El que te saca del bosque


Córdoba, 1; Real Murcia, 1.
Quedamos a las 9 de la mañana del mismo sábado en el Hermanos Romero, a apenas unos metros de La Condomina, porque para un viaje así, hasta el punto de partida es importante. Llegué puntual, pero aún no había rastro de ninguno de mis cuatro compañeros, así que fijé un itinerario modesto, desde el Romero hasta el extremo del parking, unos 25 metros. Lo anduve y desanduve durante un buen rato, exagerando mucho los pasos, ralentizándolos y con la mirada siempre orientada hacia la fachada del estadio. A veces, en esos ratos muertos de espera me entretengo recordando estrofas flamencas, coplillas que me gustan; mi memoria desempolvó una en concreto, entendiéndola apropiada por el escenario: Cada vez que paso y veo / los sitios acostumbrados / me arrodillo y los venero / como si fueran sagrados.

A los diez minutos llegó Gavin, conduciendo el coche que nos iba a llevar a Córdoba: un BMW nuevo, azul eléctrico, que parecía haberse escapado de una peli de James Bond. Si a la altura de Lorca hubiera surgido una voz robótica del salpicadero murmurando: “Vaya temporadica de La Hoya, ¿eh?”, no me habría sorprendido en absoluto. Ese coche tenía botones hasta para hacerte la declaración de la renta. En él fuimos los cinco: Gavin, Alejandro, Yayo y José, además de mí. Y fuimos como marqueses. Sin embargo, debo reconocer que la disposición táctica me perjudicó. Ser el dueño de la Guía Marca 97/98, de la que brotaron decenas de preguntas a lo Trivial Pursuit, no me eximió del destino más temido por un pasajero de un coche de cinco: ir en medio atrás. Fui en medio tanto a la ida como a la vuelta, pero entendí que era lo justo. Más allá de ser el más ligero de los cinco, sobre todo era el más joven, y hay leyes no escritas hasta en los viajes en coche; no es necesario mencionarlas o aludir a ellas, simplemente se tienen presentes y se aceptan.

Es cierto que el coche incluía todo tipo de chismes modernos, pero lo mejor lo escondía en el maletero, y en su sencillez radicaba su belleza: el almuerzo. Nuestra cruzada por revitalizar el concepto de ‘almuerzo’ es decidida, así que a la hora y pico de viaje, pasado Puerto Lumbreras, en una zona de picnic a la orilla de la carretera, nos detuvimos a almorzar. Lo informal del almuerzo te predispone a dar por buena cualquier condición en que se produzca. En la comida o en la cena te puedes poner exigente, hay más expectativas, si bien el almuerzo es un extra con el que no se cuenta demasiado, una pedrea del Gordo. Por eso se disfruta más.

El frío y el viento nos intimidaron al principio, pero pronto Gavin abrió el maletero, y aquello fue el principio de la risa y de la vida. De esa guarida mágica del BMW emergieron un pan redondo de pueblo de esos que llegaría al verano sin ponerse duro; millones de habas tiernas cogidas del bancal el día anterior; dos quesos gloriosos y suficiente salchichón ibérico para repartir entre todos los jugadores de Primera y Segunda División de la 97/98. De hecho, de alguna manera, los futbolistas que habíamos evocado en lo que llevábamos de trayecto también estaban almorzando con nosotros. Yo estoy convencido de que vi a Lakabeg buscando desesperadamente la bota de vino, y a Iturrino muy concentrado, sin hablar, pelando habas compulsivamente. Poyatos, más tímido, decía no tener hambre y se reservaba para la comida en Córdoba.

Córdoba. Menuda ciudad. No nos dejamos engañar por su recibimiento grisáceo y lluvioso; si Murcia es una de las capitales de la primavera, ésta no se queda atrás. Córdoba te conquista fácil: sus plazuelas, sus patios, sus fachadas colmadas de flores, su laberinto de callejuelas… y sus aparcacoches. Con esto último no contábamos, así que fue un bonus, una maravillosa sorpresa, y diría que hasta una lección. Cuando llegamos al restaurante Bodegas Campos, en el cual teníamos reserva, ninguno de los cinco esperaba descubrir que a cargo de su parking estaba el Leonardo Da Vinci de los aparcacoches, el Bach del encaje de automóviles, el Cervantes del Tetris motorizado. Queremos creer que se llamaba Rafael, pero la realidad es que no le preguntamos su nombre, y bien que nos arrepentimos. Por tanto, sólo conservamos en el recuerdo su apariencia y su magistral proceder.


Era de estos aparcacoches a los que les dejas las llaves y él se apaña. Estaba entrado en años, pero aún se mantenía recio y esbelto, guapo, con un bigote canoso impecablemente cuidado, la boina bien calada, la sonrisa siempre en los labios, y un chubasquero azul marino que le quedaba como un guante. Llovía, aunque diríase que el agua ni le rozaba, tal era el aura de armonía y divinidad que le rodeaba. Cuando no parecía caber un solo coche más, él encontraba un hueco. Cuando a la entrada del parking se apelotonaba toda una caravana de invitados de una boda, él estaba convencido de que entraban, y de que entraban bien. Siempre tenía un recurso preparado: se sacaba de la manga un par de dobles filas, dos movimientos de coches claves, y de repente todo cuadraba. Ese hombre hacía de su trabajo una artesanía. Ese hombre habría sabido cómo salir del bosque si os hubierais perdido.

La comida en Bodegas Campos fue de notable alto, pero hasta Poyatos estuvo de acuerdo en que el rabo de toro del Guinea, en San Antolín, no tiene nada que envidiarle al cordobés. A falta de tan solo hora y media para el partido, paseamos junto al Guadalquivir, que está zagalón, y tomamos una copa, puede que dos, en uno de esos sitios tan de moda actualmente, donde siempre se termina leyendo por algún sitio la palabra ‘lounge’ junto a sofás extraños y algún buda decorativo. Yo soy más de bares cutres, aunque hay que reconocer que las vistas eran buenas, en todos los sentidos.

La procesión hasta el estadio sólo recogía una súplica: por favor, que no perdamos por 1-0, el resultado que encarna la crueldad. Las copas habían ayudado a definir todavía más los rasgos de Lakabeg, Iturrino y Poyatos, así que durante la larga caminata aprovechamos para hablarles de nuestros jugadores, para contarles lo orgullosos que estamos de ellos, y de ese Julio que los comanda. Quizás escuchaban, quizás no. Ya en la grada saludamos a muchos camaradas que también habían viajado por su cuenta. Muchas veces veréis que los medios se refieren a ellos como ‘valientes’, ‘héroes’ o ‘sufridores’, pero yo no apreciaba demasiado sufrimiento en sus rostros, y sí muchas sonrisas que simplemente delataban la alegría de viajar junto a su equipo, de acompañarlo, sin golpes de pecho.

Y rodó el balón. Al contar los partidos solemos hablar de varias fases: ahora ataca más éste, luego domina más el otro, llegan las ocasiones para uno, el otro reacciona y machetea… En este caso podemos hablar de una única fase, que abarca la totalidad del choque y que consiste en el dominio absoluto del Murcia, en una dictadura. Dorca y Eddy se comieron el centro del campo; Álex Martínez volvió a demostrar que tiene calidad de Primera División; Malonga paró, templó y mandó, y Wellington sigue sin querer dejar de bailar. El gol del rival fue una acción meritoria pero aislada, a la que el Murcia respondió con valentía, empujando aún más hasta que Malonga voló, y todos con él. Alejandro, que iba a mi izquierda en el BMW, definiría a la perfección ese momento horas después: “Cuánta felicidad se pierden los que nunca van a celebrar un gol de su equipo fuera de casa desde la grada”.

Fuimos serios y eficientes como un aparcacoches cordobés. Este Murcia juega siempre tan concentrado que ninguno de sus jugadores sería capaz de caer en la trampa de esas gitanas que ofrecen ramitas de romero cerca de la Mezquita. Y si es que alguno cayera, un compañero acudiría rápido al quite y evitaría el peligro. Julio lo sabe, y en parte por eso celebró con nosotros el empate desde el centro del campo, alzando los brazos y apretando los puños. Más que por el punto, intuimos que su felicidad nacía de la conciencia tranquila, de la seguridad de que tanto él como sus jugadores habían vuelto a dejarlo todo, de que habían vuelto a dar lo mejor de sí mismos y que sólo faltó una pizca de fortuna para dar un golpe muy serio sobre la mesa. Eso suele dejar muy satisfecho.

También quedaron satisfechos los ocupantes del BMW azul eléctrico, incluido el que se sentaba en medio, atrás. Emprendimos el camino de regreso analizando la jornada, y el debate se repartía por igual entre el partido del Murcia y el aparcacoches. Pero qué bien le sentaba la boina a ese hombre. ¿Volveremos a verlo algún día? ¿Sería excesivo telefonear a Bodegas Campos para preguntar su nombre? ¿Valoramos lo suficiente a las personas que hacen su trabajo, sea cual sea, con verdadero amor? ¿Es posible que Julio y el aparcacoches sean el mismo tipo de persona? ¿Es posible que Julio también sea de esos que te saca del bosque si os perdéis?

Real Murcia: Casto; Wellington Silva (Carrillo, 83), Truyols, Mauro, Dani Bautista, Álex Martínez; Dani Toribio (Acciari, 92), Dorca, Eddy; Malonga (Saúl, 71) y Kike.
Goles: 1-0, m.46: López Silva. 1-1, m.57: Malonga.

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