Chocando y rebotando

Siempre en mi equipo

Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 1; Yeclano, 0.

Al revés Al menos tres personas a las que he leído en su biografía de Twitter decir que son exjugadores del Real Murcia no han jugado en su vida un partido oficial con el Murcia. Uno o ninguno, te diría, que siempre hay que ser prudente. Imagino que en algún momento formaron parte de la plantilla; o llegaron a entrenar con el equipo y jugaron alguna pachanga, yo que sé, o unos minutos en alguna Copa menor; o jugaron en el filial o en un juvenil, y ya con eso les vale para sentirse exjugador del Murcia, algo tan bonito, algo tan sagrado. Tal vez sea su opinión, y ya sabes lo que se dice ahora, que todas hay que respetarlas. No sé, tampoco vamos a formar una comisión de investigación sobre el asunto, es una tontada, en el fondo, una anécdota graciosa, pero creo que dice bastante de cómo está el patio ahora mismo. El problema de que te ocurra eso con un asunto que conoces mediobien es pensar que pase lo mismo con todo lo demás. Si te están intentando engañar en algo así, ¿dónde no te engañarán? Juanma Valero habrá jugado más de 300 partidos con el Real Murcia en todas las competiciones y en todas las categorías, pero él no te va a decir nunca que jugó en el Murcia. No hace falta. Juanma, como Abdul-Jabbar en Aterriza como puedas, tiene pinta de llevar la camiseta, el pantalón y las calcetas del Murcia debajo de la camisa y los vaqueros; Juanma paseando por Santo Domingo es un jugador del Murcia de manera tan auténtica que no hay necesidad de palabras. Y, aunque en el fondo sea una tontada, sientes algo casi terrorífico al pensar que todo pueda ser un poco así, que lo auténtico esté escondido y lo pregonado sea engañoso, por no decir falso. Arriba es abajo, lo blanco es negro, nada es lo que parece, decía ya un personaje de Muerte entre las flores, y así ha debido ser siempre, pero en estos tiempos de sobrecarga informativa y postureo digital todo se vuelve aún más dudoso y resbaladizo. Las cosas nunca han sido lo que parecen, pero a este ritmo van a terminar siendo justo al revés. Quizá empezamos diciendo verdades a medias, luego pequeñas mentiras y al final esto es un sindiós, donde no podemos fiarnos de nada, o de casi nada. Posverdad o mentira emotiva, lo llaman. (Mentira emotiva: tócame los cojones, hombre). Pero el caso es que se puede mentir directamente: lo hacen presidentes, vicepresidentes, portavoces de partidos políticos. ¿Cómo no vamos a mentir nosotros? Mienten y no pasa nada. No rectifican. No se borra ni lo manifiestamente falso. Forma parte de la estrategia. Quizá antes mentían los malos, Hitler, Stalin y esa gente, ya sabes, pero me da la sensación de que se ha extendido, que hemos querido luchar con sus armas, y se nos ha ido de las manos. Se ha puesto de moda darle la vuelta a la realidad, mezclar opinión con conocimiento, confundir información con sabiduría. Y así la jungla crece y se enmaraña y todo parece valer. Los enemigos de la libertad dicen defender la libertad, los nacionalistas cargan contra los nacionalismos, los que nunca han sido demócratas hablan en nombre de la democracia, los irresponsables apelan a la responsabilidad y los sinvergüenzas llaman sinvergüenza al hombre más honesto, trabajador y decente. Manda la estrategia. Lo importante es bombardear, enredar, sentenciar y llevar cualquier disputa al fango, donde se pierda por completo el contexto y el debate. Tres tíos que no han jugado en su puta vida en el Murcia dicen que han jugado en el Murcia, una tontada, en el fondo, una anécdota graciosa pero que al pensarlo horroriza, e invita a ponerse a salvo, a refugiarse en esas pocas cosas que no engañan, a las que nadie pueda darle la vuelta. Una cerveza fría al volver a casa, la empanada del Horno de Vistalegre, una sonrisa sin mascarilla. Un día soleado, un abrazo después de tantos meses. Quedarte dormido junto a tu hijo. Celebrar un gol fuera de casa. Y es una bendición que sigan existiendo tantas cosas auténticas fuera del fango. Un alivio.

 

Decepción Nos quedaba el consuelo del Murcia, que iba un poco a contracorriente del mundo, por una vez encaminado hacia un proyecto honesto y sostenible. Por fin dirigido por gente que no engaña, que paga, que cumple, que intenta aportar profesionalidad en cada área, que respeta el escudo y su historia, que no cae en las maniobras del marketing y la mentira y, sobre todo, que resiste noblemente la sentencia recurrente del cuñado murciano: al Murcia hay que dejarlo morir, hombre; una sentencia que suele ir acompañada por su tradicional receta para arreglar el mundo: lo que hay que hacer es crear un equipo nuevo, sin deudas, que suba a Primera, que es lo que merece la séptima ciudad de España. El Murcia resistía, nos quedaba ese consuelo, y de este Murcia por fin nos sentíamos orgullosos: con la propiedad del club repartida entre 30.000 accionistas por todo el mundo, un Consejo formado por murcianistas de toda la vida y un proyecto deportivo que por una vez pronunciaba la palabra continuidad, cantera o pertenencia, y se alejaba de los circos mercenarios en los que los representantes de futbolistas son más importantes que los propios futbolistas. Un equipo con alma, eso hemos sido durante un año y medio, más allá de las victorias, las derrotas o los empates, con un cuerpo técnico que sentía el escudo y un puñado de jugadores, casi todos vinculados a la tierra, entregados a la causa. Por eso el varapalo ha sido tan duro, por imprevisto: lo último que esperábamos era que el Consejo más prudente y sensato que recordamos perdiera la cabeza en el terreno deportivo y destrozara al equipo en invierno. Creíamos que trabajaban por la viabilidad del club, más allá de que la pelota entre o no; creíamos que eran señores que negociarían con Hacienda, pero de momento han resultado ser una de las cosas que menos falta hace en este mundo: señores que creen que saben de fútbol. El equipo, hasta Navidad, tenía sus armas, y sobrevivía bien en un fútbol cada vez más complicado en el que nadie, nadie, absolutamente nadie, puede garantizar resultados. Es algo que vemos año tras año, y más en la actual temporada tan compleja. [Terminamos la jornada 10, tras ganar en Granada, a menos de un partido de Ucam y Córdoba; con dos puntos menos que el Hércules y más que Recreativo, Marbella, Castilla, Barça B, Lleida, Racing de Santander, Deportivo de la Coruña y Numancia]. El equipo tenía sus armas, competía y aspiraba a todo, y además lo hacía con un presupuesto, una plantilla y unas nóminas muy limitados por nuestra ruina, por mucho que algunos prefieran omitirlo. Ganamos al Ucam a mitad de diciembre y empezamos una Navidad demasiado larga, en la que faltó serenidad para mantener un proyecto que funcionaba. Fue una victoria que debió llenarnos de humildad, no de soberbia. El mundo al revés, y en el Consejo alguien debió de olvidar tomarse la medicina: de pronto no había que quedar entre los tres primeros, había que ascender. ¿Qué tipo de retraso o demencia hay que tener para pensar que fichando ocho jugadores vas a mejorar al equipo? ¿Cómo hemos podido cometer ese error? Cómo han podido traernos a verzas en un año que era para Bertomeu, Luna y Quereda; para Juanra y Armando; para Abenza, para Pedrosa, para Toril, para mantener el alma del equipo. Llegaran donde llegaran, que no sería tan abajo, ojo. No me entra en la cabeza, no puede ser cierto; debe de ser Murcia, debe de ser el Murcia, "el fanático de la intranquilidad, de la inquietud", como lo define Luis María Valero en Sed en La Condomina. "Nunca hubo ningún plan. Esa ha sido nuestra filosofía: no tener filosofía", dice Luisma. "El Murcia ha sido siempre el Irreflexivo, el Nervioso, el Agitado. Mi club ha ido chocando contra las paredes y rebotando, chocando y rebotando, así una y otra vez". Todo está en Sed en La Condomina. "El Murcia ha hecho del movimiento enloquecido su principal talento". Todo está en el libro de Luisma, pero de esta gente no nos lo esperábamos, por eso esta decepción tan inmensa. Por el amor de dios. ¿No podían gestionar las nóminas sin opinar de fútbol? ¿No podían negociar con Hacienda, proyectar una Ciudad Deportiva, sin opinar de fútbol? ¿Es tan difícil? Es el drama de siempre, pero más inesperado que nunca. Los sensatos jugando a ser Monchi. El mundo al revés. El equipo que se destroza a sí mismo, que se arranca el alma cuando por fin había conseguido tenerla. El trabajo digno de año y medio sepultado por las urgencias, por la impaciencia, para llegar a la recta final más decisiva de la historia con once buenos jugadores en mitad de una pretemporada, pero sin equipo. Aún podemos conseguir todo, pero sin un plan serio y tranquilo estamos condenados a volver a quedarnos en nada. El Agitado. Chocando y rebotando, chocando y rebotando. Una y otra vez.

 

Cuatro tontarras Uno, dos, tres y cuatro. No son más, cinco o seis como mucho. Cuatro gatos, cuatro tontarras, con perdón. Y además sabemos quiénes son, los tenemos localizados desde hace mucho tiempo: son los cuatro tontarras que pitaban a Kike García sin parar, partido tras partido, porque no tenía nivel para Segunda A, porque no tenía gol, porque necesitábamos un delantero que garantizara 20 goles por temporada. Sabemos quiénes son, entre otras cosas porque no se esconden, porque no sirve de nada que año tras año digan una o varias tonterías: al año siguiente seguirán ladrando otras, porque el tontarra ni rectifica ni aprende, el tontarra se recicla. Tenemos aún fresco cómo decían que con Juanma Bravo de titular nunca iríamos a ningún sitio. No fallan, todos los años tienen sus grandes éxitos, su matraca particular que suele ir dirigida a algún chaval de la cantera, que además casi siempre pasa a ser bueno justo en el momento en el que sale del equipo (los de fuera son buenos, los de aquí son malos: por algo son tontarras). Son cuatro: uno, dos, tres, cuatro. No son muchos más. Pero el problema es que su discurso destructivo, hiriente y cuñao crece como la espuma en cuanto llegan las derrotas. El tontarra se hace influencer en las derrotas. Y una cuestión de cuatro tontarras, que no tiene ninguna importancia mientras se ganan partidos, nos explota a todos en la derrota, alimentada por un entorno siempre peligroso por aquí, con ese espíritu especialmente destructivo de la tierra, que acoge y predispone a ese discurso. No sabemos perder, y mira que tenemos experiencia. No sabemos perder sin hacer un drama, sin dispararnos al pie, sin buscar culpables que paguen por ello. Y a la primera derrota ya olvidamos que esos cuatro tontarras son los que pitaban a Kike García. Y volverían a pitarle, ojo. Son tontarras: ni rectifican ni aprenden, y, si un tipo grandote de Motilla del Palancar debutara esta semana con 18 años volvería a ser pitado en cuanto fallara el primer control. Es su opinión. Y ya sabes lo que dicen ahora, que todas hay que respetarlas, aunque yo en esto también estoy con Juanma Lillo: solo es respetable el derecho a opinar, no las opiniones. Y los tontarras son respetables, por supuesto, por muy tontarras que sean, pero no sus opiniones. Esas que incomprensiblemente se hacen fuertes en cuanto empezamos a perder partidos. 

 

Exigencia ¿Perder partidos? ¿Pero cómo vamos a perder nosotros, hombre? ¿Pero tú nos has visto bien? Si somos la rehostia. Si aquí no hay males, ni mierda, ni paro, ni empleo precario, ni fraude fiscal, ni colegios públicos vacíos, ni barrios olvidados, ni nos estafamos unos a otros por cuatro duros. Si aquí somos responsables, si aquí respetamos el medio ambiente; si aquí todos somos listos, altos, guapos y sin barriga. Si creo que el Gobierno noruego va a venir a estudiar a esta sociedad de ciudadanos ejemplares para saber qué nos distingue del resto, qué nos hace ser la hostia en verso, para copiarlo, para copiar nuestra naturaleza y cultura ejemplares que nos han dado esta vida de ensueño murciana. ¿Perder partidos? ¿Nosotros? ¿Pero tú nos has visto bien? Hay que ganar, hombre, y hay que subir. Hay que ganar, y siempre, y nosotros queremos ganar siempre, no como en Linares, o Lorca, o Huelva, o Santander, o El Ejido, o Alicante, o Majadahonda, o Mérida, donde todo el mundo sabe que no, que allí no quieren ganar siempre, allí deben ser subnormales y se pliegan a que ese ser murciano superior se imponga. Hay que ganar todos los partidos, nunca vale el empate; hay que ganar el próximo partido, y para ser buen murcianista hay que exigir eso, porque si no exiges que gane es que no quieres ser grande, si no exiges que gane todos los partidos es que eres un conformista, un mierda. Es otro de esos argumentos irrebatibles, que el cuñado de tu primo te va a contar con el tercer quinto. Pero es tan falso como absurdo. La exigencia de ganar el próximo partido se agota en el corto plazo, en lo estúpido de tratar cada partido como una final que hay que ganar, sin contemplar que la verdadera exigencia siempre es y será a largo plazo. Un padre necio exige a su hijo que saque un sobresaliente en el próximo examen, y luego en el otro, y en el siguiente; un padre exigente tratará que su hijo tenga un entorno, unos hábitos y un proyecto de vida estudiantil que lo lleven a terminar una carrera (y, preferentemente, que no sea Periodismo). Querer un Murcia grande es exigirle que esté arriba, pronto, cuanto antes, vale, pero sobre todo durante mucho tiempo; y para eso es probable que no debamos exigir ganar mañana o pasado, sino que debamos dejar crecer un proyecto de equipo, lo que siempre incluirá derrotas. ¿Para qué se quiere subir? ¿Para bajar (como de hecho suele suceder) al año siguiente? La exigencia cortoplacista no te lleva a ningún sitio. La exigencia en el mundo del fútbol, además, siempre implica un cierto desprecio al rival, una falta de humildad y respeto que también olvida la situación del fútbol de hoy en día, que nada tiene que ver con el fútbol de hace 60 años, ni siquiera con el de hace 30. El San Fernando venía a Murcia en los 70 y se tomaba dos carajillos por cabeza antes de jugar; el San Fernando de ahora tiene un equipo de scouters y unos fisios que en los tiempos del carajillo no tenía ni el Hamburgo. ¿Cuántos años tiene que ganar el Alcorcón en Zaragoza para que nos demos cuenta de que el fútbol ha cambiado? 

 

Adrián  Y en esta guerra, entre cuatro tontarras, las exigencias absurdas y los ocho fichajes de nuestro Consejo de monchis, ha caído Adrián. Es una pena, te dicen ahora los que querían echarlo. “Pero desde que el fútbol es fútbol esto funciona así”, te añaden los cuñados. Adrián nos gustaba mucho, pero mientras no perdía, claro. Y aquí es donde viene la segunda gran decepción de este año, esta ya no con el Consejo, sino con el murcianismo, que parecía haber encontrado en Adrián por fin un tipo capaz de unirnos incluso en los peores lances. Pero no, esto también era cuestión de derrotas. Lo estaban esperando, vaya si lo estaban esperando. Una cola enorme de murcianos murcianistas y de murcianos no tan murcianistas esperaba su momento para arrear al de Churra. Que sea de la tierra ayuda en la victoria, pero también es un factor importante para soltar la hostia más fuerte. Así funciona esta tierra salvajemente cainita, donde incluso fue atacado por un senador (¿Cómo? ¿Por un senador? Sí, sí. ¿Un senador del Reino de España, Oliva? Sí, en mitad de una pandemia, sí, desde su sofá, con la gente muriendo, un senador murciano atacaba al entrenador del Murcia en público, con un par). Un senador que se marcó la clásica rajada, el clásico ‘dejo de ser del Murcia’, la clásica celebración de las derrotas del buen cainita y el clásico yoyalodije del cretino de manual. Y lo peor no es que sea senador, lo peor es pensar que con su conducta es probable que sea un buen representante de la Región de Murcia. Pero nada empañará el trabajo y los triunfos de don Adrián Hernández. El murmullo, ese meme humano que somos, te repetirá ahora que no da la talla, que no tenía experiencia, que solo sabe gritar, que el Murcia no jugaba a nada, que es un entrenador de Tercera. Pero es posible que sea justo al revés. Es el Murcia el que no ha estado a la altura de Adrián. Un tío que lo tiene absolutamente todo para llevar al equipo a lo más alto, un tío que ha cumplido con sobresaliente en su etapa como entrenador grana: ganó un título, solo una pandemia frenó su primer año y estaba cerca de conseguir el objetivo en la temporada más difícil, hasta que decidimos suicidarnos. Además, consiguió ilusionar al murcianismo en el momento más crudo de su historia, contagió con un discurso brillante, le dio alma al equipo dentro y fuera del campo, e hizo una piña capaz de ganarle (en Nueva Condomina, ojo) a dos trasatlánticos que nos triplicaban en presupuesto, como Ucam (dos veces) y Cartagena, en partidos en los que supo jugar con una maestría memorable, que algún día, espero que no sea pronto, echaremos de menos.   

 

Desencanto  Dicen que no es lo mismo perder que ser derrotado, y así debe ser, porque yo, que no llevo mal perder 20 partidos seguidos, me siento derrotado sin Adrián Hernández en el banquillo. Este partido no debíamos haberlo perdido, era un tren maravilloso que habíamos cogido para hacer las cosas por fin de otro modo. Salgo a la calle, a lo que antes era tomar aire, y me pongo un programa de radio que me ha enviado mi padre por whatsapp. “Escucha a Xavi y a Acciari”, me dice. Xavi Julià es otro exjugador del Murcia, otro exjugador de verdad, aunque solo de una veintena de partidos; un catalán que lleva tantas décadas por aquí que parece conocernos mejor que nosotros mismos. Escucho a Xavi en la Ser por Obispo Frutos, y me dan ganas de sentarme en un banco para poder levantarme a aplaudir: “El Murcia siempre ha hecho eso [y se refiere a echar entrenadores, a no tener un proyecto] y le ha ido mal siempre”. Es importante lo que dice Xavi, ojo: nos ha ido mal siempre, no hay excepción en cien años. Ese pasado glorioso del que muchos hablan fue flor de un día: ningún equipo de Primera lo ha hecho tan mal como el Murcia cuando ha estado en Primera. Nadie puede hablar de un proyecto de Murcia serio al que le haya ido bien más de dos años seguidos. Xavi lo cuenta, Xavi lo explica pausado. “Hay que cambiar esta dinámica de presión”, dice Xavi Julià. “¿Se termina el mundo el año que viene?”, añade, y busco por la calle un sombrero que ponerme para poder quitármelo: bravo, Xavi, apuntando directamente al problema de la impaciencia nerviosa, a ese aullido interminable que nos hace precipitarnos al barranco nosotros solos. Me siento derrotado en esta batalla en la que llevo tantos años, pienso, al acercarme a La Condomina, que luce horrenda azul, pero ni siquiera el toque besoccer puede hacerme olvidar que allí fuimos felices. Ni tampoco que José Víctor, Pardo Cano, Guina, Eusebio Ríos, Figueroa, todos, sin excepción, fueron bien hostiados en el momento en el que perdían partidos. Enfilo hacia el centro, girando por Rector Loustau, y recuerdo a Juan Garrido, siempre señalado como el malo y el culpable por la Murcia perfecta, en otra de esas falacias que nos repitieron como si fueran verdades; recuerdas a Garrido y su sentencia a mitad de los 90, que planea desde entonces: “La afición sólo merece estar donde está, en Segunda B". Ojalá sea Loreto el entrenador que sobrepase los dos años, pienso al llegar a Centrofama, ese cementerio de ilusiones en pleno corazón de Murcia, ojalá le dejemos perder muchos partidos a Loreto; ojalá alguien me avise cuando Loreto lleve dos años y un día seguidos en el Murcia y ese día pueda recuperar la ilusión. Mientras tanto, seguiremos en las gradas, o donde nos dejen, esperando ese milagro imposible. De eso empieza a ir la vida a cierta edad: de seguir esperando algo que ya sabemos que no va a llegar. En mitad de un mundo engañoso, en el que lo negro suele ser blanco y arriba parece estar abajo; en el que el ruido de fondo no nos deja escuchar lo auténtico y el fango nos empieza a llegar a la cintura. Suerte que, al pasar por Santo Domingo, veo a lo lejos a Juanma Valero, que vendrá de recoger a los críos, probablemente con las calcetas del Murcia debajo de los vaqueros, para recordarnos esas cosas a las que nadie puede darle la vuelta. Esa cerveza fría al volver a casa, la empanada del Horno de Vistalegre, una sonrisa sin mascarilla o un abrazo después de tantos meses. Quedarte dormido junto a tu hijo. Celebrar un gol fuera de casa. El escudo del Murcia, que ahí sigue, siempre el escudo del Murcia, que a veces parece llorar siete coronas, como implorando que, además de parar los palos que vienen de fuera, dejemos de matarlo desde dentro. Y pienso, algo más animado, ya llegando a casa, que volverá a salir el sol. Aunque la naturaleza, siempre tan auténtica, no le haya dejado apenas brillar en Murcia desde el día en el que echaron a Adrián Hernández.

Real Murcia: Demasiado nuevo: menos mal que sabemos que los de colorao son los nuestros. 

Gol: Alberto Toril, de cabezazo impecable por encima de un tontarra que le criticaba hace año y medio.

3 comentarios:

  1. Una gran obra de arte!
    Enhorabuena! Una radiografía perfecta del Real Murcia y el murcianismo! 4 tontarras y una afición equivocada! ¿Se acaba el mundo el año que viene?¿Podemos desechar un gran proyecto deportivo por las urgencias falsas de unos pocos?

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  2. Así fue, así es y espero que así no sea más maestro Oliva. Más que una radiografía has hecho una resonancia del devenir de nuestro Real Murcia, y a pesar que los años saben lo que los días desconocen tú sabes más que mucho y así ha sucedido, es como si se cumpliera que el que no conoce su historia está condenado a repetirla...fíjate con lo bien que tú la sabes y lo fácil que la cuentas.

    A bien seguro Juanma llevará las calcetas puestas, pero tú llevas el escudo del Real Murcia tatuado en el corazón, así que Alejandro sigue escribiendo, sigue paseando por nuestra Murcia, sigue paseando nuestro escudo, sigue pasando con nostalgia -como buen murcianista- por la puerta de Orihuela (nuestra casa), que cuando te veamos pasear sintamos lo mismo que tú, y aunque nos hagan perder a veces la ilusión seguro que no el amor a nuestro Real Murcia... y eso es lo verdaderamente importante, que no zarpe el amor!.

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