les he preguntado: díganme, ¿Ustedes se sienten presionados aquí? Pero si La Verdad no dice nada... Pero si La Opinión no dice nada... Tú vas a Sevilla u otras ciudades, y allí sí que te aprietan, y se te echan encima si no rindes. ¿Pero en Murcia? En el Murcia ya no hay exigencia ni presión, ni de parte de los medios, ni de parte interna del club, ni de parte de la afición. Debería ser un club con presión importante para ascender. Yo he ido a muchos partidos, he visto que el equipo jugaba fatal y no pasaba nada. Es necesario que los propios jugadores sientan que cuando no dan el nivel, la gente les aprieta, porque están en el Real Murcia.
El anterior director deportivo del Murcia, Pedro Cordero, dijo en su despedida una frase que me resultó curiosa: "En cuanto le das excusas a un futbolista, suelta el pie del acelerador"
Así es. Te acomodas rápidamente, en el fútbol y en la vida. Lo difícil es mantener lo otro: apretar, currar todo el rato. Por eso es tan importante estar encima, para que no baje el nivel.
¿Crees que te faltó suerte para estabilizarte en Primera?
No tuve suerte, pero a veces eso va unido a factores que se te escapan, como las lesiones o el tener la confianza del entrenador. En Mérida jugué bastante y a buen nivel, pero el equipo descendió. A veces me he preguntado qué hubiera pasado si el Murcia hubiera subido a Primera en esa temporada 90/91, con 22 años y sintiéndome muy fuerte. Pero eso nunca lo sabré.
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