Oliva B (@beandtuit)
De pronto suena en la tele la voz de
Carlos Martínez, ese tonillo inconfundible, diez minutos antes de un buen
partido de Primera, cerveza de domingo noche en mano, y entonces, justo al
escuchar esa voz, empiezas a bajar el volumen de la tele discretamente. Muy poco
a poco, como disimulando, silbando incluso, suena el tonillo inconfundible
de Carlos Martínez y bajas el volumen del 14, al que probablemente esté, al 13
y al 12, y luego al 11 y al 10 y paras un poco, y silbas y haces una pausa, y alguna pregunta tonta a Martín, para despistarlo, para que no se entere; y bajas
al 9, al 8, al 7 y haces otra pequeña pausa, que no se note mucho lo que estás
haciendo, y bajas al 6, al 5, al 4 e incluso al 3, y ahí lo dejas, que no se
note ahora al final, después de una faena tan redonda, ahí se puede quedar, en
el 3, ese tonillo, muy de fondo ahora, el de Carlos Martínez, inconfundible
pero ya casi irreconocible, que se oiga sin oírlo apenas, que la voz de Carlos
Martínez suene en la tele al empezar el partido como un rumor lejano casi
ininteligible, porque si hay algo que no aguantas ahora cuando empiezas a ver
un partido de la Liga es la voz de Carlos Martínez, la insoportable voz de
Carlos Martínez, recordándote que la pequeña o gran historia de ese partido ya
no te la va a contar Michael Robinson. Que el partido lo comentara
Robinson ha sido motivo suficiente para no terminar de irte del fútbol de
Primera en la última década, del que os han ido echando a patadas, porque su
voz siempre ha huido de toda la tontería que rodea al fútbol, su discurso se
mantuvo fiel al juego. Y eso que él llegó justo cuando la tontería se
empezó a hacer fuerte, a principios de los 90, eso que él ha estado rodeado de
tontería, sobre todo en aquellos primeros años. Robinson ha sido como un
intruso en ese mundillo, mientras crecía ese monstruo que llamamos fútbol moderno
(odio eterno), los equipos se convertían en sucursales árabes y los hinchas
veían cómo las empresas, las televisiones, los intermediarios y los charlatanes
les robaban poco a poco su juego, a veces incluso sin darse cuenta. Robin, sin
embargo, se mantuvo fiel al espíritu del fútbol que conoció, primero como
hincha y luego como futbolista, y así trató de contarlo, aportando justo lo que
el espectador de sofá pide al exfutbolista, sabiduría sin pretenciosidad, cercanía,
elegancia, humor y, sobre todo, un profundo respeto a todos los equipos, a
todos los futbolistas y a todas las aficiones. Pero, más allá de que te contaba
los partidos como nadie, bajas el volumen de la tele porque Michael Robinson
forma parte de tu vida. No aguantas la insoportable voz de Carlos Martínez
porque Michael era como el tío lejano más cercano que todos tenemos, ese tío
que te da la vida cada vez que lo ves, siempre menos de lo que querrías, y con
el que terminas tomándote mil en todas las bodas. Su voz ha recorrido tu vida:
el Mundial 90 (el Mundial de tu vida), el partido del plus de las siete y
media, cuando aún no habían destrozado los horarios, el Día Después, el partido
del plus cuando ya habían destrozado los horarios. Allí ha estado siempre. Recuerdas
un Oviedo-Atléti, en aquel viejo sofá de casa, cuando te rompiste el tobillo. Recuerdas
esos bares de Pamplona, a los que bajabais resacosos y sin plus, hace ya tantos
años que te parece recordar que Yayo y Sans se pedían una Fanta. Recuerdas el
gol anulado a Songo'o en Soria, que os jodía una quiniela de 14, en el bar La Fama.
Allí estaba. Siempre. Y luego, cuando dejó de gustarte ese fútbol, cuando os echaron a patadas, estaba en su Informe
Robinson, donde descubriste que su manera de mirar el fútbol era su manera de
mirar la vida. Y empezaste a preferir verlo allí, al principio de su
Informe, antes que en cualquier partido, que en cualquiera de los cientos
de partidos que lo has visto junto a Carlos Martínez. Pero ahora, amigo, ahora,
esta noche de domingo de 2020, te dejabas pegar una patada en los cojones por
Javier Tebas con tal de poder escuchar su voz junto a Carlos Martínez
contándote la historia de este partido. Y justo antes de empezar, en el
penúltimo anuncio de casas de apuestas, con el volumen al 3, sientes todo lo
que duele. Duele, claro, no poder volver a escucharlo, no poder subir el
volumen y escuchar a Michael contándote la historia de ese partido. Duele no
poder dar marcha atrás. Pero duele, sobre todo, no haber sido consciente
durante tantos años de la suerte que teníamos de poder escuchar a ese tío. Y es
ese dolor, esa punzada de inconsciencia, el que te agita justo cuando
empieza el partido, con el tonillo ininteligible de Carlos Martínez al fondo, y
recuerdas toda esta mierda que tenemos encima, las gradas vacías, los largos
meses sin abrazos, la distancia social que se ha hecho física y la distancia
física que se ha hecho social, recuerdas la tristeza general, que también tiene
que ver con lo inconscientes que hemos sido de haber sido felices, recuerdas
los días que hemos perdido, las cosas que no hemos hecho, o dicho, la voz de
Michael Robinson, la sonrisa de Elena. Y poco antes de que Martín se dé cuenta,
antes de que pregunte por qué cojones su padre ha bajado tanto el volumen justo cuando va a empezar el partido, terminas por subirlo poco a poco, al 6, al 7, al 8,
rápidamente ahora, y paras para dar un trago largo de cerveza, y subes al 9, al
10, casi sin tregua, sin disimular, al 11 y al 12 y al 13, incluso al 14, que
se oiga bien, hostia, que la voz de Carlos Martínez suene bien fuerte en la
tele solo para recordar lo feliz que has sido al escuchar durante tantos años a
un tío como Michael Robinson.
Lees la entrevista de Otón a
Adrián Hernández casi como si fuera un partido de pretemporada, como si fuera
el gran partido de esta extraña pretemporada en la que incluso ha empezado a
refrescar; de esta pretemporada larga, eterna, o terriblemente corta, no llegas
a saberlo bien; de esta pretemporada distinta y amarga en la que por primera
vez no habéis visto juntos al Murcia en la grada, en bermudicas frescas, ni habéis
conocido a los nuevos sin reconocerlos, ni habéis olido a césped en un campo
sin apenas gradas, ni os habéis reencontrado con las caras de
siempre, ligeramente morenas, una temporada más viejas, ilusionadas
ante el año nuevo. Con vuestra familia murcianista en las gradas. Nada de eso
sucede en esta pretemporada de mierda, en mitad de dos temporadas de mierda, de
gradas vacías, de un fútbol sin alma, un fútbol que no llega a ser
fútbol. Pero lees la entrevista a Adrián y es casi como saltar al campo, y
oler por fin a césped, y ver las caras ilusionadas de tu familia murcianista.
Cada respuesta es un gol, cada idea una jugada por la banda con la que
esperanzarse, cada palabra es un córner bien defendido. Y termina el partido,
que diga la entrevista, y vuelves a casa con la ilusión de las mejores
pretemporadas. No sé bien si Adrián ha interiorizado el murcianismo o el
murcianismo ha interiorizado a Adrián, pero su voz se parece mucho, cada vez
más, a la que saldría del escudo: Adrián habla de tener los pies en el suelo; Adrián
habla de conocer nuestras limitaciones,
pero sin dejar de soñar con lo más alto; Adrián habla de saber sufrir en los malos momentos, y
es entonces, cuando Adrián habla de saber sufrir, cuando confirmas que no hay nadie
como él para guiarnos, porque si el murcianismo ha aprendido algo estos últimos
diez, estos últimos 30, estos últimos 100 años, es a saber
sufrir. Lees a Adrián hablar sobre el sufrimiento y recuerdas a Dusko
Ivanovic al ganar la Liga ACB. “Cuando le das sentido al sufrimiento, deja de
ser sufrimiento, se convierte en motivación, en placer”. Así vamos nosotros al
fútbol desde hace años, Dusko, justo así. El sentido, salvar al Murcia, ha
convertido el sufrimiento en motivación, casi en placer. Pero enfrente de Adrián, enfrente de Ivanovic, encontramos, en cambio, a un
sector del entorno murcianista empeñado en sufrir por sufrir, en dar continuamente
la matraca, sin descanso, en regodearse en ese sufrimiento. Qué verano nos han
dado, qué pretemporada, qué matraca continua, que pandemia llevan. Sin descansar
ni un día, a la matraca no la para ni un virus. Si se ficha pronto porque se
ficha pronto; si se ficha tarde porque se ficha tarde. Si se ficha un viejo
quieren un joven, si se ficha un joven quieren experiencia. La matraca no
pondera, sobre todo, la matraca azota sin criterio, casi por azotar, y este verano
la matraca ha sido absolutamente desproporcionada. En un equipo en el que se
han expoliado millones de euros hasta hace bien poco, por no hablar
directamente de robos, que aún estamos pagando, en un equipo en el que se han
pagado millonadas por convertir plantillas de Primera en equipos de Segunda B,
en el que se ha contratado a jugadores sabiendo que desde septiembre no ibas a
pagar las nóminas, en un equipo así, se ha querido fusilar porque te sobraba un
portero de la plantilla, que probablemente haya cobrado menos de lo que ganaba
Javier Clemente en una semana por jugar al golf. Pero la matraca es endémica, no
va a callar. Para la matraca su delantero nunca tendrá gol, a su central le
faltará contundencia, su extremo nunca será profundo y siempre faltará un
organizador. A la matraca no la calla nadie, ni siquiera que Kike García, con
sus casi 59 años, siga marcando goles, titular indiscutible en Primera. A la matraca solo puedes bajarle el volumen, al 3, al
2, al 1, intentar silenciarla. Bajar su volumen y subir el de Pau Donés, que de
alguna manera creo que sabía mucho más del Murcia que los de la matraca, y
antes de morir, mes y pico más tarde que Robinson, dejó una última canción que
parece escrita para la campaña de abonados del Murcia. Porque Eso que tú me das es Ese algo que nos une al que apelaba el
club este verano. Eso que te hace querer sin condiciones, eso que te hace
abonarte sin vacilar jamás. Eso que da sentido al sufrimiento. Eso que nos da el
Murcia, aunque se encuentre en el subgrupo C de la quinta división oriental de la comarca natal de la putísima madre del chófer de Rubiales. Eso que siempre será mucho
más de lo que hemos merecido. Quiso Donés despedirse, y hasta bailar con sus
últimas fuerzas, con un grito final lleno de agradecimiento, una exaltación de
la entrega, la amistad y la compañía, que de alguna manera incluye también un
lamento del tiempo perdido por no haber sido consciente de eso. Así que respira hondo, que esta pretemporada larga,
eterna, o terriblemente corta, por fin ha terminado, si es que ha llegado a
empezar. Respira hondo y prepárate, que el Murcia vuelve a jugar, socio. Sube
el volumen discretamente, al 12, al 13, incluso al 14, que se oiga bien, hostia.
Que se oiga bien fuerte la voz de Pau, y la de Dusko y la de Adrián, que se
oiga bien fuerte incluso la voz de Carlos Martínez. Para recordar a Michael
Robinson. Para recordar, una temporada más, que estar aquí vale la pena.
Real Murcia: Songo'o; Sans, Pau Donés, Carlos Martínez, Otón; Adrián, Dusko, Martín; Kike García, Yayo y Michael Robinson.
Puto amo eres, joder
ResponderEliminarUn puto maestro de esto.
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