Tu boquita de fresa, mi mojito de menta / Las cosas bonitas, al final se encuentran
Por el amor de Dios, amigo. ¿Por qué cojones ponemos tanto
empeño en no ganar Eurovisión? ¿Por qué? ¿Quién dirige ese cotarro en España para haber dejado fuera del festival un año
más al gran temazo? ¿Qué nos pasa por la cabeza a nosotros, si es que lo elegimos
nosotros, o a ellos, si es que son
ellos, para no querer ganar? Qué martirio, qué condena para todos los de la
generación X, y los milennials y para los de más acá, sean lo que sean. Qué empeño en que no podamos nunca estar en
condiciones de levantar ese título, sobre todo los que crecimos en los 80 pensando
en que tarde o temprano llegaría nuestra Massiel. ¿De qué nos vale un Mundial,
o un par de eurocopas, si no vamos a campeonar nunca la Euro auténtica, la
buena? Vamos hombre, no me jodas. ¿Quién gestionará eso en España? ¿Javier
Tebas? Madre del amor hermoso. Qué disparate. El año pasado viví de principio a
fin eso del Benidorm Fest, casi emocionado, con la irrupción de Rigoberta y su mamá, mamá, mamá: ahí estaba, por fin,
nuestra Massiel, ahí estaba el gol de Fernando Torres. Ahí estaba la gran canción original y
festivalera que por fin nos podría dar el título. Pero todo se vino abajo,
elegimos payaza, que, por cierto, según cuentan las crónicas, lo tuvo ahí,
dentro de que con Ucrania existían compromisos más allá de los tanques. Un palo
aquello, una tremenda sensación de oportunidad perdida durante semanas. Pero lo
que no podía imaginar es que este año la liáramos más gorda. Lo de este año
clama al cielo. Mira que intenté no vivirlo, no involucrarme. No quise ni estar
pendiente de Benidorm, intenté distanciarme para no sufrir. Pero al día
siguiente, inquieto, sin poder contenerme, escuché la elegida. Bueno. Otro año
será, pensé, aunque a algunos ya no nos vayan quedando tantos. Este año se ve
que hemos cambiado payaza por una voz del copón, vale, pensé. Pero el drama
vino dos días después, cuando sonó la Nochentera
en el coche, y Martín me dijo que esa maravilla había ido a Benidorm, que ese
temazo había perdido en Benidorm.
Tercera, quedó. ¡Tercera, ojo! ¡¡Tercera!! Por el amor de Dios. ¿Pero quién ha
perpetrado algo así? ¿Rubiales esta vez? ¿Enríquez Negreira? ¿Qué nos pasa por
la cabeza a nosotros, si es que lo elegimos nosotros, o a ellos, si es que son
ellos? Menudo temazo, socio. Sábado noche
19-80, tengo bebida fría en la nevera. Eso le alegra el cuerpo incluso a los
tuiteros de la bandera danesa, muchacho. Menudo palo, qué disparate el cometido
este año. La teníamos. Y salimos al
balcón a gritar, que la vida es pa' disfrutar. Es que no tiene sentido que
la hayamos vuelto a liar así. Era el gol de Torres y el de Iniesta en una
canción, esa muchacha, esa frescura, eurovisiva, la gran esperanza de varias
generaciones, por fin, la Euro, la Euro buena, esa que estamos condenados a no
ganar los que crecimos en los 80 pensando en que tarde o temprana llegaría
nuestra Massiel.
No era sábado noche 19-80, pero era domingo noche y jugaba el
Murcia en Sabadell, en la Nova Creu Alta, como en una noche ochentera, y sólo
eso ya, después de haber pisado el agónico barro de los filiales andaluces, es
un motivo de alegría. El Sabadell, el equipo contra el que jugaba el hijo del
Zamora con sus amigos imaginarios; el Sabadell, el primer equipo que vio Yayo
en La Condomina, y parte de los primeros recuerdos ochenteros de muchos. Jugaba
el Murcia en Sabadell y, poco antes de empezar, le contaba mi padre a Martín, mientras
ponía los boniatos a asar, que allí ganamos en Copa en los años 50 en una noche
terrible de lluvia y campo impracticable, con cuatro goles del vasco Ucelay (de
Amorebieta, ojo), cuando nadie dudaba de que un vasco, cuando jugaba en un campo
embarrado, se convertía automáticamente en Puskas. Jugaba el Murcia en Sabadell
y eso es fútbol, eso es lo que me mantiene unido a este deporte que ahora, de vez
en cuando, para en seco el juego de repente para que todos miren en una pantallita si
un balón ha rozado el hombro de un futbolista. Jugaba el Murcia en Sabadell,
como en una noche ochentera, porque en mayo del 86 ascendimos a Primera junto
al Sabadell. Y en marzo del 87 el mejor Murcia de siempre perdía 1-0 en
Sabadell en Primera; y en marzo del 88 empataba a cero con el Sabadell en
Primera. Al final nunca llegó nuestra Massiel, pensé, pero fuimos felices a
nuestra manera viviendo aquellos partidos contra el Sabadell. Y recordándolos. Jugaba
el Murcia en Sabadell en marzo de 2023, como en una noche ochentera, pero
además, después de más de una década con la soga al cuello, el Murcia jugaba en
Sabadell con la soga bastante suelta, aflojadísima, ya casi bajándonos del
patíbulo, como si el verdugo nos dijera, sonriendo, “puede usted bajar de ahí,
señor Murcia, todo esto ha sido un lamentable error”. Si un hombre con pinta de
cumplir con su palabra cumple con su palabra, dejaremos atrás los años más oscuros
y por fin podremos centrarnos en el fútbol, o como se llame eso de ahora, que
ningún VAR impedirá que sea una excusa para asar boniatos. Y jugar por fin sin
la soga al cuello también era motivo de alegría, aunque han sido tantos los
años de agonía que parece que nos resistimos a celebrar la resurrección. Jugaba
el Murcia en Sabadell, como en una noche ochentera, y el Murcia volvía a ofrecer
su cara más sólida, sin recibir apenas peligro, certificando el paso firme de
un equipo que está todo el año arriba ante un Sabadell que, ojo, también quería
estar arriba toda la temporada, pero no ha podido estarlo. Porque por aquí hay todavía
algún despistado que olvida que el de enfrente te quiere ganar, que el de
enfrente quiere subir; es algo al parecer frecuentemente olvidado: no hay
ningún equipo que quiera perder, y juraría que tampoco hay equipos que quieran
estar abajo. 12 puntos le sacamos al Sabadell. 12 al Sabadell y 16 al Baleares
y 17 al Logroñés, que creo que también querían subir, los tíos, con un par de huevos; y diez o más a esos
neoalicantinos con perras; y 9 al Nàstic y 5 al Numancia. Pero la noche
ochentera, el empate a cero en la Nova Creu Alta, como en 1988, terminaba con ramalazos
de la peor versión de aquel Murcia ochentero: con ese grupo de aficionados clamando
contra un entrenador por no ganar. Entonces, en los 80, eran mayoría e incluso
tomaban decisiones, y se cargaron a José Víctor, y a Eusebio Ríos, y a Campillo
y a Dunai, siempre por ese extraño razonamiento fundamentado en que el cambio
es mejor que la continuidad. Pero ahora que por fin podemos dejar atrás la soga
del Murcia del siglo XXI, puede ser el momento de dejar atrás lo peor de aquel
Murcia ochentero. Ahora es el momento de dejarnos las dudas y cambiar por fin
de mentalidad, que no de entrenador. No sólo no hay ningún motivo para echar a
Simón, es que ni siquiera ha habido un motivo razonable en casi dos años para
cuestionarlo. No sólo está cumpliendo, es que está haciendo una labor
sobresaliente. No sólo hay que mantenerlo ahora, es que debería ser nuestra
apuesta para superar a Ríos, para tener por fin, 100 años después, un
entrenador durante más de tres temporadas consecutivas. Y a ver qué pasa, que
diría Rigoberta. No es perfecto, claro que no. Pero lleva más de un año y medio
sacando un rendimiento extraordinario a plantillas humildes con las que ha
construido ya un par de equipos siempre competitivos, semana tras semana. No es
perfecto, pero con su ascenso y su temporadón ha sido una pieza absolutamente decisiva,
que nadie lo olvide, para aflojarnos la soga, para que el verdugo nos sonría y
nos baje del patíbulo. Una pieza clave para meter a más de 27.000 personas en Nueva
Condomina, para volver a ilusionar a toda una ciudad. Y cada vez hay más gente
dispuesta a disfrutar de noches ochenteras, ya sabes. Hay una cola que tela (esta señora parece que ha visitado el Enrique Roca), pero ven con quien quieras. ¡Sube, Mari, sube! Que hay sitio para
todos. O al menos para 31.179, de momento. Parece que, contra todo pronóstico, verán jugar por
muchos años al Murcia de siempre. Y sólo eso ya es motivo de alegría.
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