Hasta el infinito

El murcianismo (derecha), pidiendo en la barra un merecido tanque


Oliva B (@beandtuit)
Calahorra, 1 ; Real Murcia, 1.

Al salir del cine de ver Lightyear (Angus MacLane, 2022), recordé esa historia que me contaron un día, entre tanques de cerveza, sobre dos hinchas del Murcia que se enamoraron en un viaje al norte. Salía del cine emocionado (Pixar lo había vuelto a hacer), y vino a mi cabeza aquella historia de dos hinchas del Murcia en Zamora, creo, o quizá fue en Astorga, no sé, varios fueron los tanques de cerveza entre los que fluyó la historia cuando me la contaron. Salía de ver Lightyear pensando en que Buzz apenas había brillado, algo apagado sin Woody a su lado en el mediocampo, pero, entre los miles de disparos láser de la trama principal, se asoma a la pantalla la comandante Alisha Hawthorne, secundaria de lujo que nos revela en cada aparición un poco de la esencia de la vida, y que me hizo recordar ese amor norteño entre murcianistas, esa historia, acaso leyenda, de la temporada 2014/2015 que flotó entre unos cuantos tanques de cerveza, bastantes, quizá los necesarios. Cuenta Lightyear cómo una nave espacial se estrella en un planeta desconocido y hostil, y su tripulación se queda abandonada a 4,2 millones de años luz de la Tierra, sin esperanza de regresar salvo que se repare la nave, o algo así. Cuenta cómo Buzz, que se siente culpable, intenta una y otra vez conseguir que la nave pueda escapar del planeta y devolver a todos a la Tierra, pero, por la dilatación del tiempo, cada corto intento de pocos minutos suyos equivale a varios años en el planeta. Cuenta Lightyear cómo Buzz fracasa una y otra vez, mientras el tiempo pasa para el resto de la tripulación, que intenta adaptarse al planeta, recuperar su vida allí, hacerlo habitable, hacer de aquel planeta, el único que tienen, su hogar. Así, mientras Buzz intenta recuperar su mundo, frustrado e impaciente por regresar, su amiga Alisha, la comandante Hawthorne, comienza una vida allí, se enamora de una chica, tiene una familia, envejece y muere. Una vida plena en un planeta hostil. Me acordé de ese amor norteño al pensar en la vida feliz de Alisa Hawthorne, en la frustración de Woody, en que la vida no se detiene a esperar a nadie. No sé si me llegaron a decir sus nombres, entre tanto tanque de cerveza, qué barbaridad, pero yo los voy a llamar Conchi y Miguel, para no volverte loco. No recuerdo bien los detalles, solo recuerdo tanques, pero te voy a decir que Conchi lucía radiante de rojo al llegar a Zamora, o tal vez a Astorga, con una sudadera grana de Pull&Bear encima de una camiseta Joma negra del Murcia de dos o tres años antes; y que Miguel, siempre respetuoso con el norte, llevaba una térmica debajo de la verde Hummel de aquel año. Quiero recordar que Miguel es un tío organizado, murcianista racional, viajero incansable, coleccionista de entradas de sus viajes; que acababa de cumplir los 30 y mientras dudaba en dejarse barbica ya empezaba a clarear la coronilla. Quiero recordar que Conchi es más pasional, que lloró con sus hermanos viendo por la tele el descenso en Montilivi y ya se enganchó al murcianismo para siempre; que volvió a llorar en la infamia del verano de 2014 y juró acompañar al Murcia, siempre que los turnos se lo permitieran, en su destierro norteño. Se hicieron gracia, que diría mi abuela, allí mismo. Miguel siempre había soñado con encontrar a alguien con ese entusiasmo, alguien que desordenara su corazón; Conchi, año y medio después de romper con aquel funesto novio, necesitaba orden, una camiseta térmica para el alma. Quedaron en que tomarían algo en el centro comercial antes del siguiente partido en casa y, desde entonces, siempre han ido juntos al estadio. Vivieron unidos el dolor de aquel playoff contra el Hércules, y la relación cuajó al año siguiente, con algún altibajo, como el Murcia de Aira, pero ellos sí llegaron a Toledo, de donde salieron fortalecidos. En la primavera siguiente no pudieron viajar a Pontevedra, pero en Mestalla, entre la euforia de cuatro mil almas granas, Miguel le dio el sí quiero a Conchi, que hasta se arrodilló, olé por ella. Se casaron con el Murcia de Salmerón, algo que para Miguel solo podía simbolizar cosas buenas. Vivieron juntos la inestabilidad Moro-mexicana, las penurias con los Gálvez, la ilusión de la Parmu y el resurgir mágico de las pulseras. La garra de Adrián les anunció la llegada del pequeño Miguel, o la pequeña Conchita, no tengo claro eso, solo sé que fueron muchos los tanques, muchos. El ascenso en Alicante fue más especial si cabe para ellos, con una criatura gritando su primer ¡Murcia, Murcia! y los tres desbordados por las lágrimas. Lightyear me había llevado, de pronto, a la temporada 2014/2015, a esa historia de amor, y sobre todo a imaginar qué pensarán Conchi y Miguel de que alguien considere su planeta, la Segunda B norteña, o la terrible B andaluza, incluso la segunda reffefef esa del año pasado, un territorio hostil, un infierno, una travesía en el desierto, un lugar horrible que solo es motivo de queja, de odio, de malestar, de frustración continua; un lugar del que quieres marcharte sin vivirlo. Qué pensarán del que no ha sabido adaptarse a los años malos. Del que no sabe que, en la vida, el césped está en mal estado la mayoría de los días, pero siempre hay que salir a jugar.

Me acordé de Lightyear, y también de Conchi y de Miguel, cuando el Murcia saltó al estadio de La Planilla, en Calahorra, en otro precioso capítulo riojano de este bonito año que nos hemos ganado vivir. Vi por la tele esas bufandas murcianistas en el frío calagurritano y sentí una envidia brutal, de la sana y de la insana, qué viaje, qué historias sucederán, qué amistades, qué amores, qué Conchis conociendo a Migueles, o Conchis a Conchis, o Agustines a Felipes. Qué fábrica de recuerdos. Me acordé de Lightyear también cuando, ya el martes, escuché por la radio a un veterano aficionado del Murcia celebrar las buenas noticias de esta semana porque por fin podíamos aspirar a volver a empatar en el Bernabéu: acabáramos, al final la travesía en el desierto era no pisar el Bernabéu. La envidia por los que pasaron frío en Calahorra se convirtió en un poco de pena por los que añoran el Bernabéu, por los que llevan más de una década sentados esperando a que Buzz nos lleve a un planeta mejor. Durante la semana, hemos seguido escuchando buenas noticias (la entrada de 10 millones al club y la posibilidad de sanearnos por fin; la llegada de gente que nos pueda abrir la puerta de esa liga de la que nos echaron) y, ante las buenas noticias, he preferido olvidar a los del Bernabéu y recordar más a los de Calahorra, y a Conchi y a Miguel, claro, y a los miles que se han adaptado a vivir en un planeta hostil, a los que, sin dejar de luchar nunca por llegar a un mundo mejor, han sabido vivir cada día en el lugar al que nos arrojaron. Y ya no hemos parado de escuchar buenas noticias (la posibilidad de juntar 30.000 tíos en tercera categoría, ojo), pero algo me dice que nunca serán del todo buenas mientras no aprendamos a vivir los domingos malos. Qué difícil resulta vivir a veces, en cualquier planeta. Por eso, al terminar esta semana de buenas noticias para el Murcia, es imposible no acordarse aún más de todos los que no han tirado la toalla, de los que no solo no han esperado sentados a que Buzz los saque del infierno, sino que incluso han disfrutado por el camino. De los que han aguantado junto al escudo, cuando todo el mundo les decía que no había futuro; todo siempre rodeado de un punto de locura, de una locura por querer vivir que ha faltado en otros lugares, y de la que debemos sentirnos orgullosos. Y es imposible no pensar, al terminar esta semana, que quizá el héroe no sólo sea Buzz, sino todos los que son capaces de querer vivir en un planeta desconocido y hostil. Que quizá los héroes no sólo son los que pueden sacarnos de este mundo inhóspito, sino Conchi y Miguel y todos los que han vivido y siguen viviendo intensamente este largo y precioso viaje, hasta Calahorra y más allá. Por eso, al terminar esta semana, no puedo evitar sacar un vaso de tanque y un par de botes de Estrella, y brindar por ellos, por vosotros, por ti, hermano, por todos los que jamás habéis dudado de que lo único importante es que el Murcia vuelva a jugar el próximo domingo, por mucho que el césped se encuentre, la mayoría de los días, en mal estado. 

Real Murcia:  Joao Costa; Rueda, Alberto González, Piña, Alberto López; Casado (Pablo Ganet 82'), Julio Gracia,; Pedro León, Arnau Ortiz, Alfon (Loren Burón 73'); y Toril.

Gol: Rueda, que cada día está más guapo.

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