Oliva B (@beandtuit)
Club Atlético Osasuna B, 2 ; Real Murcia, 2.
Ese nudo en la garganta cuando salta el Murcia a Tajonar, la Sierra de Alaiz enfrente, el alto del Perdón más allá, y suena en la grada el himno del Centenario. Ese nudo en la garganta en Tajonar, cuando salta el Murcia, el día espléndido, el aire limpio, el cielo algo nublado que anuncia lluvia a las 2 (y lloverá a las 2), el césped más verde del mundo, fresco, el himno del Centenario, ese nudo en la garganta, Oliva, ese nudo. El Murcia en Pamplona, el Murcia y nosotros en Pamplona. El recuerdo de aquellos días de 1995 está en ese nudo, claro, al llegar a estudiar a Navarra. ¿El Murcia desapareció, Oliva? No, no, estamos en Tercera, bajamos de Segunda B, bajamos en Gramanet. ¿Pero el Murcia de siempre, Oliva? Sí, sí, hombre. El de siempre. Y también están esos 750 kilómetros largos, esa distancia, ese autobús interminable por Teruel, cuando no había autovía, tantas noches con Yayo en ese autobús. Ese bus de vuelta a Pamplona después de perder en Yecla cuatro a uno, y la llegada a las cinco de la mañana, esa caminata de la estación de autobuses a casa, tres bajo cero en Pamplona, cuatro a uno en Yecla, y mañana examen. El Murcia en Tercera y tú a 750 kilómetros, a 750 kilómetros de los de antes, 750 kilómetros sin Internet. Y esas llamadas por teléfono como única manera de saber cómo cojones había quedado el Murcia. Eso también está, todo eso también, en ese nudo. El Murcia y nosotros, nosotros y el Murcia. En Pamplona, donde todo ha cambiado, pero siendo la misma de siempre. Como el Murcia. Eduardo llegando a lo lejos por Pío XII, como en 1997, esa sonrisa de Eduardo Lorenzo; y detrás de Eduardo siempre está Artur, y detrás de ellos está ese nudo en la garganta, sin duda, ese nudo cuando el Murcia salta a Tajonar, la Sierra de Alaiz enfrente, el alto del Perdón más allá, ese nudo cuando suena el himno del Centenario. Laki y Fermín en la plaza del Ayuntamiento, y esa sensación de que todo fue ayer, y ese tesoro que supone el cariño forjado en la juventud y que resiste el tiempo y la distancia. Encontrar a Gavin en mitad de lo Viejo, Kike García sintiéndose querido, recordar con Ibiricu lo poco que vino a vernos, el cabronazo, abrazar a Lázcoz y Almudena en el Casino Eslava, los Raijos sin parar de rugir ni un instante durante los 90 minutos, el desgarrador La Condomina debe cantar de Alberto Lozano en el momento preciso, celebrar dos golazos, no uno, dos, fuera de casa, y con los abrazos que conllevan, y con la solemne rotura de gafas que a su vez suelen implicar. Hablar de Sans con Yayo, rememorar aquellos días. Allí fueron las primeras cervezas, y más allá la primera copa. Y ese edificio donde aquello, y ese garito donde esto otro. Y ya no existe el bar de aquel beso, y en algún momento es probable que ya no exista ni siquiera ese beso, quién sabe. El día espléndido, el aire limpio, el cielo algo nublado que anuncia lluvia a las 2 (y lloverá a las 2), el césped más verde del mundo, fresco, el himno del Centenario y ese nudo en la garganta. Ya han pasado más de 25 años de casi todo. Juega el Murcia, el puto Murcia, que siempre ayuda a dar algo de sentido a todo lo que no lo tiene.
A falta de cinco jornadas, el Murcia, el puto Murcia de siempre, va terminando el nudo de esta temporada y se acerca al desenlace, y lo hace instalado en el mismo sitio en el que lleva desde hace casi 20 meses, en la pomada, arriba, vivo, ilusionado. Con la esperanza de otro desenlace feliz como el de la primavera pasada, contra todo pronóstico, dada la proverbial tradición trágica de este equipo de fútbol. En Pamplona volvió a dar su mejor cara, esa que siempre aparece cuando Arnau Ortiz entra en juego, esa que en un hipotético playoff invita a soñar, la de un equipo que además de competir es capaz de desbordar a cualquier rival. Sólo los palos, la incapacidad para frenar el balón parado del Promesas y la ancestral facilidad arbitral para pitar en contra cualquier acción que pueda pitarse en contra impidió traernos tres puntos que hubieran sido divinos. El comienzo y el nudo han sido jodidos, pero el desenlace será terriblemente duro, alguien de ahí arriba se va a quedar fuera de disfrutar del playoff, y ya sabemos de la proverbial tradición trágica del Murcia. Habrá que derribarla una vez más, como el año pasado, y para ello contamos con la ilusión del resucitado, la de tantos despertadores a las 4 de la mañana a prueba de 750 kilómetros, la de miles de nudos en la garganta con sus motivos detrás, que seguramente jamás nos harán ganar partidos, pero que nos hacen vivirlos de otra manera. Y a esa ilusión sumamos ahora el empujón económico que borra por fin la presión de jugar entre la vida y la muerte. La tranquilidad, por fin, de que si no es este año podrá ser el que viene, y ojalá sea en un grupo así de majo, que nos ha permitido volver al norte, gracias a esa genialidad del que por fin se decidió a cortar España por la mitad de arriba a abajo. Ese grupo que nos ha permitido volver a Pamplona, tantos años después. Al día siguiente, tras un fin de semana de 1.500 kilómetros en el cuerpo, Miguel Delgado se levantó de la cama y, antes de ir al instituto, le dijo a su padre que lo mejor de ser del Murcia es tener amigos que también sean del Murcia y viajar. El zagal ya lo sabe, ya lo ha aprendido. Con 13 años, al comienzo de la vida, mucho antes de llegar al nudo de esta historia. Lo mejor de ser del Murcia, lo mejor de este viaje, es disfrutarlo, intentar disfrutarlo todo sin miedo al desenlace.
Real Murcia: Miguel Serna; Javi Rueda, Alberto López, Alberto González, Íñigo Piña; Julio Gracia (Ale Galindo, 77'), Aguza; Pedro León, Arnau Ortiz (Loren, min. 82), Dani Vega (Alfon, 46'); y Romera (Toril, 19'),
Roturas de gafas: Una en el minuto 16, propiciada por Pedro León; otra en el 63, por Toril.
Nunca dejes de escribir del Murcia. Gracias por estas perlas granas.
ResponderEliminarUn abrazo.