Fútbol, S.A. (Sin Abuelos)



Oliva B (@beandtuit)
Real Murcia, 0 ; Intercity, 1

1. Mi abuelo César nació en Alicante, pero ese cúmulo de pequeñas y grandes circunstancias y decisiones que conforman una vida le llevaron a establecerse en Murcia, a vivir la mitad de sus días muy cerca de La Condomina. Mi abuelo paterno nació en Alicante, aunque podía haber nacido en cualquier otro sitio, porque a mi bisabuelo, empleado de Correos, parece que no le importaba cambiar de ciudad de vez en cuando, incluso propiciarlo, pero siempre pasando por Jumilla, eso sí, donde había conocido a su mujer, mi bisabuela. Allí, en Jumilla, fue donde mi abuelo se casó con mi abuela María, y donde nació su primera hija. Pero poco después se marchó a Barcelona, la tierra prometida para las gentes del sur, quizá animado por ese espíritu mudable de su padre. En Barcelona, en 1933, puso una peluquería en la calle Entenza, y allí nació su segunda hija y, aunque el negocio no le iba mal, al estallar la guerra vio la cosa regular y su padre le aconsejó que se vinieran todos a Murcia, donde estaba la cosa tranquila. Aquí nació su tercera hija, en plena guerra, que él vivió en primera persona en los meses finales de la contienda; y aquí, en Murcia, terminó por instalarse: puso una peluquería en la calle Vara de Rey y, finalmente, otra en la calle San Antonio, donde nació mi padre, a unos 200 metros de La Condomina, el viejo estadio que entonces apenas tenía 20 años. A mi abuelo le gustaba el fútbol, o al menos ir al fútbol, dentro del ritual que tenía todos los domingos, según cuenta mi padre. Iba a misa temprano, impecablemente vestido, y luego al Círculo Mercantil, en el bajo donde después estuvo el Restaurante Hispano varias décadas, a jugar al dominó. Recuerda mi padre cómo le costaba encontrarlo en ese enorme salón, entre las mesas de mármol y la neblina que flotaba del humo de tantos cigarrillos diarios. De allí lo recogía, comían en casa arroz (de pollo o de conejo) y se iban pronto a La Condomina, cuando el fútbol era incluso antes de las 4, con su traje de los domingos y su puro. Yo apenas tengo recuerdos de él, salvo su imagen inmóvil en un sillón, ya enfermo, pero me gusta imaginarlo en La Condomina con su puro, junto a mi padre, con una expresión en la cara de cierta satisfacción, arraigado finalmente en Murcia, donde las pequeñas y grandes circunstancias y decisiones que conforman una vida le habían llevado.

2. Mi abuelo Vicente nació en El Palmar, en una casa de la huerta que ya no existe; ni la casa, ni la huerta. Era el sexto de nueve hermanos, y el único que pudo estudiar, gracias a que un cura le dio la oportunidad de entrar en el Seminario y él, según parece, hizo un buen control y no la dejó pasar: pronto se dio cuenta de que, entre libros, estaba sorprendentemente cómodo, tenía gol. Luego pasó la Guerra en la Marina, y al regresar a El Palmar quiso seguir estudiando, acaso espoleado por la penuria de la posguerra, que en el sureste de España, en plena huerta y con ocho hermanos, sería fina. Así, terminó Magisterio, empezó a trabajar y, ya colocado, como se decía entonces, se casó con mi abuela Paquita. Más tarde se licenció en Filosofía, ya en unas condiciones más propicias que las padecidas bajo aquella higuera en la que, alumbrado por una vela, había sacado adelante sus primeros estudios. Después de tener a sus dos primeros hijos en El Palmar (mi madre, la primera), se mudaron a Murcia, donde trabajó en varios colegios e institutos de la ciudad, en una larga carrera docente. Vivían en la calle Ricardo Gil y empezó a ser fijo de La Condomina, así lo recuerda mi madre, siempre yendo al fútbol. Me acuerdo de ir tres o cuatro veces con él al estadio, a partidos importantes (el Sporting, creo que el Valencia), cuando el campo estaba tan lleno que mi padre prefería que mi hermano y yo nos sentáramos por separado. Mi abuelo se sentaba más arriba, tribuna baja pero casi en la última fila, y pegado al Fondo Sur. (Mi padre en la fila 6, y más cerca del Fondo Norte). A mi abuelo Vicente lo recuerdo con claridad, con la claridad de vivir más de 16 años a su lado (veranos enteros en Punta Brava, meriendas con chocolatina Lingotín, tardes de Copa de Europa). Murió rápido y dolió de esa manera que ya duele para siempre. Aquellas veces que lo acompañé al fútbol se tomaba un carajillo en la barra del Bar Jiménez, donde quedaba con su cuadrilla futbolera. Me gusta recordarlo siempre que salgo a correr y paso por donde estaba el Jiménez. Y me gusta creer que, como en una novela de Auster o en una película francesa, mis abuelos se cruzaron un día en la grada de La Condomina, quizá a principios de los 50; un leve roce entre dos señores trajeados de domingo, uno con puro y otro con Ducados, y se pidieron disculpas y se miraron un segundo; me gusta creer que, como en una novela de Auster, ese momento determinó que mi hermano y yo, y Martín y quién sabe si sus hijos, seamos del Murcia para siempre. 

3. El Murcia perdió el domingo contra un no-equipo de fútbol, un no-club de fútbol, uno de esos casos que el fútbol español ve surgir y crecer con una indiferencia cómplice, como si no fuera la cosa con él, o contra él, en este caso. No tengo nada personal contra el Intercity, por cierto, sólo contra su concepto de fútbol, que es completamente opuesto a todo aquello que nos mantiene unidos al fútbol. El Intercity no es fútbol pero, sea lo que sea, eso sí hay que reconocerle, hace muy bien lo suyo; en eso que sean, sea lo que sea, son buenos, los tíos. Y lo hacen con una coherencia admirable, consiguen ser el villano perfecto: desde su nombre, por supuesto, hasta el negro de su camiseta o su escudo infame, todo como sacado de una inteligencia artificial pero aún en fase inicial o tonta; desde su salida a bolsa hasta su desprecio por las aficiones, pasando por sus intentos de compra de plazas, o las dudas en cuanto a la ética de su negocio; todo es mezquino, incluso su pésimo terreno de juego y su fútbol ramplón, que reúne todas las consignas del antifútbol, del no-juego, del exprimir la marrullería a un extremo casi indecente. Y lo hacen de manera impecable, además, como asegurándose de que ningún niño haya dicho o vaya a decir jamás “me enamoré del Intercity”. El fútbol negocio a la perfección, sin concesiones a nada cercano al fútbol auténtico; el negocio por el negocio, alejado de cualquier vínculo sentimental; el fútbol arrastrado por el capitalismo salvaje hacia otra cosa que se llamará fútbol, pero ya no será fútbol. Dinero, mucho dinero, que ha terminado por dejarnos un fútbol millonario pero empobrecido, lleno de equipos saneados sin hinchada, de hinchadas con equipos arruinados, con horarios absurdos confeccionados para el sofá, mundiales manchados de sangre y países que humillan a las mujeres, aparte de torturar, lapidar y decapitar, dirigiendo el cotarro. Algunos partidos hay que verlos sin volumen, con la nariz tapada y mirando casi de reojo, porque es una vergüenza haber vendido así nuestro fútbol. El dinero lo ha comprado todo, o casi. Ha comprado tanto que en algún momento pensó que lo podía comprar todo. Pero sigue sin poder comprar lo que nos mantiene unidos al fútbol, lo que nunca se podrá comprar.

4. Esa misma mañana, pocas horas antes de recibir en Nueva Condomina a un no-equipo de fútbol, unos 75 kilómetros al norte, el Hércules de Alicante perdía contra la Penya Independent, equipo ibicenco de la localidad de San Miguel de Balasant, por dos goles a tres, con un gol decisivo en el minuto 100. Me gusta pensar que, entre las 7.200 personas que asistieron al Rico Pérez, había un chaval que se fue a casa medio llorando por algo que no tiene muy claro qué es, pero que le mantendrá unido al fútbol para siempre. Me gusta pensar que ese chaval, dentro de 50 años, le contará a su nieto cómo resistieron. Cómo vivió esos años en Segunda Federación, de la mano de su abuelo, que, sin dejar de ir jamás al Rico Pérez, le hablaba del gran Hércules de los 70, que tanto disfrutó con su abuelo. Y cómo ese nieto del futuro le contará todo a su nieto. Y me gusta pensar en cómo ese chaval alicantino le contará también a su nieto este partido trabado e imposible que estamos jugando ahora mismo, lleno de trampas y de juego sucio, en el que el fútbol sin abuelos fue derrotado, en una remontada increíble, por el fútbol con memoria. 


Real Murcia: Gianni; José Ruiz (Enol Coto, 61’), Alberto González, Marcos Mauro (Víctor Rofino, 82’), Marc Baró; Sabit, Martin Svidersky (Amin, 61’), Isi Gómez; Loren Burón (Mariano Carmona, 82’), Dani Vega y Carrillo.

4 comentarios:

  1. Ese niño alicantino del que hablas es mi hijo, no ha tenido la suerte de conocer a su yayo en el Rico Pérez pero nos acompaña seguro.

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  2. Impecable artículo. Qué bonito...

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  3. El fútbol como eje vertebrador para contar la historia de tu familia, de tus raíces y del origen del amor por el Murcia. Yo también creo que tus abuelos se encontraron en la grada y que eso fue determinante. Qué bonito escribes.

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