La raíz

Pasó lo que tenía que pasar
Y no pienso hacer nada más
Más que quedarme aquí
Cuidando la raíz
Cuidando la raíz
Cuidándola
(Valeria Castro)


Oliva B (@beandtuit)

1. UNA TARDE no muy fría de finales de febrero, al caer el sol por completo en el club de tenis donde juega Martín, decidí, casi de repente, no ir a hacer la compra semanal al Aldi de La Alberca, sino llamar por teléfono a mi amigo José Antonio Currás, más conocido como Pimentonero de Orense, ese veterano hincha del Murcia que, como es bien sabido, o ya habrán deducido por su alias, es de y vive en Ourense. El Murcia afrontaba esos días su enésimo conflicto institucional, las semanas previas al decisivo Consejo de Administración de marzo, mientras en liga caminaba firme en puesto de playoff, esperanzado en tener una buena recta final que pudiera darle incluso el primer puesto. El murcianismo se dividía entonces –su estado natural parece ser la división, el motivo es lo de menos— entre el presidente Agustín Ramos (empresario murciano, con un buen ascenso a sus espaldas) y el aspirante Felipe Moreno (el hombre del milagro del Leganés, inversor contrastado en el mundo del fútbol), y algunos sentíamos que esa batalla podía privar al Murcia de la gran oportunidad (quizá la última) de enterrar por fin no sólo la brutal deuda que casi nos cuesta la vida, sino los conflictos sobre la propiedad que lapidaban aún más cualquier posibilidad de crecer. Quizá fue esa zozobra que vivíamos esos días el motivo por el que, aquella tarde de invierno, pensé que iba a dedicar ese momento del día que tengo para mí (para ir al Aldi de La Alberca o para pasear o para mirar en una soledad divina el entrenamiento de Martín) a llamar a José Antonio. Quizá necesitaba, para aliviar algo esa inquietud por el futuro del Murcia, hablar con alguien que vive en la distancia un murcianismo tan profundo. Llevaba mucho, demasiado tiempo, sin hablar con José Antonio, y en todo ese tiempo habían pasado muchas cosas, una señora pandemia entre otras, además de muchos, muchos partidos del Murcia, varias temporadas; quizá llevaba más de un lustro sin hablar ni ver al Pimentonero de Orense, aunque haya sabido siempre de él por amigos comunes. Cogí el móvil despacio y aún algo reticente: todo el que me conoce un poco sabe que odio hablar por teléfono. Le di al icono del teléfono verde, abrí Contactos y busqué por pimentonero, y justo así me salió el contacto: PimentonerOrense, claro. Entonces toqué la pantalla con esa incertidumbre de no estar muy seguro de quién contestaría tantos años después, de quién saldría al otro lado, si salía alguien; un poco con esa inseguridad de cuando alguien llamaba a un fijo en 1986. ¿Alejandro? ¿José Antonio? ¡Alejandro! ¡Amigo!


2. CONOCÍ A José Antonio en los aledaños del Helmántico, poco antes de un Salamanca-Murcia de la temporada 2001-2002, también en febrero, curiosamente. Yo vivía en Madrid y por entonces el murcianismo se desplazaba menos, mucho menos, de manera que me resultó curioso ver a una familia entera, un matrimonio con hijos, aledañeando con bufanda y hasta bandera del Murcia. Crucé un par de palabras con ellos y ya no nos separamos hasta el minuto 90. Fue un 0-0 aparentemente gris, pero la historia del Pimentonero llenó aquel partido de goles, de anécdotas y de vida, todo narrado con un acento gallego que parece salir directamente de su mirada serena y limpia. José Antonio se hizo del Murcia viendo por la tele un Racing-Murcia de la temporada 72-73, un partido de Segunda de final de temporada, cuando los dos equipos ya habían ascendido. Ya sabes, lo normal, lo que siempre se cuenta de un gallego en una escalera, que no sabes si sube, si baja o si se va a hacer del Murcia. Algo sintió entonces, algo sentiría, algo inexplicable, claro, como el amor o el fútbol, que lo llevó a querer nuestro escudo para siempre. Luego revalidó ese murcianismo con un servicio militar entre Alicante y Cartagena, desde donde pudo escapar bastante a La Condomina para vivir más de un partido de aquellos maravillosos años 80. Y ya nada pudo arrebatarle esa pasión, por mucho que la haya vivido a 750 kilómetros en línea recta, que son 900 de carretera. Ni siquiera en los 90, en los años más duros del Murcia, en la temporada de Tercera, cuando llamaba a Onda Regional para enterarse de cómo había quedado el Murcia, porque no había otra manera en aquel mundo prehistórico, que diga preinternet, de enterarse un domingo por la tarde del resultado del Murcia. Ahí siguió. Ahí seguimos, Alejandro, me dijo en Salamanca. Pero lo mejor es que no lo contaba jodido ni decepcionado, ni con ningún aire rancio catastrofista murciano, ni queriéndose dar importancia o sacar pecho, sino con ilusión, con una ilusión humilde, con la luz entusiasta del enamorado en sus ojos claros. No iba de víctima, sino de afortunado. El Murcia era mucho más que su equipo de fútbol, estaba claro. El Murcia era mucho más que fútbol. Y así lo había transmitido a toda su familia, incluso a amigos y conocidos, que con el tiempo han formado una pequeña gran peña murcianista en la otra punta de España. Pero más allá de lo estrambótico, de lo curioso, tan de moda en estos tiempos donde lo anecdótico vende más que lo esencial, creo que la historia del Pimentonero de Orense significa mucho más. Su historia forma parte de las raíces del club; sus lágrimas, sus desvelos, su tenacidad, su locura a 900 kilómetros representa casi como ninguna la capacidad de sobrevivir de este equipo. Unas raíces formadas por la historia sentimental de cada uno, por el entramado de historias inquebrantables, como la de José Antonio; el sostén que nos ha permitido seguir cosechando. Después, he coincidido con él en Burgos y en Asturias, en estadios norteños, casi siempre, en alguna de sus escapadas a La Condomina y Nueva Condomina, aprovechando finales de agosto y principios de septiembre para ver el mayor número de partidos. Me imagino siempre su análisis del calendario, en ese día tan especial, desde la otra punta de España, lo bien que lo pasaría él en el año del destierro a la Segunda B norteña; lo mal que lo pasará fuera del fútbol profesional, no por ser profesional, sino por no poder ver al Murcia de cerca. Salamanca para él era un regalico a tiro de piedra. Aquel 0-0 con sus bufandas y su bandera contra ese Salamanca de Raúl Gañán, Mario Rosas o Makukula. Y, ahora que lo pienso, es simbólico que fuera en Salamanca, en los aledaños del Helmántico, donde tuve la suerte de conocer a José Antonio. Contra la añorada Unión Deportiva Salamanca, en el Helmántico. En Salamanca, como para recordarnos que todo termina. En Salamanca, como para recordarnos que lo nuestro aún no ha terminado. 


3. HE QUERIDO recordar aquella conversación con José Antonio Currás justo en la semana más ilusionante del año para cualquier hincha de un equipo: aquella en la que vuelve a rodar el balón, después de demasiadas semanas sin ver jugar a nuestro equipo, la semana del nuevo calendario, la semana en la que la que todo vuelve a tener un sentido, la semana que marcará las próximas 50 semanas de nuestras vidas. He querido, para hacer balance de la temporada pasada, recordar aquella llamada de teléfono. No fue posible meternos en playoff, un penalti del Castellón en el 96 nos alejaba definitivamente del sueño del ascenso, pero sí ganamos en el conflicto institucional: el presidente terminó saliendo, rodeado finalmente de más sombras que luces; el aspirante, en cambio, nos ha quitado la soga de la liquidación del cuello, ha comenzado un plan de pagos serio a Hacienda y Seguridad Social, y se ha puesto a armar un equipo adaptado a un presupuesto, y no al revés. Quiero recordar al Pimentonero y aquellas semanas inquietantes de invierno porque me da la impresión de que no hemos celebrado demasiado que estamos viviendo el mejor verano de la historia del Murcia, teniendo en cuenta cómo han sido los últimos 15 veranos. Quiero recordar a José Antonio, quiero recordar a los que han cuidado las raíces durante todos estos años y esas raíces que hemos puesto a salvo; las raíces que han sido tan decisivas para la salvación. Unas raíces sólidas que se han hecho más fuertes en los peores momentos; unas raíces que, por invisibles, muchos despreciaron y nos dieron por muertos. Unas raíces llenas de lágrimas, de desvelos, de tenacidad y de locura. Quiero recordar al Pimentonero de Orense para hacer balance de la temporada pasada, ahora que el corazón del equipo vuelve por fin a latir. Aquel penalti del Castellón en el 96 no ha sido una nuevo episodio amargo, una nueva hostia en el estómago en el estadio maldito, como todas las de los últimos 15 años: este ha sido el primer palo estrictamente futbolístico, de los muchos que nos quedan por vivir, sabiendo que ahora pisamos un terreno sólido, que hay Murcia para años. Este ha sido un dolor distinto, este no es un verano triste, esta no es otra temporada más en tercera categoría. Enterremos por un tiempo ese aire rancio catastrofista y miremos con ilusión lo que viene. Como vi en la mirada de José Antonio en Salamanca, no somos víctimas, somos afortunados. Aquel penalti del Castellón en el 96 no ha sido otro episodio amargo, aunque haya vuelto a desencadenar las lágrimas de otras temporadas, sobre todo en esos chavales de 12, 14 o 20 años, ansiosos de ver frutos, quizá porque irresponsablemente alguien les había vendido que este era año de frutos, incluso de flores. Pero benditas lágrimas, que a veces no parecen tener sentido, y que algunos nunca entenderán, pero que han regado en silencio el resquebrajado suelo de los aledaños de Nueva Condomina durante tantos años. Benditas lágrimas que nunca se pierden, que van directas a la raíz. 


4. LLAMÉ A José Antonio una tarde de febrero, casi de repente, en mitad del enésimo conflicto institucional del club y de una temporada sobresaliente, en la que no descartábamos nada, ni siquiera el primer puesto. Ay, si hiciéramos lo del año pasado, Alejandro. Ojo como aparezca ahora Romera, José Antonio. ¿Y cuántos años tienes ya, Alejandro? Pues 21 más que en Salamanca, José Antonio, cagoendios cómo pasa el tiempo para todos. Cómo pasa el tiempo. Y hablamos de la salud y de la familia, de las cosas que importan, de nuestros hijos, del regalo que vive ahora con sus tres nietas (murcianistas, por supuesto), de estos años tan difíciles que hemos pasado. Y nos despedimos por fin, muy poco a poco, a ver si nos vemos en Soria, Alejandro, alguna escapada norteña haremos, José Antonio, nos vamos contando, a ver cómo salimos de todo este embrollo institucional, a ver si esto no afectara al equipo; nos vemos pronto seguro, amigo. Le di al botón rojo de la pantalla y me quedé mirando el móvil fijamente. Busqué información de las llamadas recientes: Llamada saliente-26 minutosHabía caído el sol por completo, pero se quedaba una noche espléndida en El Palmar, nada fría para finales de febrero. Luego miré al horizonte, con la ciudad iluminada  al fondo, y algo se removió en mí, algo inexplicable, claro, como el amor o el fútbol. Algo que me hizo recordar Salamanca y que todo termina, pero que lo nuestro aún sigue vivo. 

2 comentarios:

  1. Tuve la suerte de coincidir con él en varios partidos del destierro norteño y doy fe de lo buena persona que es. Gracias por este artículo, Ale.

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  2. Muchas gracias por estas palabras...
    Siempre es un placer leerte y esta vez ha sido muy especial.

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