Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 1; Castellón, 1.
El día que debutábamos en cuarta división, el primer domingo de septiembre de 2021, mi padre no podía ir al fútbol y le ofrecí el carnet a mi amigo Vrito (
Vrito con V, de Víctor), que aceptó, agradecido y entusiasta, como es él, la posibilidad de ver tan inesperadamente un Murcia-Marchamalo. Hacia una tarde espléndida de final de verano e iba al fútbol con mi hijo, con mi hermano y con Vrito, al que conozco desde los 4 años (y hace ya 44 de eso), por lo que se puede hablar, sin molestar a ningún purista del parentesco, de que iba al fútbol en familia. Debutábamos en cuarta, también conocida como Segunda Federación, venía el Marchamalo (pronúnciese con tonillo supuestamente gracioso,
MarchaMALO) e iba al fútbol con gente a la que quiero para ver jugar a un Murcia que presentaba porterazo murciano, dos centrales nuevos, a Julio Gracia con Armando y Saura en el mediocampo, y a don Andrés Carrasco arriba, por fin. También debutaba Sergiu Cristian Popovici, un lateral rumano que no se sabía bien de dónde había salido, como en el fútbol de antes, pero que con 28 años se había plantado ese verano a entrenar con el Murcia y, maravillando en pretemporada, se había ganado un puesto en la plantilla. Era imposible no estar ilusionado, no ser tremendamente feliz como en cada inicio de temporada, o más, si cabe. No me acuerdo mucho de aquel partido, casi dos temporadas después, casi 80 partidos después. Recuerdo que íbamos al fútbol con mascarilla (la temporada pasada, ojo, aunque parezca que hace un par de siglos de aquello), y recuerdo el cachondeo con Vrito sobre la edad de Popovici, 28 años, a pesar de tener cara de haber ido al cole con nosotros, incluso cara de ir a octavo cuando nosotros íbamos a tercero; recuerdo un partido de buen ritmo, golazos y la alegría de ganar así, con goles, al Marchamalo en el debut; y esa sensación tan de septiembre de que por fin podía cambiar la dinámica de una última década que nos había situado en cuarta categoría sin llegar a descender de Segunda. Debutábamos en cuarta, y mientras los más catastrofistas afilaban su gracia (
MarchaMALO, con tonillo) para azotar al Murcia, recuerdo que pensé, mirando al césped poco antes del partido, que Vrito era el hombre perfecto para un partido así, para empezar de cero ilusionados, para afrontar la temporada sin miedo y con una sonrisa. En septiembre de 2008, justo 15 años antes, Víctor sintió un pinchazo en la espalda, un dolor
extraño, como lo define él, que desde el principio intuyó como
distinto. Después de meses de dolor y búsqueda de remedios, y de meses sin remedios y más dolores, en mayo de 2009 fue diagnosticado de un cáncer del sistema linfático, un linfoma no Hodgkin en estadio IV-B, que es un estadio importante, ojo, quizá no sea Maracaná o el Camp Nou pero es un señor estadio, una fase muy avanzada del cáncer en la que el puto bicho ya está por el cuerpo más allá de los ganglios linfáticos. Contaba luego Vrito cómo recibió esa noticia, cómo encajó ese puñetazo (“usted tiene cáncer”) único en la vida y cómo tardó seis horas en aceptarlo. Seis horas, seis. Que así descrito puede parecer una chulería, la típica fantasmada, pero todo el que conozca un poco a Víctor sabe que no lo es: Vrito siempre ha sido el más rápido para todo, siempre el primero en llegar, el primero en trabajar, el primero en estar siempre ahí. Estoy seguro de que nadie ha cambiado una rueda más rápido que él en una carretera perdida de Teruel, salvo quizá la escudería Red Bull en algún domingo bueno. Seis horas tardó en aceptar el cáncer, y creo que se pasa, conociéndolo, que ya sería alguna menos. Siempre ha sido el más rápido, siempre el primero en estar ahí, pero es que, además, Vrito es sin duda el tipo más valiente que he conocido en mi vida: un valiente auténtico, que no es el que no pasa miedo, sino el que, acojonado, es capaz de dominarlo, el que tiene la determinación de afrontarlo y seguir hacia delante, con dos cojones y un coraje forjado en el barrio de La Fama. Después de esas seis horas y de varios meses, no él, sino la ciencia, los médicos y la quimio (
¿Cómo cojones no ponemos más huevos, muchos más, en la cesta de la investigación?) derrotaron al cáncer, no sin pasar un año largo de penurias y más dolores, de perrerías varias que incluyeron un duro proceso de trasplante de progenitores hematopoyéticos para ayudar a que el bicho no regresara. Poco antes de aquello, también le dijeron a Vrito que, una vez curado, por culpa del aplastamiento vertebral y la fractura de dos vértebras, seguramente no podría volver a correr ni a hacer deporte, sólo natación. Otro puñetazo, no tan duro pero sí importante para un corredor aficionado, de cuando el running ni se llamaba running, que siempre ha disfrutado corriendo y haciendo deporte. Le dijeron que sólo natación, y vaya si nadó, a pesar de no haber nadado nunca (la travesía Ibiza-Alicante un par de años después del diagnóstico). Y le dijeron que no podía correr, pero unos meses más tarde ya estaba empezando a correr (“peor no vas a estar”: con eso ya fue suficiente para animarlo). Le dijeron que no podría correr, y casi que desde entonces no ha dejado de correr y más allá: medias maratones, trails, triatlones y varios desiertos cruzados en bicicleta. Y no sólo ha vuelto a correr, el tío ha conseguido algo casi más difícil: hacerme correr a mí. Conozco a Víctor desde los 4 años, casi como al Murcia. Y aquella tarde en la que recibimos al Marchamalo, la tarde en la que debutábamos en la cuarta categoría del fútbol español, pensé que nadie como él para simbolizar la pelea por salir de cuarta, por seguir viviendo, y, sobre todo, por seguir viviendo feliz, después de un bache, como él llama a todo lo que le tocó vivir. Conozco a Víctor desde los 4 años, y siempre ha sido un fenómeno, pero después del bache ha tenido además la generosidad de contagiar lo que ha aprendido a todo aquel que se le acerca, de contagiar ganas de vivir y coraje, y de hacerlo además sin discursos fáciles de autoayuda, sin ocultar lo ingrato de la vida, pero celebrando lo fascinante que tiene. No sé si un tiro al palo es cuestión de suerte, pero que la vida te cruce con Vrito sí es buena suerte. Hay que vivir cualquier Murcia-Marchamalo como si fuera algo único, porque probablemente lo sea. Ganamos 3-2 aquel partido y arrancamos el curso con esa sensación tan de septiembre de que por fin podía cambiar la dinámica de la última década. Hacía una tarde espléndida de final de verano. Y al salir del estadio no podíamos dejar de hablar de Popovici: de dónde habría salido ese tío; cómo podía tener una zurda tan exquisita y, sin embargo, tocarla incluso mejor con la derecha; cómo podía tener 28 años, el cabronazo.
Este domingo llegaba el Castellón a Nueva Condomina y, esa misma mañana, al tener libre el carnet de mi hermano, le escribí a Vrito un
whatsapp, tarde y mal, como le dije, algo a la desesperada. “Si estás por Murcia y quieres ir al fútbol, dime algo, marica”. Agradecido y entusiasta, como es él, me dijo que no, que esa tarde no podía. Y fue una pena, porque el tío hubiera disfrutado de uno de esos partidos que merece la pena vivir. Jugamos con valentía, sin miedo; o con auténtica valentía, mejor dicho, pasando miedo pero siendo capaces de dominarlo, con la determinación de afrontarlo y seguir hacia adelante, con dos cojones y el coraje de un equipo que jugó muchos años junto al barrio de La Fama. El partido fue un resumen de un año casi sobresaliente, con sus altibajos dentro de la solidez, que nos ha castigado al final con malos resultados, pero que probablemente antes nos había premiado demasiado. No llegaba el segundo gol, y eso nos condenaba a que llegara el empate en este maldito deporte, el que más se parece a la vida, tan fascinante como ingrato y cruel. El deporte que más se ríe de la justicia y que tiene el don de golpearte cuando mejor estás. Y pocos equipos como el Murcia para dar fe de que el fútbol se parece a la vida, sobre todo en esa última jugada, con el equipo ya en la lona, en la que el balón vuelve a golpear en el palo. Pocos equipos como el Murcia, tan parecido a la vida. Nos dieron por muertos, nos dijeron que no merecía la pena luchar, que había que dejar paso a otros equipos sin deuda, y sin memoria. Nos dijeron (muchos años) que no volveríamos a jugar después del verano. Que no volveríamos a correr, como a Vrito. Pero parece que era sólo un bache. Aprendamos la lección y disfrutemos de todo lo que nos queda, pero siendo conscientes de lo que hemos pasado. La vida es sólo un rato, tengas o no tengas cáncer, dice siempre Vrito con una sonrisa, y es algo que tenemos la obligación de recordar y a la vez de olvidar todos los días. Recuerda Marchamalo, pero piensa en Alcoy, donde tenemos que ir sin miedo, o algo acojonados, vale, pero valientes, con auténtica valentía, la que es capaz de dominar el miedo y sigue hacia delante. Hasta el final. Y pase lo que pase en Alcoy, nos queda una última jornada en casa que tiene que ser una fiesta en la que celebraremos que en septiembre, o con suerte en agosto, volveremos a jugar. Nos queda una última fiesta, como aquel Murcia-Marchamalo, como siempre que juega el Murcia. ¿Tendrá algo Vrito la tarde del 27 de mayo o podrá venir a vivirlo? Esta vez no se me puede hacer tarde. Ya le estoy mandando, mientras cierro esto, un audio de
whatsapp. No tengo ni idea de si podrá venir, pero estoy seguro de que, si puede, será el primero en llegar. El primero en estar ahí, agradecido y entusiasta.
Real Murcia: Joao Costa; Manu Pedre (Alberto López, 46'), Alberto González, Íñigo Piña, Arnau Solà (Casado, 75'), Julio Gracia (Aguza, 66'), Ale Galindo; Pedro León, Arnau Ortiz, Loren Burón (Alfon, 53'); y Toril (Dani Vega, 66').
Gol: Arnau [ojalánadiesenteredelobuenoquesysepuedaquedar] Ortiz, 10'
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